A finales de noviembre estuve en mi natal Durango, invitado por mi amigo el pintor Adolfo Torres Cabral para inaugurar su exposición. Luego de la exposición pude constatar la presencia de personajes insólitos que sólo la provincia mexicana, y sólo ciudades como Durango, pueden dar. Adolfo Torres Cabral es uno de esos personajes que viven bajo el cielo más cielo, según mi amigo Juan Manuel Roca.
Adolfo Torres Cabral. El color y el deseo
José Ángel Leyva
Luego de una larga pausa, el pintor durangueño Adolfo Torres Cabral expone su obra en el Museo Francisco Villa. El museógrafo, Rogelio Domínguez, incluyó una de mis primeras notas sobre la obra del artista en cuestión y en ésta afirmo mi escaso conocimiento del personaje, a quien apodan El diablo, y de su trabajo plástico. Debo advertir que conozco a Adolfo desde hace más de 20 años. Pero el tiempo pasó y mis palabras reafirman lo que en ese momento dije. No obstante, mis ideas y valoración de su obra se han afinado. Juicios que provienen de él como persona y personaje, como artista. Sí, la misma entidad humana, pero distintas perspectivas de lo real e imaginario.
Adolfo Torres Cabral es un pintor hecho en Durango, como tantos otros artistas que aprendieron al lado del maestro Francisco Montoya de la Cruz. Nombres como Jorge Flores, Guillermo Bravo, Fernando Andrade y quizás Oscar Escalante, por mencionar unos pocos ejemplos. Todos emigraron en su momento para formarse plenamente y encontrar su propio discurso al lado de otros mentores y otras atmósferas intelectuales, ya de manera autodidacta, en el viaje, como sucedió con Torres Cabral, quien luego de terminar su carrera de arquitectura en la Ciudad de México la abandonó por los pinceles y para recorrer mundo.
Su obra pictórica acusa símbolos y escenografías de esas culturas de Oriente, de África y Europa, como las hay también de clara raíz mexicana: indígena y española a la vez.
En la pintura del artista resaltan dos constantes: el apetito y la búsqueda; es decir el deseo y el misticismo. Por un lado se encuentra la mesa y la cama, los placeres del sexo, el erotismo, y los del buen comer y beber. Un sibaritismo guiado por el refinamiento, un exceso contenido en la degustación. Una celebración dionisiaca de los sentidos.
Por otro lado, es evidente el afán místico y ritual de esta obra que hace patente su búsqueda de lo sagrado sin ser religiosa, pero exponiendo símbolos de la tradición hinduista, musulmana, prehispánica y cristiana, como son el Santo Niño de Atocha y la virgen de Guadalupe, más como pretexto estético que como iconos eclesiásticos.
Adolfo es un artista, como bien lo define Fernando Andrade, el más bohemio de los pintores durangueños. No obstante, es necesario decir que es un artista que no confunde la bohemia con el arte, sin negar su reconocida consagración de la bohemia. Sus constantesretiros espirituales, sus ejercicios de meditación le permiten tener clara conciencia de su papel respectivo y la distancia indispensable para el trabajo artístico.
Trabaja sin mayor pretensión que la de crear, sin competencias ni empujones, sin buscar dádivas ni prebendas. Es un pintor auténtico, cuyo arte venera la alegría de vivir, de sentir, de hacer, de amar, con sus colores vivos, en sus papeles de china y sus técnicas tradicionales y antiguas como la témpera, pero también explorando en el collage fotográfico, empleando el óleo y soportes de cartón o de madera. En su artesanía se imponen dos convicciones: la sencillez y la ligereza.
En el artista hay sin duda influencias claras, como Matisse y el fauvismo, que se manifiestan de manera expresa en ciertas piezas. Hay también la posibilidad de identificarlo como un artista naïve (o naif), pero si lo es, lo es conscientemente, y el carácter ingenuo de su obra no existe, porque si hay algo en la obra del durangueño es precisamente conciencia de causa y una fuerte mundanidad, que pasa por los dominios rituales del esoterismo y los estados alterados de la mente.
Adolfo Torres Cabral es un ejemplo más de la rica tradición pictórica en Durango. No hay, desde mi punto de vista, una veta más notable y menos explorada, menos aprovechada, del talento creador en nuestro estado que sus pintores. Es, la de Adolfo Torres Cabral, una exposición gozosa, festiva, que no deben de perderse los habitantes y visitantes de la ciudad de Durango.
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