Tamayo, uno de los teólogos españoles más lúcidos y progresistas nos ofrece su visión y sus conocimientos sobre la renuncia de Benedicto XVI al Vaticano. Sobre Joseph Ratzinger pesan no sólo sombras de su pasado, digamos alemán, sino también de su papel en la puesta en escena del integrismo católico.
DE GUIONISTA DE JUAN PABLO II A PROTAGONISTA
Juan José Tamayo
Cuando el teólogo Joseph Ratzinger fue nombrado arzobispo de Munich en 1977 tuvo que abandonar el ejercicio de la teología. Él mismo lo confesaba: Me estaba enfrentando a dos grandes proyectos (teológicos), ninguno de los cuales sería después realizado a causa de mi nombramiento episcopal… No estaba llamado a terminar esta obra. En efecto, apenas estaba empezándola, fui llamado a otra misión”.
A comienzos de la década de los 80 se hacía cargo de la Congregación para la Doctrina de la Fe y, durante casi un cuarto de siglo, fue el guionista de la obra teatral que representó Juan Pablo II durante su largo pontificado con notable éxito en todos los escenarios: nacionales e internacionales, políticos y religiosos, sociales y culturales. El guión está escrito en el Informe sobre la fe, que recoge la entrevista del periodista Vittorio Messori al cardenal cuando era presidente del ex Santo Oficio, que se abre con dos citas periodísticas de perfiles contrapuestos del mismo personaje: Una: “Un típico bávaro, de aspecto cordial, que vive modestamente en un pisito junto al Vaticano”. Otra: “Un Panzer-Kardinal que no ha dejado jamás los atuendos fastuosos ni el pectoral de oro de Príncipe de la Santa Iglesia de Roma”. ¿Cuál de las dos ha prevalecido durante su pontificado? Yo creo que la segunda.
En el libro-entrevista mostraba su desencanto ante “las exageraciones (posconciliares) de una apertura indiscriminada al mundo” y “las interpretaciones demasiado positivas de un mundo agnóstico y ateo”, y proponía como alternativa un programa de restauración que recuperara el equilibrio de los valores en el interior del catolicismo y excluyera la reforma: “La Iglesia de hoy –afirmaba citando a Juan Pablo II- no tiene necesidad de nuevos reformadores. La Iglesia tiene necesidad de santos”. Y entre tales colocó a su predecesor el 1 de mayo de 2001 elevándolo a los altares como beato. Era un mensaje contrario al Concilio, que había defendido la reforma de la Iglesia. Ratzinger expresaba su confianza en los nuevos movimientos eclesiales de tendencia conservadora, y, algunos, integrista: “Movimiento carismático, Comunidades Neocatecumenales, Cursillos, Movimientos de los Focolaris, Comunión y Liberación”. Durante su pontificado ratificó dicha confianza. Se olvidaba de las comunidades eclesiales de base, los movimientos apostólicos de la Acción Católica, las Congregaciones religiosas fieles al Vaticano II y comprometidas con los empobrecidos, etc.
Tras la muerte de Juan Pablo II, los cardenales, interpretando la voluntad de Juan Pablo II, eligieron papa al cardenal Ratzinger, quien pasó de guionista a actor e intérprete de su propio texto. En la misa de apertura del Cónclave reescribió su programa en un memorable discurso contra la dictadura del relativismo, que hizo perder las esperanzas de cambio y apertura en el nuevo pontificado.
Durante los casi 8 años de gobierno, Benedicto XVI ha sido fiel al guión que escribiera años atrás, sin desviarse un ápice, y si lo ha hecho ha sido para virar hacia el integrismo. Efectivamente, todo lo que no se atenía a su programa restaurador era considerado relativismo y condenado: la teología de la liberación, la teología del pluralismo religioso, la teología feminista, la teología moral renovada, incluso la teología del concilio Vaticano II, numerosas Congregaciones religiosas, sobre todo femeninas, defensoras del sacerdocio de la mujer, etc. Ha seguido excluyendo a las mujeres de los ámbitos de responsabilidad. Ha roto los puentes de diálogo con las religiones, con el islam en el discurso de Ratisbona y con las comunidades indígenas en sus viajes a América Latina y África. Cuando le estallaron en las manos los grandes escándalos, como la pederastia, las intrigas vaticanas, la corrupción instalada en la cúpula de San Pedro, no fue capaz de darles la respuesta adecuada. Lejos de estar abierto a los desafíos de nuestro tiempo, dio respuestas del pasado a preguntas del presente. Lejos de caminar por la senda del diálogo, optó por anatema. Se equivocó de siglo.
Juan José Tamayo es profesor de la Universidad Carlos III de Madrid
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