Para Fressia, uruguayo residente en Sao Paulo desde hace ya más de cuatro decenios, esta muestra poética representa “un conjunto de textos de formas y temas variados, que hieren a veces, pero buscan siempre resonar en el lector, como quien ofrece y, sobre todo, pide un consuelo.”
POEMAS DE ALFREDO FRESSIA
Durante muchos años pensé que la biografía del poeta debía ser anulada en el acto de la creación, que debía permanecer encapsulada, ajena al poema, mientras el poema se escribía solo y exhibía –él sí- su vida frente al lector. Mi percepción, lo sé hoy, nacía de mi excesiva juventud y, en parte, de las obsesiones de los años ’60, cuando nuestros gurús de aquellos años, Barthes en 1968 y Foucault en 1969, decretaban la muerte del autor. En aquel entonces mi vida y yo éramos sólo el “scripteur.”
Hoy, a los casi 70 años de vida, la juventud sólo nos concierne –y con frecuencia nos angustia- en el amor y el cuidado por el Otro. Los gurús de otrora fueron reemplazados por las literaturas del yo, la “autoficción” y, demasiadas veces, por la autobiografía. El exceso opuesto.
En este grupo de poemas inéditos -al menos ulteriores a mi último libro, “Poeta en el Edén”, de 2012-, que entrego a la generosidad del poeta José Angel Leyva, va algo de autobiografía. Son poemas escritos después de la muerte de seres que fueron (y aun son) pilares de mi vida. No recurrí a ningún recurso retórico para mencionarlos en algunos poemas, fueron y son mi vida, como en cierto sentido también lo son esos versos.
Para no abrumar al lector con mis recorridos íntimos y mis pérdidas, incluí poemas que apuntan al eterno tema de la poesía -es decir, la poesía como tema-, y a mis obsesiones de exiliado, esas que existen para repetir que el exilio tiene comienzo pero no tiene fin. Y que, tal vez, los poetas vengamos al mundo para escribir sobre un y sólo un tema con variaciones.
Sin pudor con la autobiografía, algunos de estos poemas están escritos en “uruguayo”, o en “rioplatense”, y algún poema llama a los dientes de león con el nombre del Sur, los “panaderos”, o llama a los hilos de telarañas sueltos por el viento en las quintas suburbanas con el nombre de “babas del diablo”, un bello nombre de mi infancia que muchos lectores del Continente podrían no entender.
Resultó, en fin, un conjunto de textos de formas y temas variados, que hieren a veces, pero buscan siempre resonar en el lector, como quien ofrece y, sobre todo, pide un consuelo.
Alfredo Fressia
ÚLTIMO VIAJE
Soy el dueño de los presentimientos, ausculté
al borde de mi almohada,
los contaba como ecos que volvían del abismo
hechos poema.
Y me acerqué al pozo.
La aventura del verbo había ido lejos.
Lo que quedó por decir latía en penumbra
para mejor adivinar todo lo dicho, mar infinito
donde navega el viscoso animal en mi poema.
Entonces vi el coral arcaico
sobre el que deslizaba la medusa.
Aprendí a ser la anémona y la quemadura,
yo vivo entre lo dicho y lo que silencié.
Y mis preguntas caen como piedras.
NAÏF
El poema vagaba sin poeta,
por el aire giraba como un trompo
venido de la infancia y ya sin cuerda,
sin rigor de la física y sin logos,
buscaba un alma que lo recogiera
en el tiempo de los hombres, el siglo
donde nacer, después de las fronteras,
mecido por la historia o los molinos
o la sal, el Sur, el viento, otros versos
que ondean en el cielo, panaderos
soplados en la infancia contra el miedo,
poemas del poema sin palabras,
los del salto nupcial de los insectos,
babas del diablo, celo de la nada.
EL POETA
En tierra árida
habrá un tronco enterrado.
Será el poeta.
Poeta en ruta.
¿Quién persigue y qué huye?
Verso horizonte
Brotes hinchados.
El poeta no crece
en tierra fértil.
EL ENDECASÍLABO
A ti, Julio Herrera y Reissig
Hay quietud en tu alma,
las palabras, piensas,
vienen del silencio
y amaneces siempre hecho poema.
De día es tu secreto,
escribirás de noche:
"morir así, sin haber hecho nada"
FALSAS VERDADES
Soy un poeta con piel de cordero,
tejo con lana las falsas verdades.
De mí doy a elegir las variedades
y cuando miento soy hombre sincero.
Confío en la trampa, juego al desespero,
confundo el Paraíso con el Hades
y hasta un libro escribí con inverdades:
de un vago Edén fui el cantor más certero.
Fue larga y honda mi amistad por Eva.
Puso en mi pecho mustios agapantos
y dejó en mis sonetos como prueba
rancio el perfume, mordaces los llantos.
Y la serpiente que cebo en la cueva
solaza a cada rima mis quebrantos.
PIE QUEBRADO
I
Soy el poema. Me digo. Ya estoy listo.
Vibro y resueno como un metal que tiembla.
En mí palpitan las rimas y resuella
el verso que piafa:
ya salta al vacío.
(Y le sobró poeta. Y le faltó un tema)
II
CIRCUNSTANCIAS
Nadie puede decir que escribiría versos
para comer un manjar y tomar oporto.
Nadie, o casi nadie.
SOBRE LA PIEL DE LA NOCHE
Con Juan Introini y Jean-Francis, mis dos Juanes,
que ya no son de este mundo.
Me desliza la piel de la noche, soy arcaico
por nacimiento. Traigo conmigo el abismo aterrado
al borde de los astros y un planeta al acecho.
He visto mi perfil al carbón, la parte
sideral de la vida, tragada
en el agujero negro de los días
y yo escribía poemas buscando la salida
al laberinto de los huesos.
Me desliza la piel de la noche, restos
de los cuerpos, mechones de cabello
como el de la cinta azul en la caja repujada,
el diente de leche engarzado en un anillo,
y perdido en cajones que daban siempre
al más allá, mis preguntas al polvo
gris que fue Jean, el que sostuve en mis manos
y que voló con el viento del mar.
Ya nadie leerá en mi mano los secretos
de las líneas como rutas, huellas, guías.
Cubre la piel de la noche
el polvo dulce de los muertos. Cubre
a Juan, la calle Libres, la de los paraísos
que entonces declinaban los días en latín, y yo los recito
desde los años 60. Y enumero los días
de salvar sanantonios, poemas, tréboles
para la buena fortuna, las cruces
de sal gruesa contra el mal de ojo.
Y la alarma del sexo que se erguía
sobre la piel de la noche,
el deslizarse suave del amor
que acababa y no acababa. Como los versos.
Como mi tiempo. Como hoy deambulo entre mis muertos
como astros y escribo
los últimos poemas, al fin la noche
abrupta de este mantra.
IMAGEN DIGITAL
A Jean-Francis Aymonier, In Memoriam
En la última foto
beso tu cabeza, enorme
como la de un elefante
(hoy tu cabeza ya no existe más).
Estamos en la soledad de una sabana
(tampoco era el París de nuestra juventud)
Los dos sonreímos, incluso con los ojos.
Mi mentón está pegado a tu cráneo
y tu boca se cierra para respirar
por la traqueotomía.
Ya no esperamos nada, bramamos en el flash,
espléndidos como el orgullo
al borde del abismo.
(Mi boca mortal sigue deslizando
sobre la piel de tu cráneo)
El amor era un arte hecho de polvo y huesos
como nuestras tallas trabajadas en marfil.
Y hoy me resta este poema narrativo
(que apunta la escopeta a los recuerdos
y no acorta mi espera).
BOTÁNICA, BÚSQUEDA EN GOOGLE
Los tamariscos o tamarices (o aun tamarises) son arbustos o arbolillos del género Tamarix. Pueden vivir en suelos salinos, tolerando hasta 15.000 ppm de sal soluble. Se caracterizan por ramas finas y follaje gris verdoso. Crecen tanto en las playas de Montevideo como en las orillas del Jordán 1.
Soportan el bochorno de los veranos 2 y la perenne soledad de su especie 3.
En Montevideo sobreviven a los inviernos debido a su pertinacia, se aferran a la arena y desafían a los vendavales. Los vientos del Sur doblegan sus ramas de apariencia endeble, pero no logran arrancarlas. También resisten a las mareas y soportan las lluvias torrenciales en primavera. No son de apariencia particularmente agradable a la vista. Tampoco presentan perfume. Existen para resistir.
1 Abraham es quien planta los tamarindos (Génesis 21:33) y Saúl y sus hijos fueron enterrados a la sombra de esta especie (1 Samuel 31:13).
2 Las hojas son perennes, pequeñas, parecidas a escamas y muy pegadas a las ramas, de modo que pierden muy poca humedad por la transpiración, lo que permite a estos árboles vivir en regiones desérticas y hasta sobre dunas de arena.
3 Limitan la competencia con otras plantas mediante la absorción de la sal de las capas, la que acumulan en su follaje y desde allí van depositando en la superficie del suelo, donde se concentra, siendo esa sal letal para muchas otras plantas.
HORIZONTE
Más allá de los pinos está el Uruguay.
¿Y después?
Después vienen mis muertos.
SOUVENIR D’AUTOMNE
Fue en Praga, allá por el otoño
del año 1980, a la hora del té en el Café Europa
y él se llamaba Hyacinthe, como los gatos
deberían llamarse. Olía a jazmín
y me decía “je l’aime encore”.
Nunca te olvidé, Hyacinthe
aux yeux verts, aux cheveux noirs, y hoy
sentado frente a la playa, entre los jazmineros
del Boulevard de la Mer, al borde
del Atlántico en América del Sur, digo
“je l’aime encore” en voz alta
y me río solo mientras dos muchachos
se vuelven para mirar a un viejo que ríe sin motivos, dice
“je l’aime encore” y también huele a jazmines.
CANDILEJAS
Es un hombre. Está
sentado en el muelle y mira al mar
como si el mar le prometiera una respuesta
o un consuelo.
Inmóvil, ve desfilar pasajes de su vida
sobre la línea del horizonte.
Se ve a sí mismo en la ilusión de óptica,
es una de las figuras trémulas de esa linterna mágica
o gira como una sombra chinesca.
Parado junto a una roca de la playa, un segundo hombre mide
el tamaño de la ensenada que los separa.
Para este, el primer hombre también es una sombra
chinesca sobre la línea del muelle:
no distingue sus rasgos y no imagina
qué historia se desliza en las escenas
-escurridizas como peces-
que el del muelle ve en el horizonte.
Un hombre mira a otro que mira el brillo del horizonte.
Distraídos ambos por las luces de la hora
tampoco sospechan que un día serán las siluetas
de un poema fantasioso entrevisto por un poeta venido de Uruguay
una tarde límpida al fin del otoño
junto a las rocas de la playa en Santos
mirando hacia el muelle de los pescadores.
GAY PORN BUSINESS
Con ser más bellos que sus propios cuerpos, tanto así
que nada saben de amor y sólo se desean, con deslizar
sobre esos cuerpos húmedos, ya bellos si de hecho
la belleza fuera materia del sexo y seña unánime de los untuosos
orificios, y aun más codiciados que Ganímedes
por ser objeto del deseo de un tercer y ávido voyeur,
y con lucir siempre jóvenes y listos
para entregar su juventud del Middle West a los crueles
altares del Bondage o a los otros
cuerpos ágiles en la gimnasia de luces
reflejadas de la caverna gay, más flexibles
que el músculo inmemorial y vigilante
de Príapo implacable en las aras
del gozo, y no por el efímero placer de los mortales
sino por obediencia, como los ritos pertinaces del incesto
calculado en el Dad-Boy, vueltos ora adolescentes
ora audaces objetos del dolor o de un Rape-sex o el mero Spanking,
y con ejercer su disciplina en palacetes de utilería
o bastidores de castillos kink, a sabiendas
de que sólo cuentan los rostros del olvido, sus errantes
recodos habitados por fantasmas, esos
que precedieron a estos hombres
más bellos que sus propios cuerpos,
white, black, Russian, latino, Asian, interracial
sex, melting pot del gay porn,
ellos beben impasibles del semen de Zeus
y observan, eternos, tu ser mortal y obsceno
reducido al acabar a esta náusea pasajera.
UN SIGLO EN ATUNTAQUI
El Ecuador, la noche callada, los Andes. El firmamento, las galaxias que giran hechizadas sobre este pueblo reclinado en la montaña y entregado a las alturas. Se llama Atuntaqui, sé que vine a leer poesía en la ciudad cercana y alguien me trajo al hostal de este pueblo.
Vine de día. Vi los bungalós que dan a un largo patio pulcramente enjardinado. Aprenderé que los jardines en la cordillera son una respuesta en dimensión humana a la pregunta infinita de la noche.
Y de pronto, el silencio de esa noche, el que hiere los oídos, el que duele. Al principio un gato llora en el tejado, su maullido escribe en el silencio, es hambre, o tal vez esté en celo. Salgo al patio bajo una fina luna menguante y toda la noche helada de los Andes, ateridos de estrellas. Lo llamo, dejo una galleta sobre un paredón. Y de repente lo veo. Es amarillo, me observaba desde el alero y ahora huye, tal vez venga después por la galleta. Ya no lo oiré más.
Ahora estoy solo, ahora es apenas mi pensamiento quien escribe en el puro silencio de la noche andina. Me pregunto por todo lo que fue preciso para que una noche yo estuviera aquí, en el silencio de este pueblo que se llama Atuntaqui, este pueblo meticulosamente auscultado por los astros, bajo la línea del ecuador, a dos mil quinientos metros de altura. Me formulo la pregunta para dibujarla sobre el papel blanco del silencio, hacer volutas con el pensamiento, porque la respuesta no importa. También siento miedo y llamo a mis muertos, para que me acompañen una vez más, ahora grabados en el silencio mineral. Pero mis muertos no me oyen.
No quiero dormirme todavía, y entra en mí como en un trance el silencio prístino de Atuntaqui, soy suyo desde siempre. Voy disolviendo mis pensamientos, hasta no saber qué estoy haciendo en esta noche ni reconocer siquiera quién soy.
Había llegado el momento de detener mi escritura y anularme.
Y fui silencio en Atuntaqui y duró un siglo.
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