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Luis García Montero

Luis García Montero. Entrevista

Luis García MonteroCon certeza uno de los poetas más conocidos de la actual poesía española. Ha sido propulsor de la “poesía de la experiencia” y de la “Nueva sentimentalidad”. Militante de las izquierdas en su país y líder estético de nuevas generaciones, particularmente de Andalucía; es también novelista y académico.

 

 

 

Luis García Montero
Una lectura modernizadora de la tradición

José Ángel Leyva

 

Luis García Montero es poeta, ensayista, narrador, periodista y catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada. Su obra poética comprende once libros: Y ahora ya eres dueño del Puente de Brooklyn (1980), Tristia (1982 y 1989), El jardín extranjero (1983 y 1989), Diario cómplice (1987), Las flores del frío (1991), Habitaciones separadas (1994), Completamente viernes (1998), La intimidad de la serpiente (2003), Vista cansada (2008), y Un invierno propio (2012). Entre sus libros de ensayos se destacan, Poesía, cuartel de invierno (1987, 1988 y 2002), ¿Por qué no es útil la literatura? (con Antonio Muñoz Molina, 1993), Confesiones poéticas (1993), El realismo singular (1993), Aguas territoriales (1996), El sexto día: Historia íntima de la poesía española (2000), Gigante y extraño: Las Rimas de Gustavo Adolfo Bécquer (2001), Los dueños del vacío (2006) e Inquietudes bárbaras (2008). Es autor del libro de relatos Luna del sur (1992), y de las novelas Impares, fila 13 (con Felipe Benítez Reyes, 1996), Mañana no será lo que Dios quiera (2009) y No me cuentes tu vida (2012). Como poeta, García Montero ha recibido numerosos e importantes reconocimientos, como los premios Nacional de Poesía (1994) y Nacional de la Crítica (2003), ambos en su país, así como Poetas del Mundo Latino (2010), en México.

 

 

Sin dudas, eres uno de los poetas españoles más leídos en tu país y en Iberoamérica. Es recurrente la referencia a tu amistad con una de las grandes figuras de la Generación del 27, Rafael Alberti. Tú un adolescente y él un hombre mayor. ¿Cómo ocurrió ese descubrimiento mutuo? ¿Cómo fue a partir de ese momento tu relación con los poetas de tu edad?

Conocí a Rafael a principios de los años 80 en Granada. Yo estaba haciendo mi tesis doctoral sobre su poesía vanguardista y, claro, lo tenía en un altar. Era el autor de Sobre los ángeles, el amigo de García Lorca, el exiliado republicano. Tuve la suerte de que se portase de una manera muy generosa conmigo, un joven que empezaba a escribir. Aunque preparé la edición de su Poesía Completa para la editorial Aguilar, nuestra relación se hizo más personal, más cotidiana para tomar una copa o salir a comer. Rafael respetaba mucho a los jóvenes. A través de él, profundicé en la amistad con gente de mi edad como Benjamín Prado o Felipe Benítez Reyes. Una de sus lecciones más importantes fue la voluntad de no convertirse en un viejo cascarrabias. Yo hoy aprendo mucho de los jóvenes poetas, de los maestros jóvenes. Eso me lo enseñó él. También me enseñó un amor abierto a la poesía. Quien sólo disfruta de un tipo de poesía empobrece el género. Le gustaba tanto un clásico como un vanguardista, Juan Ramón y Machado. Ser sectario en poesía es mala cosa.

Llegaste temprano y de manera simultánea a la política y a la poesía, y te has mantenido muy próximo a una y a otra. Cuéntame de esa relación entre tu ideología de izquierdas y tu búsqueda estética.

Sabes que nací en Granada, y García Lorca no era sólo un poeta importante, era también el símbolo de una libertad asesinada por el franquismo. Después viví una Universidad muy politizada, inseparable de la lucha contra la dictadura. De forma muy natural, supe que yo no iba a ser catedrático de Filología para saber poner una nota al pie de página, ni poeta para escribir sonetos perfectos. La poesía fue desde el principio para mí un modo de participar en la emancipación humana. Una vocación no puede reducirse a una tecnocracia. Con otros amigos poetas de la Granada de los 80, hicimos un manifiesto titulado “La otra sentimentalidad”, un lema machadiano. Quisimos resaltar que la historia no ocurre sólo en los Parlamentos o en las batallas, porque la intimidad es también histórica. La emancipación es inseparable de un cuestionamiento sentimental del yo soy. Combatir contra el franquismo no significaba sólo pedir la libertad política para votar. Había que transformar la vida, huir del clericalismo a la hora de amar, de entender la sexualidad, la condición femenina, el hecho de ser hombre, etc. Entendimos la poesía como una indagación transformadora de los sentimientos y eso nos sirvió para huir al mismo tiempo de los malos panfletos políticos y del esteticismo que huye de la realidad. Considero que cada decisión sobre el lenguaje tiene una dimensión ideológica.

Eres de una generación marcada por la transición política y el Estado bienestar. Entre Alberti y su generación del exilio, la Generación del 50 o de la posguerra, y tú, que inauguraste la Nueva Sentimentalidad y La Experiencia, hay saltos históricos muy profundos. ¿Qué te une y qué te distancia o diferencia de las generaciones que te precedieron y llegaste a conocer personalmente?

Los poetas que empezamos a escribir sobre los años 80 nos caracterizamos por la capacidad de admiración más que por el griterío de la ruptura. García Lorca, Alberti, Cernuda, Pedro Salinas fueron para mí referentes muy íntimos. Y se juntaba la admiración poética a la melancolía de esa gran pérdida que se produjo en la cultura española con la Guerra Civil. El exilio, la muerte, la mutilación. Después se puso de moda entre los llamados Novísimos decir que en España no había habido gran poesía hasta su aparición. Pero no era verdad. En la posguerra española, sobre todo en la segunda generación, hubo grandes poetas como Ángel González, Jaime Gil de Biedma, Francisco Brines o José Ángel Valente. Yo los admiré como a unos hermanos mayores. Más que una lógica vanguardista, me ofrecieron una mirada cívica, la poesía como forma de conocimiento de la propia conciencia y de la relación con el mundo. Yo no creo nada en la originalidad, es una patraña eso de inventar algo de la nada. Creo mucho en la personalidad, la interpretación con ojos propios de una herencia. Y eso es lo que he intentado con los poetas de la Generación del 27 y con la del 50. Recibir la herencia desde una situación histórica y literaria personal. Me parece que las mejores tradiciones líricas de nuestro idioma han surgido en los últimos años de la puesta en duda de la perspectiva vanguardista a favor de una lectura modernizadora de la tradición.

¿Qué opinión te provoca el juicio Javier Cercas cuando, en su novela Soldados de Salamina, afirma que los poetas nunca estuvieron al margen de la exacerbación de los odios y las atrocidades entre esas dos Españas?

Me provoca tres cosas. Una: precaución, porque muchas opiniones de este tipo pretenden repartir responsabilidades y decir que los republicanos fueron tan culpables de la guerra como los militares golpistas que metieron en España a Hitler y Mussolini. No puede haber equivalencia entre un gobierno legítimo y un ejército golpista. Ese espíritu de la Transición española me gusta poco. Dos: estoy de acuerdo en que la guerra es mala experiencia para la literatura en general. Provoca posturas muy demagógicas, coyunturales, populistas, de patriotismo barato. Pero en la Guerra Civil española hubo poetas que se salieron de eso. Los poemas que Alberti dedicó a la vida cotidiana de los soldados, a las gentes de las ciudades, a las cosas pequeñas, por ejemplo, hacen de De un momento a otro un magnífico libro. Y tres: mejor no quedarse en los poetas, porque eso mismo se podría decir de los periodistas, los políticos, los novelistas. Quizá los poetas profundizan más en los aciertos y en los defectos de la condición humana.

La nueva sentimentalidad fue una reacción contra las poéticas experimentales y herméticas, luego La experiencia intentó sacar a la poesía de sus nichos culteranos y elitistas ¿No se corre el riesgo de imponer una inercia conservacionista y reaccionaria en la poesía al exigir que esta sea clara y llana, sin riesgos ni accidentes? ¿Qué broten imitadores y no generadores de nuevas búsquedas?

La poesía siempre está llena de riesgos y accidentes porque las palabras, las conciencias y las identidades personales no son un asunto fácil. Lo que me parece peligroso es confundir los riesgos, los experimentos y la cultura con las novedades del mercado, las coyunturas experimentales, la pedantería e incluso las payasadas. Una tontería es siempre una tontería y se han dicho muchas tonterías en nombre del arte. Creo que el lenguaje merece una reflexión más profunda porque el signo lingüístico es la metáfora más acabada del lenguaje social. El pacto de un significante y un significado en busca de sentido se parece mucho al pacto de los intereses privados y públicos en el intento de consolidar un Estado. Cuando empecé a escribir, no se me ocurrió poner en duda la importancia de las vanguardias histórica. No soy católico, pero no se me ocurre pedir que derriben la catedral de Bolonia. Lo que no hago es visitarla con ojos de beato. Yo admiro mucho la poesía vanguardista, por ejemplo, de Cernuda o de Borges, pero pienso como ellos pensaron en su tiempo que no hacía falta mantener la devoción vanguardista para mantener viva la llama de la libertad. Más que la vanguardia como patrimonio, me aparté de la perspectiva vanguardista para pensar en la realidad. Hay que tener en cuenta que el capitalismo está descomponiendo el Estado, rompiendo los espacios públicos, impidiendo el diálogo, llamando al aislamiento de las conciencias. En ese panorama a mí me pareció poco simpático mantener la leyenda de la ruptura. Prefiero entender el lenguaje como un espacio público. Y tal y como va el mundo me parece poco atractivo aclamar el irracionalismo. Las libertades de la poesía no necesitan esa sal gruesa, como tampoco necesitan confundir la profundidad con lo ininteligible. Prefiero discutir en una plaza pública que habitar los márgenes. En los márgenes hay mucho versotraficante. Algo innecesario porque el disparate está en poesía legalizado hace mucho tiempo. Es más viejo que Matusalem. Los epígonos son inevitables en cualquier estilo.

¿Qué autores, que posean una poética marcadamente distinta a la tuya, recomendarías a tus lectores y a tus discípulos, y por qué?

En la tradición, me gusta Garcilaso, San Juan de la Cruz… En la poesía contemporánea, leo con mucho interés a Aragón, a Eluard, a Juan Ramón, a Montale, a Celan, a Villaurrutia, a Paz, a Valente. Uno aprende mucho de las otras estéticas. Decía Jaime Gil de Biedma que para plagiar nada como alejarse de la propia tradición. Si yo le robo algo a Mallarmé casi nadie se da cuenta. Si se lo robo a Sabines o a José Emilio Pacheco, saltan enseguida las alarmas.

Paz decía que, antes que la metáfora, la palabra. En ti, contar y cantar son indisolubles. ¿Y la imagen, y los significados del significante?

La historia de la poesía está llena de aventuras que intentan cantar y contar al mismo tiempo. Se cuenta con imágenes y se canta con historias. La poesía más realista es la que tiene que aprender más del simbolismo. Como habla de cosas que puede imaginar mucha gente, es un error dar demasiadas explicaciones. Es mejor sugerir, enriquecer la palabra con los dobles significados, tensar la narración con una imagen poderosa. Así se facilitan los sentimientos personales y se profundiza en la propia realidad y en realidad de cada lector.

Se anuncia una nueva narratividad en Un invierno propio. ¿En qué sentido es nueva? ¿Qué la diferencia de la anterior y qué viene a revelarnos desde la perspectiva de la estilística y de la sentimentalidad que la impulsa y la determina?

La verdad es que me resulta más fácil hablar de propósitos que de resultados en mi poesía. Yo me leo con ojos de corrector más de que admirador y eso me instala siempre en la incertidumbre. Sólo sé que cada vez soy más lento al escribir, porque me vigilo para no repetirme mucho. Después de 35 años publicando poesía, es natural el riesgo de escribir con receta. Y hay que vigilarse. Yo sigo en una misma tradición de poesía meditativa, que busca la música del pensamiento, que procura tratar de forma personal el lenguaje y la historia de todos. Aunque a la hora de leer voy de un sitio para otro, a la hora de escribir necesito quedarme en mi mundo. Quizá la evolución viene impuesta por la edad, el paso del tiempo, el cambio de las circunstancias, las lecturas. Quizá me encuentro más libre a la hora de introducir elementos menos formales y mezclar la tensión lírica con la vida cotidiana. Pero no sé.

El lingüista español, Juan Manuel Lope Blanch, asentado en México con el exilio, afirmaba que las lenguas indígenas eran pequeñas gotas en un océano idiomático español o castellano. Pero esas lenguas cada día aportan más poesía y más palabras en la medida que se les reivindica como idiomas en resistencia. En España sucede algo semejante con el catalán, el gallego y el euskera. Por otro lado, escribimos en un español cada vez más diversificado. ¿Has pensado cómo puede incidir dicha pluralidad etnolingüística en la poesía escrita en castellano o español?

Una lengua es un tesoro, un mundo, una manera de mirar y de sentir. La diversidad de lenguas enriquece el mundo. No comprendo el jaleo que tiene la derecha española con las lenguas del Estado. El poeta español que más me gusta en estos momentos escribe en catalán y se llama Joan Margarit. La poesía gallega de Rosalía de Castro es uno de los mejores caminos para entender el simbolismo. Admiro mucho la obra de un poeta de mi edad, Ramiro Fonte, ya muerto. Y me gustan Bernardo Atxaga y Kirmen Uribe, por ejemplo, aunque sólo puedo leerlos en traducción, porque no entiendo el euskera. Por lo que se refiere al español, creo que es magnífico vivir y escribir en una lengua con tantos millones de hablantes. Me gusta repetir que la poesía es la capital de una lengua sin centros. Como la poesía reclama el matiz, la mirada propia, la conciencia individual no homologada, y al mismo tiempo busca el sentido y el entendimiento, me parece una perspectiva muy acertada para comprender la necesaria convivencia entre el respeto a la singularidad y la riqueza que significa compartir un mismo idioma. Un maestro mexicano como Bonifaz Nuño escribía maravillosos poemas en español y admiraba las tradiciones latinas y las indígenas. Y sus admiraciones enriquecieron su poesía.

Entre Tristia, de 1982, a un Invierno propio, de 2011, ¿qué obsesiones conservas? En tus primeros poemas está el tema de los coches de motor y en “Nocturno”, uno de los últimos, las motocicletas. Pero ¿cree que ha cambiado tu respiración y tu juicio?

La respiración desde luego. Subo las escaleras del poema con más lentitud. Y el juicio también. No me gustan nada esas personas que se vanaglorian de pensar lo mismo que hace treinta años. Es como desperdiciar treinta años de la vida. Sí creo que hay un itinerario común, un camino. Pero las cosas cambian. Ahora supongo que la ciudad aparece más como ámbito de recuerdos que por referencias directas. Siempre me ha gustado mirarla desde la ventana, pero ahora corro el riesgo al asomarme de ver lo que ya no existe, lo que sólo permanece en mi mirada.

Por último, dice Joaquín Sabina que eres de izquierdas muy de izquierda, y unida. Tu país fue considerado un ejemplo de transformación en lo social, lo político, lo económico, lo administrativo… Pero hoy en día la transición parece más una metamorfosis aparente, vemos que lo cultural retrocede, que hay saltos hacia atrás en reivindicaciones colectivas. En fin, ¿cómo ves el futuro de España?

El futuro de Europa es muy preocupante en general. Hace unos años Europa podía ser un referente de desarrollo social alternativo al capitalismo norteamericano. Pero el modo en el que se ha hecho la construcción europea se ha cargado el Estado de bienestar y ahora mandan en todo los mercados financieros. Esto supone una grave degradación de la democracia. Como la democracia española estaba menos consolidada y era más débil que la de Francia o Alemania o Inglaterra, la factura de la crisis está siendo más grave, la brecha social entre ricos y pobres es aterradora. El futuro puede parecerse a la Italia de Berlusconi, con una vida política cada vez más degradada y una cultura zafia, propia de la telebasura y de los instintos más bajos. No soy optimista. Si sigo dando la lata es más por mis convicciones que por mis esperanzas. El capitalismo global se ha hecho incompatible con el gobierno de los ciudadanos. Y la cultura zafia está destrozando no ya la Cultura con mayúsculas, la Poesía, la Música, la Pintura, sino toda la cultura popular que tejía de forma elegante, respetuosa y sensible las relaciones de una comunidad con su propio mundo.

 

 

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