El poeta chileno, José María Memet, evoca el primer momento en que tuvo contacto con el antipoeta, el hermano de Violeta, y el más reciente, días antes de que arribara a la centuria.
Volver a los 19 nos lleva a los 100
José María Memet
LLegué a la Casa de Nicanor a los 19 años con un puñado de poemas, perseguido, sin conocer a casi nadie en Santiago. Era plena dictadura, a fines de 1976, si mal no recuerdo.
Subí hacia La Reina, comuna a los pies de la cordillera de los andes en Santiago de Chile y donde había muy pocas casas.
Al bajarme de la micro caminé con todas mis ilusiones de conocer al antipoeta y caminé harto y no había ningún puto número en las pocas casas del lugar y arribé una calle de polvo y piedras llamada Julia Berstein, la calle del hombre imaginario, que aún no escribía por cierto.
Después de andar a la gira, perdido, gracias a un campesino a caballo, ubiqué por fin la casa. Toqué la campana y pasó un rato, bajó Nicanor a abrirme.
Conversamos un buen rato sentados sobre sillas de madera y alrededor de una mesa, en medio del patio… leía mis poemas y movía la cabeza. Yo estaba aterrado, luego de un rato me dijo: –Lo que es el poder de la antipoesía… y me invitó a almorzar.
Al almuerzo llegaron dos investigadores norteamericanos… medios aburridos y que en medio del almuerzo salieron con "la empanada" de que sí, estaban haciendo un estudio sobre Nicanor Parra… pero (el vino tinto había hecho su efecto); en realidad les interesaba más hacer un estudio sobre Violeta Parra. A lo que Nicanor respondió:
– Ah Ah, sobre mi hermana.
Y los dos se levantaron al unísono y gritaron:
– ¡¡¡¡ Usted es hermano de Violeta Parra !!!!!
Nos reímos de buena gana… Fue la primera vez que vi a Nicanor en mi vida…
La tarde continuó tranquila, leyó algunos de mis poemas en voz alta delante de todos, yo muerto de vergüenza y elogió a viva voz este:
EL CARPINTERO
Allá en el sur, allá donde el barro
es el único sendero hacia los pueblos,
allá donde los árboles caen con la lluvia
y los pájaros ven la muerte de sus nidos:
un hombre mide las tablas, toma una,
la marca: el serrucho une al mundo
en ese corte.
Luego nace una ventana,
una puerta que abre dios en esta noche.
En el alma de la sierra
están los pueblos,
con las huellas de su vida
que van lejos.
Luego observa aquella mesa en la madera:
el cepillo empareja hasta el silencio y se arrastra la viruta por la tierra.
Está solo. El martillo hunde los clavos.
Las heridas que se abren en un hombre:
son las suyas.
La última vez que vi a Nicanor fue a una semana de cumplir sus 100 años, me impresionó su vitalidad, pese al paso del tiempo. Quedamos en que volvía con la proposición concreta de intervenir la TV chilena y me preguntó: -cuanto Cullín hay … ja. Cullín es un término que viene de la lengua mapuche o mapudungún y significa plata o dinero.
Nos tomamos de las manos un buen rato y nos despedimos. Las olas eran enormes y bramaban con el peso de la tarde. Miré Las Cruces de Parra, así se llama el balneario, y pasé al restaurante puesta de sol a tomarme un vino.
Un pelícano me miraba desde una roca, le hice un ademán de salud y emprendió vuelo.
Galería de Nicanor Parra.
Fotografías del archivo de Chile Poesía. Sólo se pueden reproducir con autorización de José María Memet.
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