El teólogo español, a quien muchos consideran incompatible con la fe cristiana por su afán cuestionador y su demanda de modernización de la Iglesia, reflexiona sobre la elección de este cardenal argentino como máximo representante del Vaticano.
PREGUNTAS ANTE EL NUEVO PAPA
Juan José Tamayo
14 de marzo de 2013
La fumata blanca acaba de anunciar que los 115 príncipes de la Iglesia católica reunidos en cónclave han elegido en la tercera votación como nuevo papa al cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio que ha tomado el emblemático nombre de Francisco, quizá en referencia a Francisco de Asís.
De los cónclaves que he conocido en mi mayoría de edad este ha sido el que ha contado con un seguimiento con mayor carga de ansiedad por católicos y no católicos y en un desmedido estado compulsivo por parte de los medios de comunicación, laicos o confesionales. Ansiedad y compulsividad que responden, sin duda, al deseo de liberarse de siete lustros de Iglesia instalada en el neoconservadurismo y el integrismo de los dos últimos pontificados, y a la necesidad de iniciar un periodo transición, más aún, de reforma o de cambio radical o, al menos, como pedían algunos cardenales antes de entrar en el Cónclave.
Sería una temeridad hacer una valoración sobre el nuevo Papa, ya que carecemos de información suficiente. Pero sí es podemos plantear algunos interrogantes a los que esperamos vaya respondiendo en los próximos días al presentar su programa.
- ¿Volveremos a disfrutar de la estación de la primavera en la Iglesia católica, como sucedió con el carismático Juan XXIII y con el Vaticano II, o seguiremos sufriendo los rigores de la larga invernada que se instaló en el Vaticano poco después del concilio?
- ¿Contribuirá el nuevo Papa a devolver a los creyentes de las diferentes Iglesias cristianas y a los no creyentes de las distintas ideologías la esperanza en “otra Iglesia posible” o seguirá instalado en el anacrónico modelo católico romano y tendremos que abandonar, como a la puerta del infierno, toda esperanza?
- ¿Seguirá apoyándose solo en los movimientos y teólogos neoconservadores, que le aplauden en las Jornadas Mundiales de la Familia y de la Juventud y glosan elogiosamente sus documentos, en las intrigas de la Curia y en el poder del Instituto de las Obras de la Iglesia, o escuchará a los teólogos de la liberación y del diálogo interreligioso, a los movimientos de mujeres, a las teólogas feministas?
- ¿Tendrá como referente ético la opción por los excluidos y como prioridad la iglesia de los pobres, como fue la voluntad de Juan XXIII al convocar el Vaticano II, o se instalará en la moral católica interclasista y se apoyará en una jerarquía aliada con el poder del dinero?
- ¿Seguirá el principio evangélico de que no se puede servir a dos Señores: a Dios y al Dinero o continuará pendiente de los movimientos de la bolsa para sacar rentabilidad de sus riquezas, que no reparte entre los pobres?
- ¿Caminará por la senda del diálogo intercultural, interreligioso, interétnico, en busca de unos mínimos éticos y del bien común de la humanidad, o seguirá creyendo que “fuera de la Iglesia no hay salvación”?
- ¿Echará un velo de silencio sobre la corrupción, los abusos sexuales, las operaciones económicas irregulares, la alianza con los poderes financieros, las luchas de poder, las deslealtades, impondrá el secreto sobre los informes que describen detalladamente las patologías del Vaticano, o los hará públicos en un ejercicio de transparencia, del que la Iglesia católica no ha sido precisamente ejemplo?
FRANCISCO Y LA IGLESIA DE LOS POBRES
Juan José Tamayo
La elección del cardenal Bergoglio como nuevo Papa, su procedencia argentina y el nombre elegido, Francisco, constituyen tres claves importantes que nos permiten ofrecer unas primeras reflexiones sobre las expectativas que puede generar no solo en el seno del catolicismo, sino en el mundo entero.
Con esta elección América Latina, el continente con cerca de 500 millones de católicos y católicas, adquiere el protagonismo que le corresponde en la Iglesia. Por primera vez en la historia del cristianismo el Tercer Mundo adquiere la justificada y merecida visibilidad, se coloca en el centro de la escena eclesial y se hace presente en el Vaticano, que en épocas anteriores apenas le prestó atención y en algunas ocasiones se mostró beligerante con él.
América Latina es la cuna de la teología de la liberación, de las comunidades eclesiales de base, una de las manifestaciones más vivas del cristianismo de todos los tiempos, de las Conferencias Episcopales de Medellín y Puebla, donde toda la Iglesia latinoamericana pasó del cristianismo, primero conquistador, después colonial y luego desarrollista, al cristianismo liberador que hizo de la opción por los pobres el imperativo ético y recuperó la fuerza profética de Jesús de Nazaret y de los misioneros que, como Bartolomé de Las Casas, Antonio Montesinos y Antonio Valdivieso, defendieron la dignidad y los derechos de los indígenas y el diálogo intercultural e interreligioso.
En América Latina se hizo realidad de manera ejemplar la Iglesia de los pobres, siguiendo la orientación de Juan XXIII: “La Iglesia de Cristo es la Iglesia de todos, pero para los países subdesarrollados es la Iglesia de los pobres”. El nuevo Papa es buen conocedor de dicha Iglesia y, a través de sus responsabilidades pastorales, ha participado activamente en su desarrollo. Esto permite albergar la esperanza de que desde el Vaticano aliente el compromiso por la liberación de las personas, de los grupos humanos, de los pueblos latinoamericanos y de los países del Tercer Mundo sometidos a la explotación del Primer Mundo.
El nombre elegido, Francisco, el primero que utiliza un Papa en la larga historia del cristianismo, muestra su intención de seguir el espíritu de Francisco de Asís renunciando a todo tipo de ostentación y caminando por la senda de la pobreza y, así, hacer más creíble el mensaje de las Bienaventuranzas, que constituye la mejor herencia de Jesús de Nazaret y es la Carta Magna del cristianismo, con frecuencia olvidada y apenas puesta en práctica, salvo en los movimientos proféticos.
Para llevar a cabo tales intenciones y propósitos, el nuevo Papa no puede apoyarse en los movimientos neoconservadores, que miran al pasado y reproducen un cristianismo preconciliar, como han hecho los papas anteriores, sino que ha contar con las fuerzas eclesiales vivas que miran al futuro y trabajan por “otra Iglesia posible” en el horizonte de los movimientos sociales comprometidos en la construcción de “Otro mundo posible”. Ello requiere un cambio estructural, que ya diseñara el teólogo Karl Rahner en el libro Cambio estructural en la Iglesia publicado hace cuarenta años y que conserva hoy la misma actualidad, o mayor si cabe, que cuando fue escrito.
EL PAÍS, 14 de marzo, 2013
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