Publicado en La Jornada Semanal
José Ángel Leyva
El 21 de marzo el gobierno de Uruguay le rindió un homenaje o reconocimiento al poeta Saúl Ibargoyen a través de su Embajada en México. Esta carta intenta resumir su condición de ciudadano fronterizo.
En el poeta y yo, tu poema “Patria perdida” me hace pensar en tu definición de poeta limítrofe, de poeta fronterizo en el que te localizas. No sólo porque has vivido en el exilio y en el conflicto de las banderas y las filiaciones, sino porque quizás todo poeta de verdad se sitúa, desde su conciencia de creador, en esa circunstancia ambigua de la realidad y el sueño. Nuestra Patria, dice Pessoa y lo afirma también Octavio Paz, es la lengua, la poesía, la palabra. Nuestro querido amigo Lêdo Ivo decía que la patria no es la lengua ni el país, sino la infancia.
Tú, como Ferreira Gullar, sabes de la imposibilidad física o cronológica del retorno al punto de partida, a ese territorio abandonado por el cuerpo, por la edad, pero no por la emoción ni el pensamiento. Afirmas: “Perdida está mi patria: destrozados / su fresca latitud /de amplias raíces /y su prólogo de sueño /que aún se niega /a la ofensa brutal /de las mentiras.” Para luego revolverte en esa certeza y encontrarte con otra aún más determinante que salva la derrota y el exilio para identificarse en la salvación del hombre: “¿Dónde está mi patria? /No puedo ya volver: / está conmigo.”
“El regreso” es otro poema en el que nos persuades una vez que te convences: “Qué seré yo: /qué cosa andante /de pelos y huesos / regresando a decirte /que de algún modo sangriento /tendremos que cantar.” No hay duda, eres un poeta fronterizo porque esa es tu naturaleza lírica, tu posición geoutópica desde donde invocas la esperanza sin cerrar los ojos a la historia, sin clausurar la visión de la infamia y la injusticia, que no es privativa de un país o de una comunidad sino a la especie humana. Has encontrado el hábitat de tu identidad literaria y ciudadana, la frontera. Pero ¿qué auténtico poeta no lleva consigo esa noción limítrofe para conservar activa su capacidad interrogante, su tendencia a la duda y el asombro, al canto?
Quizás en ti la condición de fronterizo se acentúa más por esa vocación de grafómano que se despliega con semejante certidumbre y carta de naturalización. Más de 50 títulos publicados contabilizan tus críticos; me parece que se quedan cortos. En ti más que en la mayoría de poetas hay un nomadismo literario que atraviesa linderos sin sentirse extraño o ajeno. A la crónica, al cuento, a la novela, al teatro, a la literatura para niños, a la poesía, hay que sumarle la de artífice de antologías. Cuántos lectores no te reconocen por esa labor de antólogo que realizaste con otro compañero en el exilio y también poeta, Jorge Boccanera. El trasiego de palabras no es otra cosa que volver a la matriz de la poética: lírica, épica, dramática.
La única moneda de cambio que reconoces es la palabra corriente, la palabra de la calle, la palabra que corre por la lengua y expresa y comunica a la vez, que se duele y bromea de manera simultánea, que emplea todas las voces verbales para hablar del interior al exterior, de la furia, como tú la señalas, al sosiego de la voz y la conciencia. Quizás por ese carácter migratorio de tus letras se afianza el humor en tu poesía, como lo haces en tu libro Graffiti; en éste hallé alguna vez mi propia risa al lado de ese amargo resabio del epigrama y el rayo fulminante de tu ingenio, donde no hay asunto ni figura que se salve del ácido de la ironía y el sarcasmo, sobre todo en dosis pequeñas y justas.Hay que destacar la biodiversidad en tus versos. Un animalario abundante y plural encarna en tu palabrario para comunicar la parte instintiva, terrenal del individuo, de la persona. No sólo Grito de perro nos hace escuchar los ladridos de la carne, el aullar de la soledad y del deseo, también puede hallarse en la dulzura y la sutileza de poemas como “Una mariposa monarca para Itzel”. Si en El Poeta y yo (1956-2000) has trazado las etapas de un ir un devenir clasificando el contenido en: Primera tierra, Primer exilio, Segunda tierra, Segundo exilio, en Rojo es el silencio (1995-2006), ambas antologías personales, resuelves la cuestión de la pertenencia y asumes que tu risa de montevideano tiene algo de melancolía indispensable en un país, México, donde la carcajada tiene mucho de rencor y de impotencia, y la muerte no es el juguete que sirve para entretener, sino la imagen reflejada de la vida que es, frágil y breve, pasajera.
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