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Alma Karla Sandoval

Luz para quemarla. Ethel Krauze

alma-karlaSobre el libro Vaga forma de acercarse a la luz para quemarla, de la poeta mexicana Alma Karla Sandoval, Ethel expresa: “No importa cómo, qué camino construya, en que impulso se acoja, Alma Karla ha creado un yo poético firme, contundente”. Algunos poemas del libro.

 

 

Vaga forma de acercarse a la luz para quemarla

Alma Karla Sandoval
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Ethel Krauze, mayo 2015

Voy a iniciar a esta presentación invitándolos a entrar en contexto, ese contexto en el cual la autora y la lectora se convocan, convergen y coinciden aquí y ahora.

Debo decir que me reconozco, en muchos aspectos, en esta joven escritora, en la pasión y en la versatilidad que ha desplegado en torno al quehacer literario a lo largo de los ya ocho años que la conozco. Es para mí como un prisma de espejos reverberantes en donde redescubro, mirándola, los caminos que recorrí en la vocación como maestra, en la indignación contra la injusticia de todo tipo, especialmente la de género, por lo que nos toca de frente; en el impulso por hacer poesía un día sí y otro también, en los ensayos de hacer ensayos, en los cuentos sin cuenta, en la voluntad del rigor académico hasta lograr un doctorado, sin dejar de escribir, invocar, reunir a los más jóvenes en torno a la lectura y la creación para ser mejores personas, mejores ciudadanos, mejores por el puro amor a ser mejores. Ella hace todo esto y todo lo hace bien.

Sí, esta mujer es un aliciente para las escritoras y maestras de mi generación. Generalmente se busca al mentor, al guía, al personaje admirable que pueda alumbrarnos el camino. Pocas veces se busca al que viene detrás, al que habrá de continuar, el que tomará la estafeta, el que sembrará la esperanza de un futuro luminoso.

Y no es que uno la busque, ella aparece, deslumbrante. En las aulas, como maestra y como alumna; en las presentaciones de libros, como autora y como lectora; en los talleres literarios, como coordinadora y como participante.

Y aquí está, estamos, de nuevo, dos mujeres, dos generaciones, compartiendo y aprendiendo. Y esto es una celebración, simplemente, porque ha sido posible.

Cuando leí, con esa avidez que la poesía de Alma Karla propicia en el lector, una avidez angustiosa porque uno quisiera detenerse en cada esquina del verso para saborearlo con toda la lengua, y por eso hay que leerla una y otra vez, digo, cuando leí esta Vaga forma de acercarse a la luz para quemarla, título que brota de uno de los versos, me vino a la mente un párrafo que cito textualmente de mi gran amigo y  gran poeta Dionicio Morales que escribió para el prólogo de un libro que reúne mi poesía y que está a punto de salir en la UNAM (no lo menciono en referencia a mi obra, sino por lo que su autor apunta respecto a la función de la crítica):

Por lo general, cuando de hablar de una obra poética se trata, los críticos, los historiadores literarios, los académicos, para clasificarla, recurren a los términos “vanguardia” o “tradición”, aunque después se explayen hablando de la significación de sus valores o de sus deficiencias, según sus puntos de vista, es decir de su lectura.

Me vino a la mente, porque pone el acento en esa necesidad clasificatoria que muchas veces es necesidad del crítico y  no expresión propia de la obra ni anclaje de comprensión para el lector. Digo esto, porque la poesía de Alma Karla es más poesía que clasificación. Es decir, pertenece a la tradición de la poesía, esa que pesa las palabras, cuenta los ritmos, produce nuevas imágenes y toca con su filo el corazón. Sí, la poesía de Alma Karla es poesía. ¿Acaso hay otra, que no siga la tradición de la poesía, entendida como poiesis, creación, creación de mundos con y por las palabras?

¿Acaso, no todas las demás clasificaciones son una forma de carencia, de aproximación, de imperfección?  Y todas las argumentaciones que las sustentan son alegatos, artilugios, artimañas, racionalizaciones para la falta de vuelo y de rigor?

Son preguntas, pues.

Preguntas que aparecen cuando uno se sumerge en esa vaga forma de acercarse a la luz para quemarla. Viajamospor el Sendero sur, pasamos al Paralelo norte, cruzamos la Longitud este, para llegar finalmente al Paisaje oeste. Éste es el mapa poético que nos traza el libro. La estructura que la autora descubre para reunir poemas de diferentes tonos y momentos, agrupados en un aliento común: una suerte de globo terráqueo que gira en el territorio de la expresión íntima. Los poemas de Alma Karla, en este mapa, son un recorrido de miradas, llenas de luz proximal hacia la encarnación del verso.

Alma Karla está en varios lugares/espacios del mundo/poema. El pasado es Historia y también infancia. “Una patria es el hueco que haces con las manos… La patria es una idea que se hace con ceniza”. Y también: “Para escribir un poema, dicen, hay que merodear la infancia. Es un asunto, quizá, de olores”.

El presente es plazo fijo, que devuelve la soledad. “Acá está tu soledad, te la devuelvo. Perdona que la haya torturado antes de descuartizarla. Fue presa fácil. No hubo que esperar entre los lotos, no hizo falta adormecerla. Te la entrego por partes, salada con el sudor de las mujeres que te amaron. Te la doy cruda. No disfruté cazarla”.
El porvenir, una búsqueda de preguntas e invocaciones. “Para que hagas el gesto de tu inmensidad cuando la carta de todo lo que ocurre avance por debajo de la puerta que mira al mar en tu país sin un gemido, para que lleguen aquellos invitados invisibles a esta ceremonia, queda la palabra como arcilla, como carne roja entre los dedos”.

Llama la atención la unidad de la voz poética, más allá de las elecciones formales que aparecen en un abanico de posibilidades a lo largo del libro. La autora teje versos cortos como si desgranara alejandrinos en triadas antes de la coma, como si evocara el ritmo de la letanía, el incienso del rito y la plegaria entre labios. “No asististe/al cadáver abierto/de las hienas”.

O desdobla endecasílabos en una larga estrofa múltiple de impares: “Esos pequeños mundos en mis manos/globos de vidrio/de ojo de gato bueno”.

Pero también olvida la fórmula gráfica del poema y se va largo casi por el párrafo (recurso que cobra nitidez en el fluir de su anterior poemario, Beijin, entonces, con una fuerza tal que rompe el cascarón de la prosa, dentro de su propia forma, para lograr, ahí mismo la eclosión poética con el puro impulso de las palabras que la sustentan) En esta vaga forma de la luz para quemarla, la autora nos regala versos de largo aliento, que se encabalgan persiguiendo el cataclismo que nos lleve al poema. “He ahí la dificultad: que el ayer coincida con la sombra/con esa voz en ti cuando el día amanece entre naranjos/ y algo tiene el cielo, otra vez, de cataclismo”.

No importa cómo, qué camino construya, en que impulso se acoja, Alma Karla ha creado un yo poético firme, contundente; su voz se reconoce, su estilo es como el de un puñado de astillas cristalinas. Hieren dulcemente. Hacen lo suyo. Cumplen su cometido.

Celebremos con ella.

 

Su nombre completo es Ethel Kolteniuk Krauze. Nació en la ciudad de México, el 14 de junio de 1954. Poeta, ensayista, narradora y dramaturga. Estudió lengua y literaturas hispánicas y una maestría en letras mexicanas en la FFyL de La UNAM. Ha sido profesora en el CCC, la SOGEM y maestra de tiempo completo en la Academia de Creación Literaria de la Universidad de la Ciudad de México; coordinadora de talleres literarios en el INBA, ISSSTE, CONACULTA y CCH-Sur. En Morelos creó el Programa “Mujer, escribir cambia tu vida”, que se ha replicado durante varias decenas de ocasiones.  Conductora y guionista de diversos programas de radio y de los programas de televisión “De Cara al Futuro” en el C–11 y “Para Gente Grande”, de Televisa. Becaria del INBA/FONAPAS, 1978. Miembro del SNCA desde 2000. Colaboradora de Diálogos, El Día, El Sol de México, El Universal, Excélsior, La Semana de Bellas Artes,  Plural, Proceso, Puro Cuento, Tri Quaterly Unomásuno.

 

 

Poemas Vaga forma de acercarse a la luz para quemarla de Alma Karla Sandoval

Náutica de Coatetelco

Porque el agua cobró un favor dorado
nos llevaste a navegar sobre el castigo
de la diosa de corazones en el cuello.
Se movía esa balsa como el perdón,
a veces brusca, a veces lenta.
Avanzaba sin llegar al resto de la luz sin frío.
Te daba miedo ese dolor de anguila,
esos peces grises debajo de nosotros,
triste ramo de nísperos sin rumbo,
unos cuantos ojos brillando
para la ofrenda de noviembre
después del sacrificio,
de lo que trae oscuridad y las serpientes
si el odio es una laguna,
maldición de algas saladas,
haz del ocaso también muerto
por órdenes de la Coatlicue.
Tú nos decías que con ese dolor crece la leyenda
y en los ojos de mi hermana la disputa
por el cañaveral se abría en su mente,
en sus manos con anillos rojos,
también en el corazón colgando como dije
que escondí en mi pecho.
Ahí, sobre las aguas
que perdían el oro y se volvían argentas,
aprendimos el poder de las faldas de serpientes.
Cuando desembarcamos,
éramos un par de espejos con melenas,
una historia de agua dulce
que te quitó la sed de un día.

 

Tzompantli

No puedo escribir, sencillamente no,
porque un niño está cazando mariposas
con dos cuerdas de hule,
con sus manos de pequeño asesino,
en Chichén Itzá.
Porque tiene de fondo el Templo de los Guerreros
y ha aprendido a matar con la inocencia
de los pájaros que devoran una lombriz
a la mitad de todos los jardines,
de todas las naciones de este mundo.
Yo no puedo, acá no,
cantar algo sin sangre,
sin trampas ni niños,
celebrar una herencia donde el cráneo
de los otros es una razón que decora el universo.
Yo no, más allá de lo que gritan los altares,
me regreso,
le hablo al niño,
le espanto las mariposas amarillas.

 

Plazo fijo

Acá está tu soledad, te la devuelvo.
Perdona que la haya torturado
antes de descuartizarla.
Fue presa fácil.
No hubo que esperar entre los lotos,
no hizo falta adormecerla.
Te la entrego por partes,
salada con el sudor
de las mujeres que te amaron.
Te la doy cruda.
No disfruté cazarla.

 

Caballo de fuego

Porque el padre es el padre y el hijo, un hijo, el caballo es llama oscura que se mueve, un misterio que lleva al agua del arroyo, al centro de aquel jardín violáceo donde el padre y el jamelgo presienten la fogata junto a la que duerme, en paz, el hijo.

 

Sol de Pandora

Esos pequeños mundos en mis manos,
globos de vidrio,
de ojo de gato bueno,
esfericidades que cambiábamos por dulces.
Ah, ese papel metálico azul,
aquella convicción de ángel con que
hacíamos chocar nuestras canicas.
Quien se quedaba con la negra
era tocado por un don,
un sino, una encorvada forma de caminar
en el futuro o una cadencia inalcanzable al hablar,
un ser de ala rota, pero digno.
Jugaba en la feria a no perder ninguna
y la luz con su acorde
y la música con sombras
me alejaban de aquellos universos
que me acercaba al ojo como queriendo
encontrar una razón,
una palabra, un maullido.
Entonces, todo el silencio era mi propiedad
en el patio de agua muerta,
en el corredor de vecindad con frutos
pudriéndose en el piso.
No sabía que estaba jugando al azar
o a ser el sol de mi sistema;
deseaba una canica oscura por encima
de todos los abrazos,
pero era mi cabeza la que tenía el cabello negro.