Aquiles Julián revisa la tradición haikuista en América para señalar que, en este segundo volumen de brevedades, Alexis responde con solvencia y humor esta fórmula de la belleza contenida, sobre todo si se considera la perspectiva caribeña de lo hiperbólico.
Alexis Gómez, atrapar lo inasible
Aquiles Julián
Hay algo en el haikú que excede cualquier previsión: no es su exigente brevedad, su estricta forma. Es su pretensión: capturar en su pureza el instante y trascenderlo. Atrapar lo fugaz, la pura impresión, la sensación nimia, lo efímero, puerta de apariencia menuda que encubre una enseñanza mayor.
El haikú seduce por su desafío. En su sencillez está su trampa.
No es inteligente ni sensato embarcarme en una demostración de suficiencia sobre el haikú. Tampoco es el lugar. Aquí es tiempo de invitar y enamorar al lector a que paladee este manojo de haikús que Alexis Gómez Rosa ha espigado de su cosecha y que adoba y presenta en un libro bello, objeto en sí mismo de deleite. Baste saber que desde que conocí el género, de manos de su introductor al idioma español, el mexicano Juan José Tablada, quedé anonadado por cómo en tres rápidas pinceladas, aparentemente al desgaire, se lograba el milagro de detener y fijar lo fugaz, como en su haikú más querido por mí:
Tierno saúz:
Casi oro, casi plata
Casi luz.
(Juan José Tablada)
El haikú, derivación de géneros, encontró un camino propio. Creado, hasta donde la tradición nos cuenta, por un poeta excepcional, Matsuo Basho, quien lo desarrollo como hokku, hasta que otro poeta, Shiki, lo bautiza como haikú, su estructura formal de tres versos, en métrica de 5, 7 y 5 sílabas, ha perdurado.
Como poema, es depositario de una visión espiritual: ese cruce entre dos tradiciones, el taoísmo y el budismo zen, sin las que sería imposible entender el haikú.
El despojo de todo ruido interior, de toda cháchara de la mente, de todo pensar, de toda distracción acerca de un pasado que no existe y un futuro que tampoco existe, puras fantasmagorías de la mente, para concentrar la atención en lo único que existe y se pierde de continuo: el fugacísimo presente, el instante tan pasajero que apenas sentido ya transcurrió, reverbera en su esencia.
La sensibilidad del haikú es ese aquí y ahora que perdemos de continuo, embebidos en nuestros rencores o agravios o vergüenzas por un pasado que nos atormenta o los miedos y expectativas de un futuro que imaginamos y siempre es distinto a lo que pensábamos. Es la celebración de lo único que existe: el presente, ese fulgor efímero que perdemos de continuo.
La experiencia zen en la poesía dominicana
Quizás el mayor acercamiento a la experiencia zen en nuestra poesía proviene de un poeta casi olvidado: Domingo Moreno Jimenes, cuyos reverberos destellan aquí y allá en la obra de Gómez, en su amor por el vocablo común, vivo, palpitante, en una sabia mezcla de lo local y lo universal, esa mixtura del condimento verbal vernáculo y la riqueza de nuestra lengua y del arte poético universal que encontramos en los poemas de Alexis y que le dan su peculiar sabor.
Moreno Jimenes, aclaro, no escribió haikús, hablo de una actitud mental, espiritual, de la sensibilidad; hay muestras en la poesía de Moreno Jimenes de ese espíritu. De todos los poetas dominicanos que conozco, fue quien más se acercó a esa poesía de la pura sensación del instante.
Digo también que Alexis Gómez Rosa, poeta gourmet que ha paladeado en un festín interminable y fructífero nuestra mejor poesía y la gran poesía latinoamericana y universal, abrevado en sus veneros y nutrido su voz de las mejores tradiciones de la lengua y del género, es un hijo de las dos grandes corrientes que conformaron la poesía dominicana en el siglo XX: el postumismo y la poesía sorprendida.
Pudo tratar y aprender directamente de sus maestros, con los que conversó y a los que trató, un privilegio envidiable. Se codeó sobre todo, con los maestros de La Poesía Sorprendida, entre ellos el gran Franklin Mieses Burgos, el agudo Freddy Gatón Arce y el siempre sorprendente Manuel Rueda, preceptor exigente, de quien se declaró cómplice en aquella aventura renovadora que fue el pluralismo.
Alexis, por igual, ha sido un acróbata que se ha medido contra una diversidad de formas y maneras. Es un poeta que abrevó en lo mejor de nuestra tradición, la desafió y la expandió, y que por igual se goza en la actitud zen, contemplativa. Y entre esas formas introdujo el haikú en la República Dominicana, no como ejercicio aislado y curioso, sino formalmente con todo un libro.
Una muestra de maestría
La obra poética de Alexis, en progreso continuo, se enriquece ahora con éste su segundo libro de haikús.
Ya en un primer aporte: Hight Quality, Ltd., en 1985, Alexis hizo la introducción formal del haikú a nuestra poesía, no como pieza aislada, no como ejercicio ocasional, sino como todo un libro dedicado a medirse contra las exigencias de ese formato poético.
El haikú es un acercamiento mayor a ese programa que late bajo el nombre de la poesía sorprendida. Sorprender la poesía, atraparla por descuido, tomarla de improviso, algo que todo poeta sueña alcanzar.
Cada pieza de este nuevo libro es testimonio de ese intento de capturar la sensación en tres versos, fijarla y trascenderla. Órbita verbal cerrada, desafío extremo. Indagación sutil que se insinúa sin decirse, simple demostración: ahí está la realidad, la inasible. ¿Metáfora de la poesía?
En un haikú la imagen lo es todo: sensorial, plena. Y sin embargo, opera como verdad aparente de algo más profundo, que apenas se entrevé.
Sobre Alexis
Tengo muchos años de conocer, disfrutar y admirar a Alexis Gómez Rosa.
Y de ser testigo de su pasión por la poesía, por la palabra.
Miembro de lo que se ha llamado la Joven Poesía o la Generación de Post-Guerra, Alexis ha hecho del ejercicio poético su tarea vital.
Es un poeta cordial, generoso, apasionado; siempre presto a las mieles de la amistad y de un buen humor que contagia.
No sólo ha brillado como poeta, también nos ha sorprendido y premiado como narrador de excelencias inesperadas.
Su poesía, renovadora y renovada de manera continua, le ha construido un espacio propio de calidad en nuestras letras. Es hoy uno de los nombres mayores de nuestra poesía, mérito ganado por la enjundia y la amplitud de su obra.
En un país de excelentes poetas, dueños de obras singulares, ha impuesto su marca y ha erigido con poemas y libros de indudable calidad la estatua de su voz, perdurable y única.
Volviendo al haikú
Uno siente al haikú frágil. En un mundo cada vez más aturdido por mil y una distracciones, reclamos, urgencias, esta brevísima llamada a desprendernos de todo para paladear la fugacidad del instante, ese brevísimo segundo que palpita y se pierde, y obtener (tras todo hay eso, un esclarecimiento, un aprendizaje, un entendimiento mayor) una comprensión profunda del ser y de la vida, se coloca en los antípodas.
Y al elegir el haikú para este, el más reciente que sus libros publicados, de alguna manera el poeta también hace una declaratoria, una toma de posición, una elección vital.
Lejos de toda grandilocuencia, de toda pretensión ideológica, de los torrentes verbales que enardecieron y también enrolaron en visiones de subordinación y renegación la voz de muchos, el poeta apuesta por la experiencia inmediata, con el aquí y el ahora, por la comunión con una vida engañosamente pasajera, que se nos escurre apenas tocarla sin poder saborearla a fondo.
Dejémonos guiar por su mano diestra y recorramos, maravillados, este conjunto de poemas, degustándolo sin prisa.
La poesía, escurridiza dama, nos tiene preparado tremendo banquete.
No la hagamos esperar.