Carmen Cereceda: muralista chilena en México

carmen-cercedaIngrid Fugellie Gezan, Elizabeth Chávez Serrano, Santiago Ruy Sánchez, Gracia Zanuttini González, abordan la obra de esta artista que ha venido a México a desplegar su arte en los muros.

 

 

 

Carmen Cereceda: muralista chilena

Ingrid Fugellie Gezan
Elizabeth Chávez Serrano
Santiago Ruy Sánchez
Gracia Zanuttini González

 

Introducción

En el horizonte sin límites de lo que llamamos arte, algunas poéticas encuentran sentido en un cruce programático con ciertos trayectos de la historia, entendida como narración de las vicisitudes, los cambios y las construcciones culturales de las sociedades y los pueblos. Así, el espacio instituido por el muralismo mexicano en la primera mitad del siglo XX adquiere carácter paradigmático, a la vez que diferencia sus operaciones al interior de un concierto ecléctico de voces acalladas y productos declarados al margen, en el contexto de una estética pretendidamente universal.

El arte latinoamericano aparece en escena vinculado al desarrollo vanguardista europeo, y al entorno político, social y cultural del México de las revoluciones; de la fundación del estado nación;  y de los acelerados procesos de modernización económica, industrial, urbana, educativa y comercial llevados a cabo durante el siglo XIX.
Como en otros ámbitos de la cultura, las mujeres se hacen presentes en la escena del muralismo, colaborando con decisión y capacidad indudable en las distintas tareas de apoyo, organización y logística, para el desarrollo de ambiciosos proyectos de arte público orientado al consumo estético de amplios sectores poblacionales; pero también navegando por aguas propias, como es el caso de Aurora Reyes (1908-1985), las hermanas Grace (1902-1979) y Marion (1909-1970) Greenwood y María Izquierdo (1902-1955), por citar algunos nombres.

Ahora que el siglo XXI inicia su recorrido, Carmen Cereceda Bianchi, pintora chilena residente en México desde hace algunos años, nos recuerda que la vocación y el ejercicio del arte no conocen fronteras de género ni de geografía, al constituirse en territorios de libre tránsito, abiertos al despliegue ilimitado de los mundos extensos del espíritu, que son los mundos de la creación, de los encuentros con lo posible y del debate nunca resuelto frente a la belleza y lo perdurable.

A continuación, presentamos una serie de bocetos escriturales sobre la obra de la artista y el trabajo mural que realiza en México, señalando algunos rasgos que la caracterizan como ser humano excepcional. En conjunto, intentamos una reflexión sobre su condición de viajera incansable, por los territorios de la imaginación y el trabajo virtuoso con los materiales, la composición y las formas reflejo (como ella misma las llama), que articulan las narraciones visuales de su entrañable universo plástico.

 

Reflejos pictóricos de la realidad

El trabajo de Carmen Cereceda, en primera instancia recuerda las composiciones religiosas de algunos retablos, donde toman parte distintos personajes y se logra la unidad, a pesar de tanta riqueza y variedad de contenidos. Esta evocación de lo místico y ecuménico en sus pinturas, toma fuerza en la apreciación de un estilo de trabajo comprometido, que involucra de manera casi religiosa a la artista, tanto en las cuestiones básicas de la planeación conceptual, como en la cuidadosa etapa preparatoria y en el desarrollo virtuoso de la obra.
Los bocetos para mural, que constituyen la primera parte del rito de creación incluido en las manifestaciones monumentales de su arte, exhiben una labor rigurosa de planeación y ejecución y permiten observar una sólida estructura geométrica, enmarcando cada elemento del campo visual de manera armoniosa y dirigiendo la lectura.
Este relato muestra, como en los retablos, cierta jerarquización de los personajes; en este caso, la autora recurre a la composición, al ubicar en el plano gráfico zonas estratégicas que dotan de mayor importancia a sus elementos. Otro medio del que Carmen se vale para dar sentido a sus representaciones, es la diferencia de tamaños entre los componentes.

Estas claves, nos ayudan a ubicar el carácter simbólico de su pintura. Así, llama la atención cómo los elementos de gran tamaño que funcionan a manera de personajes protagónicos, generalmente son mujeres. Las protagonistas actúan como alusiones, ya sea a la naturaleza, a la patria, a la maternidad o a la propia mujer en sus distintos papeles, dotando de rasgos de ambivalencia a sus representaciones, pero también incluyendo elementos que les confieren fuerza y hegemonía en el contexto del cuadro. Esta observación podría dar testimonio de la identificación de la autora con sus personajes, desde la condición de mujer creadora e independiente.
Se puede percibir, de manera general, la presencia de raíceslatinoamericanas en su creación; la misma autora adjudica características del realismo mágico al tratamiento y temática que aborda, donde los rasgos culturales del mestizaje, así como su diversidad mitológica e histórica, aluden a tradiciones del mundo antiguo de nuestro continente.

Otra característica de su pintura, es el uso de espacios dinámicos y atmósferas propias. En estos entornos acontecen, al mismo tiempo, varios sucesos, lo cual marca una narrativa que, sin embargo, puede transgredirse por la vitalidad y el dinamismo de los personajes y sus acciones. Esta posibilidad, hace que los contenidos oníricos y fantásticos se acerquen a los reales, mediante una interacción compleja de los componentes del cuadro.
Los juegos cromáticos con que Carmen Cereceda refleja la realidad, se constituyen por una paleta de colores brillantes y puros, que llevan a la seducción de los sentidos, invitándonos a descubrir espacios fantásticos poblados de formas regularmente esquemáticas. La pintora argumenta que su manera de usar el color, obedece en parte al estilo de los primitivos flamencos, para quienes mayor volumen significaba menos color; concepción que adapta a sus propósitos de brindar en cada pintura una visión total de la vida.

Así, la autora procura en mayor medida el tratamiento de color, al posibilitar la luminosidad y hacer evidentes todos los elementos, a diferencia del volumen, que tiende a oscurecer algunos componentes. De esta manera, los colores llenos de fuerza que exhiben sus pinturas, llaman la atención del visitante y le formulan preguntas.
Los temas que la pintora aborda tienen completa relación con el lugar donde se exponen, destacando que no sólo se busca vincular el tema con el recinto, sino decir algo más sobre él, expresar sus ideas y con ello, dejar constancia de la percepción de algunas personas respecto de la situación en que viven.

Esto es posible gracias a que la artista acude a la historia, a los relatos, mitos y costumbres; a las percepciones e ideas actuales sobre los contenidos de sus obras; haciendo referencia a elementos propios del contexto que los rodea. Con esto, ofrece una visión fantástica de la vida, al mismo tiempo que real, al abordar cuestiones tangibles como el trabajo, los conflictos sociales y políticos, la ciencia, el mestizaje, el nacionalismo, la tradición, las raíces indígenas, la naturaleza y la condición humana en general.

Carmen asegura que su trabajo no es de demanda social, ni pretende ser fatalista; sin embargo, toca con fuerza las asperezas de la situación que trata, por la sinceridad y el compromiso que muestra en su labor de pintora. Esta contundencia en la expresión, puede ser resultado de la relación que tuvo con el quehacer artístico desde su nacimiento. Gracias al encuentro de su madre con el arte de posguerra, la educación de Carmen incluyó desde siempre una rica formación artística. Ella misma afirma: “yo nací pintora”.

A los 16 años de edad, realiza su primer mural titulado Los hombres de Chile, momento en que descubre que su vida estará necesariamente ligada a la pintura. Vivió una época de cambios importantes en su país, que la hicieron tomar firme conciencia y preguntarse cosas tan esenciales como ¿qué es vivir?, o definitorias como ¿qué es ser de derecha?, ¿qué es el pueblo?, cuestiones que le llevan a buscar e investigar y que forman en su espíritu artístico las bases de su legado pictórico, gráfico y muralista.

Para Carmen, el arte no es representativo sino recreativo; tenemos en ella a una creadora que nos hace mirar en direcciones diversas a través de la pintura; interesada por el arte y la sociedad y cuyo trabajo enfrenta al pensamiento. Nos lleva a otros mundos, nos sitúa en el propio, y nos invita a formular las mismas preguntas que la llevaron a su quehacer: ¿qué es la vida?, ¿qué es ser de derecha?, ¿qué es el pueblo?

 

Altares de la patria, tríptico mural del edificio de la SAGARPA

La artista nos saluda desde las alturas, el último nivel del andamio instalado en el lobby del nuevo edificio de la SAGARPA, en la esquina de Municipio Libre y Cuauhtémoc al sur de la ciudad de México. Unos segundos después ya se encuentra a nivel del suelo y nos presenta el muro al que le han encomendado llenar de vida y color, siguiendo el complejo proceso de elaboración que la vigorosa tradición muralista que conoce a la perfección lo dicta. Se trata de un muro que goza de estar expuesto a mucha luz natural y le da la bienvenida a cualquiera que acceda al edificio por la entrada principal. Carmen se siente muy cómoda en la alturas del imponente muro (5 metros de alto por 16 de largo), al que somete a una preparación de una cubierta de lino importado de Bélgica sobre madera dura; “nunca algodón”, asegura, teniendo presente que “el enemigo número uno del mural en México es la humedad, como los murales de Diego Rivera en Cuernavaca”.
Al preguntarle sobre su aproximación a este trabajo colosal, responde que prefiere cumplir la tarea ella sola: “los ayudantes no son suficientemente buenos”. Arremete que en sus tiempos para lograr ser ayudante, los aspirantes tenían que someterse a duras pruebas y exámenes. A lo largo de su carrera, sólo ha utilizado una vez este tipo de ayuda, sucediendo en Canadá, debido a la urgencia de terminar la obra a tiempo, manifestada por el alcalde de la ciudad.

Carmen trabaja todos las tardes, incluyendo sábados y domingos, desde las 4 hasta las 8 de la noche, siendo el momento de “menos bulla”,  el más tranquilo e idóneo para concentrarse. A principios de este año cumplió 5 meses de trabajo y tiene previsto terminar en 2010, para los festejos del Bicentenario.
El primer paso es realizar los bocetos; la manera de trabajarlos y su esmero la lleva a convertirlos en verdaderas obras terminadas, en el entendido de que la geometría rige rigurosamente el diseño de los mismos. El siguiente paso, es cuadricular el muro, actividad que impresiona a los funcionarios que la contrataron, puesto que la artista otorga a esta tarea todo el tiempo que su minuciosidad le impone. La pintora prefiere trabajar el mural con óleo, “el fresco no es para mi temperamento”.

En este proyecto, Altares de la patria,la relación entre temática y entorno es clara: es un recinto donde se tratan asuntos sobre la agricultura, la ganadería, el desarrollo rural, la pesca y la alimentación mexicana. En el primer panel, Carmen Cereceda alude a una “versión amorosa” del mito del origen del hombre-maíz, a la leyenda maya sobre la creación del hombre mesoamericano relatada en el Popol Vuh. Este fragmento evoca la continua exploración espiritual en la obra de la artista, al recurrir a la leyenda quiché en que los dioses crearon a los hombres de barro, resultando muy débiles e incapaces de alabarlos; se relata que luego de este intento, utilizaron la madera para formarlos, pero estos hombres eran imperfectos y sin sentimientos, por lo cual los convirtieron en monos; finalmente, crearon a los hombres de maíz, que fueron capaces de vivir y alabar a sus creadores. A partir de esta referencia, Carmen rescata el valor del maíz en las culturas prehispánicas, situándolo como fuente espiritual de vida. En el motivo central, el segundo panel, “La Patria” se encarna en una mujer que simboliza a la nueva patria después de la colonia, rodeada de plátanos, sandías, aguacates, calabazas y peces, haciendo alusión a las facultades de la SAGARPA.

Al pie de la composición, las raíces de un gran nopal son alimentadas por la sangre de dos soldados que pelearon por la independencia y se hayan heridos uno en brazos de una mujer y otro en pie de lucha. Para el tercer panel, sobre el México moderno, se tiene planeado hablar sobre el petróleo, tema que genera grandes expectativas al ubicarse como una problemática global. El boceto se encuentra aún en elaboración, pero promete ser, en palabras de su autora, “el más polémico”. Para ella, este mural constituye una visión sobre México. El objetivo, nos explica, es que la gente lo observe y piense “esto es nuestro”.
Al preguntarle sobre su preferencia por la expresión mural, la pintora nos explica que se trata de una rama social del arte detrás de la cual hay ciertas premisas que es necesario seguir. El mural debe armonizar con la arquitectura y verse bien desde todos los ángulos. En primer lugar, es importante insistir en el contenido colectivo y social del mismo. El muralista debe indagar sobre cuál es la función del edificio que alberga al muro en cuestión, hablar con la gente que lo vive.

Acompañada de su inigualable sensibilidad, Carmen se lanza a esta investigación sobre las múltiples dimensiones sociales, culturales y (ella diría) espirituales que concentra un muro, a punto de convertirse en una expresión mural. La segunda premisa es relativa a la creación de los personajes, muchas veces simbólicos. Éstos deben mantener una relación con el público y de la misma manera, una jerarquización que ella establece frecuentemente por las diferencias en dimensiones. Y tercero, “jamás una real perspectiva”, es decir, que “el muro nunca debe ser un enemigo”. Una manera de pelear con el muro, es usar perspectivas aéreas o paisajísticas que causan una impresión de desasosiego sobre el observador.

Al platicar con ella, nos cuenta gustosa una anécdota enternecedora que le sucedió durante una toma del edificio por parte de manifestantes, adquiriendo un lugar especial en la historia con tintes de leyenda que encontramos detrás de cada obra de la artista. Relata que, al irrumpir los líderes sin previo aviso, acompañados de ruidos de cohetes en la calle, la artista, aterrada ante un posible acto vandálico sobre su trabajo, miró a un campesino joven desde el andamio, quien percibió su desconcierto. Éste, sin dudarlo un segundo, afirmó: “No esté nerviosa, nosotros sabemos que usted está pintando para el pueblo” y la invitó a conversar con los descontentos.
El trabajo de Carmen quebranta cualquier opinión que cuestione el sentido de realizar un mural en una Secretaría tan criticada como la SAGARPA, contexto particularmente difícil para los campesinos. La artista sugiere no confundir la denuncia con lo que a ella le interesa, que es lo social representado en esos detalles, en esas sutilezas que hacen a un hombre identificarse con otros y conciliar proyectos y anhelos divergentes. Para Carmen, el mural es un constante diálogo con la comunidad. Algo que va más allá de la política o de cualquier ideología. Su compromiso es mucho más firme y ambicioso, trasciende fronteras y vaticina un futuro siempre ambivalente, encarnado en su vida y obra, sensible y gloriosa a la vez. Carmen muestra valor al afirmar el papel central del arte en la construcción de una humanidad pensante y crítica. Conversar con ella invita a dejarnos llevar por una búsqueda de la verdad, no como algo inmanente al acto creativo, sino como aquello que se descubre a fuerza de constancia y honestidad frente al otro, pero sobre todo frente a uno mismo.

 

Visitando a la pintora

Además de conocer a Carmen como artista, las visitas que realizamos a su casa nos permitieron conocer más sobre su persona y sobre el largo proceso que la llevó a ser quien es ahora. Lo primero que llamó mi atención, fue el hecho de que es una esteta en todos los sentidos de la palabra. El gran colorido que gusta de usar en su obra se puede apreciar también en su vestimenta. Anfitriona cálida, siempre nos tuvo listos algunos bocadillos. Eso sí, vegetarianos, ya que no come carne desde hace muchos años. Pudimos escoger entre una gran variedad de tes, bebida a la que también es aficionada. Nunca nos dejó ayudarla a transportar platos y comida, ni a limpiar la mesa. Fue así, que disfrutamos junto a un budín de tofu y té, largas entrevistas en las cuales nos contó diversas anécdotas. Entre ellas, hubo dos que me llamaron la atención.

La primera fue cómo conoció a Diego Rivera. La pintora nos cuenta cómo su decisión de venir a México la tomó debido al gran interés que sentía por el movimiento muralista. Y no sólo eso, ella llegó con la convicción de que conocería al Maestro y trabajaría con él. Esto me llamó inmediatamente la atención ya que uno rara vez sueña con conocer a su ídolo, pensándolo inaccesible y menos aún considera abandonar su tierra natal decidiendo que se trabajará con él. Cuenta paralelamente, que el mismo año que ella llegó a México Diego Rivera había viajado a Chile para asistir a un congreso y había quedado fascinado con el evento y con el país. Así fue como, una Carmen emprendedora, segura sí misma y de sus ideales se presentó un día en el estudio del Maestro decidida a conocerlo. Recuerda como al llegar y pedirle deliberadamente a la asistente que le permitiera verlo, ésta (la cual recuerda “era muy desagradable”) se lo negó con un tono de desprecio. Fue entonces, que Carmen, nada desalentada por el recibimiento, espero a que la asistente se distrajera para escabullirse, subir las escaleras, hasta encontrar el lugar en donde se encontraba trabajando el pintor. Al encontrarse frente a él, solo le dijo “Soy chilena y quisiera trabajar con usted”. Al escuchar el lugar de origen de su interlocutora, Diego se maravilló y la aceptó como candidata a ser su ayudante. Evidentemente tuvo que pasar por una serie de exámenes y duras pruebas, al término de los cuales quedó elegida.

La segunda anécdota que quisiera relatar sucedió años después de la primera. En esa época la artista se encontraba trabajando en San Miguel de Allende, ciudad en la que vivió durante algunos años. Una tarde trabajando, vio llegar a un señor, de aspecto humilde, el cual le preguntó: “Vengo desde Guanajuato a verla a usted, ya que conoció a Diego Rivera. Quiero que me diga si este revolver perteneció a él”. Y sacó de su bolsillo un revolver pequeño, muy hermosos, tallado. Al verlo, Carmen se sorprendió ya que nunca conoció a su Maestro como alguien que tuviera la costumbre de cargar un arma y le respondió que era algo que ella no podía asegurar ya que nunca le había conocido ninguna pistola pero que le explicara cómo la consiguió. El hombre le contó cómo siendo el dueño de un taxi en Guanajuato, condujo una noche a dos personas que al llevar a su destino, no tenían como pagarle. Enojado, ya que realizaba ese oficio para sobrevivir, les exigió que  le dieran algo a cambio de su servicio. Fue entonces, que le entregaron la pistola y un rollo de papel con unos “monos” pintados, añadiendo: “Nosotros trabajamos para Diego Rivera, es un pintor famoso. Si vendes estos objetos vas a ganar mucho dinero.” Fue por eso, que el taxista escéptico siempre se preguntó si la pistola (ya que el rollo con “monos” le pareció evidentemente basura) realmente había pertenecido a Diego Rivera. Encantada con la historia, su interlocutora le contestó que no podía asegurarle nada pero en el caso de que fuera verdad, sin duda los “monos” que él había despreciado valdrían mucho más que la pistola.

Estas historias fueron dos de muchas tantas que disfrutamos junto a la pintora en su casa. Me parecieron relatos dignos de recordar, sobretodo el segundo, ya que plantea cómo un mismo objeto, en este caso unos bocetos de Diego Rivera, pueden representar para una persona un tesoro invaluable y para otra, una simple hoja de papel digna de tirar a la basura. Todo esto, determinado por nuestro pasado. Esto, determinado por nuestro pasado y nuestro entorno. Además de conversar en casa de la artista, un pequeño departamento en el cual vive desde hace dos años, tuvimos la oportunidad de admirar sus cuadros. Pero lo que más disfruté, fue el tener la oportunidad de conocer además de su obra, lo bocetos realizados preliminarmente a cada pintura. Éstos, realizados a lápiz y describiendo hasta el último detalle de lo que iría en el cuadro, nos parecieron más que bocetos, obras acabadas en si mismas. El visitar a Carmen, fue, una experiencia grata, en la cual pudimos conocer su entorno y algunas anécdotas entrañables. Al irnos, siempre se despidió con un abrazo y nos pidió que regresáramos pronto.

 

El andariego

La posición correcta como andariego, como viajero en tierra extranjera,
no es cosa fácil de hallar, por eso tiene el significado de algo grande el acertar el sentido del tiempo.
“El andariego”, I CHING

Carmen Cereceda Bianchi es chilena y trashumante. Su carácter de viajera, suspendido ahora en un tiempo que seduce a la condición de pintora irrenunciable, ha hecho de ella un tipo de ser humano diferente. Destinada a construir de manera activa la identidad de mujer y artista, ha sellado con fuerza inconfundible cada uno de sus actos. Convicción, pero a la vez cautela; confianza en la propia capacidad y rigor de procedimiento; seguridad y reserva; seriedad y sentido discreto del humor.
¿Qué es eso que marca con tanta fuerza su aparente fragilidad?, ¿cómo consigue subir y bajar los andamios con tanta delicadeza y no abandonar nunca la decisión de atravesarlos?, ¿cuánto de ese esfuerzo se construye con un amor sereno por la tarea en la que se cree desde siempre?
Después de conocerla, no cabe duda de estar frente a un ser humano hecho de fuertes convicciones; una artista de la pintura sin el menor asomo de perplejidad; alguien que con el pincel en la mano y palabras plenas de sentido al hablar, construye un discurso por el cual intenta traducir sueños de transformación del mundo, su mundo.
Carmen, cuyo exilio permanente la libera de una sujeción inapelable a la tierra original, pinta en los muros con amorosa paciencia un horizonte cruzado por volcanes, personajes que descubrimos familiares en apariencia, leyendas de la creación no exentas de un claro sello onírico, acontecimientos históricos, dramas de la desigualdad, la miseria y la opresión.

Su trabajo mural bordea la tierra, no la acapara; los límites de los espacios dibujados por su mano lúcida, aparentemente acotados, siempre encuentran intersticios y pasajes, una especie de salir-entrar, subir-bajar y adentro-fuera escherianos transitivos, inefables, difíciles de ubicar con precisión.
La pintura es su tierra; sus convicciones, los emblemas que fortalecen una vocación que se actualiza; el carácter empecinado que la conduce, como al andariego, a buscar el sentido del espacio-tiempo que recorre: orientación y traza segura en desplazamientos y peligros cambiantes.

Como sentencia El libro de las mutaciones, no es fácil hallar la posición correcta en tierra extranjera. Pero no creo equivocarme si afirmo que Carmen, una pintora que en realidad pertenece al mundo, ha descubierto no sin dolor el enclave esencial que le permite ver a la tierra tal como es, y no por ello dejar de soñarla diferente.

 

Ingrid Fugellie Gezan. Catedrática del Área de la Comunicación y la Arquitectura. Universidad Intercontinental.
Elizabeth Chávez Serrano. Pasante de la Licenciatura en Artes Visuales. Escuela Nacional de Artes Plásticas. Universidad Nacional Autónoma de México.
Santiago Ruy Sánchez de Orellana. Pasante de la Licenciatura en Antropología Social. Escuela Nacional de Antropología e Historia. Instituto Nacional de Antropología e Historia.
Gracia Zanuttini González. Estudiante de la Licenciatura en Diseño Gráfico. Universidad Anáhuac.

 

 

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