Fernando Murillo, estudiante de Letras de la Universidad Autónoma de Zacatecas, escribe esta nota crítica sobre la cuentística de su paisana Maritza M. Buendía, de quien publicamos aquí un relato: Gatos.
Erotismo: más allá de la vida y la muerte.
Una lectura de los cuentos de Maritza M. Buendía.
Fernando Murillo
(Alumno de la escuela de Letras, UAZ)
El erotismo es un acto humano que, comúnmente, se origina como preámbulo al encuentro sexual. Surge en el imaginario y se manifiesta como una acción. No obstante, existen variadas maneras de expresar esa acción. La literatura es un ejemplo de ello. Hay autores que logran plasmar en un relato la esencia del erotismo. Autores que, a través de sus historias, estremecen al lector, juegan con sus personajes y con su entorno para representar una idea velada de los preceptos éticos y morales de una determinada sociedad.
Tal es el caso de la escritora Maritza M. Buendía, quien recorre el campo del erotismo en “Gatos”, “Catgut o el retorno” y “La caída de los cuerpos”, cuentos que pueden encontrarse en La memoria del agua (2002)y En el jardín de los cautivos (2005). En “Gatos”, la autora narra la historia de una gata que espera que llegue su pareja para hacerle compañía, tanto sexual como sentimental. A ella, poco le importa que le haga daño a la hora del encuentro: “Obligas así que mi boca se abra para meter de nuevo toda la noche. Y yo me asfixio, me atraganto”.(1) La breve historia recrea un ambiente erótico que se percibe desde el momento en que la gata espera a su pareja para que la posea y se subraya cuando el narrador describe las acciones sexuales.Tanto en El erotismo (1957) como en Las lágrimas de Eros (1961), Georges Bataille explicaque el ser humano se encuentra ante un sentimiento interior, sentimiento que no puede explicar y que se revela cada vez que se encuentra ante la muerte. Este estado es una especie de abismo que nunca, en vida, se podrá alcanzar, más que privándose de toda realidad. Es la llamada continuidad. Sin embargo, para intentar acceder a ella, el único camino es la violencia. En el día a día, el hombre se encuentra en una fase de discontinuidad, estado que lo liga a su ser. En un primer y segundo plano, el erotismo une corazones y cuerpos. Así, al fusionarse en un acto sexual, los seres humanos violan su discontinuidad por la añoranza de una continuidad.
En el erotismo, el hombre se vuelve consciente de un abismo que se origina en la misma creación de la vida. El trabajo, la humanización, la rutina, provoca que el hombre razone sobre su alrededor. Así, el abismo que experimenta tiene su origen en su estado de discontinuidad, ya que los seres que lo han procreado son discontinuos (al igual que él), aunque la distancia que hay entre uno y otro pone en juego la continuidad, vértigo que sólo se puede sentir al fusionarse en el acto sexual. Por eso, sólo la muerte puede regresar a ese antiguo estado de continuidad en el que el hombre fue creado.
El espermatozoide y el óvulo son, en estado elemental, seres discontinuos, pero se unen en consecuencia, una continuidad se establece entre ellos para formar un nuevo ser a partir de la muerte, de la desaparición de los seres separados. El nuevo ser es él mismo discontinuo; pero lleva en él el paso a la continuidad, la fusión, mortal para cada uno de ellos, de dos seres distintos.(2)
El erotismo es algo inherente al ser humano. Los animales no realizan rituales que los lleven al placer. Desde hace siglos, el ser humano abandonó la práctica sexual como una actividad animal con la única finalidad de procrear. Recurrir a rituales, drogas, símbolos, fetiches, etcétera, sirve al hombre para aislarse de su realidad, para explorar los senderos de los sentidos con el deseo de aproximarse a la continuidad perdida.
En “Catgut o el retorno”, Buendía relata la historia de un médico (o un estudiante de medicina) al que le gusta leer. Dicho personaje le hace una regeneración del himen a su pareja. Dentro del relato hay otras breves historias que hacen comprender la principal. Una de ellas explica que la himenoplastía surge en los pueblos bárbaros a raíz de las violentas guerras en que participaban los hombres, dejando solas a sus esposas, las cuales enfermaban por falta de la actividad sexual. Las ancianas diseñaron unos artefactos para dar placer artificial, pero esto tuvo una consecuencia: se destrozó el aparato reproductor femenino. Al regresar los guerreros, cansados de tanta sangre, y al ver a sus mujeres en aquellas lamentables condiciones, deciden restaurar sus cavidades para disfrutarlas nuevamente.
En este texto la autora plantea la transgresión al cuerpo de la mujer a través de la himenoplastía, pero sobre todo en el placer obtenido de los personajes femeninos con miembros fabricados, originados por la necesidad sexual y el juego erótico: “Las ancianas pronto se dieron a la tarea de encontrar un remedio a tal situación (…) y para calmar el furor de las mujeres, tallaron en varas de ciruelo o de manzano la parte de su hombre ausente (…)”.(3) Aquí, la transgresión vulnera el vientre de la mujer. Las esposas se encuentran en un estado de angustia que sólo pueden llenar con el ritual erótico, vía para calmar esa tristeza que deja el recuerdo de la continuidad. El placer que las mujeres obtienen se origina cuando se masturban, sus miembros son quebrantados por un objeto de madera que las penetra. Ellas mismas transgreden su cuerpo para calmar la angustia. El ritual auto erótico se presenta como la vía más cercana que las puede llevar a la continuidad, a través de ese ritual se manifiesta el erotismo, la violencia y el dolor.
Separar o arrancar al hombre de la discontinuidad siempre es un acto violento, un acto que viola: “esencialmente, el campo del erotismo es el campo de la violencia, el campo de la violación”(4). El hombre está angustiado y obsesionado por regresar a ese estado que lo re-liga.
En el plano de la discontinuidad y de la continuidad de los seres, el único hecho nuevo que interviene en la reproducción sexuada es la fusión de los dos seres ínfimos, de las células que son los gametos masculinos y femeninos. Pero la fusión acaba revelando la continuidad fundamental; lo que en ella aparece es que la continuidad perdida puede ser recobrada. De la discontinuidad de los seres sexuados procede un mundo pesado, opaco, donde la separación individual está fundada en lo más horroroso; la angustia de la muerte y del dolor confirieron al muro de esa separación la solidez, la tristeza y la hostilidad de un muro carcelario.(5)
En “Gatos” se muestra de manera clara cómo la violencia se liga al acto erótico. La sangre simboliza la transgresión de un cuerpo y el dolor es a causa del placer. Es el juego erótico que acerca a la muerte, a la pequeña muerte que se logra sentir por unos instantes. El ritual alcanza su culmen a través del sufrimiento, cuando la “liberación” se alcanza.
Deambulo, me golpeo y dejo mi sangre de gato manchando los diferentes cuartos de la casa (…) Entonces me rastreas y me encuentras en la cama, esperándote. Tus manos vuelven otra vez y meten por mi boca abierta toda la noche que me cabe. A veces creo que me ahogo, que voy a vomitar, que me es imposible tragar tanto y tanto. (6)
Para Bataille, la pequeña muerte es semejante al orgasmo, manera de acercarse a la continuidad. La sexualidad tiene como fin la procreación entre dos seres discontinuos, pero si la procreación no se presenta, entonces, cuando el cuerpo arroja sus fluidos (células vivas que son parte de sus entrañas), éstas en seguida mueren y jamás llegan a ser parte de un estado de discontinuidad, y sólo pertenece la latencia de una continuidad.
Si el resultado del erotismo es considerado en la perspectiva del deseo, independientemente del posible nacimiento de un hijo, es una pérdida que paradójicamente, responde a la expresión válida de “pequeña muerte” […] efectivamente, el hombre, al que la conciencia de la muerte opone al animal, también se aleja de éste en la medida en que el erotismo, en él, sustituye por un juego voluntario, por un cálculo, el del placer, el ciego instinto de los orgasmos.(7)
En “Catgut o el retorno” y en “Gatos” el culmen del juego es alcanzado por los personajes, los orgasmos son consecuencia del ritual trasgresor y violento en que están envueltos. Esas pequeñas muertes aproximan al estado de continuidad, ese abismo que se encuentra entre dos seres discontinuos: “Tu cuerpo sangra encima de mi cuerpo, pero yo continúo con la noche atorada en la garganta y no me doy cuenta de lo que ocurre sino momentos después, cuando ya tu muerte se dispersa encima de la mía, cuando ya tus patas se vuelven flácidas y tus uñas se ocultan.”(8) El erotismo se lleva a cabo en los cuerpos. La penetración es la violencia que acerca al dolor, a la muerte: “De los once a los trece años da inicio el juego favorito, el que ya nunca abandonan: la niña de arriba utiliza velas o cirios, botellas, patas de cama. Y mueve y mueve, fina y dulcemente, hasta que la niña de abajo se deshace de risa”.(9) Es la muerte que da vida.
La de arriba es la que besa, la que danza, la que explora a la niña de abajo. A veces tiene que romper la concordancia: ya no más rostro con rostro, pecho con pecho, sexo con sexo. Ahora: piernas con sexo, manos con sexo, piernas con rostro. Primero, con dificultad, la niña de arriba introduce un dedo en la niña de abajo. Y la niña de abajo suele quejarse. Luego introduce dos, tres y hasta cuatro dedos. Y la niña de abajo guarda silencio.(10)
De manera natural, el sacrificio se une al erotismo, ya que la muerte da vida y la vida da muerte.
En el sacrificio no solamente se desnuda, se mata a la víctima (…) la víctima muere, y entonces los asistentes participan de un elemento que su muerte revela. Ese elemento es lo que es posible denominar (…) lo sagrado. Lo sagrado es justamente la continuidad del ser revelada a los que fijan su atención, en un rito solemne, en la muerte de un ser discontinuo.(11)
En “Catgut o el retorno”, Buendía plasma el erotismo de los corazones cuando uno de los personajes permite se le violente para que su amante no deje de amarla. Relación del dolor que siente la amada con el amor, el sacrificio con la muerte. El ritual comienza cuando el amante se da cuenta de que ella se presta al sacrificio: desea morir para que a él se le devele un acontecimiento sagrado. La amada se encuentra en un acercamiento constante con la continuidad: al estar con su amado se sabe ser discontinuo y, sólo con su muerte o su transformación, transitará a la continuidad.
“No deseaba morir, pero si el suplicio era el precio que tenía que pagar para que su amante siguiera amándola, no pedía otra cosa que él se alegrara de que ella lo hubiera sufrido y, sumisa y callada, esperaba que la condujeran a él” (…) Si O ama, debe soportar y sacrificarse aun a costa de su vida. Si el amor es suplicio y el suplicio conduce a la muerte, entonces la muerte es amor.(12)
Complementariamente, en “La caída de los cuerpos” se relata la historia de una pareja de enamorados que se deja llevar por el deseo, situación que los aleja de la realidad. Para ellos, las relaciones sexuales son indispensables para sobrevivir y unen sus cuerpos mostrándose a las personas que viven en un pueblo. El cuento concluye cuando la pareja de enamorados envuelve a los habitantes en un estado libidinoso y se origina una orgía. Nuevamente, al final de la historia se retoma el erotismo sagrado, cuando la pareja se sacrifica en el centro de la plaza de la ciudad. Al terminar de copular, la pareja muere simbólicamente y los espectadores se embriagan de la continuidad que se les revela.
Dicen que contenerse fue imposible, que el olor salado de la mujer era en extremo penetrante, que ya todos los cuerpos estaban tocados por su gusto y que, expectantes, aguardaron el final: unirse en la calidez de un único abrazo, abrir las bocas y los sentidos en una sola caricia. Dicen que sólo entonces el hombre volvió a cerrar los ojos, y que con una mano cerró los de la mujer.(13)
El tema del erotismo trabajado por Maritza M. Buendía en sus cuentos, concluye cuando los narradores, los personajes y los mismos textos forman parte de un ritual, indispensable para que se llegue a consumar el acto erótico, ese ritual envuelve al lector y lo hace partícipe de lo que acontece dentro de la historia narrada. El erotismo se presenta desde la forma más sencilla, como un beso, hasta una relación incestuosa. Es el camino alterno y velado, el que representa la contraposición de la vida y la muerte. Al envolverse en ese estado de lujuria y seducción, se puede sentir una pequeña aproximación a la muerte, develando una violencia que sólo es posible por la transgresión. Este paso une al hombre con su origen, con la muerte. Así, la presencia de la muerte, violencia erótica por excelencia, lleva del placer sexual al placer mortuorio, al sentido del sacrificio.
Gatos
Maritza M. Buendía
Me siento gato por las cuatro orillas. Busco por los rincones de la casa, busco por las esquinas de las calles para encontrar tu rastro. No lo logro. Tu olor se pierde en el olor de los demás. Mi cuerpo de gato se estira de un extremo a otro, y no alcanza a estirarse por completo porque siempre, en el último instante, faltas tú: cuerpo de gato extraviado, olor de gato extraviado. Mi piel se eriza ante tu ausencia y se engaña: imagina que tus manos la tocan. Y es tan fuerte el recuerdo, que percibo tus dedos, subiendo y bajando. Tus ojos se cierran hasta confundirse en una línea delgada. Tu peso se moldea en mi cuerpo. Mis piernas abiertas tienen frío. De tanto imaginarlo la cabeza me duele y estalla en espasmódicas migrañas que me obligan a golpearme contra la pared. Deambulo, me golpeo y dejo mi sangre de gato manchando los diferentes cuartos de la casa: en la recámara, en la sala, en el comedor, en el baño, en la cocina. Entonces me rastreas y me encuentras en la cama, esperándote. Tus manos vuelven otra vez y meten por mi boca abierta toda la noche que me cabe. A veces creo que me ahogo, que voy a vomitar, que me es imposible tragar tanto y tanto. Pero nunca te lo digo, ni nunca te lo diré. Siempre mi boca abierta para tragar más noche, siempre mis piernas abiertas, sujetas a los barrotes de la cama. Tus manos, siempre tus manos, desgarrando mi vientre, olfateándome, remodelando mis senos, volteándome, con un giro violento, al derecho, al revés. Salto de la cama y, con las uñas, me sujeto a la pared. Tú, con tus uñas, destrozas mi espalda, la llenas de surcos rojos. Yo resbalo lentamente, mis uñas no me detienen, son demasiado pequeñas. En la pared, voy dejando las ranuras que me haces. Esa mancha de ahí soy yo, lo que has deseado darme se quedó en mí, en mi espalda, en cada uno de mis pelos que no se aplacan. Caemos luego en una lluvia de saliva. Gotas provenientes de tu boca salpican mis labios. Yo bebo tu agua, anhelo beberla en tragos grandes y largos para llenarme rápido de ella. Pero tú sólo me das unas cuantas gotas, y mi cuerpo de gato se desborda de sed y busca el sudor de tu cuerpo para atenuarse, para calmarse un poco. Lamo entonces tus ojos, una y otra vez. Bebo el llanto que tus ojos no sueltan, bebo mi propio llanto de un trago. Lamo el hueco de tus axilas. Mi lengua se escalda, tu sabor la cubre de grietas. Lamo también tu ombligo, hasta que me detienes, hasta que ya no me dejas lamer. Obligas así que mi boca se abra para meter de nuevo toda la noche. Y yo me asfixio, me atraganto. Mis ojos abiertos buscan los tuyos, pero tus ojos me han olvidado. Ves tu cuerpo de gato, desde arriba, y mi cuerpo abajo, llorándote, llorando. Me sigues desgarrando, me desgarras, te desgarras a ti mismo. Tu cuerpo sangra encima de mi cuerpo, pero yo continúo con la noche atorada en la garganta y no me doy cuenta de lo que ocurre sino momentos después, cuando ya tu muerte se dispersa en la mía, cuando ya tus patas se vuelven flácidas y tus uñas se ocultan. Ronroneas, y yo necesito beber más tu saliva y llenarme más de tu sangre. Duermes cuando mi cuerpo de gato apenas despierta, esperando que tu lengua cure todas mis heridas. Pero me engaño. Vuelve la migraña entonces, todas las heridas me sangran, me duelen, enloquezco de desesperación. Salgo, corro, trepo por las paredes, sorteo las ventanas y llego hasta la azotea. Brinco de una casa a otra casa y a otra y a otra hasta que me falta aire y el aliento se agota. Me detengo, pero mi garganta todavía aúlla. Mi cuerpo maúlla, da vueltas en redondo, se marea. Me golpeo, me dejo caer. Me levanto y me dejo caer. Me levanto y me dejo caer, caigo cada vez más. Es el vértigo, caigo en él.
NOTAS
1. Maritza M. Buendía, La memoria del agua, Tierra Adentro, México, 2002, p. 81.
2. Georges Bataille, El erotismo, Tusquets, México, 1997, p. 26.
3. Maritza M. Buendía, En el jardín de los cautivos, Tierra Adentro, México, 2005, p. 88.
4. Bataille, El erotismo, p. 30.
5. Ibid, p. 76.
6. Buendía, La memoria del agua, pp. 80-81.
7. Bataille, Las lágrimas de Eros, Tusquets, México, 2013, p. 64.
8. Buendía, La memoria del agua, p. 82.
9. Buendía, En el jardín de los cautivos, p. 87.
10. Ibid, pp. 86-87.
11. Bataille, El erotismo, p. 36.
12. Buendía, En el jardín de los cautivos, p. 84.
13. Ibid, p. 98.