Sus compatriotas colombianos, Gonzalo Márquez Cristo y Enrique Rodríguez Pérez, hacen una lectura atenta de su libro, constituido por tres secciones: “De primera ala”, “Señal de sombra” y “Devastación”.
El tiempo que nos resta, de Hernando Guerra Tovar
Al leer El tiempo que nos resta de Hernando Guerra Tovar, se torna imperativo afirmar que el poema es el fruto del misterioso diálogo de la muerte con la infancia, porque el fin que prodiga las revelaciones y el alba vivencial asaltada por ardientes memorias, liberan una despiadada pugna que, al parecer, sólo es propicia a ese ser dividido que llamamos poeta.
El contemplador que constriñe su escritura en este libro, que conociendo el vínculo del fuego con la floración inscribe su profundo matiz, acepta la condena de una existencia escindida, donde una de sus partes se expone a vigilancia del sol, mientras la otra se enfrenta como Orfeo a los peligros subterráneos.
Si el poeta es quien transita el inframundo mientras su sombra se pasea sonámbula sobre la superficie de la Tierra, en este poemario sostenido por resplandecencias –en el que una escritura herida propone “verter la noche en una vasija de viento”–, Guerra Tovar avanza sin concesiones por un tortuoso camino hacia la aurora, y nos recuerda que, pese a todo, alguien aún “contiene el aliento y vigila el equilibrio”.
Gonzalo Márquez Cristo
EL TIEMPO QUE NOS RESTA DE HERNANDO GUERRA TOVAR:
EL CÍRCULO DE LA DEVASTACIÓN Y LA IMAGEN
Enrique Rodríguez Pérez
Ante una atmósfera aligerada, honda y móvil, una lucha poética entre vuelo y sombra se desata. La palabra perfora con imágenes el éter; entre altura y caída crece la imagen que resiste el tiempo, que nombra los últimos movimientos del aire, que no sucumbe a la devastación; sigue el trenzado del cielo y acoge al lector entre la profundidad del círculo de la ida.
Es el tono de este poemario de Hernando Guerra Tovar, quien con el cuidado de la palabra va dibujando un mundo entre el arriba y el fondo que deja sentir cierto vértigo con una expresión serena. Aquí, entre amanecer y noche crece y decrece un cosmos pleno de míticos duelos: la luz que abre el alba, el ocaso entre las puertas, las fisuras, el nacimiento.
Tres secciones componen este universo dúctil y fino:“De primera ala”, “Señal de sombra” y “Devastación”. Entre ellas, brota la noche y la luz como un vuelo, lo oscuro se entremezcla con el mediodía hasta presentir el término de un ciclo. He aquí el hilo que ata estas imágenes, a la vez, consistentes y frágiles.
En “De primera ala”, despierta la luz y el ala se protege,el poema da paso a las combinaciones entre el viento y la luz, entonces: “El sol inicia ahora su faena. De inmediato se desata el vuelo, ya confundido con el pájaro y la brisa; el viento como una conciencia invisible replica el clima del inicio, “Se da cuenta que es pájaro”. Viene la noche que restituye la lucha de la luz y la sombra como un fantasma femenino. La sucesiva transformación de viento en luz, en fuego, en llama, en cabellera, va dejando solo una fina huella que se fuga:“Delgada como filo, acierta y se aleja.”
Este será el día para rememorar la niñez como el sitio del regreso, entonces, viene el recuerdo de “Dos hermanos en la tarde de la infancia”. De nuevo en la noche como receptáculo del origen se detiene el tiempo, “No fluye al mar su curso”, y sin embargo, da paso al otro día. Entre guerras y ruinas el tiempo abismal de la noche recompone el mundo; entre la agitación se despliegan los instantes, entre fisuras se resquebrajan yprovocan el asombro. Es la oscuridad que protege la “Ruina o esplendor en los matices del blanco”. En esta soledad cósmica de la noche, un hombre deja una leve “Señal de sombra en el muro”. En el decurso de esta nocturnidad que parece diluir lo real, el soliloquio, el pájaro, el viento, la puerta van conspirando, entre la vigilia y el sueño, para que el día vuelva bajo el reino de lo iluminado. Entonces, el poeta solo espera “Verter la noche en vasija hecha de viento”, de modo que todo se disuelva en el elemento más imaginario, entre la bruma del existir y el desaparecer.
Así queda configurada la "Señal de sombra", segunda sección del poemario. Surge de inmediato una suerte de signos para poblar de sombra el espacio aligerado queha dejado la noche:
Barro celeste, polvo de nube,
lluvia bendita, trozos de piel ajena.
Versos rumor de río.
Hombres inclinados ante el surco.
Mujeres llevando en sus cabezas vasijas de milagro.
He aquí el tiempo de la vendimia, del acto cotidiano, del grito que captura este fluir entremezclado de idas y apariciones. Como réplica del tiempo que queda, todo vuelve “En círculo como una proeza”.
La agitación perfora la memoria como si el día se la llevara entre la luz para hundirla en la rueda que no se detiene; sólo queda “Un escombro sembrado en el patio de la infancia”. Ya comienza el tiempo a desvencijarse, a desmoronar el viento del inicio. Hasta que esa fuerza planetaria de luna y sol, de encuentro de sombra, gesta el choque, el traqueteo luminoso. Entonces, el sol “Con una sonrisa sin dientes convoca los eclipses”. Ya este es un anuncio de la venida de la destrucción, se presiente el máximo triunfo de la evanescencia, por eso:
Al fondo de la luz una calle ciega.
A la derecha un trono.
A la izquierda, entre clamores y vítores,
un ángel de alas calcinadas señala un precipicio.
Entre desfiladeros y caídas, el poeta sufre esta pérdida.En lucha con la palabra queda perturbado, encerrado en la sombra. Su palabra está ahora capturada en el tiempo “Y el viaje del poema no responde, ya no concita”. El tiempo se deforma, confunde el pasado, el presente y el futuro como río que ya no es tiempo. Se ha desatado el desastre.
El lector llega junto con el poeta a la tercera sección del poema: "Devastación". Se ha anunciado el tiempo que resta para esta devastación; entre sombras y círculos llega el final que aniquila todo. La humanidad destinada a su propia destrucción niega el pájaro, el aire, en fin, toda la naturaleza. Arruina así su propio origen sagrado. Solo “Alguien, tal vez un niño, sabrá de las raíces en la arena”. Solo un vigilante observa el caos, el silencio, el conjuro de estas pérdidas. Lo único que sobrevive es el tiempo de la "desmemoria", “Una soga dispuesta en cada árbol”. Con ello, no queda salida, el ser humano ha conseguido su propia devastación, ha colonizado y saqueado con una ciega violencia su propio hábitat. Es tal la tragedia que su lengua se rompe y revela su angustia cuando pregunta por su destino:
¿En qué tiempo del ser del mar de la tierra el huracán
torre derruida árbol sin nido playa sin arena
esta devastación?
¿Qué tiempo queda para el dato final, para el último estertor del viento? ¿Hay aún esperanza para detener este naufragio planetario? Es el asunto de la poética de Hernando Guerra en este sutil pero profético poemario. Logra aligerar la angustia, pero el lector queda sobrecogido por la experiencia, al parecer ingenua, del poema, pero que porta un anuncio trágico. De algún modo llama a sus lectores para que, avisados de la devastación, cesen de destruir la naturaleza, lo sagrado y su propia existencia. Queda el desgarramiento del instante, el signo de la escritura capaz de nombrar el nacimiento de un tiempo que puede alertar y hasta detener esta destrucción:
Instante donde todo milagro se consuma:
danza del silencio quemando la palabra
en la hoguera del grito.
Hora incierta que desborda en tinta, signo y fuego.
Hoja de luz apagada.
Instante donde todo milagro se consuma:
El único tiempo que existe.
HERNANDO GUERRA TOVAR
Armero, Guayabal, Tolima, Colombia, 1954. Poeta y ensayista. Es autor de los libros de poesía: Pájaro azul, 1994; La noche del árbol, 1998; Ciega luz, 2004; Sombra embestida, 2007; En la curva del río, antología, 2009 y Tríptico de la luz, antología, 2010. Incluido, entre otras, en las siguientes antologías: Poetas Siglo XXI de Prometeo Madrid; Poesía Siglo Veintiuno de Fernando Sabido de España; Poesía colombiana de la editorial El perro y la rana de Venezuela; Revista Letralia de Venezuela; Antología de Poesía colombiana 1931-2011 de Fabio Jurado Valencia.