Con evidente emoción, Leticia Luna expone su perspectiva de la obra y la figura del poeta argentino a quien descubre en toda su latinoamericanidad.
La voz de Jorge Boccanera: errante rumor de un continente
Leticia Luna
Para quienes hemos escuchado la voz incandescente de Jorge Boccanera, una polifonía nos queda resonando, palabras pletóricas de fuego que nos dicen: Hay que incendiar a la poesía / y cantar luego / con las cenizas útiles; incendios y reposos que deambulan en el brumor de las ciudades, el polvo que muerde el íntimo desierto o la pérdida de olvido en las baldosas de una fotografía sitiada por los muertos. Escribe:
Mejor me dejan solo / que estoy enamorado de otra muerte
Jorge Boccanera regresa a México para recibir el Premio Internacional de Poesía "Ramón López Velarde" 2012, que entrega la Universidad Autónoma de Zacatecas (UAZ); así vuelve a cantar a la Sordomuda, la muerte que baila entre calaveras de azúcar, Frida Khalo, el tequila o los corridos musicales: Si Adelita se fuera con otro. Dame / lo fugitivo para siempre, nos dice. De sus recuerdos surgen palabras que estrangulan memorias de Laberintos hundidos bajo… lodazales. Son tantas las lluvias de Jorge, tantas como las areniscas rodantes de un aliento que bordea los muros de todas sus ciudades, a las que ha vuelto como vuelve la lluvia a México o a San José, en noches que parecen argentinas, con vino y amores deshojados, donde habita una remembranza vigente.
Afuera está lloviendo en otro idioma
Redondo como el abismo que asoma entre sus sílabas, es el lenguaje de este caballero andante que adquiere muchas patrias, tantos lugares que extienden su Argentina, nociones de luz en que equilibra la voz que desentraña de la exiliada hora. Nace de una costilla llamada América Latina, cuando la travesía inicia en un puerto sin confines, donde los barcos que anuncian viajes a deshora, esperan remojar los labios en los frutos de un viñedo, lamer con su marea las costas despeñantes y los sonidos de Piazolla para la marcha inquieta. El extranjero se rearma, / regresa a lo insalubre de la palabra “quiero”, / saca un “puedo” que estaba perdido en los escombros / y analiza de nuevo la partida (…) Yo soy el extranjero que sangra en sus milongas / el que recuerda a gritos esa mujer o cielo, o / bienaventurados temblores de tus pechos (…) así en la cama como en el suelo.
Es momento de traer aquí sus versos de pueblos y de amores, y reencontrar en la vigilia su recorrido poético por la América malherida, los lugares que nombraron la ternura, el viaje y el regreso de un exilio colmado de clamores. Es momento de evocar su voz grave y atangada, milongueando entre el Teatro Blanquita y Buenos Aires, La Habana, Madrid y Tortuguero, la espesura de los Andes, la Colonia Roma de la ciudad de México y los paisajes áridos de Zacatecas.
Entre esas danzas de tesitura continental, aparecen barcos de la infancia, bocacalles y plazuelas de la juventud, bosques y selvas de la vida que ocurre para la poesía, en donde sombras inmigrantes le acompañan a buscar raíces para el alma; escenarios en los que El poeta – escribe– es apenas una sombra que corre por el fondo… , derrotero incierto, nido dispuesto para el vuelo, donde circulares y expectantes aguardan los amores suspirados, desdoblados, cada uno lentamente descosido, deshilvanándose continuo, viviendo en viejas fotografías que trazan la nostalgia llamada Victoria, Paola, Yazmín o Jeannette; escribe: vieja fotografía de un hombre aterrado a la idea de que la soledad no es otra que una sombra / difícil de explicar sin un cuchillo. Entonces, música de “Marimba”, de bolero, “Aguardiente”, erotismo y “Semen” que le hace escribir:
Bésale las piernas a la poesía
aunque diga que no, que aquí nos pueden ver.
Bésale las palabras, hurga su lengua hasta
que abra los brazos y diga ¡Santodios!
O hasta que santodios abra los brazos de escándalo,
Bésale a la poesía, a la loba,
aunque diga que no, que hay mucha gente, que
aquí nos pueden ver.
Bésale las piernas, las palabras,
hasta que no dé más, hasta que pida más
hasta que cante.
Entonces, morder el polvo para que las palabras muevan sus alas, y la poesía ejerza el vuelo:
necesito un respiro,
una fiesta en los ojos
de la mujer que amo
Papel de lágrimas y lluvias que secan el impulso por el que fueron motivados los vuelcos de la pesadumbre y los placeres irredentos. Boccanera, Jorge, intérprete de los espejos, entre los cuales polvo muerdes y en poesía te convertirás, sobreviviente a la promesa y a la herida, a los desaparecidos y las apariciones. Exégeta del espejo delator que fragua el retrato hablado de un poeta fugitivo, fiel a la estirpe itinerante de los que apilan noches, cada noche, en el insomnio oculto de un camino nuevo. Entonces: las largas caminatas de muelles y países (…) Entonces, ese hombre es polvo de su voz. Una voz que filtra el tiempo como callada arena.
Entre las bestias en un hotel de paso se extravía el olvido, su palabra vuelve a silbar con el viento fidedigno que busca un cielo y un abrigo: hilos del dolor con que mecieron títeres castrenses las manecillas de los relojes de perseguidos pueblos. El viento negro de los perros de la noche / que llevan tu nombre entre sus dientes, no puede borrar la memoria que esconde el horizonte de sueños, que nace de esa incertidumbre. Acechantes versos, testimonios de los que nadie puede serenarse después de tanta lluvia, así escribo esto, desbordada ante su desbordamiento.
Versos que nos sustantivan cuando leemos: Hice mi nido en la imaginación como quien se procura un refugio en un árbol cualquiera (…) El riesgo de lo desconocido… la aventura, nos dan la exacta longitud de su mirada fiera, aquella que desentraña la ternura, el sarcasmo, la protesta, su vocación por la ceniza, al descubrirnos a la Esbelta, a la Desnuda, perdida y renovada belleza.
Así, las paradojas, conjeturas y aforismos, sentidos traslúcidos que desmenuzan cada rincón del pensamiento, constelaciones que hacemos propias de algo que adquiere su certeza, algo que viene arremangado con tus versos:
Mi oficio es recibir eso que vive de anunciarse
Ser la rama de aquello que no se posa nunca
Así dispone las velas de sus ceremonias, listas para encender el verbo, para alumbrar cegueras de gallos que cantan extranjeros, para zarpar al tiempo que prende y apaga en sus escenas los atributos de todo lo que nombra, aquellos que confiere y que también le nombran: Neruda, Vallejo, Huidobro, Lugones, Vilariño, Rokha, Rojas, Gelman, Castellanos, Mistral, Agustini, Dalton, Nandino, Urtecho, Ibargoyen; aquellos cuya lucha gime versificada: Angela Davis, Martin Luther King; aquellos que cantan con él los signos de su música: Silvio Rodríguez, Lito Nebbia, Mercedes Sosa.
El poeta Boccanera trabaja, excava, ara en la palabra y lo fabula todo, a través de bestias que como alebrijes nos habitan para encontrarnos aunque sigamos buscándonos en la poesía. De ahí sus consignas en el pico de un pájaro estaca: “La poesía, para quien la trabaja / La selva para quien imagina”, y he ahí al halcón peregrino, el tucán, la tortuga y todos los animales de la selva escribiendo un poema político y he ahí a las bestias humanas que habitan su bestiario.
Ya Jaime Labastida advertía en el prólogo a la edición mexicana de Los ojos del pájaro quemado (Katún, 1982), que Jorge Boccanera sería una voz inmensa en el continente (“estamos frente a quien va a ser, en corto tiempo, uno de los poetas imprescindibles de la América nuestra”). Cada vez que me encuentro a Jorge y que me autografía un nuevo libro, en Costa Rica, Nicaragua, El Salvador, Argentina o México, sigo considerando lo que los jóvenes ticos me dijeran en Paraíso de Cartago, un pueblo perdido en la montañas: “Jorge Boccanera es un poeta de culto.”
Boccanera nos convoca a la poesía, pues nunca ha dejado de escribir, de leer y publicar, es presencia permanente en las letras hispanoamericanas, ya haciendo antologías, periodismo o reuniendo sus propios versos para nuestro deleite, con música de fagot, sandungas y milongas, con secretos en la lengua que desnudan los helechos. Poemas redondos, en libros de temas diversos, cuyas bifurcaciones regresan a su lugar de origen, la espiral de una obra que asciende tejiendo así sus motivaciones que son todo un festín donde La poesía se come cruda.
Como crudo nació el poema En los pies de la nostalgia, que le escribí a Jorge viendo bailar una danza contemporánea a la argentina Mirta Blointein, y que después continué con música de Piazzolla en mi departamento de la Colonia Roma, muy cerca del 303 de Durango 108, donde él viviera parte de su exilio en México: Qué sucede con la desesperación / que estalla en la pupila / no del que mira atrás interrogando / —¿dónde se petrificó el tiempo?— / sino del que dando vueltas en sí mismo / se fragmenta, se une y se levanta / para ser de los que no claudican —de los que sobreviven— de los que no se rinden nunca.
Desde el otoño y el aire citadino escribo estas notas de afecto marcado por la lluvia, pero: De esto ni una palabra a los carteros.
© Leticia Luna, 2012
http://www.oem.com.mx/elsoldezacatecas/notas/n2778804.htm