Daniel Cisneros
Ciento ochenta minutos antes del mediodía me encuentro con José Ángel Leyva en una cafetería al sur de la ciudad. Frente a nosotros yace su más reciente poemario Tres cuartas partes (Mantis Editores). ¿Qué ocultan las 89 páginas de este libro? Meditaciones sobre el miedo, el quehacer poético, la migración, los feminicidios y el arte pictórico.
Este poeta duranguense, nacido en 1958, me mira atentamente esperando a que dispare la primera pregunta.
Disparemos, pues:
–Al inicio de su libro incluye, a manera de introducción, un poema de Antonio Gamoneda que construyó, en gran medida, con versos de Tres cuartas partes…
–Es un juego que él suele hacer a partir de los poemas de sus amigos –señala con voz serena el también autor de Entresueños, Cristales sólidos y La noche del jabalí–. Y, en este caso, su poema no solamente funciona como prólogo lírico al adentrar al lector en mis versos, sino que le permite a Antonio encontrar su propia sustancia poética y mostrar afinidades con mi poesía.
Abro la página 13 del poemario, y disparo de nuevo:
–De alguna forma usted corresponde al gesto de este poeta español con el poema “La perra”…
–Esos versos nacieron de mi lectura de su libro Un armario lleno de sombras, que me impresionó mucho porque muestra los terribles sucesos ocurridos en la Guerra Civil Española –dice Leyva mientras observa su citado poema–. Ahí narra que de niño le tocó ver varios cadáveres tirados en cunetas y, por las noches, se estremecía al escuchar los alaridos de los presos políticos que eran torturados.
–En “Trémula” habla sobre el miedo, ¿cuál es la función de este sentimiento en la vida del hombre?
–El miedo es inherente al ser humano y nace de la consciencia del peligro; de sabernos frágiles y efímeros. Y, curiosamente, este sentimiento no se da tanto a partir de las fuerzas de la naturaleza, sino de la relación con los demás y con uno mismo. Sí, ya hemos demostrado que somos capaces de causarnos dolor y devastaciones irreparables.
–Dedica varios poemas al arte pictórico…
–Claro, pues vivimos en un país donde el color y las imágenes están presentes a lo largo de nuestra vida. Tanto, que contamos con muchísimos pintores notables. Tal vez esa sea la causa de que yo sienta gran admiración por las artes plásticas. De hecho, algunos de mis poemas los dedico a Arturo Rivera, Guillermo Ceniceros, Leonel Maciel o Eduardo Cohen, porque en sus obras hay ciertas imágenes que yo también trabajo en mi poesía.
–En “Alicia en Ciudad Juárez” se percibe una fuerte indignación por los feminicidios ocurridos en esa región del norte de México…
–Totalmente –responde Leyva, y da un sorbo a su café humeante–. Una ocasión que fui a Ciudad Juárez compré un periódico donde, junto a una información sobre feminicidios, aparecía una nota acerca de una niña que al bajar del autobús escolar se hundió en el suelo, que estaba frágil, y fue arrastrada por el cauce de las cañerías subterráneas. Ambas noticias me impactaron tanto que busqué relacionarlas en mi poema, aunque haciendo alusión a Alicia en el país de las maravillas que, en este caso, sería Alicia en el país de las pesadillas.
–En “Migrantes” aborda el sinuoso viaje por nuestro país que emprenden algunos centroamericanos para llegar a Estados Unidos…
–Sí, pues a muchos nos horrorizó el asesinato de los 72 migrantes centroamericanos [en San Fernando, Tamaulipas]. No obstante, sólo hablamos de cifras: empezamos a acostumbrarnos a las muertes multitudinarias. Y eso me causa indignación. Ante estos hechos surge una pregunta: ¿por qué los criminales actúan libremente en el tren que transporta migrantes? Porque vivimos en un país donde las autoridades también contribuyen al maltrato y a la extorsión, que, a su vez, generan una impunidad bárbara.
–¿La poesía está obligada a mirar hacia las problemáticas sociales?
–No, está obligada consigo misma. Cada poeta elige su propio discurso –explica Leyva al tiempo que se acaricia lentamente la barba–. Sin embargo, la poesía mexicana, en su mayoría, es muy egocéntrica. A tal grado que casi siempre se fuga para no hablar de los acontecimientos que la circundan. Y, en mi caso, abordar la realidad ha sido algo natural. No es que me haya impuesto dicha responsabilidad porque, finalmente, mañana puedo dejar de escribir de estos temas; pero, en el fondo, la degradación del país me ha afectado a mí y a mi poesía.
–Un libro siempre trastoca el ser de un autor. ¿En qué se modificó José Ángel Leyva durante la escritura de Tres cuartas partes?
–Este libro me permitió concentrar las preocupaciones y reflexiones estéticas que me han empujado hacia otros horizontes líricos. ¿Cómo cuáles? Como el deseo de que, a través de la palabra, se pueda ver la imagen. Y al no ser un poeta que viva de las becas o los concursos, tuve la posibilidad de ir trabajando tranquilamente este poemario para generar una poesía más visual.
Pongamos pausa para decir que nuestro entrevistado también es narrador y periodista. Que actualmente es catedrático en la Universidad Intercontinental y director de la revista La Otra. Y que, paradójicamente, estudió para médico cirujano. Entonces, le pregunto, ¿qué lo condujo al camino de la poesía?:
“Siempre he pensando que estudiar medicina era, en realidad, una forma de huir de la poesía. Pero, al final, mi vocación poética se impuso y renuncié a todo lo demás.”
Antes de apagar la grabadora, lanzo el último disparo:
–¿Le ha resultado complicado generar un diálogo creativo entre poesía, narrativa y periodismo?
–No. Porque aunque la poesía es la más frágil en el sentido económico, sí puedes vivir del periodismo y de la narrativa. Además, la labor periodística me ha enseñado a ver la realidad y me ha permitido conversar con escritores que me interesan; lo cual ha servido a mi obra poética.
El Financiero Cultura – Viernes, 04 de Octubre de 2013.
–
–