La patria descompuesta
José Ángel Leyva
¿Cómo puede justificar una democracia su existencia si asesina a su juventud sin contemplaciones, por encima no sólo de la ley sino de cualquier sentimiento de piedad? ¿Cómo llamar patria a un sistema judicial en contubernio con la delincuencia? ¿Cómo sentir orgullo de una sociedad corrompida hasta los huesos? Una sociedad cómplice y víctima a la vez, victimaria y presa de la incapacidad de salir de sus propias trampas.
Pero pasando a cosas mejores, comparto con los lectores este breve texto acerca del artista plástico Guillermo Ceniceros, quien este 4 de octubre del presente año inauguró el edificio que aloja su obra en la Ciudad de Durango.
Guillermo Ceniceros. La geometría del espíritu
José Angel Leyva
Guillermo, el hombre concentrado en su quehacer de artista, en el cortejo de sombras que acompañan sus días y sus noches, en la emergencia del signo y del asombro, es fiel a su necesidad estética y a su vocación, no hay otra cosa más fácil y más compleja en su comunicación con el mundo y consigo mismo que significar silencios. En Ceniceros no se trata de un ejercicio narcisista de concebirse a sí mismo como personaje, sino como el cronista de sus encuentros y sus interrogantes, de la curiosidad que empuja al creador a diferentes senderos. Guillermo asume con humildad y gratitud su don de artista. En su discurso la forma es parte del todo y es el todo que representa el detalle. Habilidad metonímica que nos revela la vecindad significativa de los cuerpos y las cosas. Juego extraordinario de la naturaleza, del universo en su acomodamiento de los sistemas orgánicos e inorgánicos. Hablo de la sabiduría tácita del movimiento que nos compone y modifica, nos descompone en sucesivas manifestaciones de la energía. Así, Guillermo actúa como un observador del misterio en la dimensión universal de su centro de trabajo, que es al mismo tiempo su casa.
La función de su trabajo es hacer que aparezcan, en diversos soportes: telas, papel, madera, muros, piedras, vinil, metal, discursos que rumia en soledad o en compañía de Esther, en conversación con sus amigos y fantasmas, en el reencuentro con sus obsesiones y recuerdos que lo obligan a recurrir a antiguas pistas, a viejas tribulaciones y preguntas, a cabos de hilo que asoman a nuevas geometrías y al azar, donde el juego responde al rigor de su paleta y sus motivos cromáticos, a sus destrezas y conocimientos, al dominio irreductible de la búsqueda.
Con certeza la mayor enseñanza, y la que más destaca el propio Ceniceros, que le dejó su colaboración y amistad con el maestro David Alfaro Siqueiros es la experimentación, la investigación, la inconformidad con la forma, el cuestionamiento permanente del arte. Es curioso que a este edificio, hasta hace no mucho funeraria, se le cambie la utilidad arquitectónica para orientarla al arte y la cultura, para alojar la dinámica de una plástica viva, inquieta que juega con "La sombra de lo que va a suceder" o con "Preludios para afantasmar". Es decir, que nos advierte que hay movimientos invisibles, expectativas en lo que no se oye ni se toca, en lo que provoca sed y hambre de saber.
En este ex velatorio, Ceniceros convoca al juego, a la revelación del tiempo en las cosas de apariencia efímera, en la lucidez de una geometría exploratoria, en la perseverancia de la búsqueda y el aprendizaje, en la capacidad de conmovernos en medio de la rutina y el vértigo civilizatorio, en la poesía de los que dan luz en sus cavernas y sus celdas.
Mis felicitaciones a Rogelio Domínguez y todo su equipo por el trabajo curatorial y museográfico de este Museo de Arte Contemporáneo “Guillermo Ceniceros”, que ya pueden visitar los locales y los foráneos.
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