A propósito del libro “Qué decir”, Casar nos aconseja cuándo y cómo deslindarse si el libro no gusta al lector y menos aun al presentador. Pero… sucede lo contrario, atento lector, Casar nos habla bien del poemario.
Qué decir de Rodolfo Mata
(Bonobos, México, 2011, 93 pp.)
Eduardo Casar
Primero un consejo a todos los niños que nos están viendo: nunca acepten presentar un libro antes de leerlo. Luego, si ya que lo lean no les gustó aleguen un ataque repentino de dipsomanía o una hepatitis w, y deslíndense. Pero si les gustó escriban cómo conocieron al autor; lo que saben de él; lo que le hayan leído antes y lo que les gusta del libro que presentan. Esto es lo que soñé despierto que me decía un viejecito de toga blanca durante el segundo que pasó entre que Rodolfo me pidió presentar a su librihijito en sociedad y que acepté sin pensarlo. Y voy a hacerle caso al viejecito.
Conocí a Rodolfo hace bastantes años, cuando fue mi alumno en la Facultad, que es, por supuesto, la de Filosofía y Letras aunque los ingenieros digan que “la facultad” es la de ingeniería, ya sabemos que no. Luego nos vimos y gritamos y alzamos los brazos en varias vueltas de la montaña rusa de diferentes ferias de la vida. Y un día, de pronto, supe que se había verbolusitanizado y que se había vuelto experto y traductor del idioma brasileño.
En alguna ocasión fuimos juntos a Oaxaca presentar libros nuestros que aparecieron en la editorial Calamus y el regreso, en combi, armados de mezcal y agua, amarrados por sus trepidantes cuerdas transparentes, fue una de las más intensas fiestas rodantes que he vivido. Debemos confesarlo.
Conozco Parajes y paralajes, publicado por Aldus en el 98; y Temporal, publicado por Conaculta en el 2008. Además su magnífico libro de ensayo Las vanguardias literarias latinoamericanas y la ciencia. Tablada, Borges, Vallejo y Andrade. La edición de Qué decir me parece magnífica: felicito a Bonobos. Siempre leo un libro de poemas con un lápiz en la mano para ir haciendo mi antología. Solamente marco los poemas cuando de veras me impresionaron. Al final de mi lectura de Qué decir me encontré cierta unidad en los que había marcado. Y se trata curiosamente de poemas que podría calificar como metafísicos por su afán especulativo, o directamente como especulativos, en el sentido inclusive de espejo. Como el poema “Flora”, que juega con las ideas de espacio, de desdoblamiento y de identidad…
“Hay que salvar no a la flor
sino a la flor de sí misma
de sus ojos asesinos
a la íntima flor
que extraviada
en el bosque del aire
sueña y reza
lo que sueña”
¿Cuál es esta “flor de la flor”?, ¿o dónde está? Quién sabe, pero hay una flor certeza adentro de la otra flor y hay un rezo que reza adentro de un sueño: el sueño de la flor porque es ella la que está soñando. Vean qué mundo como de Alicia en el país que le fundaron, qué icosaedro raro. Lo genial es que puede captarse, que puede sentirse ese mundo por el juego de los ritmos y de las palabras. A ver matemáticos y físicos: expliquen lo que pasa en el poema… No pueeden, no pueeden… A lo mejor alcanza a dibujarse si es Escher el que acepta el reto.
Rodolfo Mata anda encerrándose con sus palabras en el cuadrado hecho de cuadrados de la cuarta dimensión que intenta explicar en su libro sobre las vanguardias. Lo genial, insisto, es que eso le sale en los poemas. Que aunque uno no entienda la explicación de su libro teórico sí puede experimentarla no sólo en este sino en varios poemas de Qué decir. Como en “Ocupación”, por ejemplo, o en “Mi luz”. Oigan en este último poema qué buen ejemplo de para qué sirve el verso:
“La sombra de mí mismo
me disuelve
es mi estrella voraz”.
Si estos tres versos estuvieran dispuestos en una sola línea conjunta no darían el mismo efecto… O si Mata hubiera puesto dos puntos después de “me disuelve” saldría un efecto explicativo y no de disolvencia, como resulta en la manera como está publicado el poema.
Me gusta mucho que Mata use signos de puntuación cuando los necesita y use también el recurso de eliminarlos cuando lo necesita. Me gusta que baile tan bien con su poema, sin tropezarse y sin disculparse.
Mi poema favorito resultó ser “Tu sombra”, al que, curiosamente, yo invertiría: pondría la primera estrofa como cierre y la segunda como principio del poema. Es el poema que más me gustó, pero es también en el que quise intervenir, y de hecho intervine durante mi relectura, haciendo lo que les he dicho. Porque uno discute con los poemas aunque estén ya hechos y los desarrolla y les propone cosas pero no con todos: solamente con los que están vivos. Con los poemas que nos nacieron muertos (a nosotros, los lectores) simplemente nos desentendemos y los olvidamos.
El poema “Significado de los ojos” tiene mucho humor, “Todo mundo tiene un ojo/ más grande que otro/ pero no significa/ que vea más”, comienza diciendo. Es un poema también de espacios y de identidades, pero en el que esos asuntos están más explícitos y donde el desarrollo de las metáforas es más abiertamente lógico. Tiene unidad de sentido: esto es que se acaba donde tiene que acabarse y no donde se cansó el autor o se cansó el lector. Tiene menos aura de misterio pero logra mucho provecho. Es un poema que podría, incluso, contarse, o utilizarse en una discusión política… “Dividido/ entre izquierda y derecha/ político es no hablar”.
Los poemas de Qué decir nos invitan a una relectura. Y, ya pensándole, tal vez ese sea el secreto de la verdadera poesía. Pero no van a llegar a la segunda si no comienzan por hacer la primera. Así que yo en voz alta los invito a adquirirlos.
Un comentario