Vicente Muleiro, Argentina, 1952. Los goliardos

jorge-boccaneraJorge Boccanera advierte que lo gracioso suele ser mal visto en su Argentina natal, pero Muleiro navega contracorriente y pone la jodienda, lo jocoso, lo celebratorio como principio vital.

 

 

Nuevo libro de Vicente Muleiro: Los Goliardos
La vida y la parranda*

Jorge Boccanera

“Salud a la cofradía/ trotacalle y trotamundo/ todo nos falta en el mundo/ todo menos la alegría”, decía en tono festivo Juancito Caminador, el cantor, el alter ego de Raúl González  Tuñón. En esa línea de gozo,  de jolgorio y jarana se ubica este nuevo libro de Vicente: Los Goliardos, que se suma a una obra abierta a varios géneros, y sustentada en poesía en títulos como Pimienta negra, El árbol de los huérfanos y Ondulaciones.Este nuevo libro alude específicamente a esos estudiantes y clérigos que en la Edad Media vagabundeaban a la búsqueda del placer, desafiando el miedo al ridículo, el empaque, la tiesura. Los acompañan Blaise Cendrars (“No queremos ser tristes, es demasiado fácil”), y W. Blacke (“El camino del exceso lleva al palacio de la sabiduría”).

Vicente Muleiro
Vicente Muleiro
Dividido en dos partes, Los Goliardos inicia con un aire de cuento infantil y un tono zumbón que elude lo dramático; el carácter hedonista de estos goliardos simboliza, de alguna forma, aquello que está por fuera de lo convencional, lo marginal, lo establecido. El temaresalta los espacios de celebración, la dimensión lúdica y por tanto, la libertad; en la línea del clamor jubiloso de Whitman, el desparpajo de Villón, la bohemia de Vinicius de Moraes, el delirio de los discursos de Norah Lange en los banquetes del martinfierrismo, el humor del mexicano E. Huerta (autor de un manifiesto nalgaísta), las óperas bufas del nicaragüense José Coronel Urtecho y la poesía de una de las voces que Muleiro conoció y admira; aquel Manuel J. Castilla que escribió: “Me dejo estar sobre la tierra porque soy el gozante…si alguno me tocara las manos, se iría enloquecido de eternidad”.

En el poema “sobre esta fiesta” dice Muleiro: “Sobre este baile rondan carroñeros/ ¡pues bailemos, bailemos!”; sucede que en Los Goliardos  “todos bailan” (como diría Tuñón), y se vuelven cronopios, y se transforman en esos poetas aztecas que celebraban con cantos floridos sus deleites y hazañas de guerreros; así el “canto a la alegradora”, acompañado con tambores, cascabeles y festejos populares. En ese sentido se ubica en las antípodas del escritor agrio, de ceño fruncido, tan alejado de la experiencia vital, que en su reverso tiene a un Julio Cortázar sin sangre de estatua –como alguna ves se autodefinió- entregado a lo lúdico, al festejo, al juego de experimentar (el narrador aseguraba que los niños juegan en serio); también al desenfado de un Juan Filloy y ese Macedonio Fernández que esgrimía el estilete del absurdo en  sus cavilaciones patafísicas -alguna vez, refriéndose al ninguneo a que estaba sometido Macedonio, expresaría Oliverio Girondo: “Argentina es un país donde lo gracioso es mal visto”.

los-goliardosAl reivindicar esos espacios de “jodienda”, Muleiro se planta frente a la impostura, esa gestualidad que es mera apariencia y que guarda una cuota de prepotencia que es distancia con el prójimo, búsqueda de dividendos en base a una pose, el talante de gravedad, de solemnidad. Alguien dijo que una persona que no tiene humor, no puede ser seria.  

La fiesta nos comunica con raíces profundas, nos participa de aquello que germina en lo más profundo como solidaridad orgánica entre los seres y las cosas, nos metamorfosea con todo. Los Goliardos reivindica el placer, la carnavalización, la fiesta de los compinches que solo puede darse en un clima de una reciprocidad que restituye lo humano, tal como lo dice el poeta en su poema “Tremolaban”: “que tremolaban/ en hamacas del aire…cafeses y traguitos, musiquitas/ a una cuadra del mar/ pa’que todo volviera a ser tan mundo”.  
Una de las herramientas sostenidas de Los Goliardos es el ritmo que por momentos complementa la imagen; como si paralelamente al sentido del poema, el lector pudiera percibir la imagen de un grupo de amigos abrazados, bailando y bamboleándose con una botella en cada mano. Esta respiración acompasada es una de las características de la poesía de Muleiro desde su primer libro Para alguien en el mundo estamos lejos, editado en un lejano 1976. En esa dirección, el poeta apela en este libro a juegos fónicos, ejercicios de fragmentación y palabras desmembradas. Otro elemento es la ironía, un humor soterrado, a veces con un sesgo amargo, discepoliano como cuando dice: “no te niegues, lo que nunca serás”, con cierta contiguidad a aquella transitada vergüenza de haber sido…  
Por su parte hablante -a la manera de poetas sustanciales de las últimas décadas en América Latina- se ubica lejos del poeta-oracular intérprete del universo, predestinado e indagador de doctrinas secretas acercándose al hombre cotidiano, sumergido en la multitud, habitando espacios movedizos, precarios.    
El lenguaje de Los goliardos, armado entre la imagen y el coloquio urbano, se torna un tanto más aporteñado en el decir ladeado de la segunda parte del libro,Junturas”, título que alude a lo que agrupa, congrega, hermana. Se habla desde un “nosotros”; dice el poeta: “vamos hacia la noche tan gloriosa”, con las “buenas palabras” las que cantan más; y nos convoca contra los cuervos de alas fúnebres, los carniceros agrios, contra esa muerte, que es “esa velocidad de los perfumes”. Al manejo de lenguaje y a una acompasada respiración, se suma en este libro inusual en el mapa de nuestra poesía, una mirada del entorno que se traduce en empeño y parranda; es la vida que corre a sombrerazos a los buitres y los manda a “tomar lodo al lago de los cisnes”. Es la vida con una consigna: que nunca dejemos de bailar.

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Jorge Boccanera

*Texto de la presentación de Los Goliardos en el centro Cultural de la Cooperación, 6 de noviembre de 2012.

 

 

Un comentario

  1. Ramón "Lungo" García