Sobre la novela “El disimulo”, de Rubén Rocha Moya, Mariángeles explora sus vetas de realidad y ficción para concluir que Chepederas es el Badiraguato natal del autor, cuna del narco en México, y que esta historia no termina, continúa en el ejercicio diario del Disimulo social.
“EL DISIMULO: ASÍ NACIÓ EL NARCO”
DE RUBÉN ROCHA MOYA
Mariángeles Comesaña
Hacer la reseña de un libro es un acontecimiento singular, no solamente por el pequeño resumen de los contenidos del mismo para inducir a su lectura, sino por la oportunidad que significa tener cerca al autor del libro, conocerlo e imaginarlo metido en su historia, haciendo caminar palabras por las veredas, en este caso, de Chepederas, —“una humilde población ubicada entre lomas y cerros de medio pelo en las estribaciones de la sierra de Badiraguato en el Estado de Sinaloa”—
Imaginamos pues a este escritor llenando las páginas en blanco con las calles polvorientas, los montes pelones, los árboles, las rancherías, las casas y los hombres y mujeres que las habitan.
Los móviles ocultos que nuestro autor pone a funcionar en este libro, salen de una cueva de horror que sin duda nos estremece.
La narrativa que despliega es tan real, que en momentos parece que estamos ante las notas de un periódico, no nos deja saber dónde está la frontera entre la realidad y la ficción.
Podemos imaginar entonces que Rubén Rocha Moya se asoma a una mirilla de su infancia, y descubre en el patio de atrás de las familias de Chepederas: los escondites, las historias prohibidas, las conversaciones, la cruel intimidad que los mantiene vivos.
Con creces logra atrapar al lector en el relato que recorre el presente, de ida y vuelta, de un capo llamado Maclovio Medina “el Maco o el Chepe” y su familia. Un joven sinaloense que apostó su vida al narco, que supo medir sus fortalezas, sin titubeos, con el poder político, y que tejió bien los hilos que le allanaron el camino.
“El día que enterraron a Nemesio, Aurelia abandonó el rancho y solo se llevó con ella a sus dos hijos…” Así empieza la novela. Nemesio López Reyes es el primer hombre que apareció muerto con lujo de violencia en el valle de Chepederas.
A partir de esta muerte se desata la historia, Maclovio revela sus talentos como narcotraficante de primera línea, organiza, ordena, y conforma, con habilidades sobresalientes, el ciclo completo de la marihuana, su primer escalón al gran negocio.
Maclovio experimenta los beneficios del dinero y se convierte muy pronto en el mejor postor de la subasta. Es comprador eficiente de los mandatos del ejército y de las autoridades del gobierno; se los echa a la bolsa llenándoles sus arcas de dinero. Al comienzo enfrenta la traición como rito de principiante y cae preso. Pero la cárcel se convierte en su mejor escuela y en su renacimiento.
Lo que sucede intramuros con el director del penal le otorga la gran sabiduría del movimiento, medir las fuerzas y ganar terreno y privilegios… Sale el capo Maclovio enterito del calabozo con las riendas del negocio en sus manos, y la gran experiencia aprendida.
Conocemos también a su familia, a sus padres, a sus suegros, a sus hijos —una mujer y un hombre— que hilan fino en el mismo telar: Maclovio Alfonso, y Martha Sofía dos garbanzos de a libra que siguen las lecciones a pies juntillas, sobre todo Martha Sofía cuya violencia, como el filo de una navaja, recrea con virtuosismo, las artes de matar, y se hace dueña del poder.
Entramos en Chepederas y asistimos a la construcción de un bunker debajo de la tierra, un prodigio de la ingeniería de punta; un palacio en el fondo del túnel.
Entramos en Chepederas y vemos las enramadas y los troncos con los que Maclovio acordona sus límites, —una franja de 12 kilómetros— que deja blindado a su querido territorio.
Vemos la huída de los primeros hombres de la banda escapando del ejército, escuchamos las balas y sentimos correr un río de sangre. Es un pueblo de muertos, de hombres y de mujeres que desaparecen como intercambio de venganzas; dinero y sangre como moneda del disimulo que crece, sacrificio de lealtades, códigos del miedo.
Entramos en Chepederas y vemos cómo los jóvenes de las buenas familias mueren de sobredosis; la descomposición engarza la cadena.
Chepederas se estremece.
Chepederas celebra por todo lo alto las segundas nupcias de Maclovio; escuchamos la música de Los Moreños con Amasio Corrales en el trombón y del Grupo Milagros de la Sierra que a veces tocan en forma simultánea o arrebiatada.
Entramos a Chepederas y escuchamos el agua que corre por las inmensas tuberías, vemos las modernas maquinarias de riego abasteciendo los árboles frutales que disimulan la otra siembra.
Vemos las obras que enaltecen al rey Maclovio, la remodelación del la iglesia del pueblo reluce en sus espaldas.
Sabemos que no todos quedaron atrapados, que algunos escapan de las redes y estudian; “contrastes de aquella sierra: grandes capos de la droga; pero también grandes profesionistas” Hay jóvenes que se convierten en estupendos ingenieros, médicos, hombres de bien, inspirados en la tarea del profe Pascual Rodríguez Payán y su terca entrega a la educación de su pueblo. Los valientes se atreven a llamar las cosas por su nombre. Encontramos Chepederenses que hablan del narcotráfico como el jurista Ernesto Valdez Serrano y Don Melchor Isunza.
Los oficios del sol de Chepederas siguen sus ritmos; pero los festejos y tradiciones de antaño pierden peso; es un pueblo de huidos, casas abandonadas, familias que nunca más regresaron a sus terruño. Los carnavales, la alegría de su preparativo, las coronaciones de las reinas, el desfile de carretas y de carros alegóricos fueron apagando su entusiasmo.
A lo largo de las páginas vamos conociendo las condiciones sociales de ese pueblo, nos metemos en sus interiores: la pobreza, la injusticia social que pende de la mano de las autoridades, los códigos de una cultura llena de tradiciones donde coinciden los malos con los buenos, y donde estos últimos procuran salirse de las redes, pero no siempre lo consiguen.
Así nació el narco, la mina del progreso, la fuente de las mil maravillas, el dinero a puños metido en las lavadoras de las grandes empresas y sus empresarios de cuello blanco.
El escritor muestra sus armas de novelista partiendo de una narración que puede ser monólogo, conversación, entrevista, fabulación, y que nos deja escuchar entre líneas, la voz de la conciencia.
La dimensión política desde el título de esta novela nos revela hasta dónde puede llegar el escenario de una decadencia social que vive en su callejón sin salida.
Estamos frente a una novela que nos lleva a una reflexión crítica y nos sacude para intentar, si tal cosa fuese posible, comprender la realidad psicológica, e histórica de la violencia. Entramos al ámbito de una realidad conflictiva, un drama social inconcebible, el látigo del poder despótico en su marcha sin límites hacia la desintegración total de valores de una comunidad pequeña convertida en su fortaleza.
Rocha nos atrapa en su historia. Experimentamos tristeza, miedo, desolación; como en un juego de espejos, sentimos los latidos del presente que se vive tierra adentro de nuestro país.
“El Disimulo: Así nació el Narco”, deshila los entretelones de una realidad existente, cercana, contemporánea. Dibuja la necesidad del exilio que eligen pueblos enteros inmersos en un sentimiento de orfandad por la destrucción de su cultura y de sus propias raíces. Es una denuncia de cómo se desarticulan las conciencias de hombres y mujeres hasta convertirse en esclavos de su propio destino.