Emerge de una generación ávida de nuevos horizontes y de búsquedas formales, Claudia nos ofrece aquí poemas que dan fe de la sensualidad y la exploración auditiva, visual.
Claudia Puente Navarro
(Ciudad de México, 1975)
Poeta. Licenciada en literatura y ciencias del lenguaje, egresada de la Universidad del Claustro de Sor Juana. Ha publicado Cielo lícito, la muerte (Parque Lira, 2000), traducido al rumano en Convorbiri literare (2002), antologado en Espiral de los latidos, (Conaculta, 2003), TunAstral (2004), Oráculo de poesía (2004), Anuario de poesía mexicana 2005, (Fondo de Cultura Económica), Anuario de Jóvenes creadores (Fonca, 2006). Becaria de los apoyos Artes por todas partes y Jóvenes Creadores del FONCA, en el área de poesía. Promotora literaria en instituciones públicas y privadas. Fue Coordinadora de Literatura en el Instituto de Cultura de la Ciudad de México y Coordinadora de Salas de Lectura del Distrito Federal del Programa Nacional Salas de Lectura; así como Coordinadora Nacional de Capacitación de dicho programa en la Dirección General de Publicaciones, del CONACULTA.
Réplica de vagón
Los otros
La parte ajena de mi cuerpo
Pero me toca
Sin palparme
Me punza
sin latirme
la que respiro y me respira
mi otra célula
cabeza con cabeza
un solo cuerpo
bermeja la piel
un solo mando
la velocidad
un solo trayecto.
Quizá estemos yendo juntos al sol
El amanecer de los órdenes
Me metí a un banco de peces mucho más elaborado
peces de lustrosas pieles, estampados diversos, en engorda
reventados pulcramente en los dientes de sus dueños.
Cacería inevitable en el amanecer de los órdenes.
Pues el pez con la velocidad se siente intrépido
cubista, carimúltiple
atleta
cualquiera que lo disienta será Botero
El llamado al cardumen de ciegas vistas
de sordos rostros, de mudas habitaciones
suave, imperceptible en el tráfico de las calles.
Largas playas submarinas por andar
después de esta pasarela interminable.
Sabremos por los tránsitos de las pupilas quien haya perdido la cuenta
quien se haya elevado, salido del agua
muerto
aquí en la retícula de las pantallas.
Muy pronto habrá de saltar el pez la ausencia del agua
buscar el charco o definitivamente convertirse en pájaro
cambiar el agua por el aire
las aletas por las alas.
Mojones de espuma seca al viento,
trémulos esqueletos de hojas,
viajamos fijos, en celeroso cardumen ajeno.
Portamos armadura transparente y callada
al tránsito, al contagio, al encierro.
Nervadura cristalina y pudorosa
frágil filigrana de una brasa que nos fija
dentro, como alfiler a un insecto.
En el Metro un grito retenemos por los ojos
cuando pasa el vendaval pregonero.
Evadimos la mirada,
para evitar se nos arranque la materia.
*
Un cuerpo dormido en el cardumen
es ropa tendida al sol, colgada
como fruto zarandeada,
cascabeles titilantes que socorren al aire
al flujo de celosías disecadas
cuerpos de nopales al fuego,
tórridos panales
tránsito y contagio urbanos.
*
Cuando pétalos son párpados o manos
que cubren senos con las cuencas,
el cardumen halla luz entre membranas
de cautivos tristes y despiertos.
De una a otra ribera, el sueño
un cauce donde ríen colegialas
vaivén del cabeceo,
despertar enloquecido,
soporoso abondono
clausura y goce del voyeur.
*
Una piedra dentro de una almohada
sostenida por un castillo de piedras
armadas
pendientes
amadas
caen cuando el viaje frena en la parada.
Después de este poema sueño a México como jugo de limón escurrido
entre las manos antes de ingerir una jícama con chile
La misma pepita
en paquetitos con limón y picante
es aquella con sal y pimentón
con salsa de soya o mundo:
pan y patria mentidos.
Nos comimos la vida estorbada
apretujada en camiones, sudada la pluma, el pelo, el graznido
arañados los ojos con la reja
testigos mudos, abnegados, espléndidos.
Los hemos visto enrolladas las patas
amontonados los cuerpos
como naranjas amarchantadas
así los ojillos inocentes
todavía expectantes del alimento que no llega
del prado cerrado al apareamiento, a la caza, a la carrera.
Al menos el fruto por inmóvil mantiene su vida apegada
al movimiento serpenteante de las ramas
al vaivén del viento a su libertad de agua.
Aunque envenenada la semilla, el pan y la patria
—rencillas que desdeñaron la tierra
que traicionaron a nuestros abuelos por más monedas—
el vegetal antes de la hoz posee un diálogo para compartir en la mesa
un mensaje de agua y viento y sol y tierra.
Un pollo al orange, frito a la Kentucky, zurcido cordonblue
jamás denuncia la jerarquía de los estantes
la jaula, la escala apilada de las eses:
El primer pollo come almácigo
el segundo, sus desechos
el tercero, los despojos del segundo
el cuarto, un caldo de abandono y desprecio
pero inconsciente
la imposición de la casta, la victimización
cada uno en diez centímetros cuadrados
pero no sienten.
Y los vimos en la carretera
despeinada la carne que en el rastro será sacrificada
ya bajo las inyecciones de engorda
bajo el cebo que habrá de explotar en la coronaria, en los sesos.
Ya las mamas enfermas de mastitis
aumentado el cartón de leche con pus
el maná de nuestros niños con el críptico dolor de la vaca
purulenta inflamación en el bolsillo de los empresarios.
Celeroso cardumen ajeno, no es mercancía la que se apretuja
son nuestros lenguajes, nuestras relaciones, nuestros poemas.
Con este sustento el padre imagina y nutre el embarazo
procura el empleo.
Con ese caldo la madre alista el desayuno
guarda el calor del cuerpo.
Con sudor y sangre del miedo
con las sustancias de comercio del cerdo
se nutre la inercia de padres y de patrias
que en su producción asemejan su alimento.
Réplica semitelevisiva
—Callados, no suelten las voces que encierran a nuestros hombres:
Pon tu vida en peligro. Toma posiciones. Dispara por nosotros
Si tu cuerpo acaba hecho trizas, te cuidaremos en un hospital.
Te daremos un poco de dinero. ¡Qué diablos! Hazlo.
138 heridos y 300 muertos
438 huevos de luz vueltos a la oscuridad.
Saqué de ella tus dedos fuera del gatillo
Con cuidado los puse sobre las canicas de tu infancia.
El sol te sonrojaba la nariz.
De nuevo diosito permitió que balearan a tu hermano.
A rastras jalé tu impotencia hacia la madre
Honda, plácida, ninguna, cierta.
Me amé por sentir el sol en el pecho.
Un futbolista asesinado
Antes de que corriera el veneno del televisor
lo impregné en el terciopelo negro del telón.
Tras bambalinas en el foro
La nada radiante, voraz.
Un hombre descuartizado en una bolsa plástica
En lo ebúrneo del fondo, la posibilidad.
El poder de todos los filamentos que somos.
En un cuadro blanco que encuentro
enhebro de nuevo la ventana.
El sol no reconoce la lucha
ni los odios de la esquina.
No siempre los vuelve a las tristes piernas del foro
se quedan entre nosotros vagando, vendiéndose.
¿Sabes dónde están las gotas de rocío que bajan por una telaraña de sol?
En las mismas cuerdas que atan al títere y lo mueven.
No hay víctimas
Amor
No son desechables, han nacido para dejar de serlo.
¿Cómo enumerar las huellas de cada garra del jaguar en la piel?
En la suya pululan millones de estrellas, la voz más alta del cielo.
Pericias para extinguir el teatro.
Cuando pares.
Cuando te quedes vacío.
Sujétalo
Arranca su trazo escénico
Sin espectador, no hay teatro.
De violencia y fulgor
Cuando se mate a la última codicia
no te aflijas en vano.
Asume esta tristeza de esplendor sacrificado.
De violencia y fulgor, el alimento del hombre.
Antes del supermercado, el dolor de la carne.
Recuerda cómo acertar en la entraña del pez
cómo se extingue su fuerza al picarlo
cómo pisarle la cabeza si no muere:
Un momento completo:
Aceptar que la vena se rompe
que el corazón colapsa y para.
Fragilidad del que apetece y mata.
De listones dorados con motas azules
ondeando dentro del mar
de una vista clara y mineral
de una feliz rapidez por corrientes acuáticas
de ágiles y acróbatas giros
del grito ahogado bajo la sangre del anzuelo
de agallas desgarradas, de cerebros perforados,
el alimento del hombre.