El escritor nicaragüense, Nicasio Urbina, nos obsequia este cuento que transcurre en el entramado de la cultura maya.
LA COCA COLA DEL PERDON
Nicasio Urbina
Tapia Suyton había matado a su padre cobardemente, no tenía justificación, no tenía por qué haberlo matado. Su papá estaba bolo. Había estado bebiendo posh toda la semana. Andaba ya todo sucio y maloliente, pero no le hacía mal a nadie. Ni siquiera era un borracho peliantín. ¡Qué va! Él se sentaba en una esquina y hacía sus cosas, hablaba solo o conversaba con los que le metían plática. Ese día había estado varias horas en la cantina de Jaime O´tanil. Había tomado un poco pero no mucho. Cuando entró Tapia Suyton él estaba donde había estado. No se había movido. Tapia Suyton entró como siempre, arrogante, hablando en voz alta. Se echó el sombrero hacia atrás y lo quedó viendo con desprecio. Su papá no le dijo nada, sólo lo quedó mirando y volvió a su jícara de posh. Tapia Suyton habló con Jaime O´tanil de las tierras que estaban detrás del cementerio. Varias veces dijo que esas tierras le pertenecían, que eran de él por ley, que las había heredado de su padre y que nadie se las iba a quitar. Jaime O´tanil no contestaba, sólo lo quedaba viendo y secaba los vasos con un trapo sucio. Ahí estuvo Tapia Suyton dándole vueltas al asunto.
Balam Macario llegó a la cima del cerro y vio las milpas a sus pies que ya empezaban a florecer. Pronto le saldrían los elotes y luego se formarían las grandes mazorcas con las que se alimentarían por medio año. Harían el nixtamal, las tortillas, los tamalitos, todas las cosas ricas y nutritivas con que el Señor los había bendecido para sobrevivir, para tener fuerzas y volver a arar la tierra, sembrar de nuevo y empezar otro ciclo de vida. La tierra era cuadrada y amplia, sin fin, pero los hombres se empeñaban en pelearse por la misma parcela. Así habían llegado los ladinos, los Marmolejos y los Díaz queriendo apoderarse de todo, y el Cuzcácuatl traidor que se había aliado con ellos para destruir a los bats´il winik, a los verdaderos hombres. Tapia Suyton era de ese tipo, despreciable, no parecía tzotzil, siempre estaba queriendo aprovecharse de la situación, no tenía vergüenza. A pesar que en su familia había varios pasaros, y habían sido alféreces y síndicos. Pero el actuaba como mono, como enano, como judío. Qué tenía que ir a meterse con su papá, si él no le estaba haciendo nada. Sólo bebía su posh y se quedaba en silencio. Pero Tapia Suyton tuvo que sacar su machete, amenazarlo de muerte varias veces, y aunque Jaime O´tanil trató de detenerlo, le pegó el machetazo en el cuello. Ahí lo dejó a mi pobre tata, todo ensangrentado el chuje, la camisa enrojecida, su cabecita arrugada en una mueca de dolor.
Macario Yaxte llegó a la casa de Jesús Rodríguez Yixmal y anunció su llegada con un buenas tardes lánguido. Puso la cajilla de coca cola en el suelo y sintió un gran alivio interior. Primero salieron tres niños barrigones y descalzos. Luego la señora con su blusa morada con finos bordados, su falda de lana amarrada con cinturón y también descalza. Macario Yaxte preguntó por Jesús y vio que todos miraban la cajilla de coca cola. Finalmente salió Jesús ajustándose el chuje. Lo saludó con parquedad y le ordenó a la familia que se entraran a la casa. Balam Macario empezó a explicar por novena vez las razones que le revolvían el alma. Pidió disculpas porque el chanul lo había poseído y había actuado impulsivamente, pero su padre necesitaba descansar. Todas las noches lo escuchaba trajinar por la casa, en la milpa, en la barranca subía y bajaba. No podía dormir en las noches porque escuchaba el ánima de su padre, el lahebal, de arriba abajo toda la santa noche trabaja que trabaja, tratando de encontrar sosiego. Va llevaba dos años y su papá nada de descansar, hasta que un día se levantó de su petate, salió al patio y le prometió que lo iba a vengar, su bankilal lo merecía y él lo iba a ayudar. Antes del k´intahimultik se enfrentaría con el kaxlan de Tapia Suyton. Se lo prometía. Y así fue. Pero él no quería ofender a la comunidad, su lugar estaba ahí y era hermano de sus hermanos de San Juan Chamula. Por eso aquí le traigo esta cajilla y le pido perdón por si lo ofendí o le causé algún dolor a su ch´ulel. No fue por gusto ni por maldito, tenía que hacerlo, por mi papa, por mi sna, porque el pobre no encontraba su katibak y solo así podía ayudarle. Jesús Rodríguez Yixmal
tomó dos botellas de la cajilla, sacó su navaja y las destapó. Le dio una a Balam y tomó un trago largo. Balam lo imitó y casi vació la botella de una vez. Luego se quedaron viendo y eructaron con sonoridad. Volvieron a tomar hasta terminar la botella y eructaron de nuevo, esta vez más breve y menos sonoro. Devolvieron las botellas a la cajilla. Balam Macario Yaxte estiró la mano y la ofreció a Jesús, con la palma hacia arriba. Jesús la quedó viendo por unos instantes y luego la estrechó rápidamente. Balam se ajustó el chuje, dio la vuelta y se alejó de la casa por el mismo sendero por el que había llegado.
¿Cómo te fue? Le preguntó su mujer cuando Balam Macario regresó a su casa. Bien, Jesús aceptó el convite y se hizo la paz. Los Rodríguez ya están contentos y no hay pleito. Ahora necesito juntar para la próxima cajilla. Mañana después del trabajo voy a ir a la iglesia a ponerle sus velas a San Juan Bautista. Hacía frío y Balam se estiró en el petate sin quitarse el chulel, se echó encima la misma colcha que cubría a sus hijos y los protegió con su brazo. No tardó mucho en dormirse. En cuclillas, bajo la sombra de la iglesia vieja de San Sebastián, se estuvo esperando desde las nueve de la noche. Estaba preparado. Había afilado bien su machete, se había amarrado los huaraches y socado la faja que le ajustaba el chajul. Por la tarde había comprado doce candelas negras y las había encendido frente a San Juan Bautista el mayor. Él sabía de estas cosas y entendía mejor que nadie. Mientras esperaba, a Balam Macario le rondaba la imagen de Yahwal Balamil, montado en su venado cabalgando con riendas de serpientes. Los sapos cantaban en los charcos del cementerio. Pasaron varias horas. Ya Balam desesperaba por la espera cuando lo oyó venir. Venía bolo. No sólo había estado bebiendo posh sino también cerveza, porque Tapia Suyton se las daba de kaxlán. Balam se salió al paso y le pidió cuentas. Tapia Suyton se rio con desprecio y le dijo que todos en su sna eran unos cobardes, que él no le tenía miedo y que lo iba a matar como había degollado a su padre. Desenvainó su machete y golpeó dos veces con la plana su talonera. Balam no dijo nada, ya las palabras sobraban. Se acercó decidido y lanzó el primer machetazo. Tapia lo esquivó y soltó otro insulto, seguido de un machetazo certero que encontró el machete de Balam. Salieron chispas en la noche oscura donde solo se veían las dos siluetas. Un machetazo cruzado de Balam alcanzó el brazo izquierdo de Tapia. Este se agarró el tasajo con el brazo derecho y Balam aprovechó el error para dejarle caer el filo del machete en el cuello. La herida fue más profunda que la que le había hecho a su padre. Tapia Yixmal cayó de rodillas y lo quedó viendo todavía con furia, los ojos envenenados por el alcohol y el odio. Balam le dio un último golpe en la cara con la plana del machete que lo hizo caer a un lado, con las piernas dobladas. Ahí se quedó un buen rato Macario Yaxte. No tenía fuerzas para moverse. Cuando finalmente pudo sentir las piernas se levantó y caminó lentamente hasta la plaza, llegó hasta la iglesia y se dejó caer en el suelo. Se despertó cuando el winajel empezaba a brillar y oyó que abrían el portón de la iglesia. Entró y se postró frente a San Juan Bautista, el mayor. Sacó de su bolso de red las doce candelas negras y las dispuso en línea recta, una muy cerca de la otra. Las encendió y pronto la llama de las doce candelas se juntó en una sola lumbre que expelía un humo negro y espeso. Ahí estuvo prosternado hasta que se hubieron consumido las velas. Luego salió de la iglesia, se dirigió a la casa del Gobernador, y se entregó a la autoridad.
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