Nery Córdova. El camarada Efraín Huerta

efrain-huertaNo sólo de humor vive el hombre, también de utopías y de palabras que intentan nombrar la realidad cambiante y sonante. Nery Córdova evoca la figura de El Gran Cocodrilo para situarnos en su perímetro lírico y político, existencial.

 

 

EFRAIN HUERTA: DE UNA POESIA VITAL Y DEL PLACER DE LA LECTURA

“Te declaramos nuestro odio, magnífica ciudad.
A ti, a tus tristes y vulgarísimos burgueses,
a tus chicas de aire, caramelos y films americanos,
a tus juventudes ice cream rellenas de basura,
a tus desenfrenados maricones que devastan
las escuelas, la plaza Garibaldi,
la viva y venenosa calle de San Juan de Letrán”

Nery Córdova

Nery Córdova
Nery Córdova

Resumen: Efectuamos aquí un discreto acercamiento a la importancia sociocultural y generacional de la poesía de Efraín Huerta, así como a su doble etiquetaje de poeta “político” y “urbano”, en virtud de las filias y fobias recurrentes de su misma obra.
—–0—-

            Ante el conjuro de su nombre, fue como abrir un poco el ropero, el baúl o ya de plano el USB y el link de la memoria. Las imágenes de sus versos y el recuerdo de sus frescas, francas y fuertes figuras, a veces sutiles, a veces crudas, a veces risueñas, de pronto se agolpan en la mirada personal en el contexto actual de los escenarios y de un tiempo “posmodernos” en el que nos ha tocado participar, atestiguar o sencillamente vivir. Como que el mundo se nos vino encima de forma abrupta y espectacular y sin darnos cuenta a cabalidad, pero que sin duda hoy corroboramos frente, junto, dentro y en medio de la ostentosa y petulante, pero a la vez harapienta y andrajosa sociedad y cultura de masas. Sus luces, sus riquezas y sus lujos son notorios, visibles y elocuentes; sus pobrezas, sus miserias y sus hambrientos lo son más, le guste o no a los políticos y gobernantes desvergonzados y cínicos, o a los apologistas académicos y hueros de la globalización y de la rimbombante sociedad de la información y del conocimiento.

Sin embargo, advertimos hoy con mayor claridad y descaro el espectáculo de la transformación técnica y sociocultural del hombre y del tiempo mexicano, en la medida en que echamos vistazos necesarios y urgentes, comparativos o analíticos, al hábitat y a los propios escenarios de hace no mucho tiempo, de hace unas cuantas décadas, de cuando el mismo poeta al que hoy invocamos, aún iba erguido y doloroso por las calles de la ciudad, blandiendo la espiga o recreando “la primitiva rosa de carne y desaliento”, con los fusiles de la pluma, de la ira, del amor, de la pasión y el alma en ristre. En una perspectiva ligada al arte literario, pensar y hablar de ciertos autores entrañables y en especial de ciertos poetas, nos remite desde ahí, desde una factible óptica poética y sin importar si enfilamos por otros rumbos teóricos, hacia nuestros propios asombros por tratar de entender, comprender y explicarnos las complejidades de esta sociedad y esta cultura.

efrain-huerta
Efraín Huerta
De frente a la sociedad actual, orgullosa y casquivana, que se observa por todos lados con sus ambientes fatuos de ligereza, banalidad, superficialidad, espectáculo, prisa, vértigo, sofisticación tecnológica y masificación, consideramos de entrada que se requiere, más que nunca (desde el Estado y en especial desde las universidades públicas que son acaso los últimos bastiones y refugios más o menos estables y sólidos de los valores humanísticos), de una urgente preocupación y revaloración del arte, de la poesía y con ella de los grandes poetas del mundo. No lo planteamos por un complejo y un prurito de vertiente y enfoque elitista, trasnochado, aristocrático y cultista (y aunque así fuera qué), sino porque la poesía, como las artes en un sentido genérico (y esto es propiamente lo significativo), es una necesidad y expresión esencial, vital y constitutiva de lo humano, como la sombra y la piel y el eco del espíritu, en lo que tiene que ver con el desarrollo y la sobrevivencia de eso humano, y en especial como cristalización de lo excelso y sublime y trascendental del fenómeno llamado humanidad, en el sentido teórico y conceptual plasmado en los rigurosos trabajos de la socióloga húngara Agnes Heller. (1)

En cuanto forma comunicativa cultivada y expresión que es estética y es sustancia, acaso estamos hablando del discurso supremo –el del arte– elaborado, bordado y cultivado desde la emoción, la sensibilidad y el intelecto, y que las propias maquinarias implacables del llamado progreso y de la racionalidad han puesto en predicamento, con los mecanismos propios de la mercantilización y la comercialización, y que han conducido hacia la franca depredación y vulgarización masificada de la cultura y de las artes, cuestión advertida y estudiada por supuesto desde hace bastante tiempo, entre otros, desde la teoría crítica de la emblemática Escuela de Frankfurt de Marcuse, Adorno y Horkheimer (2).

Y hasta pareciera que la poesía en sentido estricto, se encontraría en cuanto tal en grave riesgo, como una especie artística en peligro de extinción. Aunque algunos necios nos aferremos a los sabios y a los grandes necios, como Alfonso Reyes por ejemplo, que profetizaron o advirtieron respecto de que mientras exista una palabra hermosa, habrá sencillamente poesía. Quizá sí, aunque a estas alturas y rumbos del mundo, quién sabe.

En torno a estas cuestiones es a lo que nos convoca y provoca la obra de Efraín Huerta –“el camarada Efraín”, le decíamos de cerca y no tan lejos hace ya una caudal de ayeres en los espacios universitarios y en los creativos rincones citadinos de una vida comprometida con valores humanos, con utopías y por qué no también con ideología y política–. Inducidos por el hecho repentino de pensar, evocar y sentir sobre y desde sus celebrados versos, de pronto descubrimos ahora, casi como un hallazgo, que sus poemas desenfadados, y lo mismo la dureza profunda y el rigor conceptual de muchas de sus creaciones fundamentales, o por lo menos jirones, pasajes, imágenes, recreaciones y diamantes de sus libros, forman parte viva y dinámica del imaginario personal, como un bagaje y un acervo que reverberan, que moran, que anidan y que son también, junto a otros acervos particulares, sustancia interiorizada, discurso asimilado y seguramente lenguajes, voces y ecos resemantizados de nuestras mismas representaciones, emociones, ideas e impresiones. En suma, algunas de las raíces y ramificaciones de nuestro hábitat, de nuestros modos y de nuestra cultura personal.

Es decir: sin saberlo bien a bien, habíamos advertido muchas cosas del mundo de la vida, de sus trajines, de sus andares, de sus penas, de sus alegrías y de sus contradicciones, justo como si usáramos, por ejemplo, las figuraciones intensas de sus hallazgos, así como los registros versificados de la cotidianeidad y de los ideales y sueños políticos, o bien tan sólo de las festivas ocurrencias del “azul celeste” y “que se acueste” de los “poemínimos” de Efraín y de muchas de sus formas sarcásticas, mordaces e irónicas. Y sin duda que tales atrevimientos e irreverencias se complementaban, acaso desde los ángulos de la ideología, con los expresos cantos, elegías y homenajes a Federico García Lorca, Rafael Alberti, Pablo Neruda, José Revueltas o el Che Guevara, al margen de su riqueza, amalgama técnica y calidad formal. De la sorpresa del descubrimiento de que Efraín Huerta ha estado siempre presente adentro y desde uno mismo, pasamos sin duda al reconocimiento y al gusto, al placentero y sencillo jolgorio pecador y cómplice que ello entraña.

En este leve recuento repasamos la mirada en el entorno y en el contexto y corroboramos que se trata de una herencia o legado que rebasa lo individual; que es grupal y que se trata de los trozos densos de una cultura generacional, la que se fue hilando y edificando con muchos otros afluentes poéticos e intelectuales, amén de accidentes e incidentes históricos, sociales, políticos y culturales, que nos marcaron de forma distintiva y para siempre. No sin ecos de nostalgia, a Efraín, muchos de sus adeptos, estudiantes y profesores, lo traíamos en el morral militante junto a los cigarros, la torta y el libro de Marx, en la memoria presta y ocurrente y en la ideología izquierdista hasta como un afiche, como baluarte y emblema de liberación, revolución, socialismo y comunismo. No era para menos: el “Gran Cocodrilo” nos ponía la muestra de lo que significaba ser simultáneamente un rudo y un excelso creador, un gran poeta bohemio, activo y vivo, incuestionable su vocación y filiación, al servicio de los más altos y nobles fines e ideales de la humanidad, que eran obviamente los de la reivindicación del proletariado y la clase obrera y la construcción de la nueva sociedad y del hombre nuevo.

Efraín Huerta
Efraín Huerta
Distante era, pues, su reconocida postura e imagen popular frente a las exquisiteces de los poetas clásicos, tipo Octavio Paz, con sus hálitos de pureza o de falsos y presuntos aires aristócratas y burgueses, aunque ambos hayan formado parte del núcleo de la vieja generación de la revista Taller, y sin menoscabo de que Efraín trabajara en su obra poética formulaciones tan densas, profundas, pulcras, estéticas y tan artísticas como las de otros grandes poetas mexicanos.

El canto sobre la “Ciudad que llevas dentro/ mi corazón, mi pena”,  es la ciudad de los contrastes económicos y sociales, el lugar que comparten el pordiosero, la mujer asna, “los hombres tristes” y los niños tristes que son simplemente flores; pero es al mismo tiempo el vasto escenario donde es posible la gesta política, según los sueños del poeta, que sin pelos en la lengua y en las manos escribe lo que se le da la gana y lo que siente afín, registran y advierten sus miradas, emociones y convicciones. No necesariamente se trata de obras panfletarias, en el sentido propagandístico y peyorativo, como harían algunos poetas por indicaciones de los partidos comunistas en los que eran militantes. Al final de cuentas el poeta, desde los pantanos, desde los fangos o desde las nubes y los paraísos de su existencia, crea y borda sobre la muerte, la vida, la ciudad, la nostalgia, la política, las montañas, el amor, el odio o el rencor y si lo que hace se transforma en poesía tendrá qué ver con las propias normas y valores formales, estéticos y artísticos de ésta. Desafortunadamente Efraín ha sido visto y desvalorado sobre todo, y así lo ondeamos y presumimos muchos como estandarte en las veladas bohemias, las borracheras y hasta en los mítines y las marchas, por sus denotaciones ideológicas más que por sus tamaños y valores formales y artísticos. 
Pero acaso esta característica de representación grupal, generacional y colectiva, que condensa haberes de poiesis y deberes discursivos y sociales, sea una de las virtudes y uno de los aportes trascendentes y significativos de la vasta creación del poeta mexicano de “Absoluto amor” (una de las obras cumbres por su finura), a quien se le ubicado casi siempre como un poeta “urbano” (como si en los años o la época de Efraín haber transitado de lo rural a lo urbano implicara ya una ruptura con la prehistoria y por ende con las ánimos y las letras apacibles de las intimidades bucólicas de la soledad y del silencio), y como si la mayor parte de los artistas y poetas de los tiempos actuales, pudieran no ser urbanos ni tampoco políticos.

Aunque quizá la etiqueta sea de alguna manera cierta y justa, pero en todo caso se trataría del contexto y hasta de un pretexto del escritor, que escarbaba, compartía, deambulaba y creaba día a día en los confines de la magna ciudad de su sensibilidad y de su intelecto, como quien carga, lleva, sufre, descubre y disfruta de su vida, de sus pasos y de su propia piel, que eran sus avenidas, sus barrios, sus edificios y sobre todo los avatares, los dramas, las tragedias y las odiseas de su propia gente, de ésta que en sus amplios sectores proletarios, pobres y marginados representaban al mismo tiempo el ideal político de la liberación y la transformación social. En otros términos, habría que ver a las presencias bulliciosas, silenciosas y extrañas de las calles citadinas, sus rutas, sus autobuses, sus palacios, sus ventanales y sus símbolos, con todo y las luces, sombras y penumbras, como una suerte de incidentes referenciales que marcan, definen y le dan geografía, nacionalidad e identidad a las miradas de la vida.

Cada quien escribe según su cubículo, su oficina, su escuela, su barrio, su antro, su palacio, su torre de marfil, su ciudad o su contexto. Y algunos, como el poeta que nació en 1914 en Silao, Guanajuato, vieron a la inmensa, amada y odiada Ciudad de México, ese “mar de voces huecas” como ancha y amorosa “mujer de mil abrazos”, proveedora de soledades, ansiedades y del “bendito cinismo endurecido”, acaso de cientos de miles de habitantes hacinados, de la más diversa ascendencia geográfica y cultural, en busca afanosa y desesperada del sustento y de la existencia, incluidos los ánimos transgresivos, esquivos y desolados de vagos, andrajosos, limosneros, ladrones, carteristas, prostitutas, violadores y asesinos. Habitante orgánico de la urbe, se hundió y se pertrechó en ella y la adoptó como su biblioteca, estudio, casa y hogar en pleno, de día y de noche: la ciudad insustituible y distinguible en la propia obra, para cantarle y reclamarle a las infamias de los hombres y de las mujeres y con ello al odio, al amor y a la esperanza.

 

 

1.-    Cfr. Agnes Heller, Sociología de la vida cotidiana, Ed. Península, Barcelona, 1987.

2.-    Cfr. Herbert Marcuse, El hombre undimensional, Ed. Joaquín Mortiz, México, 1981,  y Max Horkheimer y Theodor Adorno, Dialéctica del iluminismo, Ed. Sudamericana, Buenos Aires, 1969.