Compleja y delicada como toda antología es la aventura de elegir una lista canónica de 20 poetas de un país de la pasada centuria. País de poetas, Chile es con certeza un desafío mayor, pero el colombiano Roca aporta su ojo lector, su vocación crítica.
2O DEL XX, POETAS DE CHILE
Juan Manuel Roca
Parece tautológico publicar una antología de poetas de Chile en un país donde precisamente hay un acendrado gusto por el picante, le digo a Alma. De puro curioso le pregunto a esa amiga mexicana por qué lo que en estos pagos llamamos ají allá se llama chile. Y ella me da sus luces: “es una palabra náhuatl, una planta solanácea que llevó don Cristóbal a España en 1493”, y sin decir más nos sumergimos en una buena porción de enchiladas y al mismo tiempo en este libro que reseño.
Por lo pronto digamos que la antología “20 del XX, Poetas Chilenos”, está publicada en la colección que dirige con tino y generosidad José Ángel Leyva. Cada antología de “20 del XX” está elegida y prologada por un o unos especialistas de cada país.
Entre otras antologías ya circulan en Colombia las de poetas ecuatorianos, mexicanos, colombianos, venezolanos, (“Librería Siglo del Hombre” es su distribuidor), y dentro de poco “Poetas Catalanes”. Son muestras de poesía que de alguna manera pretenden ser canónicas en el croquis de la poesía latinoamericana.
Elegir 20 poetas del mismo siglo XX, “problemático y febril” como dijera el satírico Discépolo, no es tarea sencilla, demanda rigor y equilibrio a la vez, sobre todo si recordamos la frase de Horacio: “genus irritabile vatum”, el irritable género de los poetas.
Los veinte poetas del siglo veinte chilenos cuenta con el prólogo y la selección del poeta y editor Gonzalo Contreras. De lo primero, de su prólogo, hay que decir que es un puntual estudio de la poesía de su país, que tiene el valor agregado de ubicar nombres, tendencias, cronologías y estéticas que facilita a cualquier lector, especializado o no, conocer una de las poéticas más sobresalientes del hemisferio.
De los criterios del libro, lo de siempre: cada cual tiene sus poetas tutelares, podrá reparar en alguna ausencia o en un presencia que no se acomoda a su particular percepción, pero no podrá negar en este caso que las muestras elegidas de cada poeta y las acuciosas pesquisas en una tradición bastante rica, estén cargados de sensatez y rigor en los juicios.
Entonces vale la pena recordar al más citado de los poetas argentinos, sí, el mismo que a cada tanto nos saca de apuros, cuando señala que “nadie puede compilar una antología que sea mucho más que un museo de sus simpatías y diferencias, pero el tiempo acaba por editar antologías admirables”.
Despega la antología con el olvidado, inmerecidamente, Carlos Pezoa Véliz, nacido en 1879 y muerto en 1908, a quien Contreras señala como inciador en su país de la poesía moderna. Ciertos rasgos de un feísmo baudelereano, cierta exaltación de lo prosaico como ocurre en los poemas de nuestro “Tuerto” López, podrían ser el adelanto de algo que reinventó con bombos y platillos Nicanor Parra, una ya insinuada “antipoesía”. Son bellos y dolorosos sus versos sobre el desamparo de un perro vagabundo que “escarba en la basura” (“como cualquier político”, diría el “tuerto”) y que a la vez “despide cierto olor a sepultura”.
Luego vendrá doña Gabriela Mistral, aquella mujer que se atrevió a criticar lo que Alfonso Calderón llama “la idolatría de las palabras, nuestro pecado original” y, por supuesto, Vicente Huidobro, aquel que como un poeta aimara pretendía hacer florecer la rosa en un poema, un vanguardista por excelencia, creador de un inmenso surtidor de imágenes hermanadas con las visiones de Apollinaire. Huidobro es en América Latina uno de nuestros hombres de cromañón. Nos pedía o nos conminaba a “que el verso sea como una llave/ que abra mil puertas”.
Una de esas puertas la abrió él mismo de par en par: el trato de la poesía como obra de ficción y una voz de amplias resonancias cotidianas que nos entrega un sentido de levedad único en la poesía chilena y, por qué no decirlo, de nuestra área lingüística que siempre olvida a Brasil, tierra de otros grande vanguardistas. Huidobro es el dueño de un llavero completo para abrirnos puertas a lo desconcido, aunque a veces se anime a no usar llaves convencionales sino una ganzúa, la ganzúa de un humor a veces explícito, a veces soterrado.
Resulta imposible hablar de cada uno de los poetas incluidos en esta importante selección. Pero como lector uno termina por hacer una antología de una antología. En mi caso vuelvo a celebrar al mejor Neruda, al que Contreras incluye acá con bellos poemas sin lugar a dudas canónicos como “Tango del viudo”, “Walking around” o “Arte poética”. La muestra de Neruda termina, “perdonen la tristeza”, con un fragmento del un tanto estentóreo “Alturas de Machu Picchu”, poema del que hizo una memorable parodia Juan Larrea.
Por supuesto que acá está un trípode de la poesía chilena que resulta extraordinario: el más arriesgado y profundo de sus poetas, Gonzalo Rojas, y dos voces cada vez más nítidas (salud, Eduardo Llanos Melussa), Enrique Lihn y Jorge Teillier, dos grandes poetas que seducen y acompañan.
Cómo no volver a leer con estremecimiento los versos de Gonzalo Rojas (“Carbón”), dedicado a su padre en un Lebu oloroso a lluvia y a “dos mitades de fragancia”: “Es él. Está lloviendo./ Mi padre viene mojado. Es un olor/ a caballo mojado./ Es Juan Antonio Rojas/ sobre un caballo atravesando un río./ No hay novedad. La noche torrencial se derrumba/ como mina inundada, y un rayo lo estremece”.
Y es que decir Gonzalo y agregar Rojas, es decir una de las más altas cumbres de la poesía en nuestra lengua, darle nombre y apellido a un torrente.
Del siempre suscitador y memorable Rosamel del Valle dice Gonzalo Contreras que asumió “la desescritura de la poesía tradicional”. Envejecidas las vanguardias, Rosamel (1901-1965), nos sigue hablado de realidades irreales, de surrealidades nacidas del sueño de la razón que siempre produce versos. Crípticos y embrujados versos.
Hay que volver a mirar con atención, se me ocurre sin duda tras la lectura del libro, a los integrantes del grupo “Mandrágora”. Ellos son un capítulo importante del surrealismo latinoamericano. Las voces de Braulio Arenas, de Enrique Gómez, Teófilo Cid o Jorge Cáceres sin embargo, y es entendible en un corpus tan apretado y demandante como resulta elegir una veintena de poetas de tan amplio panorama, no figuran en esta antología.
La mayoría de estos 20 poetas chilenos andan ahora en el ejercicio forzoso del silencio, fallecidos pero no ausentes: Pablo de Rokha, Díaz Casanueva, Eduardo Anguita, Violeta Parra, Alberto Rubio, Armando Uribe, Juan Luis Martínez y Gonzalo Millán y los poetas ya anteriormente reseñados.
Entre los vivos que merecieron entrar al canon propuesto por Contreras hay que señalar a Óscar Hahn, Raúl Zurita y Diego Maquieira, los dos últimos nacidos en la década de los cincuenta.
Todo esto, toda esta difícil y estimulante selección, por supuesto que resulta movediza de acuerdo con los designios casi siempre inapelables de su majestad el tiempo. Lo dice bien el prologuista y seleccionador al final de su texto: “nuestras poéticas -al igual que las placas tectónicas- viven en constante movimiento, se desplazan subrepticiamente, se superponen. Mientras buscan su espacio natural se acumula una enregía que, una vez liberada, cambia el mapa, el paisaje y la mirada”.
Gonzalo Contreras dice que podría haber otros nombres de acuerdo a esos movimientos tectónicos. Y un chileno debe saber de esos asuntos porque una vez que traje un poco de tierra de Cartagena, en el litoral de los poetas chilenos donde reposa Vicente Huidobro, y la vertí en un pequeño cuenco en mi casa colombiana, me pareció que por momentos temblaba esa porción terrosa. Cuando le dije a mi mujer que tenía en casa un porción de tierra chilena con temblores, me preguntó qué había bebido la noche anterior. Debió ser la lectura de “Temblor de cielo”. No es un reparo al autor de la selección pero echo de menos a la magnífica Elvira Hernández.
“20 del XX, poetas chilenos”, selección y Prólogo Gonzalo Contreras, “La Otra”, “Fondo de Cultura Económica”, México, 2012, 300 páginas.