El escritor dominicano Basilio Belliard conversa con este narrador y traductor mexicano, merecedor del premio Cervantes de Literatura.
La traducción es un acto de creación. Entrevista a Sergio Pitol
Basilio Belliard
Conocimos a Sergio Pitol en Santo Domingo cuando vino por primera vez a una versión de la Feria Internacional del Libro en 2011, y luego en 2005, donde pudimos establecer una amistad recíproca caracterizada por el intercambio de pasiones literarias, lecturas y gustos estéticos. En ambas ocasiones dictó sendas conferencias magistrales. Luego habríamos de reencontrarnos en la ciudad de México en 2006, antes de que recibiera el Premio Cervantes. De trato afable, de proverbial sencillez, de dilatada experiencia por el mundo literario y diplomático, Sergio Pitol posee una obra narrativa y de traducción encomiables, marcada por una impronta clásica y de una gran originalidad. Sus traducciones de autores de Europa del este, desconocidos para los lectores de América Latina, constituyeron un valioso aporte suyo, así como la creación de novelas esenciales como Domar a la divina garza o la invención de un género híbrido, a caballo entre el diario, el ensayo, la memoria, la autobiografía, la crónica y la narración, como en sus libros El viaje y El arte de la fuga, libros de exquisita sabiduría y espléndido estilo de escritura. En esta entrevista nos deslumbra con su cultura y la propiedad con que responde las preguntas, de un modo natural y elegante, sobre diversos temas como sus lecturas, autores preferidos, de su teoría de la traducción, la literatura mexicana, el Boom de la narrativa hispanoamericana y su errancia por Europa.
1. ¿Cómo llega usted a la traducción? ¿De mano de la narrativa o del ensayo?
Trabajaba en las mañanas en una editorial muy comercial: Novaro. Fue la primera que se arriesgó a publicar libros de bolsillo y cómics. Todos los de Walt Disney y de algunas otras empresas. Era una editorial millonaria, tenía las imprentas más novedosas de Alemania y Estados Unidos. Entre empleados y obreros deben haber sido más, mucho más de un centenar. La sección de pocket books publicaba dos colecciones, una de novelas policíacas, y otra de clásicos. Yo trabajaba en esa sección, por la mañana elegía los títulos, revisaba las traducciones, corregía las planas, pero de la otra sección, la infantil, me daban a traducir en mi casa algunos cómics de Disney, que los pagaban a precio de oro. Ingresé allí de los veintidós a los veintiséis años. Percibía un salario elevadísimo, pero el ejercicio de esas traducciones me dejó una enseñanza mayor. Los diálogos eran pocos, pero nada fáciles, había que traducir en mínimas líneas, el número de letras que tenía los originales en inglés. Era un esfuerzo notable de precisión lingüística. Años después, cuando comencé a escribir mis primeros cuentos, aquella disciplina me sirvió para utilizar un lenguaje certero, exacto en unos temas y tramas esquivos y nebulosos, lo que han caracterizado siempre mi escritura.
2. Para Gadamer, la traducción es un acto de lectura, en el que leer es similar a traducir. ¿Cuál es su concepción de la traducción? Es una traición, como dijo Croce, un género literario o un acto de creación? ¿Es un arte?
La traducción rara vez es una creación sino una recreación. La escritura de un gran escritor proviene de sus entrañas y es el producto de una respiración personal, individual. El lenguaje de Shakespeare, de Dante, de Cervantes, Quevedo, de la tragedia griega, de Sterne, de James, de Joyce está fijado para siempre. El lenguaje de la traducción se alimenta del lenguaje de una época determinada, no la del autor. Cada cincuenta o setenta años se tienen que traducir nuevamente los clásicos; los Shakespeare de Benavente, traducidos en los finales del xix, ahora resultan a veces ridículos y siempre banales. Walter Benjamin escribe que sólo dos traducciones alemanas mantienen el elemento creativo del original, la Biblia del siglo xvi y la Antígonade Sófocles hecha por Hölderlin. Es casi seguro todas las lenguas puedan ostentar unas cuantas traducciones que tengan la vida de los originales. En el español sólo me viene a la memoria la Biblia del Oso, traducida por Casiodoro de Reina, y La cruzada de los niños, de Marcel Schwob, hecha por Rafael Cabrera. Yo traduje más de cincuenta obras, todas narrativas, del inglés, italiano, polaco y ruso. Por fortuna, salvo dos o tres libros, pude traducir las novelas que personalmente sugerí a las editoriales. De las traducciones que prefiero: Los papeles de Aspern, de Henry James, autor de quien traduje seis o siete obras; El corazón de la oscuridad, de Joseph Conrad; Emma, de Jane Austen; El buen soldado, de Ford Maddox Ford; Cosmos, de Witol Gombrowicz; Las puertas del paraíso, de Jerzy Andrzejewski, y Caoba, de Boris Pilniak. Mi aprendizaje como novelista lo hice en la traducción de esos libros prodigiosos. Traducir es diferente a leer. Uno comienza a conocer desde el inicio cómo se construye una estructura, los detalles, el tiempo novelístico, los suspensos, la necesidad de los personajes secundarios, todo eso que nunca pueden entender los narratólogos.
3. ¿De qué modo la errancia y su experiencia diplomática han permeado su obra literaria?
Los viajes y la literatura están asociados desde mi adolescencia hasta ahora. Yo tuve una niñez castigada por la malaria, durante los seis años de la primaria no tuve una educación normal. Las “tercianas” no permitían una escolaridad precisa, mi instrucción la hice en la casa. Sólo en la adolescencia acudí a la escuela. Cuando sané lo que más deseaba era viajar, por el país, por los Estados Unidos, por Sudamérica, y a los veintisiete años quemé mis naves. Hice un viaje por Europa, pensando recorrer algunos de los países de cuyas lecturas más me nutría, Inglaterra y Francia; luego pasé a Italia, y me quedé allí un año, con poquísimos recursos. Luego logré traducir para varias editoriales españolas, mexicanas y argentinas. Viví en Europa veintiocho años; los primeros trece, como free-lancer, me sirvieron de aprendizaje. Mis lecturas fueron abundantes, como lo han sido siempre, sobre todo me fui interesando en las literaturas centroeuropeas, especialmente las germánicas y la polaca. Mis horizontes se ampliaron. En toda mi vida he desdeñado las modas literarias. Leí pocos autores contemporáneos; en cambio los clásicos fueron para mí un camino de salvación. Eso me diferenciaba de los autores mexicanos de mi generación. Después de aquellos catorce años de libertad casi absoluta inicié mi carrera diplomática. Fui agregado cultural en Francia, Hungría y la urss, y embajador durante seis años en Praga. Todos esos veintiocho años permearon mi escritura. En el periodo de Moscú revisé la literatura clásica y la inmensamente novedosa para mí, la simbolista del fin de xix y las vanguardias rusas. De esa experiencia creo que nacen mis mejores relatos, los que están en Vals de Mefisto.
4. ¿Cuál es su relación con el mundo literario e intelectual mexicano? El hecho de vivir tantos años en el extranjero, y luego regresar a vivir definitivamente a una lejana región de la metrópoli como Xalapa, ¿qué ha significado para usted, y cómo lo ven los demás escritores mexicanos del presente?
Estuve siempre en contacto con los escritores mexicanos de mi generación, en especial Juan García Ponce, Juan Vicente Melo, Carlos Monsiváis, José Emilio Pacheco. Los jóvenes tanto en México como en España me leen, cosa que me da una gran satisfacción.
5. ¿Cómo ha logrado usted escribir un texto híbrido como El arte de la fuga, donde se matrimonian en un texto, la crónica, el ensayo, la narración, el diario, la autobiografía y la memoria? ¿Se lo propuso o fue inconsciente? Se lo pregunto porque en Borges hay, pienso yo, un género anfibio, en el que hay en su obra una conjunción entre el ensayo, la poesía y el cuento; en Paz se produce algo similar, pero sólo en un libro como El Monogramático, donde confluyen la poesía, el ensayo y la narración, de una impronta surrealizante, pero en ningunos hay una obra donde se refleje esta hibridez anfibia. Yo sé que esta poética o estrategia textual se prolonga en su libro El Viaje, pero en forma de diario. ¿Obedece a una poética? ¿Continuará en otros proyectos con esa misma estructura?
Desde mi juventud he tenido una preferencia por los libros donde existe una yuxtaposición de géneros literarios: Los sonámbulos, de Hermann Broch; El Doktor Faustus, de Thomas Mann; Último round y La vuelta al día en ochenta mundos, de Cortázar, Movimiento perpetuo, de Augusto Monterroso. En estos tiempos, Claudio Magris y W. G. Sebald han escrito obras magistrales en esa mezcla de géneros. A primera vista parece que obedecen a una forma arbitraria y facilona; eso es mera apariencia. Son obras que requieren una estructura de hierro para que no sea una plasta de textos sin ningún sentido. En mi segunda novela, Juegos florales (1982) hice un primer tímido intento. Hace doce o trece años decidí reunir unos ensayos escritos a través de mucho tiempo; un día hice una sesión con un psicólogo experto en hipnotismo, fue una experiencia atroz y prodigiosa, me remonté hasta mi niñez, a la muerte de mi madre; anoté en mi diario ese trance; en los días siguientes con un dolor atroz lo fui afinando, añadiéndole algunos detalles que en el texto inicial, muy rudo y desnudo, no anoté. Decidí incorporar esas al libro de ensayos, pero no encajaba con el resto. Entonces comencé a relatar algunas otras experiencias autobiográficas para acompañarlo: crónicas de viajes, de lecturas, de alabanzas al mundo, de mis perplejidades, sorpresas y afirmaciones. Cada texto era un reto. De los ensayos literarios iniciales quedaron muy pocos en la forma final. Eso sí, me propuse que esas crónicas estuvieran ligadas por vasos comunicantes no demasiado visibles. La arquitectura tenía que ser exacta y poderosa, para que la diversidad pudiera hallar la unidad.
6. ¿No ha cultivado usted otros géneros fuera de la novela, el cuento y el ensayo? ¿Odia o le teme a la poesía y al teatro?
En mis inicios escribí poemas. No los publiqué, eran insignificancias, o, peor, detritus. Luego escribí teatro. El teatro es una de mis pasiones totales. Cuando descubrí que quería ser escritor estaba seguro que mi destino era la escena. Hice unas tres comedias breves, publiqué dos en una revista literaria; no fueron ni buenas ni malas, simplemente amorfas. Después, comencé con los cuentos y seguí con las novelas. Dos veces más intenté hacer teatro, dos obras fatales, las destruí. Pero hasta ahora sigo leyendo poesía y, más abundantemente, teatro.
7. ¿Con cuáles libros de su autoría se quedaría de su producción literaria?
Vals de Mefisto, Domar a la divina garza, El arte de la fuga y El viaje.
8. ¿Cuáles son sus poetas favoritos?
Mencionaré sólo los de lengua castellana, cronológicamente: Jorge Manrique, Francisco de Quevedo, Rubén Darío, Ramón López Velarde, Antonio Machado, Pablo Neruda, César Vallejo, Carlos Pellicer, Xavier Villaurrutia, Octavio Paz, Jaime Gil de Biedma, Álvaro Mutis, Gonzalo Rojas, Eugenio Montejo.
9. ¿Cuáles son los novelistas que más lo han influido?
Los narradores que más me han influido: William Faulkner, Jorge Luis Borges al inicio, después Jorge Onetti, Alejo Carpentier, Juan Rulfo y Cortázar; Cervantes, desde luego, Tirso de Molina y sobre todos Antón Chéjov, Tolstoi, Gogol, Virginia Woolf, E. M. Forster, Conrad, Galdós, Carlo Emilio Gadda, Italo Svevo, Dickens, Thomas Mann, Kafka, Andrzej Kúsniewicz, Bruno Schulz, Thomas Bernhard.
10. ¿Cuáles fueron los primeros libros que usted leyó y cuáles está leyendo ahora?
Los primeros fueron los de Julio Verne, leí casi todos en mi niñez y la adolescencia, La isla del tesoro, de Stevenson; varias novelas de Dickens, Grandes esperanzas me maravilló. Ahora, en los últimos días, releí por tercera vez La guerra y la paz de Tolstoi; Austerlitz de Sebald, varias novelas de John Banville y J. M. Coetzee, y en aluvión, el genial César Aira.
William Faulkner leía todos los años El Quijote, en inglés.
11. ¿Qué libro usted relee cada año o tiene bajo su almohada?
Durante muchos años releí constantemente a Galdós y a E. M. Forster; ahora lo que más releo es a Chéjov.
12. ¿Es Domar a la divina garza su mejor novela?
Sí, definitivamente.
13. ¿Cuáles personajes de sus novelas lo persiguen y cuáles escenarios?
Me obsesionan los personajes que viven y se mueven en torno a una obsesión, a una manía. Mis protagonistas pertenecen a una alta clase media, a la burguesía y hay abundantes intelectuales y artistas. En las últimas dos décadas esos personajes se mueven en espacios paródicos, grotescos, donde me es posible desacralizar al príncipe.
14. ¿Por qué le apasionan los conflictos de pareja, de celos de la vida matrimonial, como en su novela La vida conyugal? ¿De dónde le vienen, de qué autores?
Desde el siglo xix, el reino de la novela, el matrimonio y sus vicisitudes son el tema mayor. La vida conyugal es un brote tardío de Balzac.
15. Le persiguen más como temas, las novelas de horror, la policíaca, la romántica, la psicológica o la comedia de enredos. ¿Estoy en lo cierto?
En efecto, salvo lo romántico, en lo que no entro, está usted en lo cierto.
16. En sus novelas y cuentos están presentes el cine, la pintura, la música clásica y los paisajes desolados, las situaciones cómicas y los lugares sórdidos. ¿De dónde le vienen? Por qué esa pasión?
Todos esos elementos están en mis obras y vienen de algunas experiencias personales, de conversaciones sobre ellas, pero quizás son también la sombra de numerosas novelas, de las películas y aun de crónicas periodísticas. Me parece que eso les ocurre a todos los novelistas, claro que el autor enfoca todo eso y lo transforma en una forma narrativa. Algunos grandes novelistas nos hacen vislumbrar datos autobiográficos: Tolstoi, Stendhal, Onetti, Borges, yo mismo.
17. ¿El hecho de la aparición de la banalidad y la sordidez en muchos de sus personajes y la aridez y desolación de sus ambientes narrativos significa que ha sido marcado el mundo de sus ficciones por lo extraordinario, la obra de Rulfo o las novelas nórdicas, eslavas, rusas o germánicas? ¿Por qué no está, en ese sentido, la influencia de los escritores del Boom y ni asume usted, como se puede apreciar en su obra, la presencia de lo real maravilloso ni del realismo mágico, sino que erige usted un universo narrativo autónomo, propio, alejado de las modas? ¿La razón es acaso que mientras el Boom ocurría estaba usted viviendo en Europa?
Juan Rulfo y Juan José Arreola me impresionaron intensamente. Son autores que brillaron antes del Boom. De los narradores del Boom sólo encontré un maestro, alguien que me señaló algunos caminos formales, fue Julio Cortázar. A los otros los leí con admiración, pero yo ya había estado formado de escritores anteriores: Onetti, Carpentier, Borges, Arlt.