El poeta colombiano es entrevistado por dos jóvenes compatriotas para conocer los parámetros que rigen su pensamiento, su escritura, su toma de posiciones y su actitud ante la vida.
Poesía es otro. Entrevista a Juan Manuel Roca
Lina Alonso y Norman Paba
En un ciclo de charlas … diálogos, más que entrevistas, queremos buscar espacios donde los autores puedan hablar desde su oficio, el de escribir, hacia el trabajo con el lenguaje y las ondulaciones de su palabra en el tiempo; conocer su posición ante las variaciones de la literatura, los juegos que la rodean y que indiscutiblemente la proponen en dimensiones sospechosas, nuevas, alternativas o simplemente recalcitrantes , repetitivas y tediosas; eso sin dejar de lado su propio recorrido por el camino de la poesía, la prosa o el género con el que más han identificado su obra a través del acontecimiento de escribir.
[soliloquy id=»4068″]Esa idea del poeta como traductor ¿Podrías explicarnos cómo funciona?
Bueno yo soy de la idea de que el poema no existe cuando alguien lo escribe sino cuando alguien lo lee, lo habita, es decir: sin que la poesía sea, como algunos lo piensan, privativamente comunicación; para que ocurra un hecho estético tiene que ser participativo: el poema, repito, existe en el poeta como una traducción de sí mismo. Yo creo que los buenos poemas, precisamente ocurren cuando el poeta, traductor de sí mismo, lo hace con tanta eficacia que logra traducir a los demás, cuando habita en los demás. Creo que en ese tránsito del adentro y del afuera, entre la interioridad y la escritura, hay un puente maravilloso que es el del rigor en la traducción de atmósferas, sentimientos, pensamientos, ideas, reflexiones que se disuelven para crear un hecho inminentemente poético, inminentemente estético.
Cuando me atrevo a decir eso de que el poeta es un traductor de sí mismo me encuentro con muchas ideas que apuntan a esto. Por ejemplo, Denise Levertov en un libro bellísimo que se llama “El poeta en el mundo” habla un poco de la inspiración pues inspirar en inglés es To muse que es estar con la boca abierta. A pesar de que se vea un poco cómico es eso, un rapto poético, una aparición del inconsciente, eso sí sin llegar a lo que los surrealistas denominaron Escritura automática como la participación de algo que no conocíamos pero que conocemos a partir de la escritura… Sucede cuando nos decimos “yo no sabía que sabía esto”, es decir que aparece algo que logra traducirse de una esfera, que no es absolutamente racional.
Siguiendo por ese camino, al hacer esa traducción, el poeta tendría/llegaría a tener una función ¿Para usted la hay?
Sí, yo creo en esa función de hacer partícipes a los demás. Aunque sea un tanto pretenciosa como en todas las artes, hay un grado de ésta misma naturaleza más una vanidad absoluta, por el hecho de creer que la gente no podría pasar por la vida si no existiera esa participación estética, literaria o pictórica por parte de quien lo oculta. En eso hay mucho de vanidad, creer que uno puede transformar el mundo o modificárselo a los demás. Pero también hay un grado de humildad en cierto sentido. Por eso la poesía que es muy asertiva, que es muy racional y sobretodo muyapegada a la reflexión, me parece pretenciosa. Prefiero la poesía que está hecha más de dudas que de certezas y que tiene también un grado de humildad. Que es una pregunta hecha en colectivo, es decir, una pregunta individual que se piensa en colectivo. Entonces, escribir y publicar aparte de ser vanidoso tiene un rango de valentía por el hecho de que también es como sacar las vísceras a pasear en carretilla
Recuerdo una vez que tu me hablabas de ese verso de Dylan Thomas que dice: “La pelota que lancé en la infancia aún no ha tocado suelo” que a su vez me remitía, inmediatamente, a esa otra sentencia de Rainer Maria Rilke de que “La patria del hombre es la infancia” ¿Cómo ha sido esa relación, tu escritura con la infancia, con tu niñez?
Yo creo que es inevitable, y no de una manera nostálgica sino más bien evocativa, porque hago una diferenciación entre lo nostálgico y lo evocador, ya que lo primero tiene un sentimiento que a mí me repugna y es esa idea de que todo tiempo pasado fue mejor .
Tan de Manrique.
Sí, en cambio la evocación es la reconstrucción de episodios pasados que nos siguen habitando, y por supuesto, el niño que fuimos y que no hemos matado del todo. No es que ejerza un peterpanismo voluntario pero yo no aspiro a la madurez, yo creo que el fruto maduro está a punto de podrirse, prefiero cultivar una profunda inmadurez. Entre esa vida y la infancia hay un coto de caza extraordinario para la poesía. Por ejemplo, cuando Rilke afirma eso yo me pongo a pensar que de cierta forma soy un apátrida porque mi infancia fue muy movediza, viví en muchos sitios así que no es una patria única, sino varias y eso me otorgó un sentido de despojo, pero los primeros asombros de la infancia yo los conservo vivos. Por ejemplo, a mí me preguntan cuál fue mi primer asombro poético y yo haciendo un recuento, pienso que tiene que ver con dos hechos: uno, que yo era un niño más bien solitario, mis hermanos son mucho mayores que yo y permanecía solo. Una de las costumbres que tenía era la de meterme en un armario porque pensaba que era maravilloso hacer la noche en pleno día solo con meterme ahí, un poco de ese carácter animista que tienen los niños, los brujos, los locos y los poetas de transformar su entorno a partir de la imaginación. Después cuando fui consciente de ese juego del armario, lo consideré un asombro poético. El otro hecho es que viajábamos, en una etapa de mis infancias, en Medellín (hablo de mis infancias porque creo que hay capas diferentes de la infancia, no una sola, o en una misma persona, sobretodo porque los niños viven en una periferia del lenguaje, en la periferia de la realidad, en la periferia de los adultos, así que cada vez tienen una infancia distinta dependiendo de su entorno). Que creo fue mi etapa más importante o la que recuerdo más porque fue en un pueblo, Medellín era un conato de ciudad, un pueblo grande donde había grandes mangas, grandes potreros, o sea que era una infancia a la intemperie, rodeado de pomares, de naranjales que robábamos de niños; recuerdo que hacíamos unos viajes familiares en tren, desde la estación del barrio Guayaquil hasta Cisneros, un pueblo calenturiento y bello, cerca de Medellín y a mí me gustaba mucho pasar por la estación. Cuando cruzábamos por ahí yo pensaba que esa era una casa donde ocurrían paisajes, que uno entraba y empezaban a pasar postes de telégrafo, ríos, vacas, quebradas, naranjales, todo lo que veía en el trayecto a Cisneros, a la estación de El Limón. Pensar en esa analogía, la de la estación- casa de paisajes, visto ahora tiene un carácter poético que contiene en sí la metáfora del universo infantil .
En ese sentido tú pensabas o fuiste consciente de que había una inclinación en ti hacia la poesía.
Visto desde ahora, sí. En ese momento uno es inconsciente de eso. Además, a mí me preguntan que por qué me decidí a escribir poesía, yo digo que de la misma manera en que cualquiera se decide a hacer arte y es por una insatisfacción con la realidad. La prueba de que el hombre no está satisfecho es que necesita el arte, ya sea para complementar, para transformar, para pleitearse con la espantosa realidad que vivimos. Entonces cuando me di cuenta temprano, desde el bachillerato de que yo no servía para nada, vi que me quedaba el espectro de la imaginación. Es muy curioso porque yo no era un gran lector, ni escribía mucho, prácticamente nada. Lo único que me interesaba era el fútbol y yo no quería aprender matemáticas conscientemente porque pensaba “Yo para qué voy a aprender esto si voy a ser escritor” tenía consciencia de ello sin saber por qué, yo no escribía ni leía. Bueno leía pocas cosas aunque en el ámbito familiar después de ese bachillerato sí empecé a leer mucho. Realmente esa vocación por la poesía y por la insatisfacción con la realidad y por cierto carácter ácrata vino después. Empezó una conflictiva y explosiva relación con los colegios, el medio académico, y los profesores.
De ahí viene también ésta otra pregunta por el espacio que hay entre su primer libro de poemas y el más reciente ¿Cuál ha sido esa transformación? Esas primeras intuiciones, esos primeros balbuceos en el lenguaje.
-Bueno, siempre que me refiero a mi primer libro, también lo nombro como un balbuceo, un balbuceo poético. Fue un libro publicado en el 1973 (Memoria del agua) en el que había un acumulado de lecturas. El primer libro que yo escribí y que consideré redondo, lo rompí porque sentía que era demasiado mimético en relación con la palabra de César Vallejo, que era el poeta que más me deslumbraba, y que aún me sigue deslumbrando, de nuestra lengua. Ese libro no lo publiqué. También me interesaron, no tanto por sus sistemas poéticos como por su vinculación entre realidad y la poesía. Eso de combatir en la calle y no solamente en las aulas a partir del hecho poético y con figuras entrañables para mí como lo fueron Antonin Artaud o André Bretón. Pero antes de leerlos, cayó en mis manos una antología de la poesía precolombina que hizo Miguel Ángel Asturias, con un prólogo muy bello, donde me di cuenta que todas las preocupaciones que tenían los surrealistas: la búsqueda del trasmundo, las esfera mágica, la noche, la ensoñación o el delirio ya estaban en ese ciclo prehispánico de una manera que no era tan cartesiana con la que tenían que batallar los surrealistas, es decir, un surrealismo en estado salvaje. En ese primer libro, “Memoria del agua”, había ciertos atisbos de eso, de los atavíos, de las diosas de las aguas que corren, de todos esos poemas de Netzahualcóyotl que me impactaron tan tempranamente. Muchos de esos temas han continuado pero en otros registros, más coloquiales o menos surreales, más ligados a la cotidianidad y yo diría que más decantados.
Parece una frase vanidosa lo que voy a decir, pero creo que no es privativamente hablando de mí sino en general: uno cuando empieza a escribir, escribe lo que puede y cuando avanza, más o menos, escribe lo que quiere. Porque hay un conocimiento mayor del instrumental del lenguaje. Ahora, eso no garantiza que sea bueno. Por ejemplo, en “Pasaporte del apátrida” hay una grado mayor de conciencia, aunque no es una teorización ni una cosa programática, que detesto tanto, hay una conciencia de los temas que me apasionan, donde antes aparecían rasgos tímidos ahora se muestran más evidentes como son la esfera social y ciertos giros anarquistas que aparecen más decantados.
Igual eso se liga a esa idea tuya de que la poesía tiene que estar sucia de realidad, de que esa llamada “poesía pura” no es cierta.
Siempre echo de menos la turbiedad, la idea de Luis Tejada de que hay que darle el mismo rango estético a la rosa que a la zanahoria. Me lo repito muy seguido. Que es difícil llevarle un ramo de zanahorias a la amada y que resulte poético. Los poetas puros son sospechosos de leso manierismo, habría que regalarles un jardín de alfalfa más que uno de nenúfares.
¿Qué se queda o se traslada de ese gusto por la salsa, de ese gusto por el tango a su poesía? En tu poesía muchas veces la imagen prima de manera contundente por una sabida influencia de la pintura, el expresionismo alemán y el cine italiano, tal vez en menor medida. Hablemos de eso, esa relación entre poesía y otras artes.
-Bueno a mí me interesa mucho la música, escucho música clásica a la cual le tengo un profundo respeto, pero particularmente me interesa la música popular que ha tenido un proceso degenerativo hacia lo populachero lamentablemente. Me gusta el Son cubano, me parece extraordinario y aparentemente no tiene mucha poesía porque “bernabé le pegó a muchilanga le echó a burundanga les hinchan los pies” a lo mejor eso no es poesía, pero sí más que el cuento del “Unicornio Azul” y todo esa pseudopoesía o esas cosas ya preconcebidas. Encuentro más poesía en “El bodeguero”: toma chocolate, paga lo que debes y que me parece una consigna que odian los colombianos ¡Paga lo que debes! Sí, porque la única estrofa del himno nacional que cumplen los colombianos a cabalidad es “Deber antes que vida”, con llamas escribió, prefieren prenderse fuego antes que pagar. Creo que la gran impronta, la gran matriz musical de América, para mi gusto, es la música cubana, su música campesina y urbana. Me formé oyendo más de esa música que oyendo esa música de tristiadero paisa, los bambucos no los soporto, por una parte eso, por otra, pienso que el bolero permite ser cursi, Kitsch aunque lírico o poético y por eso pensaría que Agustín Lara es más poeta que Amado Nervo. Las grandes letras de la música popular latinoamericana son las del Tango, sus letristas son verdaderos poetas, tanto que ahora en varias antologías de poesía argentina se atreven a incluir a Discépolo o a Cátulo Castillo. En fin, una música maravillosa que curiosamente oí mucho en Medellín y me aburría, no entendía muy bien. Creo que es un género de mayores en el sentido en que hay un grado ontológico de preocupación por el ser que tal vez en la juventud no se advierte muy fácil, pero que ahora respeto mucho.
Ahora ¿Qué se vuelca de eso en mi poesía? Digamos que ciertos ritmos, ciertos acentos y esas ganas de confrontar mi intimidad con la de los demás que no es lo propio de la poesía privativamente lírica y “pura” sino de una poesía que le importa mucho lo que le ocurre a uno en los demás. Esa idea de Rimbaud de “Yo es otro” que es la más liberadora de todas, preguntarse ¿Qué me pasa a mi en lo otros? Eso de “Yo sufro”, a mi que me importa “Yo gozo” y a mi que me va… Si no me hace sufrir o gozar, si no me hace partícipe de eso, pues son cosas que le servirán a la gente como catarsis, pero que a mi como poesía me parece aburrido, esos poetas que no escriben sino de sí mismos, que no son capaces de crear máscaras, de crear lo que Hugo Friedrich llama El desdoblamiento o del distanciamiento del que habla Bertolt Brecht. Yo creo que ahí es donde encuentro los grandes poetas; por eso cuando César Vallejo sufre y lo leo, me hace sufrir, por eso cuando leo a Pessoa con su pesimismo y su amargura, me hace sentir pesimista y amargo precisamente por que su lírica está hecha de calle y no solo de entelequias.
Ahora que trae a Rimbaud con su “Yo es otro”, que es uno de los golpes de martillo más fuertes de de la modernidad, me recuerda un poco a Albert Béguin cuando en uno de sus más grandes ensayos nos muestra cómo en el Romanticismo alemán ya se presentía el peso de un nuevo espíritu que obligaba al poeta a trabajar con todo aquello que no era su yo, pero definitivamente desde su sensibilidad exacerbada, elemento que ya en los franceses era esencia en la unión de poesía y acción.
En ese análisis tan bello que hace Albert Beguin en “El alma romántica y el sueño” cuando habla de Novalis, utiliza una sentencia de él que me gusta mucho: “En ausencia de los dioses, reinan los fantasmas” y como estamos en una carencia de dioses, hay un grado de fantasmagoría que también es lo propio de la creación de eso, de máscaras, de gentes que pasan cerca de uno y son fantasmas, del hombre que uno se encuentra vendiendo el periódico y no lo vuelve a ver de un día para otro, eso es un fantasma; uno mismo es un fantasma en la inmensa casona del mundo. De manera que esa preocupación por lo que me pasa a mí, me parece tonta, mejor dicho… me aburre. Tanto como esa vocación de malditismo en Colombia.
Ya que tocas el tema de toda esta actitud tan preconcebida, eso de denominarse poetas unos a otros y sobre todo de asignar etiquetas como ésta de “poeta maldito” ¿Cómo ves eso?
En esta actitud supremamente tardía va primero el disfraz y luego lo que se escribe, como si se tuviera que adoptar ciertos comportamientos para ser poeta.
Más en un país como este.
Pues es que de malditos está lleno el cartucho y no tienen poesía. Como si hubiera que dormir en el piso para ser poeta, es más hay malditos juiciosos, ordenaditos, por ejemplo: Eliot que usaba mancornas, corbatica inglesa, trabajaba ocho horas en Faber and Faber, pero uno lee “Tierra baldía” y se sabe en el mismo infierno, ¡Es un maldito! Pero es uno juicioso, no tiene que sacarse un ojo o dormir debajo de las mesas, que es lo que se piensa de ese pandillismo a ultranza … exterior.
A mí me dijo un poeta joven: Es que lo que pasa es que yo soy un poeta maldito. Y yo le dije: Te lo acepto pero si le quitas las letra d a la palabra maldito. En general un poco de muchachos vestidos de sensible. Digamos, alguna vez escuché algo a Gomez Jattín que me gustó mucho, que al pobre lo han metido mucho en eso, y fue “Yo soy un maldito que se acuesta a las cinco de la tarde”.
Ya que estamos hablando un poco de espacios, ¿Qué opinas de esa idea generalizada de que la poesía salva o que de alguna manera es la “cruz roja del espíritu”? idea difundida en algunas sectas literarias colombianas, ¿la poesía cumple una función en ese sentido?, como siempre intentando poner sentido a la poesía.
Alguien me dijo –Usted es un gran poeta– yo pensé que eso pasaba porque no habría leído a Rimbaud. Uno duda, uno tiene que ser un pastor de dudas y un pastor de abismos con respecto a lo que se hace y si se tiene la certeza de que lo que uno hace es poesía, está perdido. Nunca se sabrá si se hace realmente poesía, ahora, que la vocación sea legítima ya es otra cosa, se juega la vida por saber eso. La poesía es una prótesis para andar por el mundo, una forma de respirar más que un género literario.
¿Cómo han sido sus lecturas de la literatura colombiana?
Yo pienso que la mayor de las artes en Colombia ha sido la poesía, las novelas han sido episódicas. Con la poesía se puede hacer un rastreo más o menos quebradizo, pero que tenga un corpus, una cosa más o menos secuencial y que se pueda seguir. A la poesía colombiana algunos desmesurados la califican de conservadora, que en parte sí lo es, pero descalifican toda la tradición colombiana de una manera exagerada. Hay otros que dicen que es una de las más altas poesías de la lengua, igualmente exagerados, hay que pasar eso por un cedazo pero yo he intentado tener mi propio cedazo y en eso uno no puede ser pobre; como un poeta de mi generación que habla de la tradición de la pobreza, creo que más bien es pobre la manera en la que él ve la poesía
O se estaba viendo a un espejo.
Sí, realmente un país que ha producido a José Asunción Silva, a Carlos Obregón, a Aurelio Arturo, a Luis Vidales, Rojas Erazo, Gaitán Durán o Álvaro Mutis… pues no es un país pobre.
Ahora que estamos hablando con nombres propios ¿Qué autores cree que se han ido al olvido, acá en Colombia? Y que usted rescataría.
Me parece que Hernando Téllez es un gran ensayista, un gran cronista, un gran cuentista, visto desde una manera minusválida. Yo creo que el cuento más bello que se haya escrito sobre la problemática de la violencia en Latinoamérica o en Colombia es “Espuma, nada más”. Es un cuento que después toma García Márquez y cambia el personaje, ahora es un dentista en lugar de un barbero, es el mismo cuento pero no tan bien echado. También está Héctor Rojas Erazo, que hasta ahora se le está dando la importancia que tiene como poeta pero que se le minusvalída como narrador, siendo un prodigioso narrador con obras como “Respirando el verano” o “En noviembre llega el arzobispo” son novelas formidables. Pienso que Carlos Obregón en éste caso es olvidado con cierta justificación porque se fue muy temprano de Colombia, estuvo mucho tiempo afuera, se suicidó tempranamente. No como Cepeda Samudio que lo celebran más de lo que deberían, un fragmento de “La casa grande” y basta, el resto es muy flojo.
Ya que nombra algunas falencias ¿Qué cree que le falta a la literatura colombiana para fortalecer un cuerpo, una tradición? Sobre todo a la actual
En la narrativa, digamos, falta mucho más rigor en el lenguaje. La gran mayoría de los narradores no leen poesía, desdeñan la poesía y eso se resiente precisamente en sus libros, que son lenguajes planos, nacidos de un trípode que son: el sociologismo, el historicismo (no la historia) y el peor periodismo. Uno encuentra, en periodismo que no intenta ser narrativo como en los textos de Alfredo Molano y algunos otros, mejor literatura, sin que pretendan serlo, que en los propios literatos. Me parece que hay un coral cantando la misma tonada, un leitmotiv. Como es lo único que publican las editoriales y sellos comerciales entonces escriben novelas como escribiendo recetas. Como si fuera 10 gramos de violencia, 4 gramos de sicarios, 6 de narcotráfico etc.
Hay una institución que está en medio de todo esto, a parte de las editoriales, y es la academia ¿Cómo ha sido su relación con ella?
Ha sido a tropezones, yo deserté realmente muy rápido de la vida académica; yo hice 29 días de Filosofía, a veces por presumir digo que 30, para que digan que sí soy filósofo, pero deserté rápido y me bendigo a pesar de que fue muy arduo el camino económico y toda esa trastienda. Recuerdo a una tía mía preguntándome ¿Entonces usted de qué va a vivir? Y yo respondiéndole –¿Es que acaso soy un vidente?- Fue y es una aventura, de igual forma ser autodidacta deja muchas lagunas, pero no tantas como la academia; mi fundamento para retirarme es que la academia no me daba tiempo para leer.
Poesía en las aulas, ¿Es posible eso? Técnica frente al impulso poético, ¿Es posible la enseñanza de la poesía?
-No estoy de acuerdo con ese rigor, esa estrechez o esa impunidad académica, estoy de acuerdo con la oportunidad de creación a través de cosas como las maestrías, que para mí ha sido una sorpresa que eso exista, como lo puede ser para los que también están estudiando en la universidad porque no es un dictum o una cosa excesivamente cuadriculada. A parte envidio de la maestría, más que de la sola academia, la interlocución porque recuerdo que a veces nos reuníamos en mi generación, dos o tres amigos en un bar o en la calle, que es tan importante, a conversar y sin embargo no había mucha interlocución entonces uno creía que el único que se estaba haciendo preguntas trascendentales sobre la literatura era uno, pero había cien que se la estaban haciendo por igual. A escribir no se enseña. Pero sin que tenga el rango de una fórmula matemática, con mejores lecturas y un mayor intento de plantear poéticas y estéticas, se mejora la escritura individual. Por lo tanto, me parece más pertinente hablar de talleres de lectura que de talleres de escritura.