Residente de la Patagonia, Aliaga es una referencia lírica de Argentina. Su compatriota Boccanera escribe con admiración fundamentada sobre su más reciente obra poética: “La caída hacia arriba”, con la que alcanza, nos dice, la cima de su impulso estético.
EL PIE ROZANDO EL DESPEÑADERO
Jorge Boccanera
Un punto límite. El pie rozando el despeñadero, la vida que pende de un hilo. Son meras aproximaciones al último libro del poeta Cristian Aliaga: La caída hacia arriba, relato de un punto límite,editado por el sello “Hilos”.
Un nuevo libro de Aliaga (Argentina, 1962) que se agrega a una producción profusa, y que evidencia que la poesía puede dar un resultado de gran factura y originalidad incluso allí donde justamente parecerían sobrar son las palabras: el tema del dolor extremo, la situación límite, la tierra yerma, un sí mismo que se busca a tientas.
Y además todo lo que circula por ese cordón: noticias del dolor, del vacío amenazador, sensaciones presentadas en su total desnudez. Quiero decir: el dolor como preanuncio de más dolor, o sea, lo intolerable, lo desconocido, la tierra yerma, sin orillas.
Como quedó dicho, el valor de La caída hacia arriba reside en el hecho de que precisamente allí, donde no encajan las palabras, el poeta abre un frente, sin eufemismos y sin descender al mero lenguaje descriptivo, a un realismo lineal, el tema del cuerpo. Allí donde la esperanza agónica oscila entre el estar y el dejarse ir. Allí donde, una y otra vez, la incertidumbre cala hondo junto a un dolor que traspasa no sólo la carne sino el espíritu. Pero también espacio donde asoma una voluntad de resistir desde los anhelos magullados.
Como subtemas se desglosan en ese mismo hilo, el temor y el reclamo de vida implícito en la acción del que “pide”, lo que remite a una voluntad de seguir. Vale decir que esa demanda tiene su contrapeso en la lucha entre el deseo (de aquel que todavía puede dar más) y la entrega (aquel que, se supone, ya no da más). Por lo que, ese dar, se convierte aquí en sinónimo de estar.
Por otra parte La caída hacia arriba instala desde el título una paradoja. Altera el centro de gravedad o, para decirlo con palabras del autor, impone un camino guiado con brújulas retorcidas. Lo que cambia es una dirección; comúnmente, frente a una persona que de pronto se desvanece, se suele decir que: “perdió el sentido”; línea en la que caben profundos y diversos significados.
Como vacío, en este libro, el sinsentido atraviesa numerosos poemas que aparecen tensionados en una lucha de opuestos: la salud y el mal, lo que reúne y lo que descoyunta. Esos textos son contundentes. Apenas unos ejemplo: “el dolor es un Dios equivocado” (…) “Trabajar el error como una joya (…) Hacer del error una pieza de orfebre (…) sólo navegas en el mar interminable donde todo es error (…) Trabajar la joya como un error”.
El verbo navegar adosado a la deriva remite a un viaje –las “camas alienadas en el mar” sobre “el Mar de Fuego”– y a un naufragio; la sobrevivencia de aquel que flota y contra todo busca “traspasar las puertas del estero salvaje” empujado por el “ansia de duración”. Encrucijada de la que emerge una especie de agonía parlante (la voz del moribundo es murmullo dentro de la piedra, susurro secreto de la lengua muda), que destila su pesadilla y se convierte por tramos en la letra menuda de un diario personal. No falta allí la evocación plasmada en versos de gran factura: “mi padre busca/ los animales dispersos en la tormenta… silba en su tumba y me despierta”; y el anhelo que “puede residir en un músculo ciego”: el corazón. Hay atisbos de fe en los rincones místicos del desahuciado, ése que armado de paciencia aguarda un soplo –“el aire es todo si respiras”– , con la certeza de que “toda obra es el ansia de la duración”.
Aliaga da lugar en su libro a autores con los que de seguro siente afinidad; de este modo cruzan por La caída hacia arriba: Artaud, Madariaga, Pessoa, Viel Temperley, Blake, Gelman, Donne, Vallejo, Urondo y el Dante, en esos círculos concéntricos donde se deposita “lo oscuro desconocido”. Sin despegarse de su tema troncal –el ámbito “hospitalario”– el libro también se abre a otras coyunturas como la tortura política, la codicia, la especulación y los derechos irrespetados del enfermo terminal.
No hay duda de que este último libro de Aliaga instala un punto alto en el marco de su sostenida y ya reconocida obra poética, donde figuran entre otros títulosEstrellas en el vidrio, Lejía, Música desconocida para viajes y La sombra de todo.
Esta valoración tiene que ver con un abordaje original del tema y un tratamiento del lenguaje que, como en algunos de sus títulos anteriores, logra una orquestación singular entre la imagen y el pasaje narrativo; además, algunos de sus versos funcionan como dardos aforísticos. Escribe: “El silencio de muerte es peor que perder la razón” (…) “No hay pensamiento sin sangre”. Las imágenes logradas, llegan desde distintos niveles de conciencia; una amalgama de delirios, sueños y vigilia logra dar cuenta de ese calvario que no admite adjetivos. Hablamos de lo descarnado.
Hay que decir que como temática, el sufrimiento –un núcleo abierto a múltiples variantes– atraviesa mucha de la producción poética de todos los tiempos; va de la perplejidad al alarido, camina en puntas de pie sobre una cornisa que separa el decir acotado y certero del gesto ampuloso y autocompasivo. Entre los muchos nombres que eludieron estos deslices, se me ocurren mencionar los de Alejandra Pizarnik, Alfonsina Storni, Miguel Hernández, César Vallejo (¿el de los heraldos negros, el que monta el caballo bajo del Apocalipsis y que Aliaga ve como “los jinetes del sufrir?), y también el Gelman que dio una vuelta de tuerca al tema en esta paradoja impecable con esta línea: “ayes, que no pudieron decir ay”; y que retoma el autor de La caída hacia arriba para decirnos que : “El dolor es mudo aunque grite”.
Otro de los puntos salientes del libroradica, como ya quedó dicho, en el valor visual de imágenes. Escribe Aliaga: “El perro sarnoso que se ovilla en el centro de una cama blanca”; y también: “El dolor está agachado siempre, en los pliegues del vivir más puro… tiene el espesor de una delgada capa de hielo/ que cubre el lago final que nadie cruzará”. Versos que prueban una vez más –como lo constata todo gran libro- que los temas de la poesía son modulaciones infinitas de los núcleos centrales: la existencia, la muerte, o sea: la fugacidad del tiempo.
INSERTO LA MONEDA Y SALE SANGRE
Inserto la monda y sale sangre.
Aprieto las teclas y sale sangre.
Abro los grifos y sale sangre.
Cierro los ojos y sale sangre.
Leo los clásicos y sale sangre.
No es una enfermedad: es algo universal
para exhibir bajo el sol del mundo.
Su color es indistinto entre los naturales de todos los
Continentes,
y su aparición a borbotones o de a cuenta gotas
da cuenta de la simetría
de los finales que vienen, inhumanos.
EL DOLOR ES UN DIOS
El dolor es un dios, pero no sabe bailar.
La pequeña que juega con su globo
y lo hace rebotar entre los tubos y los monitores
es dios, aunque no sepa sobrevivir.
La moribunda de ojos de almendra
tiene la mirada atravesada por la luz
que ya o puede mirar. Es dios en su ceguera iluminada.
El dolor es un dios equivocado.
SUEÑO TERCERO
Tengo una promesa hecha de alcohol y herrumbre,
mi sabiduría.
Lentamente comienzo a reconocer lo que recuerdo, lo que
olvido a propósito, lo que olvido sin querer.
No puedo pensar en lo que supe, lo que toqué,
lo que golpeó sobre mí como alud benéfico
o torre de desgracias.
Ahora puedo escribir lo que no sé, lo entrevisto en
penumbras.
Voy como un animal silencioso,
ciego de dolor en la selva umbría, feliz de mi carne viva.
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