Una selección de poemas del libro “En el fuego la mirada”, publicado por la editorial Sílaba, de Medellín, Colombia, de este joven y talentoso poeta.
Selección de poemas
En el fuego, la mirada
(Sílaba Editores, Medellín, 2014)
Luis Arturo Restrepo
Querríamos para la poesía la impronta de esperanza pero ya es mucho pedir. Cada verso lleva en la punta de la lengua una pregunta que nos acecha, que huye de nosotros. Cada verso desmiente la verdad en que creímos e impone una nueva para ser destruida por la turbación y el silencio. Cada verso es un tanteo en la sal de un mar reseco, crepitar de la sed en la saliva nueva. Sin embargo, antes de abrir el libro, invocamos las palabras del poeta: Danos la serenidad fuera del sueño. (1)
Tras las páginas cerradas, un tímido asentimiento se nos escapa. Rasga así ante nosotros la luz que tiembla.
1. Giorgos Seferis
En mi estómago se debaten las pocas fuerzas que me quedan. Quisiera comerme uno a uno los papeles que guardo bajo el colchón, pero aún me queda un poco de cordura para saber que la poesía es más corrosiva que el hambre.
Al final, espero que la noche anude mis delirios al nuevo sol. La nieve de la mañana volverá a apaciguar los gemidos de la carne.
Tuve un sueño en el que un militar me daba de comer las sobras de su plato. Una vez terminada la cena, arrojaba una carcajada contra mi rostro y, corriendo la cortina de la habitación, dejaba ver al cocinero destazando a los niños. El carro del orfanato tocaba ansioso la bocina para entrar a sus dominios. Al despertar, la lengua reseca se debatía en la agonía.
Reposo de fuego mi memoria y mi alma. A la primera le dejo el olvido de los días mejores. A la última, las grietas por donde se filtra la luz para reflejar mi sombra contra la hierba. Vivir entre dos realidades, y la palabra en el medio. La palabra en el miedo.
Eran la piel y el delirio. Ambos parecían aunar sus esfuerzos para soportar bajo el cielo la rígida columna rota y la tenaz sonrisa frente al verdugo. Nos dijeron que no teníamos nada de qué preocuparnos. Sus manos –insistían- habían aprendido a soportar levemente la vida sobre los abismos de la muerte. El cuerpo, en todo caso, era sólo un pensamiento más en el que anidaba el alma.
El cobre de los huesos desenterrados no es la lumbre que necesitamos ante la muerte. Bástenos para cumplir con nuestra cita, una soga partida en dos dispuesta hacia el largo viaje. Esta vida y el infierno, apetecen la misma paz.
Cuando la vida se ha vuelto ese interminable aplazamiento del mañana, he ahí el momento exacto para volver la mirada sobre la roca y entender con ella la quietud del camino. No hemos nacido para la huida. El tiempo aplaza las huellas que no veremos. En su lugar, el polvo se acumula para que sean otros quienes desaparezcan en nuestros pasos.
Acaricio mi cabello y desato la trenza anudada a los recuerdos. Los dedos se entrecruzan ya sobre el sexo y los pezones. Permanezco tendida en la cama añorando tu llanto. Odio, sonrío, muerdo mis labios hasta la sangre.
Si tan sólo alguien me hubiera advertido que la maternidad era una forma más de acrecentar el olvido.
Un cuervo vigila mi habitación. En la madrugada, mientras el sol despunta, grazna y expande sus alas. Cuando levanta el vuelo buscando la ventana, deja a su paso un reguero de vísceras pestilentes. Me inclino sobre el piso y con ellas dibujo una larga mueca, inmensa risotada para burlar nuestro destino.
Me han reservado para la despedida y el pudor, y aun así, no soy yo quien irá en el coche que arrastran flácidos perros por los recodos de la negación. Para mí el adiós tatuado en las garras de la discordia. El castigo. La soledad. Mi voz frente a mi voz se anuda inventando diálogos con los muertos.
Tiempo carencia exilio. Pesado corazón que no le teme al odio.
Memoria mentira insolencia. Papel mordido por la imaginación enferma.
La humedad del suelo respira acorde pasa la noche. Al salir el sol, otro resuello se habrá extinguido. Así en la vida, con cada amanecer un alma más se apaga. Así en la vida la muerte, obra en nosotros la oscuridad.
La mano sobre el muro intenta un pájaro que se quema con la lluvia. La luz asiste esta ceremonia que enturbia la noche. Una vez más, los elementos del dolor, nutren su sevicia en un sueño repetido.
Dos serpientes se enroscan en torno a la línea que deja mi escritura. Una es la mesura, el libre albedrío del grito o el silencio. La otra se arrastra a plenitud, ataca el aire que deja cada bache, corcovea ante la palabra domesticada. Ambas se buscan una a la otra. Se muerden, se laceran, y el veneno en la hoja es el rastro que destinan para el final del poema. Sumisas, las palabras se parten en pedazos. Para ambas no alcanzarán las sílabas que sacien su apetito. La suerte está echada.
Llevar la palabra a ese espacio, límite o tiempo, donde –dices- los gallos han sido devorados por el hambre.
¿Dónde el sol tendrá cabida sin su canto? ¿No brillará más la noche al momento del grito?
A la poesía le queda el breve espacio en que todo y nada se nombra al mismo tiempo.
Contra la voz, choca la voz. El camino de una palabra a la otra se hace abismo y grieta por grieta, para no morir de hambre, las sílabas se aferran al último aliento.
Y son los pájaros que tiemblan aferrados a la tenue línea de la vida los que ahora buscan la muerte.
¿Qué decir a la luz que ahora se oscurece bajo la mano, si ya el silencio se impone y las últimas palabras hacen parte de nosotros en la huida?
En este nuevo libro de Luis Arturo Restrepo, como sucede con toda experiencia poética verdadera, el lector se encontrará otra vez librado a sí mismo frente a las palabras que aquí no están al servicio de una idea, una razón, un propósito exterior, porque ellas son el territorio nuevamente abierto a la incertidumbre y la evidencia de una visión, de una manera de ser, de sentir el mundo, de confrontarlo, de interrogarlo y denunciarlo en su horror y su fragilidad, su crueldad y su absurdo. La proverbial brevedad, el poder de revelar y sugerir atmósferas, secuencias de un devenir, asomos de un alma en este apretado conjunto de fragmentos, alcanza otra vez su punto límite y deja la huella profunda del fuego que nombra el poeta, como fuerza depuradora, misterio y dolor; porque hay mucho dolor en este libro, mucha desesperanza por no decir desesperación, insumisión radical en esa voz que se desliza en cada texto como una monodia de la muerte, del propio silencio, de la contradicción que se proyecta a contrasombra sobre la misma escritura. Y sin embargo es esa escritura su luz, la secreta promesa que aún permanece y salva del fracaso, de la negación última. No hay afuera aquí, porque todo es conciencia de sí, del vacío, del límite, del ser reducido a unas pocas y obsesivas imágenes, unas pocas y no obstante, suficientes, hermosas palabras.
Pedro Arturo Estrada
Nueva York
Junio / 2014
Nota biográfica
Luis Arturo Restrepo (Medellín, 1983) es profesor del Instituto de Filosofía de la Universidad de Antioquia. Ganador en dos oportunidades de la beca a la Creación Artística Ciudad de Medellín en la modalidad Poesía (2009, 2013). En 2010 Tragaluz Editores publicó “Apuesta de cenizas”, su primer libro. En 2011 participó en el XXI Festival Internacional de Poesía de Medellín como ganador del Primer Premio de Poesía Joven, organizado por dicho festival, con el libro “Réquiem por Tarkovski”, publicado en 2012 en coedición del Ministerio de Cultura de Colombia y Sílaba Editores con el título “Dos poetas colombianos”, ya que se incluyó también la obra de Óscar Hernández Monsalve. En agosto de 2014, Sílaba Editores publicó su libro más reciente: “En el fuego, la mirada”.