Autor de una vasta y diversa obra literaria, Campos (México, 1949) es editor, traductor y promotor cultural. Por su trayectoria y por las aportaciones a la cultura quebequense es destinatario de este reconocimiento, que le fue entregado en la FIL de Guadalajara.
PREMIO LÈVRES URBAINES
Marco Antonio Campos
De principio, quisiera agradecer al jurado calificador, y después, a la editorial Écrits de Forges, a la Biblioteca de Trois-Rivières y a la revista Lèvres Urbaines, que, a través del Festival de Montreal, me entregaron este premio, tomando en cuenta que es el primero que se otorga, lo cual me honra aún más.
Uno guarda un sentimiento por los países en los que ha vivido o pasado. Me enaltece que este premio me lo haya dado precisamente Quebec, una tierra tan próxima a mí, y a la cual Gatien Lapointe, en su Oda al San Lorenzo, tal vez el poema más bello quebequés del siglo XX, no dejó de llamar país. Los quebequenses, más afines en su idiosincracia y en su sensibilidad a Francia y a Latinoamérica que a los Estados Unidos y al Canadá anglófono, se han llamado a sí mismos los latinos del norte americano.
Viví en 2004 cosa de tres meses en Montreal. Nunca olvidaré las caminatas por los barrios de Mont-Royal y Outremont, por el barrio del puerto y la isla de Notre-Dame, por las orillas del río San Lorenzo y por los lugares significativamente emilenelliganianios. Recuerdo con viva afección la mano tendida de los amigos quebequenses, porque en Quebec, como nadie ignora, lo difícil es no hacer buenos amigos. En verano las calles de Montreal son una fiesta. Día y noche. Pocas cosas he lamentado tanto en el curso de mis viajes y residencias que haberme regresado de Montreal en aquel verano de 2004, porque los médicos creyeron que había recaído de una penosa enfermedad. En los últimos años no he vuelto a Quebec, no por mi voluntad, la cual me sobra para el caso, sino por la visa despreciable y humillante que ha puesto el gobierno anglófono de Ottawa.
Es curioso y no creo que se dé en otros países o regiones, o al menos, no en esa dimensión. Uno de los vínculos mayores de Quebec con el mundo es a través de sus poetas y sus ediciones de poesía. Uno encuentra a los poetas en festivales dondequiera que vaya. Uno los encuentra publicados dondequiera que vaya. Yo, de mi lado, debo decir también que mi principal vínculo con Quebec es con sus poetas y su poesía, o con sus poetas y su poesía. Forman parte de mi imaginación y mi alma el viento rítmico de Émile Nelligan y específicamente poemas como “El romance del vino”, “Ante dos retratos de mi madre”, “Delante del fuego”; “Siento volar” y “El navío de oro” y asimismo la lírica amorosa y la tenacidad de nacionalista en la obra de Gaston Miron, quien parecía tener siempre un puñado de tierra quebequense en la mano. Cuando leo la inolvidable “Oda al San Lorenzo”, la cual he traducido, me imagino hacer con Gatien Lapointe el recorrido emblemático del río, desde el Océano Atlántico a los Grandes Lagos, o, por otro lado, me envuelve en un vértigo el movimiento de los árboles en el gran poema de Paul-Marie Lapointe; asimismo me tocan íntimamente el apego a la tierra americana y al cuerpo de la mujer en la lírica de Anthony Phelps, los poemas urbanos y la exaltada creencia en la poesía como el centro del mundo de Claude Beausoleil, y, claro, los poemas mexicanos de Bernard Pozier, que sabe ponerse la corbata de Jaime Sabines o andar por cuartos de la casa de Frida Kahlo.
A la verdad, amigos quebequenses, no sé si por mis libros de poesía y mi entrañable cercanía a Quebec merezca este premio, pero lo recibo con gran orgullo.
Feria Internacional del Libro de Guadalajara, 3 de diciembre de 2014