Si hay en este tiempo en América Latina un país que ha hecho de la poesía un movimiento de alzados en almas, para abatir el terror y la demencia, es precisamente Colombia. Todo comenzó, según afirman, desde Morada al sur, de Aurelio Arturo.
“20 del XX”. ANTOLOGÍA DE POETAS COLOMBIANOS
Prólogo y Selección por Samuel Vásquez y Santiago Mutis
“La poesía de un pueblo toma vida del habla y a su vez le da vida:
representa su expresión más acabada de conciencia, poder y sensibilidad”.
T. S. Elliot
Lina Alonso Castillo
Siempre resulta indispensable para un país, cuyas vertientes líricas constituyen un territorio en constante renovación, hacer un permanente recuento de los autores que hicieron posible la edificación del gran imperio literario, ya sea por representar una compleja porción del capital simbólico y cultural o por encarnar procesos históricos, sociales o estéticos para la memoria de dicho país. La Antología “20 del XX” de Colombia fue editada en México por la revista de poesía La Otra, y ha recogido de varios países de Latinoamérica las voces más influyentes del siglo. Se encuentran entre otras las antologías de Venezuela, Chile, Ecuador y México, cada una con el difícil trabajo de selección de sólo veinte autores.Sin que la historia literaria colombiana anunciara a Luis Tejada Cano como poeta, el cronista de principios de siglo, aseguraba que la poesía colombiana contenía en sí una fuerte resistencia al germen de la renovación o el experimento y que mientras la mayoría de escritores eran celebrados por su afinidad a las formas clásicas, habían algunos que ya blandían la pluma para desatar las inquietudes del porvenir. Entre esa extraña raza de hombres que acudían con un ingenioso aturdimiento lírico a la paradoja de una nueva poesía, el cronista proclama a Luis Vidales, con quien inicia la antología, como la aparición de un nuevo valor definitivo para la letras colombianas. Anotaba que su obra estaba hecha de ideas y no de formas voluptuosas, reconocía en su poética un suerte de visión cósmica del universo. No obstante Tejada habría de vislumbrar la fórmula que acogería la mayoría de poetas incluidos en esta selección. Los veinte poetas comparten, desde sus infinitas variaciones estéticas, una visión cósmica no sólo del universo sino de la palabra, en cada uno de ellos se reconoce una profunda reflexión sobre las cosas, el paisaje, el propio país y todos aquellos temas e intuiciones que acuden al poeta.
Cuando realizamos un rastreo de las diferentes antologías de poesía colombiana, sobre todo las que se han realizado con tal de incluir aquellas voces que incidieron desde 1900 hasta el 2000, nos encontramos con un sinfín de interrogantes que apelan a lo inclasificable que puede llegar a ser la poesía, por la pluralidad de circunstancias que rodean los procesos intelectuales en el país o ya sea por la cantidad de escritores que no entran en la selección debida a los criterios o el rigor que tenga el seleccionador. Hay que tener en cuenta que la lógica apologética procede por exclusión, también. Entre esas antologías, tenemos el “Panorama de la nueva poesía colombiana” de Fernando Arbeláez, publicada en 1964 y la “Antología crítica de la poesía colombiana” de Andrés Holguín, de 1974. De ahí en adelante se ha editado una que otra antología con criterios bastante peculiares, por ejemplo la Antología Múltiple compilada por Omar Ortiz Forero en la cual once poetas escogen sus poemas favoritos, Es una muestra de las diversas formas de realizar una selección poética.
En el prólogo realizado por Samuel Vásquez, ensayista y dramaturgo antioqueño encontramos de entrada una sensata declaración sobre el proceder de la selección y los fenómenos que rodearon a la composición y la mezcla de voces e imágenes que se dibujan en los veinte poetas. Vásquez, citando a Fernando Pessoa, nos recuerda que “Los clasificadores de cosas, que son aquellos hombres cuya ciencia consiste sólo en clasificar, ignoran, en general, que lo clasificable es infinito y por lo tanto no se puede clasificar. Pero en lo que consiste mi pasmo es en que ignoren la existencia de clasificables desconocidos, cosas del alma y de la conciencia que se encuentran en los intersticios del conocimiento.” Si se incluyeran cada uno de los poetas que tuvieron espacio en el siglo veinte, el rigor de seleccionar quedaría anulado por el principio de total integración que no siempre llega a ser recomendable en una antología. Tenemos el problema del gusto y el placer a la hora de seleccionar nuestro poetas favoritos; alguna vez el crítico francés Roland Barthes recuerda que todo lector experimenta una dialéctica del deseo a la hora de decir cuáles son sus obras favoritas, el debate entre sus vivencias personales que le puedan hacer más cercano al texto o las obras que la crítica, la academia o la prensa lleguen a dictaminar como necesarias o “recomendadas”.
Esta antología aparte de ser una cuidadosa selección (en la cual colaboró también el ensayista y poeta bogotano Santiago Mutis Durán) tiene el atributo de incluir algunos poetas que han sido olvidados en las anteriores antologías canónicas. Entre esos autores encontramos a Carlos Obregón, el poeta suicida de “Estuario”, Gustavo Ibarra Merlano o Raúl Henao, el poeta de “El dado virgen”.
La selección comienza con Luis Vidales, el poeta de “Suenan Timbres” perteneciente a la generación de “Los Nuevos”, que fue sin lugar a dudas el primer lugar de amplio debate en el que la palabra tomo su lugar en el momento en que entraban al país las reformas a la comunicación, la electricidad en todo su furor y la apertura económica e intelectual. Fernando Arbeláez señalaba la importancia de esta generación para la poesía colombiana. De ahí en adelante aparecerían las generaciones de “Piedra y Cielo”, la llamada generación “Sin nombre” o las mismas revistas ECO y MITO que dieron a conocer grandes ensayistas, prosistas y poetas de todo el continente.
Vásquez, no obstante, anota en el prólogo que para él el inicio de siglo en la poesía colombiana estuvo dado por “Morada al Sur” de Aurelio Arturo, que el poeta nariñense es el génesis de una palabra que nombra y es nombrada y que representó en un lenguaje casi que de pájaros, una escritura solemne y sencilla ante la pompa de un territorio en vías de trasformación. Luego siguen, entre otros, Héctor Rojas Herazo, Álvaro Mutis, el gaviero de trópicos insondables; Jorge Gaitán Durán y esa oscilante poesía entre Eros y Tánatos que deja versos como “Quiero que seas ante la muerte/ El único poema que se escriba en la tierra”.
Andrés Holguín en su Antología crítica de la poesía colombiana, señalaba en una de sus conclusiones que “nuestra poesía ha sido creada al margen de la historia” lo cual es tan discutible como la frase de un escritor que aseguraba que la poesía en Colombia era la “Tradición de la pobreza”. Sin embargo, podemos sopesar dichas afirmaciones cuando volvemos la mirada a poetas como Óscar Hernández, José Manuel Arango, Mario Rivero y su Tango para “Irma la Dulce”. En ellos se descubre la increíble riqueza de ingenio y composición. Una suerte inagotable de dinámicas donde el germen creador devela las mentes poéticas más originales de su generación.
Por ejemplo, nos encontramos con Giovanni Quessep quien nos cuenta de hombres que sueñan la historia y las leyendas y que despiertan “con la sensación de olvido entre los ojos”, pasamos de igual forma por Luis Aguilera para quien la tierra “Cava el silencio en el silencio mismo/la milenaria soledad de las palabras”, o por el poeta Juan Manuel Roca, quien deja invadir sus poemas por romanos o asiste a una cena invitada por César Vallejo. El abanico sigue desplegándose en Darío Jaramillo Agudelo, autor de “Tratado de Retórica”, y termina en Rómulo Bustos Aguirre; quedamos con el asombro que producen las intensas variaciones de la escritura que hay en ellos. La alquimia temática en cada uno de los poemas deja entrever que son escritores de su tiempo, que tienen cada una de las horas y los momentos históricos en sus palabras y no obstante las transforman ante nosotros, desocupados lectores, en pensamiento y disertación sobre las cosas.
Son muchos los aspectos que han determinado la configuración de la poesía colombiana. El paisaje, la relación del hombre con sus lecturas, su participación directa o indirecta con fenómenos decisivamente políticos, son algunos de los modos que encontramos en algunos poetas para vérselas con la escritura. La edificación de esta “Verde Ítaca” en el país, ha tenido tantas entradas que por eso resulta difícil que sólo sean veinte poetas en el libro. La pluralidad de la poesía colombiana sigue encarnando la paradoja de toda poesía, desde los límites de la exploración formal, la autofagia de algunas vanguardias que también tuvieron su propia expresión en Latinoamérica, y la recurrente asistencia a los tropos del campo y la modernidad a toda marcha, hasta la incursión en los problemas contemporáneos que se lE han planteado al hombre por r el continuo devenir del espacio en el que se encuentre.
Es sorprendente el origen de la palabra antología. Del griego anthos “flor” y lego “yo escojo” entendemos la tarea no tan fácil de seleccionar las más bellas y exaltantes palabras de un tiempo. Para Aldo Pellegrini toda Antología debe estar exenta de convertirse en un museo de la poesía ni mucho menos en un cementerio. Resulta que esta muestra poética es ante todo un viaje por las palabras más vibrantes y vívidas. Hasta los poetas vivos que están en la antología saben que seleccionar lo mejor de la poesía en determinado tiempo, sigue siendo necesario para no olvidar los pasos que antes se dieron en el lenguaje y que pueden conservar la actualidad y validez en todos los tiempos y entre todos los hombres.
Determinar la inclusión de los nombres de la lista que compone la selección, sigue estando supeditada a mecanismos abstractos, el gusto del compilador sigue siendo un misterio y sin embargo los conceptos, los gustos y los criterios pasan por las palabras y de ahí adquieren un grado de objetividad. Aunque la selección esté aparentemente organizada por orden cronológico, hay un evidente sino estilístico temporal, hay cuestiones generacionales, la recurrencia al tema de la ciudad. La selección no solo reúne sino que da razón de los triunfos de la palabra sobre el tiempo, ese misterioso emisario que carga consigo una terrible galería de infamias en un país que ha exiliado escritores, asesinado artistas y cometido crímenes como una rutina histórica.
La historia de las ideas en un siglo pueden soportarse desde dimensiones no propiamente usuales en los estudios comunes. Asimilar la poesía como una de esas dimensiones, es propiciar el diálogo entre el lenguaje y las modalidades materiales de toda una fracción cronológica de una país en determinados años. Desde la misma poesía se pueden entender las ciudades, las guerras, el amor y la mentalidad de un hombre en su época. No es útil ni mucho menos necesario hablar de la evolución de la palabra a través de una antología, o podría ser desde un territorio más lejano de la poesía. Lo que sí concierne e incide en este libro es ver el proceso que culmina en Rómulo Bustos Aguirre, el poeta de Santa Catalina de Alejandría. Ver cómo el lenguaje en los poetas parece destinado a tener las amarras en la tierra y sus modelaciones e impacto entre los hombres. Es propicio que se incluyan obras recientes para que se pueda discernir el cambio entre el origen de un siglo y su final, palpar las formaciones y deformaciones que la palabra en el tiempo y en el espacio.
Después de leer y tratar de entender desde la tribuna del presente un siglo convulsionado por dos guerras mundiales, el mayor auge de movimientos literarios, editoriales y artísticos en general y un país parroquial que iniciaba un fuerte proceso de modernización, sólo queda habitar una y otra vez en la palabra y volver a los escritores que hicieron posible una visión de su tiempo desde la poesía. Esta modalidad antológica no está exenta de representar una mirada histórica de Colombia desde la escritura y desde las ideas.
La primera edición del libro realizada en el 2012 en conjunto de la revista mexicana La Otra y la Universidad Autónoma de Nuevo León, ha sido también coeditado recientemente por la editorial colombiana independiente Domingo Atrasado.
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