A Propósito de “Trashumo de mirada”, del sonorense Juan Manz, Hugo Gutiérrez Vega considera que son versos salidos del fuego que arde en el alma de las palabras de este poeta que ha dedicado su vida a la agricultura.
JUAN MANZ: Fuego en el alma de las palabras
Hugo Gutiérrez Vega
El epígrafe de Tashumo de Mirada, libro de Juan Manz, está tomado del Eclesiastés, uno de los más hermosos y sabios textos de la Biblia “vi que todo era vanidad y aflicción de espíritu, y que nada hay estable en este mundo”. En sus poemas hay una mezcla de admiración ante la variedad de lo creado y de la riqueza del trabajo artístico, así como una forma especial de oración que busca reconciliar el yo con una realidad en la cual, como le decía Hamlet a Horacio “hay más cosas de las que sueña tu filosofía”.
Tiene razón José Javier Villarreal, otro miembro de una cofradía de excelentes poetas del norte, cuando afirma que los veros de este Trashumo “obedecen a una necesidad, y el acto de la rogativa surge y nos lleva a la reflexión, a la urgencia de la pausa, al acto de pensarnos”.
Y es que Juan parte de la admiración y del asombro ante las obras del hombre, en este caso el David de Miguel Angel, para entrar en los territorios del misterio, y preguntar a los demás cuál es el sentido y cuáles los sin-sentidos de este transcurrir por la vida, y por el mundo que nos hechiza como lo hizo con Quevedo ya retirado a la paz de sus desiertos.
Juan Manz ha dedicado una buena parte de su vida a hacer crecer las plantas y los frutos. Paralelamente ha venido escribiendo, con cuidado y paciencia, una obra poética que muestra la virtud de la originalidad, aunada a una profunda y genuina preocupación metafísica. Al lado de estas tareas cumple con entusiasmo las obligaciones de difundir la poesía en el noroeste, y organiza con generosidad el encuentro de escritores que lleva un nombre que recuerda a John Donne, el metafísico inglés: bajo el asedio de los signos, título inspirado en un poema de Octavio Paz.
El verso siempre ha dado una mayor fuerza expresiva a la oración. En todos los tiempos y en todas las oraciones las rogativas buscan una cadencia que las haga asequibles a los fieles, y que de acuerdo con los rituales lleguen a su destino resplandecientes de belleza y de sinceridad, esa sinceridad que Rubén Darío consideraba consubstancial a la vida y la obra del poeta. En la tradición católica, las letanías a la virgen reúnen los elogios más finos y delicados: “arca de la alianza”, “casa de oro”, “estrella de la mañana”, “puerta del cielo”. Las alalbanzas se van desgranando y “la poesía nace de la voz.” El rezo pertenece a nuestra intimidad y, eventualmente, se une a otras intimidades para alabar o para suplicar. Este milagro tiene su culminación en las palabras del Cántico Espiritual de San Juan de la Cruz:
la música callada, la soledad sonora, la cena que recrea y enamora…
Desde la peana que lo inmoviliza presiden este fluir de palabras y de admiraciones, David y la lasitud de su honda apoyada en el hombro. Esa honda de la que salió el “bíblico guijarro del mancebo” del que hablaba López Velarde. David está solo encerrado en su majestuosa e impecable belleza, en este recinto de marmóreos esculpidos del que habla Juan Manz. Su actitud es de espera y cae sobre él el fulgor de las múltiples miradas”. Lo rodea la admiración sin límites, pero también el silencio. No hay quien cruce con él una palabra, con él que fue hecho para hablar y para orar a través de los Salmos: “El Señor es mi Pastor, nada me habrá de faltar”
En el fondo de la escena, el escultor enamorado de su obra, el que gritó: ¡habla! a su Moisés, no puede apartar la vista de tanta perfección. A pesar del silencio del mármol el mancebo entabla un diálogo misterioso con algunos de los que lo admiran. Ese diálogo camina por los rumbos de la creación artística que es, ya lo decía Marx, “una
dimensión esencial de lo humano”. Hay en él un susurro sobrenatural y la admiración por ese momento dorado de la humanidad que fue el renacimiento. En él participamos todos, pero la voz predominante tiene la humildad del trabajo pastoril. Pág. 72
La rogativa final del libro se dirige a Sabaoth, el Señor de los ejércitos. Pág. 83
El mundo se va reduciendo y los misterios se entregan a quien tiene la virtud de la simplicidad. Pág 86
Muchas gracias Juan, por este libro de alabanzas, reflexiones y ruegos. En él nos dices que la poesía es una oración lanzada a la rosa de los vientos. Por eso Díaz Mirón con intensidad post-romántica, la llama “radioso Arcángel de ardiente espada”, la espada que sella los labios del profeta, el fuego que arde en el alma de las palabras.
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