Entrevista realizada por el poeta argentino Jorge Boccanera al colombiano Roca, quien recientemente visitó Argentina. Allí, en Buenos Aires, tuvo lugar esta conversación entre dos poetas relevantes de nuestra América Latina.
Entrevista al colombiano Juan Manuel Roca: “El poeta pastorea sus abismos, sus fantasmas”
Jorge Boccanera
Lo fantasmal en atmósferas ligadas a la plástica, una ironía insolente y la voz de los excluidos, los “nadies”, son algunas marcas de la poesía del colombiano Juan Manuel Roca, uno de los invitados al IV Festival Latinoamericano de Poesía que acaba de realizarse en Buenos Aires, organizado por el Centro Cultural de la Cooperación.
En un diálogo con TELAM, Roca, narrador, periodista, poeta, autor de una profusa obra con títulos como “Luna de ciegos”, “Señal de cuervos”, “País secreto”, “Las hipótesis de nadie” y “Biblia de pobres”, haba de su infancia en Medellín, su idea del poeta como “pastor de abismos” y de una Colombia asolada por la violencia.
-Una galería de marginados recorren las páginas de sus libros: el el errante, el transterrado, el aguafiestas, el incierto, ¿son los excluidos, los impugnados socialmente, los “nadies”?
-De alguna manera sí, es el vapuleado. Dentro de esa categoría entran muchos ‘nadies’, desde el Ulises de “La Odisea” a los N.N., los desaparecidos de mi país, los que llenan las fosas comunes. También el hombre corriente, el fantasma de carne y hueso con el que nos tropezamos en una esquina. Es nuestro ‘nadie’ y nosotros su ‘nadie’.
-Aparte del Roca escritor y maestro en cursos universitarios, hay un Roca habitué de las calles, amante de la música popular, el fútbol, el billar. ¿Qué cosas del barrio se subieron a su obra?
-Muchas. Del potrero (a que nosotros llamamos “manga”) me queda la exaltación de la complicidad entre amigos que jugábamos fútbol, y la idea de libertad que da la calle. Eso aparece en mis poemas, sobre todo una manera de entender el lenguaje que, con sus códigos barriales, está cargado de lo metafórico. Ese argot barrial era como una niñez de la metáfora; un modo de hablar sin expresar las cosas directamente y que está muy próximo a la poesía.
-Una frase suya habla del poeta como un pastor de abismos, ¿podría explicar ese concepto?
-El poeta es sobre todo un pastor de dudas; pastorea esos abismos, sus fantasmas, para traducirse a sí mismo. En la medida en que lo haga, quizá llegue a habitar en los demás. En ese camino aparece una serie de vacíos, de abismos, que son los que intenta llenar el lenguaje.
-Algunos críticos han hablado de su obra como una poesía de “atmósferas”, ¿tiene esto que ver con su gusto por la pintura?
-Creo que sí, hay poema, míos que son muy coloquiales, argumentales, pero hay también un encuentro con la pintura de atmósferas, no tanto con las cosas figurativas. La diferencia entre poesía y prosa está por el lado el ritmo y las atmósferas. Hay pintores del habla como Georg Trakl, que escribe pintando; sus poemas parecen cuadros, sobre todo por las atmósferas.
-En el Modernismo el hablante poético el algo así como el intérprete del universo. ¿Ha cambiado esa voz del oráculo por un ser confundido en la multitud?
-Claro, la poesía va más despojada, descalza, desnuda, más minimalista si se quiere, buscando decir más con menos. Hoy el poeta es un hombre más entre los hombres que andan en la calle y se tropiezan con los fantasmas, más sembrado de dudas que de certezas. En esa medida hay algo que es común a toda la lírica moderna que es la ironía, el devorarse un poco a sí mismo como poeta.
-Precisamente la ironía juega un papel primordial en su obra…
-Pienso que la arenga, el puño cerrado, los ideologismos nos ha hecho refractarios a ese lenguaje que se volvió un tanto cansado. Pero si a eso mismo se le adosa la ironía, el humor, cierta dosis de escepticismo.
-¿Estamos en el “reino de la pasarela, las reinas de belleza y el desangre”, como señaló usted en una declaración reciente?
-Se han reemplazado espacios de reflexión de una intelectualidad pensante, fuerte; se acabaron los suplementos literarios. Se ha dado de modo premeditado, reemplazando todo por una cultura que no es cultura sino espectáculo: la ‘shakirización’ de la cultura colombiana. En esa convivencia pasamos de la telenovela de la ‘sicaresca’ al mundo de la pasarela, la moda.
-Esa “sicaresca” –término que reúne picaresca y sicario- ¿es un género artificioso impulsado desde las editoriales?
-Se ha vuelto un mal endémico propiciado por los sellos comerciales en general, no porque el tema no sea tratable, sino porque hay mucho regodeo, reincidencia, y una forma pérfida de abocarse a esos temas. También hay telenovelas de la ‘sicaresca’ como “El cartel de los sapos”, que siempre dan el punto de vista del victimario; las víctimas apenas son actores de un elenco de fantasmas. A los jóvenes se les presenta la disyuntiva de vivir 8 años de esplendor o 30 de miseria. A un chico de una comuna de Medellín le preguntaron sobre el futuro y respondió: “¿Futuro? Tiene más futuro la semana pasada”.
–Experto en las nuevas guerras, el analista Darío Azellini, escribió en uno de sus libros que durante el gobierno de Álvaro Uribe, Colombia era el laboratorio de las guerras privadas, ¿lo cree así?
-Me suena no solamente creíble sino verificable. Creo que Colombia ha sido un laboratorio del horror; un país estratégico por su situación geográfica y de una gran riqueza, con dos mares, tres cordilleras y una sola clase dirigente y corrupta. Siempre digo que en Colombia la guerra viene después de la posguerra; no hubo un momento de paz a lo largo de 60, 70 años.
–Un conflicto atravesado por el narcotráfico…
-Al problema básico de Colombia -la tenencia de la tierra– se le agregó la tenencia de la droga y todos estos factores de violencia -las agrupaciones, organizadas, estatales o paraestatales- se nutren de eso; paramilitares, ejército, guerrilla y por supuesto la delincuencia común, el narcotráfico como tal. Una sumatoria de violencias que es muy difícil que desaparezcan si no desaparece el negocio de esa guerra. Por otro lado, es imposible que esa realidad no se filtre a la plástica, a la poesía, aunque no va a aparecer expresado de una manera programática. En mi caso todo eso está atravesado a veces como pesadilla y últimamente con mucha ironía. En el arranque de la novela “La Vorágine”, en 1924, dice Eustasio Rivera: “Jugué mi corazón al azar y me lo ganó la violencia”; parece que nosotros jugáramos treinta 30 temas al azar y siempre nos gana el tema de la violencia”.
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