José Ángel Leyva
Al poeta Hugo Gutiérrez Vega por sus 80 años de vida
En el Festival de Ulrika, “Internacional de Poetas de Bogotá”, comandado por Rafael del Castillo, se homenajeó a Samuel Jaramillo, poeta nacido en 1950, inaugurando así el reconocimiento de otras generaciones de poetas colombianos. Con la consigna de Poetas Centenarios nos encargamos de hablar de nuestros respectivos autores nacionales instalados en la universalidad, o más o menos. En el caso de México corresponde a Octavio Paz y Efraín Huerta: la salamandra y la pinche piedra.
Algunas veces compartí mesa con el chileno Jaime Quezada, quien dio cuenta del único poeta vivo y coleando, Nicanor Parra, el antipoeta, que no cesa de extraer artefactos verbales para lanzarlos a las buenas conciencias con fines insospechados pero supuestos. También intercalé horizontes literarios, culturales y líricos con el catalán Jordi Virallonga, quien dio a conocer al público respectivo la importancia de leer a Joan Vinyoli, quien cumpliría su siglo de vida este noviembre próximo, pero despertará seguramente la atención de los lectores en catalán y de algunos en español. Jordi, por supuesto, aprovechó para informar a sus escuchas la importancia de la cultura y la lengua catalanas, su antigüedad, su relevancia en el castellano y en la historia peninsular. Otras veces hice mancuerna con el mexicano Margarito Cuéllar, que tiene tantos lectores y seguidores en ese país que ya lo reclaman colombiano, y él se deja querer, porque es así, como dicen allá, muy querido. El de Ciudad del Maíz, regiomontano por adopción, habló de manera particular de Efraín Huerta, enfatizando su carácter popular y su raigambre izquierdista, su humor y su agilidad mental con esos artefactos nacidos del habla callejera, sus poemínimos, que lo emparentan con Nicanor Parra.
Yo no pude dejar fuera a José Revueltas, aunque sea un narrador por sobre todas las cosas. En parte por ser un ejemplo moral en tiempos de inmoralidad y de ausencia de una política con los otros, con los pobres y los desposeídos, con la ciudadanía en general. Una figura versátil y deslumbrante en su capacidad de racionalización y compromiso con el pensamiento propio. Cuentista contundente, novelista, periodista, guionista, dramaturgo, ensayista y un activista de tiempo completo que le trajo beneficios carcelarios, conocidos por él como becas estatales para que escribiera sobre esos submundos y esos estratos del lumpen proletariado. Pero más allá de esa “ética” social, la literatura de José Revueltas merece ser conocida fuera de las fronteras mexicanas. Una pieza de “joyería” es sin duda su Apando, donde lo bello es harto sórdido y la inteligencia se violenta hasta alcanzar un grado de violencia repugnante, y lo sagrado es sometido al dolor de la indolencia. En fin José Revueltas, junto con Efraín Huerta consagran esa parte de la historia literaria y política de México que tienen sus orígenes en las mismas fuentes donde abrevó Octavio Paz, no obstante que él lo hizo desde la fortuna y un tufo de aristocracia intelectual. Revueltas y Efraín se hicieron al calor de sus propios recursos y convicciones intelectuales, mientras que a Paz le tocó una herencia y el apellido del abuelo revolucionario y abogado. Pero ellos tres no pueden desvincularse porque conforman una trenza indisoluble de la rebeldía y la búsqueda en medio de un país contradictorio e injusto, como es México.
Nadie puede negar la valentía de Paz, su determinación a ejercer la crítica, incluso de manera lapidaria contra sus opositores y enemigos, que se fueron sumando. Paz no concita la simpatía, pero tampoco la buscaba ni la cultivaba, estaba demasiado enfrascado en su obra y en su trono. Pero su obra, sobre todo, habla por sí misma y dará aún mucho de qué hablar. A Paz debemos comenzar a leerlo sin prejuicios y criticarlo desde el conocimiento y no de la ignorancia. Eso es lo que verdaderamente importa de su paso por la Tierra en la perspectiva del tiempo y del porvenir. No podemos dejar de pensar que aún en su etapa octogenaria se preguntaba por los nuevos motivos y soportes de la poesía, por sus derroteros y sus formas, concluyendo y sugiriendo que la nueva poesía: “Poesía y fin de siglo”, nacerá de las calles, de ese lenguaje banal que se levanta con el polvo de la gente que transita por este valle de palabras.
2014, un año particular porque al mismo tiempo que se cumplen los centenarios de esas grandes figuras de la poesía y de la literatura: Dylan Thomas, Julio Cortázar, Adolfo Bioy Casares, José Revueltas, Octavio Paz, Efraín Huerta, Joan Vinyoli, Nicanor Parra, por mencionar algunos, se nos han ido Juan Gelman, José Emilio Pacheco, Félix Grande, García Márquez, y otros quizás menos reconocidos en México como Federico Campbell, Emmanuel Carballo, Carmen Alardín. Extraño e intenso este 2014.