Psicoterapeuta y amante de la literatura, Brand Barajas narra una experiencia personal de muerte en el sueño para hacer el recuento de lo que en verdad muere en este tiempo, cuando algunos buscan un asidero para no dejarse arrebatar por la derrota.
Morir en un sueño
Juan Pablo Brand Barajas
Un sueño me conmovió intensamente la otra noche, lo co-protagonicé con mi querido amigo Carlos R., de quien daré más detalles líneas abajo. Era una vuelta a los tiempos de la adolescencia, cuando ir de fiesta era un peregrinaje, un evento de primer orden al cual nos dirigíamos como un clan tras la búsqueda de su dios primigenio. En el sueño, había la noticia de una fiesta a la cual debíamos llegar en un tiempo breve, la propuesta de Carlos fue ir en motocicleta (aunque nunca le he visto manejar una), él como conductor y yo como acompañante. Arrancamos a gran velocidad por uno de los típicos Ejes (calle con numerosos carriles) de la Ciudad de México, al momento pensé: “No traemos casco”, pero todo indicaba que llegaríamos rápido y no sería necesario. En medio de mi pensamiento, me descubrí flotando lejos de la moto, en un instante se me reveló el suceso, habíamos chocado y los dos éramos lanzados como flechas al vacío. Caímos al pavimento y nuestros cuerpos se deslizaron a gran velocidad. Fueron segundos eternos en los cuales tenía la certeza que había perdido todo control sobre mis movimientos y mi devenir, lo más llamativo es que experimentaba una ansiedad muy ligera mientras pensaba: “Voy hacia a la muerte y no puedo hacer nada”. Veía delante de mí a Carlos, mientras intentaba girar sobre mi cuerpo, pues la ropa se había desgarrado de un lado y deseaba cambiar para evitar el desgarre de la siguiente capa que era mi piel. Visualizaba diferentes puntos de colisión en los cuales reventaría mi cabeza. Nuestra velocidad disminuyó hasta detenernos, seguíamos vivos aunque muy maltrechos, los brazos llagados y heridas en cada rincón. Se hilvanaron otros sucesos en el sueño tras los cuales desperté, revisé mi cuerpo detalladamente, me sentí como Lázaro emergiendo del sepulcro. Sólo fue un sueño, pero inmediatamente supe que algo de mí acababa de morir.
¿Quién es Carlos R? Mi primer amigo de la adolescencia. Desde mi lectura original del texto de Psicoanálisis de la adolescencia del gran Peter Blos, encontré a Carlos entre sus líneas, cuando el autor describe a ese mejor amigo de la adolescencia temprana, con el cual se crea una amalgama narcisista. Con él aprendí a fumar, juntos nos embriagamos por primera vez. Mientras yo me lancé a los arrebatos del amor, tejiendo historias rayanas en los dramas decimonónicos, él operaba con discreción y serenidad, era el amante sigiloso que llegaba cuando todos nos habíamos ido. Compartimos viajes, amigos, todo tipo de celebraciones, confidencias y mucha música. Actualmente lo veo con poca frecuencia pero ocasionalmente lo convoco en mis remembranzas, como a todas esas mentes de mi generación, citando a Allen Ginsberg, en compañía de quienes robé el fuego a los dioses.
Con él iba a morir en mi sueño, quizá por eso no estaba angustiado, más bien me pesaba la tristeza, sentía que todo lo vivido eran solamente pródromos de la sincronía de nuestra extinción, nos conocimos con el fin de acompañarnos en la muerte.
¿Qué murió esa noche? De eso no puedo hablar, tan sólo mascullar. Perdí la ingenuidad de lo cotidiano, cuando se roza la barca de Caronte, aún en un sueño, los días se derriten como relojes dalíneanos, se sospecha de los minutos como emisarios de lo inevitable. Solemos pensar que las etapas de la vida se cierran en bloque, conforme avanzo en los años descubro que las etapas son como un tejido complejo compuesto de infinidad de hilos, al paso del tiempo algunos se rompen, mientras otros resisten, es por eso que podemos seguir hilos hasta nuestra infancia o adolescencia. Esa noche se rompió uno de los hilos amarrados a mi edad de la punzada, de ahí la tristeza, el desgarro y el dolor. Hasta el momento no logro hacer el recuento de los daños.
Uno de los obsequios de vida que recibí de Carlos fue la música de U2, particularmente la canción de Pride (In the name of love), eran tiempos en que soñaba con ser protagonista de un cambio mundial, acababa de caer el sólido muro de Berlín, creía que se podía lograr lo imposible. Teníamos un grupo musical, escribía poemas y comenzaba a entender la complejidad del escenario internacional. Pensaba en el amor como una fuerza de cambio, se fortaleció mi convicción por la no-violencia. Todo esto se consumó años más tarde en mi decisión de estudiar Psicología, abandonando el plan de estudiar Derecho, descubrí que mi camino de transformación era de la persona hacia la sociedad. Se amarró un hilo, aquel que se rompió la noche de mi sueño.
Han pasado 25 años del mítico 1989, perdimos lo mejor del socialismo y heredamos lo peor del capitalismo, su pragmatismo. A diario se fumigan las casas, las calles, las aulas, las oficinas, las redes sociales, esto es, lo habitable física y virtualmente. Todo con el fin de erradicar la poiesis, la que los pragmáticos sienten como una gran amenaza. El mundo se torna letárgico, prevalecen los reproductores sobre los productores, es una era de insaciables repetidores e imitadores de los trending topics. Hay lamentos por la muerte de José Emilio Pacheco y celebración por el centenario del nacimiento de Octavio Paz, pero pocos pueden citarles, porque lo que realmente importa es conocer Los cuatro acuerdos o La paradoja.
En mi sueño murió ese furor juvenil por el cambio, tan veloz que choca con la realidad y lanza a la fricción del existencialismo burocrático. Probablemente sea un paso en dirección de la sabiduría, es el esclarecimiento de que el cambio y la transformación no son consecuencia de un propósito personal, sino de una compleja madeja de elementos que se organiza en un momento específico de manera inexplicable. Esto rompe la lógica pragmática del self made woman/man y la retórica de la autoayuda, la cual es buen negocio porque es como el barniz de uñas, decora pero rápidamente se quiebra.
En medio de la obsesión por las autopistas, donde el objetivo único es llegar (aunque no se tenga claro para qué), me gusta andar por los caminos prolongados, como el Psicoanálisis, donde es posible convivir con el paisaje, detenerse, respirar, contemplar, sabiendo que toda llegada es solamente una escala.
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño:
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.
¡A su salud, Don Pedro Calderón de la Barca!
Juan Pablo Brand Barajas (Distrito Federal, México, 1976)
Licenciado en Psicología y Maestro en Psicoterapia Psicoanalítica por la Universidad Intercontinental. Ha impartido clases y cursos en: Universidad del Caribe (Cancún), Universidad Intercontinental, Universidad Autónoma de San Luis Potosí, Instituto Michoacano de Ciencias de la Educación, Universidad Simón Bolívar y Universidad Nacional Autónoma de México. Tiene catorce años de práctica psicoanalítica con niños adolescentes y adultos. Ha colaborado para las revistas Erinias, foroUIC, Izaqui y La Otra. En su escritura entrelaza temas como el psicoanálisis, la literatura, la psicopatología, el cine, la historia, la filosofía, la música y la ciencia. Bloggero en
http://infancias-jpb.blogspot.mx/