César Arístides nos aproxima a la lectura de este poemario del sonorense (1945), quien hace un recorrido por una geografía interior y genealógica en esta obra publicada por La Otra.
Juan Manz o la búsqueda del sentido poético*
César Arístides
Dispensario es una bella continuación de sus reflexiones, compuesto por una serie de poemas fragmentados, recurre a la experimentación y a la melodía para seducir con sus cantos. Odas de viaje e introspección, de alumbramiento y travesía, los versos dialogan con el frío, descifran el misterio de las zonas remotas al tiempo que anhelan la voz en los escenarios contemplados: “Porque el hielo/ cima las montañas/ y cuelga/ sus hamacas blancas/ entre ladera y ladera/ escurre/ reboza el glaciar/ que pisaremos/ congela el aluvión/ de espíritus azules/ y almas blancas/ que ya nos velan/ subhieláneos a distancia.”
Cada poema es un vuelo para cercar el destino y dar con la semilla de la identidad. En el poema “Alaska”, la travesía es mirada que apresa el frío y el espacio para escribir la remembranza, así lo advertimos en la cita anterior, en la que hielo, montaña y baja temperatura hablan de una contemplación ardiente en el frío, de una mirada atenta al paisaje para develar la duda existencial; en la siguiente estancia: “Library”, los versos son un pretexto para hablar de la escritura y sus hallazgos, a partir de la lectura de Eliot. Manz medita sobre el súbito encuentro de una biblioteca en un barco, elabora una serie de variaciones sobre lo escrito y lo aprehendido: “Ahora/ para lo que quiero expresar/ propongo/ la siguiente analogía:/ a cambio del río interior/ a que Eliot se refiere,/ presumo tener/ en este largo pasillo/ que me trajo/ a esta pequeña librería/ al río de mi otro/ y en esta ocasión/ sin tiempo/ a quien escribe este poema.” El otro es el que escribe, pero también lo es el poema, el otro es quien lee/ escribe, para hacer de la metapoética una voz serena; el otro lee y se escucha en un barco, pero también el otro es el poeta en un espejo, Eliot y la divagación, Manz y los versos que nacen de ella, una espiral de versos, girar de palabras para decir al otro. Juan Manz es el otro, el cantor en cuerpo de palabras de otro, Eliot es el aeda despertado de un sueño etéreo por el poeta Manz, y tanto la invocación, como la reflexión elevan versos de búsqueda y contrición.
Juan Manz es también un lector devoto de Walt Whitman, por esta razón no podían faltar en estos paseos el diálogo vivo con el poeta de la esperanza, y en “Última cruzada” pregunta al capitán sobre las fatigas y batallas del espíritu, lo convoca y dignifica su legado. El capitán de Whitman es para Manz el poeta que acompaña sus divagaciones, el invocado es comparsa en travesías, viento que dicta el rumbo y el sentimiento necesarios: “Oh capitán… mi capitán…/ nuestro brumoso viaje ha terminado…/ …/ Quiero decirle que casi ha ganado –con ésta-/ una cruzada más/ para su honroso historial/ como marino/ …/ Y que a pesar de que nunca/ apareciera en la cena formal/ a que fuimos convocados a su nombre/ le estamos muy reconocidos/ por traernos de regreso.” Por traer de regreso al poeta que dialoga con su mentor, retornar al ave que dejó la tierra, al hombre que se aleja de la cotidianidad y se encuentra en la invocación, en los recuerdos. Así es el regreso, el retorno al verso y al poema, a la atmósfera de añoranza que se agradece por traer al capitán mítico, a la canción celebrante, por traer de vuelta a la poesía.
Dispensario es un cuaderno de viaje, una bitácora y un ensueño, despertar de ánimas y reflexión sobre los trabajos y los días poéticos. El viaje para Juan Manz es perpetuo, circular e insistente, así regresa al terruño donde canta el desierto, o a Europa donde brotan sus orígenes, a los cielos ajenos que le traen el recuerdo de su padre: “Otra vez aquí/ Padre/ ahora camino a Lucerna/ recordándote/ …/ haciendo mías/ las preguntas/ que no te hice cuando niño.” El diálogo con el padre avanza con el viento, transporta un dolor muy leve, sutil, parecido a una oración, pero también es estrechar la mano a la imagen añorada, al ser que se yergue en la memoria. Y después del llamado de la sangre (“Aires de añoranza”), el poeta se despide con “Salut au Whitman”, sella el círculo, las travesías, y deja en suspenso la búsqueda del poema y de la identidad, pregunta al poeta (a él y a Whitman) qué mira en el horizonte, qué paisajes y palabras, agradece al poeta el entusiasmo y el rumbo señorial: “Tú me enseñaste,/ Walt Whitman,/ a amar la poesía,/ a desprenderme de prejuicios/ que pudieran reprimirme,/ para volar a plenitud la noche misteriosa/ de mi alma y de mi cuerpo…”
Dispensario, prologado con esmero por Martha Canfield, reúne señales de viajero y alabanzas que nacen de la travesía, armado con una serie de poemas que buscan la voz y el misterio del poeta exaltado, la indagación preclara en mares y memoria se vuelve un sentimiento nostálgico en busca de los rostros y la tibieza de los recuerdos para saber de nuestra estirpe.
Dispensario de Juan Manz, Editorial LA OTRA, Escritores de Cajeme, A. C., Col. “Temblor de cielo” México, 2012, 88 pp.
* Texto leído por César Arístides, en la presentación de Dispensario, de Juan Manz, el 28 de febrero de 2013, en el bar “ Las hormigas” de la Casa del Poeta Ramón López Velarde, en la Ciudad de México.
2 comentarios