Sin duda una de las más sobresalientes plumas en el llamado periodismo narrativo en México. Relatos fieles a la realidad, pero condimentados con lenguaje de escritor. “Las fiestas de Caro Quintero en el Mazatlán de los años ochenta”.
Las fiestas de Caro Quintero en el Mazatlán de los ochenta
Magali Tercero
INTRO
Esta crónica está protagonizado por Bárbara, una mujer que en los años ochenta asistió a varias fiestas de traficantes poderosos de Mazatlán, Sin.
GORDO, FEO, NARQUÍSIMO. Llegó con un anillo de diamantes. "Quien me trate bien se lo queda". Era gordo, feo, narquísimo, un traficante de mediana jerarquía, pero a las jóvenes beldades invitadas al cumpleaños les brillaron los ojos. Primero le ofreció el anillo a Bárbara, una sonorense temperamental que había llegado a Mazatlán en 1984. "Traje esto para que se porte bien", le dijo el hombre. "Uy, me queda muy grande", contestó Bárbara dándose media vuelta. De inmediato Lola—guapísima, con cuerpo espectacular, una niña de buena familia que no necesitaba dinero— le pescó el anillo. No le quedó en el dedo anular sino en el índice. "Y él, fascinado", recuerda mi entrevistada. Nunca antes se habían visto. "Las mujeres se exhibían como si estuvieran en aparador para ser elegidas. La ambición las devoraba", confiesa Bárbara, que en ese periodo conoció a los traficantes Miguel Ángel Félix Gallardo y Rafael Caro Quintero. Enumera los detalles de sus fiestas: las pistolas, los diamantes, la cocaína sobre las mesas, el desfile de veinteañeras como maniquíes, las esclavas de oro con diamantes extravagantes, los trajes impecables de los hijos de los traficantes, educados en las mejores escuelas de Culiacán.
Lo extraordinario se recuerda siempre. Bárbara no tocaba el tema, con nadie ajeno a su círculo, desde que se instaló en el puerto gracias a Susana, ex condiscípula del hijo de un “capo”. Bárbara tenía abundantes cabellos castaños, boca bien dibujada y ojos de larguísimas pestañas capaces de sostener un cigarro Baronet. Cumplía 21 años. "Desgraciadamente éramos empleadas de la ex amante de uno de ellos, dueña de una tienda lujosa puesta, obvio, con dinero del narco. Nos caían todos. El capo aquel, no destacado pero sí enriquecido, era propietario de un antro: una palapa con piso de madera donde un día me sacó a bailar". Le impresionaban sus fiestas. Muchas duraban 24 horas, hasta que el trompetista tenía la boca floreada.
Una vez el propio Caro Quintero sacó la pistola. "De aquí nadie sale hasta que yo lo diga". Ella se quedó petrificada. "Eran fiestas tremebundas, y debía ir". Su refugio fue observar. Los hombres platicaban sobre sandeces. Bromeaban. Sólo mencionaron el "negocio" delante de las mujeres cuando detuvieron a Caro Quintero en Costa Rica, el cuatro de abril de 1985. En la fiesta del sábado siguiente se criticó mucho la aprehensión. Pero más se bromeó sobre una muchacha, presunta sobrina de un aspirante a gobernador de Jalisco, que estaba en la cama con él cuando llegó la policía. "¡Ay, se robó a la plebe!", exclamaban entre risas. Después de la detención todo se hizo más discreto. Los traficantes de medio pelo llegaban a buscarlas al departamento, a Bárbara y a Susana, porque sabían que ellas no los iban a delatar. Se quedaban una semana y "ni nos tocaban".A Lola se la llevaron a Estados Unidos. Allá sí los encarcelaban. No podían ser extravagantes. No salían. Ella iba sola a los centros comerciales. Se aburría. En Mazatlán las fiestas disminuyeron, "pero los Arellano Félix seguían yendo tranquilos a la playa. Lo único: no les gustaba que les pidieras dinero. Eso sí no". Félix Gallardo era el más serio y discreto. Intimidaba con su mirada. Llegaba "con fajos de billetes de este ancho y te los botaba". Los otros eran más rancherones, más de la sierra, exhibicionistas.
“TODOS MIS VALORES SE ESTABAN HACIENDO PINOLE”. Bárbara no sabía que Caro Quintero era uno de los narcotraficantes más buscados por la DEA, aunque, en Chihuahua, obtenía millones de dólares cultivando mariguana en inmensas extensiones de tierra cercanas a El Búfalo, un pequeño pueblo cercano a Jiménez y Camargo. Ahí trabajaban alrededor de siete mil hombres en la siembra y empaque de marihuana. Bárbara tampoco sabía que otro personaje de ese mundo, Francisco Arellano Félix andaba como Pedro por su casa entre la “buena sociedad” de Mazatlán. "Violencia nunca vi, tampoco que inhalaran coca. En un bar de moda los narcos y los federales se levantaban la copa de mesa a mesa. Me daba mucha risa porque mis amigos me encontraban un día en la mesa de los narcos y al otro en la de los federales. Éstos eran muy monos. Nada más decían ‘no juegues con fuego’".
Una vez fue a tomar un café con una compañera. "Nomás vente bien vestida". De pronto, Bárbara se vio sentada entre señoras muy enjoyadas. Eran esposas de traficantes. Hablaron de cosas de mujeres, como la crianza de los niños: "¿Cómo le pones límites a un adolescente, si su papá hace fiestas de 24 horas y se droga diario?". Nada de eso podía ocultarse. La posición de la amante era una; la de la esposa, otra. La violencia era para la segunda, pues había una intensa violencia familiar. Muchos vivían bajo los efectos de la droga. A una se le murió un hijo en un choque provocado por una discusión conyugal. Bárbara supo de un traficante que silueteaba a su mujer a balazos. Estaba rodeada de puros narcos, pero lo supo hasta ese día en que tomó café con sus mujeres. "¿Supiste del arresto? Me preocupa mi marido. Anda en la sierra".
"Me acuerdo de que un Arellano Félix hizo una fiesta. Yo cargué a su hijito de tres años. De repente el niño cogió una pistola de la mesa. ‘No, m’ijito. Eso no es un juguete’, dijo su padre." Acude a mi mente la imagen, publicada en el diario sinaloense El Debate, de unos niños desarrapados jugando con casquillos de bala, después de un tiroteo en una colonia de Culiacán.
Bárbara tuvo un pretendiente, un cliente de cuando vendía tiempos compartidos. Llegó y pagó de contado. En dólares. "Vamos a celebrar". La venta tenía buena comisión, y ella aceptó. Ya en la cena él quería amor eterno. Se dijo agricultor. "¿Qué siembras?", preguntó ella. Él volteó, burlón: "Pepinos, zanahorias". Ella se rió. Él empezó a visitarla, a fijarse en el refrigerador casi vacío. "Una vez me dio mil pesos, unos 10 mil de ahora. Compré lo que necesitaba y mucho más". Después él le dijo que era hijo del narcotraficante Perengano. Una noche llegó pasado de copas y se quedó dormido. En la mañana ella le hizo un caldo de verduras, unos chilaquiles picosos. Sacó un par de cervezas del refrigerador. "Para él fue un súper detalle porque todo mundo les sacaba dinero a los narcos.
Después comimos en un restaurante. Había ley seca y convencí al mesero de que nos sirviera cerveza en tazones de sopa. Eso se le hizo otro detallazo. No era algo especial. Así soy. Pero él se derretía. Tendría unos 35 años. Me propuso matrimonio al día siguiente. Quería un hijo. Le dije que ni lo conocía. Pero para él ya nos habíamos tratado lo suficiente. ‘¿Qué quieres de la vida? Yo te lo doy. Donde pongo el ojo pongo la bala’. Vi que hablaba en serio. A los pocos días me regresé a Sonora. Fue el momento. Todos mis valores se estaban haciendo pinole".
Baja la vista. Conserva las pestañas, su seña de identidad entre los traficantes. Problemas de salud la traen de capa caída; tiene sobrepeso. En la pared hay una foto donde luce joven y radiante. Suspira hondo, se oprime con suavidad el vientre —"aquí siento las emociones"— y, con una risilla bailándole en los labios, me confronta con su acento norteño: "Te la creíste, ¿verdad? ¡Yo no me llamo Bárbara!". Luego se pone muy seria: "Pero todo lo demás que te conté es cierto". (Publicado en Cuando llegaron los bárbaros… Vida cotidiana y narcotráfico, Temas de Hoy-Planeta, 2011).
Magali Tercero. Cronista urbana y cultural, autora de Cuando llegaron los bárbaros… Vida cotidiana y narcotráfico (Planeta-Temas de Hoy, 2011) y Cien freeways: D.F. y alrededores (UACM, 2006), entre otros.
Figura en A ustedes les consta. Antología de la crónica en México por Carlos Monsiváis. Obtuvo con “Culiacán, el lugar equivocado” (Letras Libres) el Premio Nacional de Periodismo Cultural Fernando Benítez FIL 2010. Fue Premio de Excelencia 2007 de la Sociedad Interamericana de Prensa de Miami y Premio Nacional de Crónica Urbana UACM 2005. Es columnista de Laberinto, Domingo de El Universal y de Cultura urbana.
Pertenece al scna. Fue jefa de redacción de Artes de México entre 1989 y 1998.