Los cuadernos de Jeannette L. Clariond

jeanette-clariondSobre la reciente obra de Jeannette, publicada por el Fondo de Cultura Económica, escribe Dulce María González: “El “Cuaderno de Chihuahua”, de Jeannette L. Clariond, es un libro de memorias, y a la vez, un poemario. La escritura se queda en la frontera de tal suerte, que al leer ya no sabemos dónde termina lo narrado e inicia lo poético.”

 

El origen de los afectos

Dulce María González

cuaderno-chihuahuaEl “Cuaderno de Chihuahua”, de Jeannette L. Clariond, es un libro de memorias, y a la vez, un poemario. La escritura se queda en la frontera de tal suerte, que al leer ya no sabemos dónde termina lo narrado e inicia lo poético. O dónde la poesía irrumpe en el recuerdo para restaurar aquel sentido original, fresco, dejar hablar a quienes alguna vez estuvieron vivos y nos dieron la sangre y la escritura –nos constituyeron–, rescatar el sentido de aquello que alguna vez se dijo por primera vez, en el origen de la vida y la palabra, y que pervive en nosotros a través de una mitología personal.

“Acoger el mito primigenio y dejar que entre en nosotros es el privilegio ineluctable de lo humano”, dice Jeannette en su libro, y agrega: “Somos un mito, somos lo que logramos creer de nuestro mito”. De eso se trata este libro, del reconocimiento de lo propio, ese hundirse en las imágenes, las frases, los gestos que se nos quedaron grabados y, tratándolos como símbolos arcaicos, intentar descifrarlos. Hacer la traducción. Hundirse para buscar en lo oscuro la clave de la locura de una tía, del mutismo de la abuela o la profunda soledad de una niña.

“El objeto del arte es aspirar a aquello que, invisible, perdura”. He ahí una de las frases más hermosas del libro. El acto de desciframiento de esa otra escritura conformada por actos y gestos de los padres, los tíos, los abuelos, ese conjunto de signos como el gran entramado que perdura en nosotros, en nuestros propios gestos repitiendo aquellos puesto que, como asegura Lacan, “lo real siempre regresa”.

jeanette-clariond Descifrar aquel mundo de la infancia, o el mundo mítico de las historias de los ancestros, es, entonces, un trabajo arqueológico, un desenterrar, un echar luz sobre aquello. “Mis muertos no son muertos”, dice Jeannette, “son ceniza que recubre mi raíz dolida”. Descifrar como un traslado, una traducción poética.

Todo en la escritura es traducción. “Traduje para traducirme”, dice Jeannette, “para leerme”. Y en este traslado de aquel mundo ancestral a la escritura del libro, esa traducción de los símbolos, esa “aclaración” del nebuloso origen del mundo, aparece la figura de la madre como Génesis. Inicio de la vida, de lo que se es, de aquello que se ha construido a manera de identidad. Pero también origen de la escritura, traslado del mundo primero a la dimensión de las palabras en un atentado contra el olvido.

El cuerpo de la madre, sus frases al final del día, los actos cargados de aprehensión, de aflicción, los temores infinitos situados en el origen del temor, y la soledad de una niña. La madre cubriéndolo todo, permeando el mundo de un dolor tan grande como el océano:

“Hoy comprendo su sufrimiento, hoy toco la puerta de su habitación vacía, hoy la llamo desde mi honda soledad: no acabo nunca de nombrarte…”

Observo la fotografía de una Olga Ayub, con quien me he ido familiarizando en la narración poética. Es joven, muy hermosa. Está como asentada al lado de su marido. Asentada en su fragilidad. ¿Cómo puede caber tanto temor en un cuerpo joven, tierno, suave? “Detrás de aquella puerta estaba un mar que yo no sé si supe escuchar”.

El dolor de la madre actualizado en el propio dolor de saber que sufría. Los humanos no dejamos de dolernos por nuestros muertos. Pero la niña del texto no podía verlo. Para ella todo era nacer, una y otra vez, desprenderse de ese inmenso origen de los afectos que es la madre, el origen de lo que somos, la puerta de entrada. Una y otra vez el desconsuelo de perderla. Un parto constante:

“Puedo aún sentir el dolor esa mañana de septiembre al desprenderme de mi madre cuando me dejó por vez primera en la escuela. No tenía edad para comprender el dramatismo de la separación, y fue una marca, el signo de la tormenta que aún me amenaza. Así se presentaron los subsiguientes desencuentros de mi vida: te sientes abandonada en un sitio desconocido, sientes que jamás volverás a ver a la persona de quien dependes internamente, sientes la muerte.”

jeanette-clariond-2Sé que en esta descripción de mi lectura de “Cuaderno de Chihuahua”, de Jeannette L. Clariond, estoy dejando a un lado ciertos personajes y temas que, narrativamente, resultan muy logrados: el tema de la locura rondando a la familia, acechándola como un predador; el profundo silencio de la abuela; la tía que fue a Líbano y regresó con la sabiduría de entender el destino en la lectura del café; la otra tía cuya casa era “una flor abierta”, etcétera. Locura, muerte, suicidio, pero sobretodo cotidianidad luminosa y placentera. El día a día de una familia grande y amorosa. Sé que estoy dejando de lado todo eso y no lo puedo evitar. La presencia de la madre es demasiado fuerte y su ausencia poderosa.

He ahí el trabajo de restitución del amor: la poderosa ausencia que la niña lleva a cuestas a lo largo de la vida, contrastando con la poderosa presencia de la madre en el texto. La poesía de este tipo constituye, sin lugar a dudas, una restauración.

Cierro con una idea que se repite a lo largo del libro: el nacimiento de los afectos. Los afectos nacen de acá y de allá en el texto. La narración describe un momento, una persona querida como origen de los afectos y enseguida otra y otra, como si intentara enlistar el amor en una serie de objetos que fueran su origen; como si el dolor de nacer de una madre, es decir, el dolor de separarse de ella fuera al mismo tiempo el origen del amor, ese buscarla en todas partes, en todos los personajes míticos de las leyendas familiares, en cada hueco o cada dolor, en cada encuentro y, sobre todo, en cada palabra que intenta, al buscarla, llenar el hueco, la falta de origen y, finalmente, restaurar en el texto aquello que resulta, para todos los humanos, irrecuperable, pero que al mismo tiempo nos constituye: aquél profundo, poderoso, infinito amor perdido para siempre.

 

 

5 comentarios

  1. samer darwish