El gran poeta español, premio Cervantes de Literatura, envía esta nota exclusiva para La Otra en la que nos habla de la palabra florida que habita en esta también poeta de origen estadounidense pero con residencia en el mundo indígena de Chiapas.
AMBAR PAST EN SU POESÍA Y EN LA FRATERNIDAD TSOTSIL
Ámbar, Ámbar Past. Quizá de raíces polacas, quizá de nacimiento norteamericano, no lo sé bien. Sí sé, pude saber (hace ¿siete, ocho años?, en días en que Víctor Manuel Mendiola me tuvo invitado a un inolvidable festival poético en San Cristóbal de las Casas), otras causas, potencias y circunstancias de Ámbar.
Supe de la existencia de Ámbar y de la existencia de su poesía. No fue poco. Pero el tiempo (le estoy muy agradecido al tiempo por lo que a Ámbar Past concierne) me ha ido procurando otras emocionantes sabidurías. Algo quiero decir de las tales antes de referirme a la más reciente poesía de Ámbar, que ésta, su más reciente poesía, es el motivo central, ya que no único, de este escrito. De este escrito que, libros aparte, creo que es el primero que en mi vida ofrezco a las prensas iberoamericanas.
Ambar vive en San Cristóbal, donde coordina las humildes y magníficas ediciones del Taller Leñateros; del Taller que merece un serio estudio de su significación editorial –de su cultura editorial, podría decir–, y también una estimación más justa y retribuyente de su tarea. Ámbar vive en San Cristóbal, sí, pero hay que añadir velozmente que su vida se proyecta en los espacios chiapanecos en que es más evidente, asociada a la pobreza, una cultura propia, sagrada o mágica, me da lo mismo: Chalchihuitán, Huixtán, Pantelhó, Chamula… En estos y en otros pueblos semejantes, mujeres y hombres tsotsiles son poseedores de la “palabra florida”, de los conjuros y cantos ofrecidos, que “alimentan” a los dioses y que los dioses corresponden protegiendo a los tsotsiles en su cada día. Así, la “palabra florida” existe y se canta “para que la lagartija no coma el frijol, para pedir la mano de una mujer, para que no venga el ejército, para que el murciélago no muerda al borrego, para no tener que robar,..,”. Hasta “para vender Pexi Cola” (sic). ¿Grotesco o maravilloso el sincretismo que dispone conjuros “para vender Pexi Cola? El más inteligente y furioso creacionismo europeo no alcanzaría una obra poética con grado semejante, que en las vanguardias europeas no están los dioses–incluidos el Dios o los dioses vétero y neo testamentarios– que sí están en la poesía tsotsil.
En este espacio “conjuratorio” y “sacro-musical” trabaja Ámbar con decenas de conjuradoras y de músicos (arpas, guitarras, violines, flautas, marimbas,…) que, a veces, van con ella a San Cristóbal o a París. Pocas serán las veces de París.
¿Y qué hace Ámbar Past? ¿Antropología? ¿Lingüística? Sí pero no. Porque su finalidad no es primordialmente científica (aunque haya medios y logros que lo sean), porque la finalidad es en sí misma creación, que incluye la ciencia y la excede. Ámbar convive con tsotsiles, traduce (hace suyos) cantos y conjuros, conduce reuniones, graba, fotografía…
No está sola. Advierto la compañía de una mujer cuya complicidad parece reveladora. Hablo de Munda Tostón, capaz de entrar en el círculo de tiza mágico que traza Ámbar. ¿Quién es Munda? ¿Una realidad / mujer también “mágica”? Una creación ¿de ella misma?, ¿de Ámbar?, ¿de ambas? Su existencia está acreditada por sus actividades con tsotsiles. Ámbar, desde recursos inexistentes, tiene empeño en escribir la biografía de Munda. Por algo será. No está sola Ámbar. He visto también el nombre magnético de Elena Poniatowska, nuestra Premio Cervantes –he dicho “nuestra”–. No es poco, pero más hace falta.
He dicho que Ámbar traduce los cantos de las conjuradoras. Conviene ver con urgencia el libro Sueño conjuros desde el vientre de mi madre (titulo tomado de la conjuradora Pasakwuala Komes) y recorrer con cuidado las transcripciones fonéticas del maya y las versiones al castellano/mexicano (gracias, Ámbar). No desconozco el trabajo de los científicos con las lenguas mal dichas precolombinas, auque no lo conozco tanto como quisiera. Es un trabajo valioso y didáctico. El de Ámbar se da en otros parámetros, que, sinceridad por delante, debieran ser más frecuentados. ¿Por quién? Es obvio: por los poetas, asistidos por lingüistas. Así ha sido, con gran fortuna, por cierto, en la Galicia española.
Porque ocurre que la equivalencia –nunca la imposible igualdad– de un poema que se manifiesta en una segunda lengua, ha de ser necesariamente construida por un poeta. Esto no resta valor a la mediación del lingüista, pero la poesía tiene un imaginario y unas significaciones otras, que suelen no coincidir con las del lenguaje académico o convencional, y una disposición rítmica que tampoco es evidente en tal lenguaje. Pues bien, lo que hace Ámbar es exactamente lo que yo –y no sólo yo– entiendo necesario cuando de traducir poesía se trata: crear un poema, en términos de equivalencia con otro poema que preexiste en la lengua tsotsil. No me extenderé en argumentos. Confío el valor probatorio a una simple reproducción de traducciones. Doy seguidamente algunas muestras, abreviándolas, si procede.
PARA CONVOCAR A LOS MUERTOS.
“…no se vayan a quedar en el infierno, vénganse de regreso a su casa. Vénganse a su hogar donde están agachados, donde están sembrados en la tierra de Jobel. Vuélvanse ya si se asustaron, si lloraron en el lugar donde se calientan los huesos (…) Vengan a recibir sus ocotes / para alumbrar su camino / a nuestra casa. / Vamos a comer. / Vamos a beber… / (…)/ Ya pasó el tiempo / en que comimos juntos / en su mantel de la Tierra “.
EL BOLOM CHON
“Tigre que Baila en el cielo, / Tigre que Baila en la Tierra. // Tienes corta tu pata en el cielo, / en la Tierra. // Larga tu barba en la Tierra, / en el cielo. // Las tres cumbres, / los tres montes, / las tres praderas altas. // Tigre que Baila en la Tierra, / en el cielo. // Quiero lo que tienes, quiero lo que / tienes tan hermoso. // En tus tres montañas, / en tus tres praderas altas. // Tigre que Baila en el cielo, / Tigre que Baila en la Tierra. // ¡Maestro!”
PARA QUE NO VENGA EL EJÉRCITO
“Escucha, Sagrado Relámpago, / escucha Santo Cerro, / escucha Sagrado Trueno, / escucha, Sagrada Cueva: / Venimos a despertar / tu conciencia. / Venimos a despertar tu corazón, / para que hagas disparar tu rifle, / para que dispares tu cañón, / para que cierres el camino / a esos hombres …”
Palabra y música religan sufrimiento y pobreza con los Primeros Padresmadres, con los queridos muertos ya preternaturales. La presencia poética es y se hace sentir. No comento nada. Lo entiendo innecesario.
*
Ya está dicho el primer “algo” prometido. Diré ahora, directamente, hasta donde sepa y estime razonable, de la poesía estrictamente personal de Ámbar. Por razones espaciales obvias, habré de limitarme a los que, creo, son sus últimos dos libros: (Clítoris, Kuxtilali Kartonera, San Cristóbal de las Casas, 2011, edición plurilingüe –castellano/mexicano, inglés, polaco ¿japonés?– portada en relieve de Eusebio Ortega. Y El maestro de las obras, Editorial Fray Bartolomé de las Casas, 2014, con xilografías en relieve de Miguel Ángel Hernández). Y me limitaré satisfecho a esos dos breves libros, porque con sólo referirme a ellos tengo ya materia (y de gran calidad) para, si sé hacerlo, dejar firmemente anotado (no definido) su mundo poético.Clítoris (nadie se espante del título, que una denotación anatómica puede llevar consigo toda la decencia del mundo; y toda la tristeza, también) abarca veintiún poemas, que contados sin la sucesiva y numerada fragmentación interna podrían ser cuatro, y, atendiendo al sentido unitario de libro, cabría opinar que es un solo poema.
Ya he dicho algo: he afirmado la compacta unidad del libro. Efectivamente, todo él es testimonio de la simultaneidad de la presencia (tan sólo física, tan sólo aparente) y la ausencia (real y existencial). La proximidad, el encuentro de los cuerpos, conlleva la distancia y el desencuentro en la profundidad (hay que repetir la noción) existencial: “En esta cama donde hemos nombrado todas / las cosas (…) Tú no estás”. (10). O más adelante: “Las mujeres buscan en sus camas / algo que no es hombre, / ni mujer, // algo que los hombres tampoco encuentran”. (18)
La conjunción de la presencia (aparente) y de la ausencia (real) adquiere su carácter desolador también en la presencia / ausencia, o mejor, en el ser / no ser de un hecho decisivo para la realización del existir. Me refiero al amor, claro es. Y esto es así en modo que convierte todas las vivencias deseadas como realidades amorosas en fracaso de las mismas; en fracaso que se manifiesta en señales de un no haber sido o en señales de desaparición, de olvido, renuncia o despedida. Señales que pueden ser tan fuertes y hermosas como ésta: “Voy a lavar el cadáver de tu nombre / en mi corazón…” (“Velorio”). Así, el que pudiera ser (torcidamente leído) escandaloso título del libro, revela su melancólico significado: la reducción del amor a mera fisiología.
Hay que observar, porque es nuclear y decisiva en el libro, la sencillez –la temible sencillez– que Ámbar elige para verbalizar la tensión negativa del no ser soportado por el ser. Es un alto –y difícil– valor la transfiguración –la virtud transfiguradora– de la escritura que, como ocurre en este libro, fuera de toda complejidad o solemnidad formal, convierte la negatividad viviente y vivida en positividad poética, también vivida y –yo diría– viviente. Un alto valor y una poderosa virtud, sí. De Ámbar, en este caso.
El maestro de las obras. Si no hubiese datos de autoría, si no se supiese de la sensibilidad y del talento poliédricos de Ámbar, sería difícil entender, leído Clítoris, que este otro ultimísimo libro sea de Ámbar. No se trata de que sea “otra” la voz; no es eso, que la voz, en su tesitura personal, permanece. Se trata –sigo musicólogo–, de la impostación. El maestro… es una elegía, sí, pero una elegía que cursa en la serenidad; en la serenidad del ánimo y en la serenidad del lenguaje y de la forma; en una serenidad melancólica, más afinadamente dicho. El maestro… es un libro y, sí, no hay duda, un solo poema; largo sin desmesura. Todo lo que yo podría decir de él (que sería mucho si yo fuese un crítico verdadero y docto, que no lo soy) puede quedar dicho reproduciendo algunos de los primeros y de los últimos versos del poema. Declarada verazmente mi pobre sabiduría, hago las citas.
Del comienzo: “El maestro Jesús vive en toda la casa. / En todas las casas del pueblo. / Vive en sus tejas y en sus muros de adobe, / en pisos de tierra, dentro de los cimientos. / Detrás del fogón y la aldaba. // En cocinas de humo nace Jesús. / Se ve su rostro en las brasas “.
Del final: “¡Jesús! / El que nace cavando pozos, / viendo las estrellas de día / al fondo de la muerte, / hoy vive arriba de las nubes, / fumando Alas con Tata Dios…”
Si, en el libro anterior, la maestría de la sencillez consistía en que la sencillez fuese afilada y temible; en éste, la maestría consiste en que la sencillez curse mansa y fluida, envuelta en una tristeza que alcanza a otear alguna esperanza,
Tengo una atrevida intuición interrogatoria: queriendo o si querer, pensándolo o no (la poesía es más bien pensamiento impensado), ¿ha creado Ámbar un trasunto plenariamente humanizado (un Jesús “maestro de obras”) del Jesús, hijo de Dios? Podría ser, podría no ser. Hago seguidamente, a estos efectos y siempre interrogándome, una sucesión de citas recortadas:
“A todos ayuda. / Todo lo arregla…/ (…) En cada viruta; Jesús. / (…) Cuidándonos. / Siempre, / Naciendo. / Todos los días. / (…) Vive fuera de lugar. /(…) El maestro nos cuida / a todos nosotros… / (…) y jamás duda / ser todopoderoso. / (…) -¡Viva Jesús! /-Me llamaste, jefe? (…) / -Sí, hijo. (Palabra del Señor.)”
Haga el amable lector que hasta aquí me ha acompañado con su generosa lectura, su juicio deductivo. Yo, agnóstico ignorante, añadiré únicamente que El maestro de las obras, el poema-libro de Ámbar Past, es un espléndido, un gran poema.
Antonio Gamoneda
P/S “¡Qué cabeza la mía!”. Esto decía, en no sé qué película, el olvidado, querido Cantinflas de mi infancia. Efectivamente, ¡qué cabeza la mía! Ha ocurrido que, terminado este escrito, ha saltado, desde el “espantoso monte” (decía el clásico) que es mi biblioteca, un libro de… De Ámbar, confieso doliente. Y yo diciendo y volviendo a decir que los comentados eran sus últimos ultimísimos. No me perdono. El libro se titula Munda, primera Munda, y está publicado en este 2014, año de mis desdichas, por 2.0.1.3. Editorial, edición numerada de 100 ejemplares, ¡una joya! Y… ¡Qué cabeza la mía! Leo una página: “Otra vez, como siempre,/ te moriste, Madre. / Otra vez me llamaste y no pude ir / a cerrar tus ojos. / No nos despedimos. / Como siempre, / te enterraron los jaguares”. Demasiado; demasiado bueno. (¿Será este libro el preámbulo de la biografía de Munda?) Demasiado bueno para poder dormir esta noche. Leeré. Y algún día, perdonado sea, diré de Munda, primera Munda. ¡Qué cabeza la mía!
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Antonio Gamoneda, escritor y poeta español. Premio Cervantes (2006), Prix Européen de Littérature (2005), Prix International «Argana» (Casablanca, 2013. De la cultura árabe para poetas de todas las lenguas).
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