Alberto Paredes, doctor en letras, traductor, crítico mexicano, nos advierte sobre la naturaleza lírica de este poeta nacido en Buenos Aires, Argentina y radicado en México desde hace más de 40 años, a la cabeza de la longeva revista literaria Blanco Móvil.
El silencio de la mirada
Alberto Paredes
Eduardo Mosches, El ojo histórico, U. Veracruzana, 2014.
Eduardo Mosches es un argentino que vive en México desde hace casi cuarenta años. Es un editor y difusor cultural de singular energía y generosidad; un mexicano por derecho propio. Es un poeta. La Universidad Veracruzana, manteniendo su proverbial tradición de impulsar las ediciones culturales mexicanas, acaba de lanzar la nueva obra de Mosches, un libro de poesía de título inusual: El ojo histórico. Leamos un poco.
El libro tiene una trama, es decir que narra un relato; relato personal, pero tan íntimo como público, tan solitario como coral. Es decir: poesía para los tiempos turbulentos, esto es lo que parece haber entendido la musa de Mosches.
Es una historia que se desovilla ab ovo. Un bebé está siendo amamantado; su madre es la cantante muda. No hay idilio de infancia, o mejor dicho, para que lo haya tiene que dialogar con los desastres del presente.
La mancha húmeda se abre
corola en primavera
agiganta
mientras el dolor
prendido a sus corvas estalla
destila luz
como alcohol en la lengua prendido
El lenguaje y las imágenes son directos, claros, Mosches escribe en algo que podemos llamar la lengua franca, el español universal, transnacional de los escritores contemporáneos. Las ciudades natales y de adopción variarán pero domina un paisaje común: el abrir los ojos al convulso tiempo presente. No obstante es innegable una herencia rioplatense, tan uruguaya como argentina: la sensibilidad a la consistencia de las sombras y grietas. Grises y ocres como colores dominantes. El hecho de que los fantasmas, las fantasías y atmósferas dejen de ser incorpóreas para precisamente cobrar carne en ese bebé y en su madre lactante.
El libro se estructura de manera, podríamos decir, concertante, rapsódica. Los poemas no tienen título particular sino que acatan una media docena de rótulos recurrentes. De esta forma se hila el libro, se tensa la experiencia humana que lo alimenta. El niño toma la voz en los versos del “Vuelo de los sentidos” y el niño es poesía, “todo es música en la envoltura del embrión de la palabra”. Súbitamente, pues, comienza a recibir el caudal del mundanal ruido, caos, desorden, que son los dones terrenos. Y lo primero que se estimula es su apetito de sensualidad; no de ser meramente nutrido sino de gozo inmediato, tangible. Los dones de la vida le serán ofrecidos. También los desastres de esa guerra que es nuestro tiempo. Son “Las otras voces”…
Los hombres son la espuma de la tierra
la flor del llanto, el fruto de la sangre,
el pan de la palabra, el vino de los cantos,
la sal de la alegría, la almendra del silencio.
Estos viejos
son un ramo de soles apagados.
Confieso que en pasajes como el anterior, hay imágenes que me parecen menos inspiradas que otras pero Mosches sabe retomar el aliento y hablarnos, en efecto, del niño que nace al mundo de soles apagados.
Así que el niño recibe como parte del caudal físico del mundo, lo que atinadamente llama este libro el ojo histórico. Estamos en lo mejor del conjunto, la experiencia directa del presente (aquel que cubre la segunda mitad del siglo XX y hasta el presente). Son el sabor de la hiel y el de la miel ofrecidos en una sola flor de espeso perfume.
Crujen los huesos de pavor
en ese bambolear que el mar recita
como si fuera la letanía de una oración
antes de la batalla
La poesía, pues, no huye de su tiempo; lo recibe, lo atestigua y, prodigiosamente siempre, germina con él, a pesar de él y gracias a él. Los artistas saben de la transmutación del estiércol en flor, produciendo un néctar complejo, salobre y rico.
Eduardo Mosches, o sea el autor mismo, es el bebé que en 1944 nace en este Ojo histórico. Es por ello que sus palabras de poeta contemplan ese año como punto de partida y es por eso que hay dos horizontes urbanos como ejes, Buenos Aires y México. Fiel a la tradición vanguardista de los collages y de la pluralidad de discursos y géneros, El ojo histórico retoma la inserción de notas periodísticas (mexicanas y argentinas) a manera de epígrafes titulares. Pues estamos en un libro que enfrenta sin titubeos un reto arduo: ser poeta de ojos abiertos a los acontecimientos colectivos, por traumáticos y caóticos que sean. Es el reto precisamente de pasar del diario (el periódico y el cuaderno personal) a la literatura.
Por ello podemos recuperar otro vocablo para señalar este esfuerzo: hay un género literario, muy antiguo y siempre renovado, que de suyo armoniza el lirismo y el relato de lo colectivo-popular: la balada. Es decir, la capacidad de reportar lo que sucede colectivamente desde una historia personal; pues en el género de la balada, el poeta canta, testimonia y cuenta.
Al final del libro, la cantante muda, esa madre, esa sombra sola, propicia un segundo parto, además de aquel mediante el cual ha gestado físicamente al bebé que es poeta; la madre da origen al “futuro tambaleante” con el que se despliega, como un escenario teatral en su primer murmullo, el blanco de las palabras.
La voz se hace pájaro
barrotes destrozados
de una existencia momentánea
a volar por las praderas y edificios
de la vida sin imposición.A volar
elevarse y flotar
deambular entre matices variados
de historia abarcada en la sonrisa
aumentada por el placer
de las savias
que surcan la existencia
entre la pobreza y el dolor
tanta rodilla raspada por la inequidad.
La voz en búsqueda de otras voces.
ALBERTO PAREDES (1956):
Su ejercicio literario lo ha llevado a ser profesor titular de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, donde obtuvo el doctorado en letras en 1991. Sus libros como crítico manifiestan esta labor sostenida; algunos de ellos son: Abismos de papel, el narrador en los cuentos de Julio Cortázar (1988, 2005); El arte de la queja (1995), estudio sobre la prosa literaria de López Velarde; La poesía de cada día (2000), análisis y antología de la poesía modernista brasileña, y El estilo es la idea (2008), antología crítica del ensayo literario hispanoamericano del siglo XX (2008). En 2015 aparecerá en una nueva edición revisada, corregida y aumentada su libro sobre narratología Las voces del relato (Ediciones Cátedra). Un vocablo denomina la poesía de Paredes: Derelictos (1986, 1992 y 2005); es decir: los restos del naufragio. Además, han aparecido Cantapalabra (2003): poesía a partir del acto de escuchar música, y Tres cuadernos (2010). Coordinó las Obras reunidas de Severino Salazar en once volúmenes (2013). Ha sido investigador invitado en las universidades de São Paulo, Poitiers, Rouen y Paris X Nanterre-La Défense. Participa en diversas publicaciones literarias y es miembro de los colaboradores culturales de Proceso.