Lina Alonso, joven escritora colombiana aborda y borda la compleja trama de la poesía mexicana del siglo XX, expuesta en la antología 20 del XX de La Otra, sin ánimo de excluir, pero sí de colocar sólo 20 nombres en una centuria de gran riqueza lírica.
La poesía mexicana, un tapiz inacabado
POETAS MEXICANOS: 20 del XX
Selección y prólogo por Begoña Pulido y José Ángel Leyva
Lina Alonso
“La incurable otredad que padece lo uno.”
Antonio Machado
Cuando creí encontrarme por primera vez con la poesía mexicana me dijeron que estaba equivocada, que la voz que salía del equipo de sonido era la de Agustín Lara y no la de Amado Nervo u algún otro poeta –declarado- por su majestad el papel. Sin embargo sigo convencida de que en México la poesía es tan diacrónica, simultánea y amplia como para permitirse la licencia de hacer poesía sin necesidad de tener poemas. Me sigo equivocando, de igual manera, cuando recuerdo también a Pedro Páramo, ahora sexagenario, pero repleto de una lírica discreta en cada uno de sus pasajes. Procedo entonces tal vez con menos acierto pero con un poco más asombro por el trabajo poético que los autores mexicanos se han exigido desde el lenguaje en un siglo atravesado por paradigmas y transiciones que sólo en América tomaron su propia voz y su propio fondo.
Esta enigmática antología hace parte de una colección de otros ocho compendios de poesía que despliegan en sus páginas no sólo una cuidadosa selección de los veinte poetas más representativos del Siglo XX sino que se acompañan con unas reflexiones o prólogos, de una consistencia y lucidez propia de quienes se acercan a la comarca letrada de su propio país con un acervo reflexivo y comprometido. Begoña Pulido y José Ángel Leyva seleccionan y prologan esta edición que por cierto se llevó a cabo con entre la Editorial La Otra y la universidad Autónoma del Sinaloa en el 2013.
Paradójica. Si en una palabra pudiera resumir lo que este compendio de poesía logra en sus líneas tornasoladas, punzantes y agudas es esta. De manera inadvertida la selección de los poetas reconcilia desde las esquinas más insospechadas de la palabra los ángulos y las aristas que puedan trazarse en la escritura de un mismo territorio. Sin afán canónico ni mucho menos estático la lista de los elegidos logra un panorama que aborda paisajes e imágenes en el lenguaje de toda una tradición; podríamos hablar mejor de un corpus un poco más dinámico que reconoce al tiempo la exclusión de algunas voces que por “función ilativa” siguen estando latentes en la configuración de los grandes momentos literarios de una época.
La antología toma escritores nacidos hasta los años cincuenta. Aunque Carlos Pellicer y Manuel Maples Arce, con quienes inicia la selección, todavía pertenecían a un tardío siglo XIX fueron piedra angular de las siguientes generaciones poéticas. En su escritura escritores posteriores pudieron hallar recompensa a los cuestionamientos estéticos, que después de una incipiente modernidad literaria habían comenzado a gestarse en el ámbito cultural y social de los cenáculos intelectuales, así por ejemplo en Pellicer aún encontramos eco de unas estrofas asonantes y casi que aliteradas que nos hablan de un largo aliento modernista en el sentido de Rubén Darío, es decir, desde una preocupación formal pero al tiempo cargada de un cierto americanismo que no deja de pasar por inadvertido; leemos cosas como Esquemas para una Oda tropical donde el poeta dice “un grito, un solo grito claro/que dirija en mi voz las propias voces/y alce de monte a monte la voz del mar que arrastra las ciudades”.
Con Manuel Maples Arce nos sumergimos en una poesía mucho más cercana a las vanguardias, en este caso al Futurismo. Desde este punto la poesía mexicana se torna más cosmopolita, con la ciudades llegan los asesinatos y las rebeliones lo que hace de la poesía un lugar casi que testimonial y que puede leerse desde las obras de José Gorostiza hasta el mismo Rubén Bonifaz Nuño. No hay que olvidar a poetas como Juan Bañuelos despliega en su poesía una sencillez (Sólo la lave abierta del estanque/hiere al silencio con un golpe terco) y una rutina tan poética que hace de su lectura un tiempo cercano al de la vida de cualquier hombre. José Emilio Pacheco, Elsa Cros y el mismo Francisco Hernández proceden ya con un concatenado discurso sobre el tiempo: “Tal vez por la simple inercia de contemplarnos/siempre sentados a la mesa a una misma hora,/poco a poco se ha vuelto como nosotros/animalito de costumbres” hablando Pacheco sobre las aves, por ejemplo.
Con Jaime Sabines o con el mismo Marco Antonio Campos el lenguaje se recrudece y se hace agónico y los versos son tan definitivos y certeros como la imagen que dan. En Algo sobre la muerte del Mayor Sabines se leen palabras como “De los huesos también,/de la sal más entera de la sangre,/del ácido más fiel;/del alma más profunda y verdadera;/del alimento más entusiasmado,/del hígado y del llanto./viene el oleaje tenso de la muerte,/el frío sudor de la esperanza,/y viene Dios Riendo”.
Encontramos a mujeres como Rosario Castellanos con su Presentación en el templo que no deja de sorprender sobre todo con versos como “Alguien me hincó sobre este suelo duro/Alguien dijo: Bebamos de su sangre/y hagamos un festín sobre sus huesos. /Y yo me doblegué como un arbusto/cuando lo acosa y lo tritura el viento,/sin gemir el lamento de Job, sin desgarrarme gritando el nombre oculto de Dios”. También está Elsa Cros con Canto Malabar o Moira que contienen poemas con variadas reflexiones sobre la contemplación y los elementos naturales que contienen el estremecimiento que sólo lo terrible de lo bello trae consigo.
Es apremiante ver que la poesía en México es tan fecunda a la par de su crítica. En el marco temporal de esta antología vasta recordar que ensayistas como José Vasconcelos, Edmundo Valdés, Alfonso Reyes o el mismo Octavio Paz agregaban otra línea a la producción poética con la crítica, reconociendo a su vez la simultaneidad y la complementación entre una y otra. Sus constantes reflexiones sobre la escritura en el conjunto de otras expresiones nacidas y confrontadas en el territorio americano han sido el alimento de una larga y extensa tradición que evidencia el compromiso del territorio mexicano cuando de la escritura se trata.
La poesía mexicana ha representado como ninguna en Latinoamérica esa idea de la escritura como una necesidad de responder a la historia ante los embates de sus fugas y sin sabores concurrentes, una fuerza corporizada de la intuición ante la cultura y la metamorfosis constante de esta. En su prólogo está anotada esta posición problemática en la que se encuentra esta escritura al estar situada entre Norteamérica y Suramérica, por ejemplo, o al ser una escritura que desde tiempos prehispánicos se debate en busca de una palabra universal. Muchos de sus poetas y de sus poemas vuelven sin medida ante los ojos del lector como un aviso de quiebre y resistencia en el orden de las cosas y la vida cotidiana.
Algunos de ellos estuvieron fuertemente comprometido con los movimientos obreros y sindicalistas, otros con las revistas literarias (Alfonso Reyes, Xavier Villaurrutia u Octavio Paz) entorno a las que nacieron muchas de las generaciones (Contemporáneos, Ulises, Horizonte, La Falange, etc.) y que fueron el lugar de debates constante sobre la labor del intelectual para con su tiempo y su espacio, ya fuera desde la ideología, la estética o el arte en general. Esta resistencia es otra característica de la región donde de algún modo se existe como recordara Nezahualcóyotl y que hizo una estética que acogió también a escritores como Eduardo Lizalde o José Carlos Becerra donde la poesía tiende a pensar también eso minúsculo esas cosas que “también son Babel” y esperan calladas en la vigilia o que explotan en la aparición
México representa para la literatura universal un enigma territorial que concierne a hasta la misma epistemología y que sólo se ha resuelto, en parte, en la exploración literaria ante todo . Sin saber el por qué, este país encarna una suerte magnética de abismo y de oasis al tiempo, ya sea desde los horizontes aparentemente áridos o desde las grandes historias que recorren su conquista y que ya sea por prosistas como Carlos Fuentes o Elena Poniatowska conocemos. México, ese inagotable llano en llamas trajo a sí a Joseph Conrad, a Malcom Lowry y a Antonin Artaud como si en la embriaguez y el delirio del territorio pudieran encontrar la sobriedad de la escritura y el moderado desarreglo rimbaudiano de los sentidos. No obstante algo de ello cala también en sus poemas. Oquedad y estío, ruido y muerte, lo vívido y vibrante de las horas y los paisajes se unen en el mismo tiempo de la escritura.
Es entonces cuando retomo la expresión utilizada en su prólogo para describir en qué consiste finalmente la paradoja de la poesía mexicana: en que se escribe desde un lenguaje que se ha encargado de inventar su tradición a través de un sinfín de perspectivas. Casi que prismática, los rayos de luz y sombra que emiten los poemas contenidos en la antología son fuente inagotable de una otredad latinoamericana que sigue latente desde sus orígenes más remotos hasta los problemas de la escritura moderna y contemporánea, no en vano la cita de Machado abre esta diminuta reflexión sobre México y su fortaleza lírica. La cercanía con España presentes es Nezahualcóyotl o Sor Juana Inés de la Cruz o por ser un país de escrituras del exilio (Tomás Segovia, Alvaro Mutis o Roberto Bolaño) hacen de las letras mexicanas un tapiz casi tan inacabable e inacabado como las palabras que de él brotan.