En el reciente homenaje al crítico literario mexicano Evodio Escalante, en la Ciudad de Durango, otro crítico, Mendiola, expresa su reconocimiento al “observador y perito imprescindible de la literatura mexicana”.
Evodio Escalante
En un texto reciente, que escribí sobre el último libro de Evodio Escalante, Las sendas perdidas de Octavio Paz, sostuve la siguiente idea: “Tengo la impresión de que Evodio Escalante es el crítico si no “ideal”, sí indispensable de la compleja obra de Octavio Paz”.Pensando las cosas dos veces, me doy cuenta que esta apreciación vale la pena extenderla y sostener que Escalante es, si no el crítico “ideal” de la nueva literatura mexicana, sí su observador constante y su perito imprescindible, un apasionado escritor experto en la nueva verosimilitud de la escritura moderna en México, que nos puede ayudar a poner las cosas en claro y, a través de la discusión, volver a tópicos que hemos dado por terminados y que en realidad no están resueltos.
En el comentario sobre el libro de Escalante a propósito de Paz, tratando de completar la personalidad teórica de nuestro crítico, yo también agregaba esta otra idea: “Escalante, además, […] es un estudioso de algunos de los movimientos de cambio significativos —pero insuficientemente apreciados— de nuestra literatura y él ha comprendido algunas figuras contradictorias de la lírica mexicana de la primera mitad del siglo xx. Y, lo que es más importante: en la práctica de su actividad intelectual […] representa la independencia del pensamiento crítico”.
No sé si Escalante es un francotirador, pero sí es, en términos de examen literario, un solitario. Su crítica surge de una reflexión en un sitio aislado. No proviene de la política de un grupo o de un juego de intereses en correspondencia. La crítica de Escalante es una crítica en soledad.
Volviendo al autor de Sor Juana Inés de la Cruz o la trampas de la fe, yo añadía: “Paz ha tenido y tiene, por un lado, muchos bien intencionados defensores de su gran obra y, por el otro, escrupulosos investigadores, que han sabido poner en pensamientos exactos lo que ya sabemos —y, a veces, lo que no sabemos—, y esclarecer ciertos pasajes problemáticos de su creación, pero ha contado con pocos, muy pocos, lectores decididamente críticos que, sin dejar de reconocer su originalidad, hayan sido capaces de entrar en una disputa profunda con el premio nobel. El gran interés que ofrece la crítica de Escalante es su espíritu informado y penetrante, pero al mismo tiempo insubordinado, deberíamos decir —con más color narrativo— levantisco, que no sólo los lectores inteligentes agradecen sino que la literatura necesita para mantenerse sana y que la gran figura de Paz exige para ser un escritor vivo y no un muñeco de cera”.
Sé muy bien que Escalante está completamente consciente de esta postura de su acción intelectual y que esta disposición nace, por un lado, de una vehemencia y una rebeldía naturales y, por el otro, del desarrollo de una lectura concienzuda de la literatura mexicana y de la frecuentación del pensamiento crítico del socialismo ilustrado, que desde el tiempo de los jóvenes hegelianos de izquierda hasta las nuevas formas del marxismo autocrítico, como vemos en Karel Kosic o Fredric Jameson, han puesto el acento en el valor insoslayable de la diferencia y en la búsqueda de nuevos puntos de vista al margen de los dogmas.
Un recorrido rápido por la obra de Escalante nos muestra que él ha conseguido volver a poner los ojos en autores que el gusto literario regular o aceptado o correcto ya había dado por bien delimitados y suficientemente aprendidos. Esta es la situación, por ejemplo, de José Gorostiza. En los últimos veinticinco años, nadie o casi nadie ha tratado de alcanzar una nueva comprensión del valor de este sofisticado poeta y nadie, o casi nadie, ha tratado de completar de manera significativa la lectura crítica de sus comentaristas fundamentales. Sí hay casos, varios, de nuevas reflexiones, pero lo que caracteriza esos nuevos intentos es el matiz limitado de la aproximación y, sobre todo, el sentido epigonal del juicio. Casi siempre más apologías que revisiones a fondo. O nos repiten las opiniones de Cuesta o de Paz o de Zaid o de Pacheco o nos vuelven a recordar esa apreciación de tono medio que escuchamos en los círculos académicos o literarios. Por el contrario, la intervención de Escalante es dura, tiene una pisada fuerte y a veces asimétrica. Basta con decir que el libro que Escalante escribió sobre Gorostiza es un texto que no había sido escrito ni siquiera por alguno de nuestros grandes escritores y que Entre la redención y la catástrofe representa, por ello, una lectura muy estimulante en nuestro días.
Lo mismo podemos señalar de sus libros Elevación y caída del Estridentismo y La vanguardia extraviada: el poeticismo. Con un conocimiento preciso de esos “movimientos” o pequeños asaltos al status quo de la literatura mexicana, Escalante nos ha mostrado la originalidad de esas intentonas por modificar el carácter tan elaborado y tradicional de las formas dominantes de la poesía mexicana.
Es importante subrayar que Escalante no sólo comprende cabalmente las posiciones insurgentes de esos desplantes sino que simpatiza con ellas de un modo profundo. Para él, los Estridentistas y los Poeticistas fueron más allá del mero gesto y, en su opinión, sí aportaron una riqueza desconocida que valdría la pena desenterrar, reconocer y tratar con mucho más cuidado.
Elevación y caída del Estridentismo y La vanguardia extraviada: el poeticismo nos hacen abrir los ojos y, como dicen vulgarmente, parar las orejas. En mi caso puedo decir que estos libros me han obligado a releer a uno y otro grupo, y aunque el primero me sigue pareciendo ingenuo en sus poemas, he vuelto a redescubrir textos excelentes en los manifiestos de esta vanguardia mexicana. En lo que toca a la revaloración de la idea del poeticismo, la lectura de Escalante ha hecho que me percate de que el intento por comprender racionalmente las operaciones poéticas, que es en realidad lo que trató de hacer el poeticismo, es un ensayo curioso y significativo en un mundo que le rinde culto a la irracionalidad. Esta práctica de los poeticistas, la puesta en escena de un racionalismo estético, fue un ejercicio de dominio del arte muy digno de elogio. Llevarlo como teoría al extremo que ellos trataron de alcanzar me parece una exageración, pero desde luego es un ejemplo de rigor intelectual y creativo. La obra de Eduardo Lizalde y Marco Antonio Montes de Oca son una prueba de los frutos de esa práctica. Y de otro modo, la obra de Enrique González Rojo no deja de ser muy interesante.
Ahora vuelvo al último libro de Escalante, Las sendas perdidas de Octavio Paz. Aunque puedo tener varias diferencias con este texto, que ya expresé en la presentación de ese volumen en la ciudad de México, en este ensayo encuentro un camino a seguir, una manera muy apreciable de concebir el reconocimiento y la admiración a un gran escritor, una forma de ejercer el análisis que no sólo es benéfica al entendimiento de una obra sino un estímulo al espíritu crítico.
Escalante, en este ensayo, partiendo del dato de que la obra de Paz es un hecho fundamental de la literatura mexicana, aplica toda su fuerza en comprender cómo Paz dio en el blanco en tantos textos de su primera madurez y por qué, más tarde, perdió el camino o dejó ciertas preocupaciones o las sustituyó por otras. Lo que Escalante en realidad nos plantea es por qué Paz abandonó un puño de ideas de un pensamiento rebelde. ¿Tiene razón Escalante? ¿Paz viró hacia una posición más suave? No sé. Es evidente que Paz cambió, ¿pero ese cambio fue hacia formas menos atrevidas? Quién sabe. A veces me parece que es lo contrario y que Paz tuvo el valor de autocriticarse. Sin embargo, lo importante es —volviendo a Escalante— el cuestionamiento. Yo celebro las diferencias, los cuestionamientos de Escalante. Los celebro porque su consistencia nos hace dudar y ver lo que no veíamos, aunque no estemos de acuerdo. Al principio me atreví a decir que Evodio es, si no el crítico ideal, sí el crítico necesario de la literatura mexicana de ayer y de hoy.
Después de lo que he dicho me corrijo: no sólo es el crítico necesario; sí es el crítico ideal y lo es porque la soledad desde la que él habla le permite pensar tanto nuestra narrativa como nuestra poesía al margen de las complacencias derivadas de los compromisos y lejos de los intereses que no tienen que ver con la verdadera literatura. Entonces, celebro en Evodio Escalante a un crítico pertinente, apasionado, minucioso, solitario y, por ello mismo, ideal.
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