Con un título acorde a los tiempos de Harry Potter «Amarrate a una escoba y alcanza el cielo», el poeta asentado en Durango nos ofrece una propuesta de intertextualidades, que según el autor de la nota que publicamos, Ángel Vargas, fluctúa entre la tradición de la sensualidad mística y la poesía simbolista.
AMÁRRATE A UNA ESCOBA Y ALCANZA EL CIELO
Editado por la Universidad Juárez del Estado de Durango (2013)
Ángel Vargas
En la poética de Antúnez convergen filiaciones y estilos de diversa índole. Es, digamos, una poética del eclecticismo. El diálogo entre su escritura y la tradición se hace evidente con el ejercicio epigráfico; de manera que puede conducirnos de Poe a Rimbaud o de Caifanes a San Juan de la Cruz. En Amarrate a una escoba y alcanza el cielo, libro extraño desde el título, puede intuirse y, más aún, se indaga, en la intertextualidad que mantiene, por un lado, con la tradición poética religiosa –con el Cantar de los cantares o con el Cántico espiritual del poeta carmelita–, y por otro el dejo de la poesía simbolista.
Diríamos que la vértebra del lenguaje poético es, precisamente, el sustraído de la poesía mística. Antúnez se vale de la figura del amado para evocar, ya no a Dios, como lo hacía san Juan o santa Teresa, sino a otro tipo de divinidad; una divinidad ligada, desde la entraña, a la palabra. La articulación sucesiva, de alfa a omega, remite al principio generador y culminante del verbo, es decir, a la palabra como principio y fin del poeta y de su discurso.
Para el creador el verbo o la poesía es el amado. “me ofrecí a la palabra/con el ojo/ de la sed más bella” (p.32), y añora, –a la manera mística– “¡hola Dios!/ ¿adónde te has ido?/ ¿acaso te has enojado conmigo?” (p.81), de forma casi transparente con “¿Adónde te escondiste,/ amado, y me dejaste con gemido?” del Cántico espiritual.
El lenguaje de Pablo Antúnez se instala también en el ámbito de lo edénico, del primer hombre y de la primera mujer:
«adán ha solicitado un jardín
para sus descendientes
incapaces
de arrancarse la piel
y recibir el Corpus Dei»
«adán anuncia
una biblia
para los hijos de eva»
[…] (p. 76)
Pareciera que el poeta se siente un desterrado, un hijo expósito que solo puede observar el paisaje edénico, sin sentirlo suyo. Antúnez señala “un paraíso/ se desdobla en mi cara/ su mirada me recuerda/ que soy forastero/ de sus huertos milenarios” (p.12).
Este discurso religioso toma una dimensión que resulta a momentos desconcertante, en ese sentido, la labor poética es efectiva; esa nueva tesitura de lo genético, de lo angélico es quizá el mayor mérito del libro. La obra de Antúnez, a momentos lúdica y agridulce, logra estrofas de una factura poética sumamente destacada, mediada por el trabajo metafórico y de la imagen:
«antes del amanecer
iré por una pistola
para meterle dos balazos a la puta
que ha pintado mi cabello de blanco»(p. 65)
«el alba se acerca
en su bolsillo izquierdo
carga una lucecita
y le llama sol»(p. 66)
Además, inmerso en este ámbito de lo germinal, hay un tono infantil –o infantilista– de tal naturaleza que en lugar provocar ternura deja una rúbrica ácida o desencantada:
«a orillas de mi ángel
juego al niño dormido
con la sangre adúltera
que caín me heredó
ése loco protestante de la fe» (p.48)
Podríamos decir que el libro de Pablo Antúnez destaca por su escritura vertiginosa y el efecto que deja en el lector. Si tuviera que describir las sensaciones que provoca, en ese ámbito de la subjetividad lectora, diría que la primera lectura es la del desconcierto, la segunda la del cuestionamiento y es en la tercera cuando llega el momento de la empatía poética. Que sea esta una invitación a su lectura.
Ángel Vargas.
Ángel Vargas (Acapulco, Guerrero, 1989). Estudia Letras hispánicas en la UNAM. Ha tomado talleres con los poetas César Rodríguez Diez y Luis Armenta Malpica. Su obra ha sido publicada en medios electrónicos, así como en el semanario Cauce de la Universidad Autónoma Metropolitana. Premio Estatal de Literatura Joven 2012 en la categoría de Poesía del Instituto Guerrerense de Cultura.