Sobre este poemario, la poeta mexicana María Baranda nos dice: “La turba es un libro que no tiene sosiego. Sus 76 poemas nos mantienen en un vértigo constante.”
Claudia Luna Fuentes / La turba
María Baranda
La turba es un libro que no tiene sosiego. Sus 76 poemas nos mantienen en un vértigo constante. En sus páginas se despliega un trabajo preciso y sorprendente que nos va develando el mundo íntimo y personal de la poeta. Por esta turba pasan una procesión de gatos pequeños y lanudos, de padres y madres amorosos, de gente muy amada, gente común, desesperada, colérica, abismal,llenos de ecos, plenos de claridad, seres que cantan bajo las sábanas las líneas tristes de un amor ya ido, los huecos personales pero siempre definitivos, oriundos de la tierra seca a veces son turistas, avaros, diplomáticos, simples amigos, viejos o jóvenes, marchitos, vigorosos, muertos, extranjeros, avergonzados por el hambre que es una llaga sin tiempo, orgullosos, vencidos y vencedores, hijos que siempre son hijos, huérfanos, constructores, en fin, toda una turba que en el límite de sus propias contradicciones, incurre en mantener la atención de quien la lee. Leer como quien vive dentro de su propio cauce, en el desplazamiento inevitable de las emociones más profundas, los sueños más lejanos o los gritos que deambulan por largos corredores desérticos e imaginarios, todos en el filo, a veces de la desesperación,otras del encanto de una realidad tan absoluta que muchas veces asombra a quien se acerca. Cada verso de Claudia Luna es echar adelante un universo que se crea y recrea en la palabra, palabra como roca, en la sustancia de un mundo que se nombra. Nombrar para escuchar los murmullos, sonidos guturales, sílabas quejosas, abiertas, precipitadas a un caudal de ruidos nocturnos donde esta turba amorfa da cobijo siempre a nuestras dudas.
Sus poemas tienen un movimiento que va en ascenso, como si fueran una espiral de viento que lleva adentro cardúmenes inexistentes, residuos de vida y muerte, gotas petrificadas de aquello que alguna vez fuimos. Desde el primer trazo, Claudia Luna impulsa el gesto de lo que va a tratar el poema, suscitando así la fuerza que lo construye. Por ejemplo en “Sus bondades materiales”:
Soy una indigente
no parezco
pero soy
hay días en los que otros me alimentan
hoy por ejemplo
comí las viandas que Alejandro me invitó
restaurante de un lujo impagable para mí
numerosas esferas de vino
lo que quiera en la mesa
sin límite
(…)
Y aquí, me atrevo a señalar, el único límite sería si la poeta se detuviera, pero como ya marcó en el inicio que “es una indigente” el final aterriza en estos versos estremecedores:
…
al salir
mi bolsa silente
robó panes de ajonjolí
y antes de dormir
los guardé bien sellados
lejos de las cucarachas
para que llegaran a mi estómago
a la hora del desayuno
Una bolsa silente pareciera entonces reforzar la decisión inicial. Lo que rescata el silencio: no saciar el hambre, sino reconocerse en el poema. La vuelta de tuerca que designa eso a lo que trata de acercarse el poeta cuando escribe. El resto, podría ser, simplemente llevarnos a un punto de exigencia. Un sitio posible en donde todo puede suceder, como en la historia oculta del poema Cucarachas incluidas en el alquiler, en donde lo que traspasa la palabra es lo más urgente: la limpieza interior que no es la de la casa con sus coladeras, sino la del silencio que resguarday a la vez causa el dolor.
La poesía de Claudia Luna nos habla de las posibles derrotas interiores, de lo que la resquebraja y fragmenta, de las situaciones de condena existencial en donde se padece y se sufre con la vitalidad de quien convierte la vida en su materia principal. Digamos que a esta poeta le interesa el mundo a través de las cosas cotidianas, del día a día en que acontecen los pequeños momentos que nos muestran la sed y el hambre, sol y cuerpo, llanto ydicha, oxígeno vital para establecer un diálogo con su propia soledad, un encuentro con ella misma y de sucesos poblados de nada y tanto, de todo lo que significa plantarse completamente en la página. Sin miedos ni reservas, Claudia Luna se abre paso, despojada de adornos metafóricos, de construcciones verbales complicadas y de suntuosos juegos de sintaxis, con una poesía llana en donde el deseo cumple su fatal promesa.Fatal porque todo escritor sabe que hay que franquear ese absurdo pero necesario umbral en donde se quiere escribir lo que se piensa e imagina. Así, esta poesía queda plena de significados como si fuera un trazo de un grito que es un poema que es simplemente lo escrito, con la fuerza de quien logra un espacio para precipitarse, materia adentro, en lo que acecha y mira, en lo que nombra e imagina.
Rilke decía que “el mundo es grande, pero que en nosotros es profundo como el mar”. Claudia Luna logra agrandar lo pequeño y apresar lo inmenso, como “el hambre de su hambre” en el poema “Apuntes del libro de los gobernantes” o en “Miradas”:
Tú y tu perro recién rasurado de las patas
la tienda con su música de privada distinción
este mundo es un espectáculo importante
disculpa si te hablo del abismo
aún y cuando todavía no te hablo del abismo
es de donde vengo
ahora no lo ves
pero va a saltar
va a saltar
y nos va a caer encima a los dos
por mucho que me gusten tus ceñidas nalgas
Eso que salta, y que no es el perro anunciado en la primera línea, queda como la representación del deseo. Los anhelos íntimos de la poeta se expanden por las páginas del libro, como si fueran “formas embrionarias de las habas”. Georges Steiner en su ensayo Sobre la dificultad, dice que “la retención del significado más recóndito es, inevitablemente, subvertida e ironizada por el mero hecho de que el poeta ha decidido hacer público su texto.” Pereciera que mostrar la propia escritura es lo que ayuda a reorganizar el caos que siempre circunda la escritura del poema. Mostrar para significar, podría ser un ideal de la comunicación poética.
Así, cada uno de los poemas de este libro, persiste más allá del silencio, para asomarse a lo posible en ese mundo de afuera que se empeña en mostrar lo que supuestamente tiene forma: una ciudad norteña con sus muertos, sus avenidas cerradas, sus llamadas de espanto y horror en una realidad contaminada, dice la poeta, por “mensajes de fatuo amor/ por frases de motivación/ y caritas de mascotas/ que necesitan ser salvadas/ de la crueldad humana/ por noticias donde la clase en el poder cacarea/ grandes logros que llevan a este país adelante/”, he aquí los cantos rodados de la desolación y la miseria, de esa parte de mundo que la poeta mira y que nos ayuda a explicarnos, quizás, el sueño indescifrable de la vida. Claudia Luna nos deja con una turba única “sufriendo a fondo”, como decía Pavese, a la disposición de sus destellos.