Rodolfo Häsler reseña el libro de Roffé publicado recientemente por Vaso Roto (México-España), y en el 2005 en Argentina.
La ópera fantasma
de Mercedes Roffé
(Vaso Roto Ediciones, España–México, 2012)
La poesía de Mercedes Roffé ha alcanzado un importante prestigio en el ámbito literario en lengua española como para poder asegurar que se ha convertido ya en un referente, una de las poetas más respetadas, despertando una opinión unánime sobre la indudable calidad de su poesía. Estamos ante una poeta culta, que es además traductora y fina lectora, amante de las artes, de la pintura, de la música, la arquitectura, la fotografía, quedando patente todos estos intereses en esta reedición de Vaso Roto de su libro La ópera fantasma, ya publicado en Buenos Aires en 2005.
Su obra viene gestándose desde la aparición de su primer libro, Poemas, editado en Madrid en 1978, y luego la de El tapizde Ferdinand Oziel, editado en 1983, donde demuestra ser una poeta que inicia un rumbo alejado de modas y tendencias, absolutamente fiel a su voz y sus vicisitudes personales. La música y la pintura marcan este recorrido singular, para llegar a crear un cuerpo sólido, una verdadera ópera que integra diferentes maneras de concebir la expresión, un verdadero “corpus poeticus” que venía preparándose como consecuencia de su relación experimental con la escritura.
Ya el título mismo indica esa concepción ligada al pentagrama musical. Llegamos a una ópera fantasma donde el término sugiere la cualidad frágil y fugaz del canto y la palabra, espíritu y aliento creativo, un conjunto de voces que llegan desde los ángulos, patentes en toda la fuerza de su misterio, y al mismo tiempo imposibles de controlar. La ópera quizá concebida como la expresión buscada y deseada a lo largo del tiempo capaz de aunar un ideal, y la creación como acompañamiento de una vida plena en todo su sentido. Pero no solo está presente la relación y cita de diferentes niveles de textos, sino que brota en toda su fuerza la enriquecedora relación entre todas las artes como un fantasma o una presencia necesaria.
La autora crea, pues, una escritura poética que se puede escuchar, y en la parte que el referente pictórico es más que evidente, poesía que se pueda palpar, sentir a través del color. Y aquí cabe señalar un tema muy interesante y que Mercedes Roffé destaca de manera sutil: según un principio filosófico chino, toda expresión creativa importante va acompañada de música, sea ésta audible al oído a través de un instrumento, o como sonido espiritual que acompaña a la experiencia sensorial contemplativa. Y es que hay que decir en este punto que la poesía de Mercedes Roffé ha ido tomando un camino cada vez más hondo en esa dirección, es decir, la experiencia espiritual aparece cada vez más decantada y transparente, y la escritura poética es consecuencia de esa vivencia. El referente universal a la música que acompaña a la apoteosis del espíritu está marcando la expresión, sea proveniente del conocimiento de la mística antigua bíblica, San Juan de la Cruz, Hildegard von Bingen o el despojamiento oriental, la referencia clara al teatro de sombras o el interés por la repetición y la numeración de culturas como la maya, patente ya en su plaquetteDefiniciones mayas publicada en 1999, ahora integrada a este libro.Existe un hilo musical que los une, que va de libro en libro, ya en tantos años, revelando la coherencia de una escritura única, personal y, sobre todo —y esto es un gran valor a destacar—, siempre en respuesta a una extrema necesidad. La palabra exacta y la exigencia son ese hilo del tapiz que va desde el tejido denso que ovilla una casi historia personal, al dolor y la aceptación de la pérdida de Canto errante, hasta esta Ópera fantasma, declaración de principios en defensa del arte como solo territorio habitable en un mundo incomprensible.
El libro está dividido en dos secciones: “Aproximaciones a la boca del rey” y “La ópera fantasma”. En la primera parte, nos deslumbra la capacidad de transformación y la fuerza creativa del lenguaje, desarrollado a la manera, se puede decir, del canto órfico, para llegar, en la segunda sección, a una apuesta apasionada por la pintura y la música. Ambas partes están unidas por la aparición del silencio y la ruptura de ese silencio, sean palabras, colores o notas musicales, y el sustrato que lo recorre, es decir, que toda toma de conciencia es un acercamiento a lo sagrado. El tema de la transfiguración, del traspaso de estados anímicos y físicos, la relación o no entre ellos, es un asunto tratado en cada ocasión por la poeta, nada ajena al cambio que supone ver y destacar aquello que nos permite un mayor conocimiento, aún a sabiendas de que todo ello quede a menudo en puro dolor.
La primera parte, que se subdivide en tres secciones (“El lago – Chances are”, “Definiciones mayas” y “Situaciones: eventos y conjuros”), arranca con una cita de Octavio Paz que nos recuerda la cercanía del poeta con la figura del místico. La cita, tan reveladora, dice: "Por una vía que, a su manera, también es negativa, el poeta llega al borde del lenguaje. Y ese borde se llama silencio, página en blanco. Un silencio que es como un lago, una superficie lisa y compacta. Dentro, sumergidas, aguardan las palabras". Hablar sería, entonces, agitar las aguas reposadas del lago, irrumpir en la superficie muda para que brote el habla. Las palabras de Paz sugieren que ese acercamiento al borde silencioso del lago se da después de un abuso en el manejo de la palabra. Hay una circularidad de la poesía: de la abundancia se llega al silencio, que actúa como una depuración, y de allí a la quiebra del silencio y al nuevo uso de la palabra, esta vez más pura, más precisa, más decantada.
En el poema "Construcciones" se habla de "nombres / ganados / al azar" y de la "naturaleza o condición / profético-ornamental / de la palabra" (p. 22),lo que viene a añadir, como colofón, que a pesar de todo, el esfuerzo es prácticamente inútil, y la soledad y la incomunicación son siempre el único refugio posible.La figura de la comparación —que establece tentativamente una analogía entre dos elementos, a diferencia de la metáfora, que afianza la analogía eliminando uno de los elementos y reemplazándolo por el otro— acompaña retóricamente la inseguridad de la palabra, la duda que se le presenta incluso al iluminado.
En la p. 39, el poema titulado “Paisaje” nos brinda un ejemplo de ese juego intenso entre aquello que es y lo que podría ser, y así la vida. Nada es lo que miramos una primera vez, nada acaba siendo como hemos tratado de construir, y el espejismo permanece con mayor fuerza y presencia que la demostración. Comienza el poema diciendo:“Composición (predominantemente) natural / con cierta intención o co(i)nci(d)encia estética / armónica o naïve, romántica o siniestra / vívida o espectral / abigarrada o escueta / —donde la o no excluye: acumula / en todo caso: / pampa con árbol / mar en tempestad…”
En la segunda parte es importante la defensa que hace la poeta de la transmisión de la vida, de la mirada personal, la defensa de la visión propia, de la relevancia del cultivo de la sensibilidad y el libre pensamiento, a través de la preservación de la cultura: la cultura del pasado que dialoga con la vida diaria en un momento actual; la pintura, la música, como un camino de salvación.
En el poema titulado “Marine bleue”, (p. 86, y no lo cito para invitar al lector a leerlo), vemos cómo el pasado vuelve, como si fuera una eterna lluvia que todo lo impregna y cuya experiencia siempre nos es válida si estamos atentos y permitimos que ese poso nos impregne de su luz. Los ojos de Argos —dice— caen al mar, y como la cola de un pavo real, el reflejo está ahí, para que lo disfrute quien pueda.
En la sección “Situaciones: eventos y conjuros” no hay mayor diferencia entre unos y otros: tanto los eventos como los conjuros son una apuesta por la pervivencia del ritual. La poeta las destaca mediante formas que van de la impersonalidad al distanciamiento, el mecanicismo con una reminiscencia surreal: el orden secuencial, los números y letras ordinales, la repetición. La cita de Artaud utilizada como epígrafe de la sección marca el movimiento pendular entre lo íntimo y humano (penas y alegrías) y lo mecánico e impersonal: "Una suerte de horror nos invade al ver esos seres mecanizados cuyas penas y alegrías no parecen pertenecerles, sino más bien obedecer a antiguos ritos que les fueran dictados por una inteligencia superior". Esta es la parte quizá en que Mercedes Roffé vive su apuesta como un reto al filo de lo inverosímil, de lo que puede ser o no puede ser, de la aparición y a su vez la desaparición inmediata. Es la sección donde esa apuesta llega más lejos, a un territorio donde la radicalidad y el peligro sirven para dejar ver solo aquello que resiste, lo que permanece después de todo despojamiento. Es el terreno de lo esencial.
La segunda parte del libro está compuesta por dos secciones: “Teoría de los colores” y “El pájaro de fuego”, dedicadas a las artes visuales y a la música respectivamente. Hay un guiño tan personal cuando la poeta realiza un recorrido por el universo pictórico —y lumínico— de algunos pintores, como W. Crane, Gustave Moreau, Odilon Redon, René Magritte y Gustav Klimt, o los "profetas" como Maillol, Lacombe, Roussel, Vuillard, Denis, maestros de lo onírico, descubridores de todo aquello que permanece impasible detrás de la aparente realidad. Ese guiño nos lleva a descubrir un camino por el que la poeta apuesta con toda su fuerza: estamos pues ante una declaración, una confesión, en toda la amplitud de este término. La introducción a la luz, la defensa de la luz, nos lleva a una reeducación de los sentidos. Sin esa reeducación no hay salida, lo dice y lo sabe perfectamente Mercedes Roffé. La revelación entra por la ventana, dice la cita de Remedios Varo, y esa cita está detrás de cada uno de los versos de esta sección del libro.
En un momento de la existencia donde solo se detiene la mirada ante aquello reconocible, destacando lo ya ejercitado y asimilado, el tiempo cobra otra dimensión, transcurre de otra manera: puede adelantarse, retroceder, detenerse fijamente, marcar un nudo donde coinciden aspectos nutrientes. Y así dice el poema titulado “Time Chant” (p.137): “Tanteado el canto / y el tiempo / tanteado / vibrada la espera / el homenaje / tiempo del canto / dedicado / al tiempo / al canto / Vibra la mano / el alma / vibra / vibra / el arco y ronca / la cuerda / cede / al cuarto agudo / cercana / la yema al labio / —convocación al silencio” Es el encuentro inalterable con el tiempo que avanza, ¿o somos nosotros los que lo creemos avanzar? Todo tiene una carga absurda y solo la poesía está capacitada para eliminar esa sensación de caducidad. La capacidad de la poeta para comprender los secretos del universo, la amplitud y estrechez de la existencia, la capacidad sanadora de la poesía, en este libro llegan a ser un ejercicio de alta comprensión.
Con La ópera fantasmaMercedes Roffé alcanza el punto de madurez y de visión que le permite jugar, sin caer en la inmovilidad, con el material más sensible de la existencia.
Rodolfo Häsler
Barcelona, 6 de septiembre de 2012