José Ángel Leyva
Hay distintas y numerosas formas de hacer una carrera literaria. Pensemos en tres de fidelidad al oficio: una es trabajando para ganar el reconocimiento y los privilegios que suelen otorgar los gobiernos y las cúpulas intelectuales, otro es trabajar con humildad aparente y soberbia privada, otro más es dedicar la vida a la escritura y buscar en los otros lo que a uno le falta, es decir aprender y aprehender, dar y recibir. A estos últimos pertenece Marco Antonio Campos, reconocido ahora con el premio Lèvres Urbaines de Quebec, y que recibirá en diciembre en la FIL de Guadalajara.
Comparto con los lectores de La Otra, esta nota publicada antes en la revista Timonel, del Instituto Sinaloense de Cultura.
Marco Antonio Campos
Desde sus primeros versos, escritos a fines de los años sesenta y publicados en 1970, el poeta Campos da la nota en ese tenor de lo que sentencia Ernesto Mejía Sánchez, 1978, en el prólogo de uno sus primero libros: “MAC es un poeta –ya es bastante–; pero también un poeta culto, lo que es más peligroso y menos poético, según algunos asnos con letras, que lo quisieran intonso, zafio, y tocando toda lira por casualidad (…) Este muchacho quiere sufrir y lo conseguirá. No hay remedio contra esas cosas; es la inminencia de la catástrofe.”
Marco es un poeta mexicano consciente de que no hay más lucidez de identidad y pertenencia que valorando el ancho mundo. Su poesía es un tránsito perpetuo, un canto de nostalgia por lo que fue o por lo que pudo ser, una declaración desde la infancia para saber que no hay más patria que el poema, más hogar que la palabra. Es cierto, la poesía de Marco Antonio Campos se hace visible, se advierte con claridad entre la jungla de las letras, sus aportes a la cultura mexicana también, porque esos sí crecen con el tiempo.
Es difícil señalar qué hace mejor Campos en su universo creativo y como personaje de la cultura mexicana: poeta, ensayista, cronista, narrador, traductor, antólogo, editor, promotor cultural y director del ya longevo encuentro Poetas del Mundo Latino, entrevistador, columnista. Siempre busca estar en la primera fila y responder a la primera llamada. Pertenece a una tradición de polígrafos en nuestro país cuyos referentes se remontan al Virreinato, en sabios como Carlos de Sigüenza y Góngora, primer novelista de México y quizás de la América hispana, astrónomo, cronista y ensayista brillante que fuera uno de los interlocutores de Sor Juan Inés de la Cruz. Pero Marco Antonio, a diferencia de muchos de nuestros intelectuales no ha pretendido el poder, no ha mostrado ambiciones de convertirse en el tlatoani de la vida intelectual, como lo fueron Alfonso Reyes y Octavio Paz; como lo pretenden todavía algunos de nuestros actores culturales, que rondan en capillas y círculos anhelantes de reconocimientos y el control de las políticas culturales, de sus beneficios. Campos participa y se disuelve en la dinámica literaria y editorial de las nuevas generaciones. Observa y se involucra en las polémicas cotidianas, pero sin imponer su juicio o sus preferencias estilísticas.
“Mi vida ha sido en las universidades. Nunca he desempeñado cargos públicos en el Estado. Desde 1968 me prometí nunca trabajar para el Estado mientras estuviera el PRI en el gobierno, y me enorgullece haberlo cumplido. Tampoco he desempeñado puestos de “mucha relevancia”. Lo más alto que he estado es como Director de Literatura de Difusión Cultural y Coordinador del Programa Editorial de la Coordinación de Humanidades de la UNAM, puestos, por lo demás, donde estuve muy contento. Como profesor, como investigador, como difusor de la cultura, la universidad te da libertad y tiempo: libertad para opinar y tiempo para vivir y escribir.”
(José Ángel Leyva (coordinador y entrevistador) Versos Comunicantes II (Poetas entrevistan a poetas iberoamericanos), alforja/UAM, México, 2005, pág. 329)
Marco Antonio es ante todo poeta y lucha por ser reconocido como tal. Su voz se apega más a la tradición y a una sentimentalidad más próxima al romanticismo que a las vanguardias, más a la necesidad de comunicar que de expresar, más al canto que a la forma, más a la claridad que al hermetismo o a la experimentación, más biográfico que abstracto. Georg Trakl y López Velarde pueden ser dos faros en sus poéticas y en sus paradigmas existenciales, estéticos, como también lo son Hölderlin o Baudelaire, Rubén Bonifaz Nuño o Jaime Sabines; Ungaretti o Carlos Drummond de Andrade. Su poesía gira en torno al sentimiento de la insuficiencia, de la imposibilidad, a la manera de un viaje incesante que no culmina sino en el recuerdo de lo que pudo ser, de lo que fue, de lo que no será. La historia transita con sus episodios en la vivencia cruda del poeta que se advierte y se asume, se quiere, en un viaje inacabado. Como el Virgilio de Hermann Broch, vuelve a sí cada vez que atestigua y constata que la realidad y el hombre, la humanidad, no están a la altura de la poesía y la literatura, no obstante que la conciencia, el ser humano es lenguaje. La palabra redime al hombre y lo condena a la vez.
Cuando El Equilibrista publicó la trilogía de Francisco Hernández: Moneda de tres caras, éste me confesaba en una entrevista que su libro-poema sobre George Trackl se lo debía a Marco Antonio Campos, a quien yo sólo conocía por sus escritos en el Unomásuno y por algunos de sus poemas. Además de haberlo visitado una ocasión en sus oficinas del Periódico de Poesía, pues yo trabajaba en una de las revistas de CONACYT, que se hallaba ubicado donde ahora es el edificio de Universum, allí en CU. Mi timidez entonces contrastaba con su extroversión y una charla estridente o estridentista, con Evodio Escalante, a quien yo había acompañado. Cada chispazo de sarcasmo, imposible de comprender para un testigo ajeno al mundo de ellos, era celebrado por Marco Antonio con golpes de puño sobre la palma de su mano.
Esa fue la primera vez que lo conocí de forma anónima. La segunda ocasión fue en una librería y cafetería. Acababa de regresar de una larga estancia en Austria. Allí sólo atestigüé su crónica de viaje. No recuerdo ahora cuando en realidad comenzó la amistad entre Marco y yo. Tal vez no tuvo principio y por lo mismo espero que no tenga final.
Los diálogos con Marco han fluido como canicas: locas y certeras, alegres y sonantes. Nos une la irreverencia y la fidelidad a los amigos, una idea amplia y precisa de la dignidad y la justicia, pero sobre todo un culto por la gratitud. La belleza de Colombia y las colombianas, amigos comunes como Juan Manuel Roca, Santiago Mutis, Samuel Vásquez. El vallenato es para Marco Antonio la versión caribe del tango. Con Marco el humor define a nuestros amigos comunes, tan afanosos como antisolemnes. Ahora nos une la pena de perder a uno de los más queridos y admirados, Juan Gelman, y no hacía mucho al querido Antonio Cisneros, a quien visitamos a pocos meses de su muerte en su natal Lima, y en la misma ocasión coincidimos con el entrañable Lêdo Ivo. Pero a Campos le ha tocado despedir en los últimos años a sus viejos compañeros de letras: Alí Chumacero, Rubén Bonifaz Nuño, Tomás Segovia, Alejandro Aura, Antonio Cisneros.
Solitario, rema bajo el temporal y no se afilia a grupos, logias, cofradías, tribus, hace de su individualidad una estrategia colectiva. Una amiga poeta me decía, hace un par de años: “Cómo ha crecido la obra poética de Marco Antonio Campos.” Quedé en silencio, extrañado ante el comentario y luego me pregunté a solas: “Una obra escrita en el pasado ¿crece o comienza a ser leída?” Es paradójica esa ignorancia del poeta y su obra en un promotor cultural y literario como Campos. Pero es comprensible cuando la vocación del organizador y orquestador es cederles el escenario a los demás actores, hablar de ellos y sus obras, sin la falsa modestia de quien sabe que su trabajo literario se cocina aparte. ¿Habrá otros escritores que además de promoverse y cultivarse a sí mismos revelen y enseñen la importancia del Marco Antonio autor?
No es tarea fácil la revisión de la obra literaria y poética de un polígrafo como Marco Antonio Campos, pero existe la necesidad de colocarlo en su perspectiva lírica y en la de la historia literaria de México y América Latina, y no sólo, pues gracias a él, por su labor editorial, periodística, de traducción y de promoción cultural conocemos autores de otras lenguas y otras culturas. Mundo Latino tiene más de 20 años de convocar poetas de lenguas romances. Un fuelle que se abre y se cierra para brindar aliento renovado a la poesía local y para dar a conocer al mundo la fuerza intelectual y creativa de un país como México. Marco es un protagonista de esos flujos y reflujos culturales, pero también es un testigo que da testimonios sobre cada circunstancia, personaje, memoria, debate en el diario acontecer de nuestra vida nacional. Sus crónicas, sus entrevistas, sus ensayos exigen una atención atenta y aguda para desentrañar la energía y las causas que las motivan. Pero insisto, Marco Antonio es de madera romántica, de corte clásico, la soledad y el viaje lo empujan hacia dentro y todo es insuficiente, apunta hacia la imposibilidad baudelariana, terrenal del albatros, y entonces resuenan una vez más las palabras de Mejía Sánchez refiriéndose al joven Campos: “Este muchacho quiere sufrir y lo conseguirá. No hay remedio contra esas cosas; es la inminencia de la catástrofe.” Claro, esa catástrofe que lleva hacia el poema, no hacia el arte de vivir.
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