Wilfrido Espinosa Álvarez realiza una entrevista a una de las mayores fotógrafas mexicanas y nos ofrece una breve muestra de su arte.
Graciela Iturbide
De la metáfora escrita a la poesía visual
Wilfrido Espinosa Álvarez
En un principio quiso ser escritora —cuando muy joven—, pero el destino la condujo por la senda de las imágenes, lenguaje que la envolvería toda la vida y la llevaría a conocer y trabajar al lado de Manuel Álvarez Bravo, Francisco Toledo y Juan Rulfo; nos referimos a Graciela Iturbide, fotógrafa y artista visual, reconocida en México y el mundo por sus elocuentes imágenes sobre Juchitán, Oaxaca, los Sires, Sonora, y más recientemente por sus “jardines de fierro” y su trabajos “endémicos” con velos.
Iturbide, además de ser un referente de la fotografía nacional, es una mujer profunda, mística y apasionada, comprometida con su entorno y con su crecimiento interno, que no cesa. Su obra está plagada personajes míticos, animales, rostros, miradas, líneas lugares y símbolos, que desde su lente se tornan universales; guiños que cimbran a sus interlocutores y nos hacen cómplices de lo que su mirada descubre a cada instante; comentarios que no cesan de sorprendernos y nos llevan a lugares insospechados hasta dejarnos varados en lo más profundo del ser, ahí donde convergen vida y muerte, mito y realidad, sensualidad y abandono, fiesta y paz. Con ella tuvimos la oportunidad de platicar.
Emerge una mirada…
Graciela Iturbide nació el año de 1942 en la Ciudad de México. Se casó a los 17 años y en 1969 empezó a estudiar cine donde nació la inquietud por las imágenes:
“Primero quería ser escritora, pero me casé, y ya casada entré a estudiar Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC) donde estuve dos años e hice un par de películas, como aprendiendo. Quise entrar allí para aprender guion, porque me gustaba la literatura, pero me terminó gustando todo. Mis películas las fotografié, las edité… hasta fui actriz. Sí, fui actriz en una película de Jaime Alberto Hermosillo que se llama ‘Los Nuestros’, en los años sesenta o setenta, pero fui actriz porque quería aprender cine, no porque quisiera ser actriz.
Después de esa película me llamaron de la industria, pero no fui. Aunque trabajé como asistente con Jorge Fons, con Olhovich —eran mis maestros—, no me gustaba la idea de los sindicatos y preferí la fotografía, pues siempre ha sido muy democrática: y tú lo ves en todas las casas, en las fotos de familia, en los álbumes, y ahora más con todo esto de lo digital y los celulares”.
En el Centro Universitario de Estudios Cinematográficos, Iturbide conoció a Manuel Álvarez Bravo, reconocido fotógrafo del que sería asistente entre 1970 y 1971, y quien la influenciaría a tomar la fotografía como medio de expresión:
“Manuel Álvarez Bravo me ayudó porque era un hombre poético, muy espiritual. Y más que fotografía, él me enseñó de la vida; le gustaba mucho escuchar música clásica, el arte popular, de lo cual también aprendí —porque una cosa es la artesanía y otra arte popular. Con él estuve de asistente sólo año y medio, pues sentí que tenía que romper las influencias. No quería ser una fotógrafa como Álvarez Bravo, aunque él siempre me decía: ‘todo influye en la vida’.
“El caso es que mi formación real fue con Álvarez Bravo, incluso en la literatura, porque él leía mucho; le gustaban los poetas del Siglo de Oro Español: Góngora, Lope de Vega…, y siempre los estaba leyendo. Es más, muchos de sus títulos corresponden a la poesía del Siglo de Oro.
En 1979, Graciela Iturbide, quien ha sido reconocida con el Premio Nacional de Ciencias y Artes (2008), fue invitada por el artista oaxaqueño Francisco Toledo a fotografiar Juchitán, Oaxaca.
“Antes de que yo viajará al pueblo de Juchitán y lo fotografiara, el poeta Andrés Henestrosa ya había llevado al fotógrafo francés Cartier Bresson —en los años treinta— y Serguéi Eisenstein había filmado allí algunas escenas de la película ‘¡Que Viva México!’. También Covarrubias había escrito un libro que se llama ‘Tehuantepec’, o el ‘Sur de México’ y, bueno, la primera que regreso después de eso fui yo. Toledo quería devolver al pueblo las fotos que yo tomara, quería hacerles una exposición en La Casa de la Cultura.
“Al llegar a Juchitán, lo primero que hice fue ir al mercado. Me senté y empecé a fotografiar. Allí tomé la imagen de ‘La Señora de las Iguanas’, que se volvió un ícono, sobre todo en el lugar, donde le hicieron una escultura y ahora es un señalamiento; le dicen ‘La Medusa Zapoteca’. Poco a poquito la tomaron como símbolo. Pero yo sólo tomo las imágenes y las dejo solitas, y solitas van, tiran su vuelo… se van volviendo universales.
“En Juchitán siempre me sentí contenta, muy cuidada. Supongo que no me costó integrarme a la comunidad porque iba de parte de Toledo, que nació allí. Él me encargó con Macario Matus, que era el director de La Casa de la Cultura, y Macario me llevó a todas partes. Yo vivía en las casas de Marcelina, de Terafina… todas me cuidaban, me llevaban al mercado, a las fiestas, eran mis amigas. Así estuve como seis años, yendo y viniendo, durmiendo en hamaca. Pero, ¡claro!, no me quedaba más de 15 días, ¡porque ahí beben!, ¡y más las mujeres! Tú puedes ver a los hombres tirados (por el alcohol), pero las mujeres nunca se caen. A ellas las ves tomando y bailando entre ellas. En fin, aprendí mucho de esas mujeres, que son tan fuertes, de ese matriarcado, bueno, yo le digo matriarcado, pues ellas llevan la administración, la economía y están muy politizadas.
“En Juchitán también fotografié muxes, pues es uno de los pocos lugares en México y el mundo donde hay total libertad para ser homosexual, es una tradición de miles de años. Ahí fotografié a Magnolia, que salió a página entera en Le Mont´, pero ella (él) fue quien ‘me lo pidió. Recuerdo que me dijo: ‘¡Ay amor, tómame un retrato!’; entonces, en una cantina donde él trabajaba, se estuvo vistiendo y ahí le hice las fotos. Hay una foto donde está él en el espejo y otra con su gorro de charro y su vestido. Esa imagen se volvió muy famosa en Europa, en Lemont, y a la fecha es una de las fotos que más me piden en los museos. Ya tiempo después hice un libro y obtuve el premio de ‘Paris Photo’ con mi trabajo de Juchitán.
Jardines de fierro y escenarios endémicos, andar del siglo XXI
En 2014 Graciela Iturbide recibió la Medalla Bellas Artes por sus 45 años de trayectoria artística y su contribución a las artes visuales de México, por lo que una pregunta fundamental a la fotógrafa es qué ha cambiado su trabajo durante ese periodo:
“Actualmente, como viajo mucho al extranjero, mi fotografía es ya más un Cuaderno de Viaje: fotografió todo lo que me sorprende, evidentemente ya son cosas más abstractas. Por ejemplo, me encantan los lugares que están en construcción. Hace poco, cuando terminaron el Periférico, hice un trabajo sobre los fierros que estaban allá arriba; les llamé ‘Jardines de fierro’.
También me encanta fotografiar edificios tapados, cuando tienen velos. Por ejemplo, en Oaxaca hice un libro en El Jardín Botánico —cuando las plantas estaban en terapia y se les ponían velos—. Como que me he ido mucho al paisaje, pero al paisaje raro no al paisaje ‘bonito’. En eso estoy ahorita: descubriendo fierros, edificios que los están componiendo, descubriendo el hielo. Ahora sí como diría Picasso: ‘no busco, encuentro’, reparo en cosas diferentes, porque yo traigo ‘algo’ que muchas veces no sé qué es.
También he estado trabajando en la frontera, aunque no lo he publicado. Estuve en Tijuana, con los inmigrantes —fue tan fuerte ver como los echaban, los regresaban. Ahí trabajé en el Cañón de Zapata, tomé fotos. Después estuve en San Fernando, por una invitación para unos libros de EU, que se llama “Un día en la vida de América” o de EU, ahí me tocó fotografiar a los que están sembrando. Ahí fotografié a César Chávez, a Dolores Huerta.
“Tengo cosas de la india que están sin imprimir. Fue en la India donde hice un último libro que se llama ‘No hay nadie’, el cual tiene un texto muy bonito de Óscar Pullón.
“En la India todo el mundo fotografía gente, hay multitudes. Entonces, la última vez que estuve allí, me dije: ‘si ya estoy en esto de los objetos, y estoy en los países a ver qué pasa…’. Es más, ni siquiera lo pensé, mi cámara me llevó a eso. Entonces, en esas imágenes no hay nadie, pero hay ‘algo’, algo que representa ‘algo’, qué es lo que yo trato de hacer con mis objetos y con mis paisajes raros. Pero todo es inconsciente; tomo lo que me encuentro y después voy editando.
Todo viene solo. Yo creo que mi espíritu necesitaba fijarse en otras cosas, y como todos estos objetos son simbólicos, tanto de Uno como del pueblo que los toma… Al final todo es el hombre, soy yo, eres tú, son símbolos de la cultura que vas viviendo.
Para concluir, la fotógrafa que el año 2008 obtuvo el premio Hasselblad de Suecia, considerado el Premio Nobel de la Fotografía, reflexionó sobre la importancia del arte en la formación de las nuevas generaciones:
Es muy importante darles a nuestros niños y jóvenes “cultura” desde pequeños; llevarlos a clases de dibujo de pintura, de música, de fotografía. Todos tienen talento para todo, nada más es cuestión de irlos guiando, de irlos apasionando. Los niños tienen mucha necesidad de aprender, pero, si no tienen la oportunidad, ¿cómo? Afortunadamente, poco a poco, ya en todas las comunidades hay algo. Yo, por mi parte, voy a hacer todo lo posible para que haya clases de literatura y voy a donar una biblioteca. Ya se está gestionando, concluyó.
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Graciela Iturbide ha expuesto individualmente en el Centre Pompidou, el San Francisco Museum of Modern Art, el Philadelphia Museum of Art, el Paul Getty Museum, la Fundación MAPFRE, Madrid, el Photography Museum Winterthur y la Barbican Art Gallery (2012), entre otros.
Ha recibido el premio de la W. Eugene Smith Memorial Foundation, 1987; el Grand Prize Mois de la Photo, Paris, 1988; la Guggenheim Fellowship por el proyecto ‘Fiesta y Muerte’, 1988; el Hugo Erfurth Award, Leverkusen, Alemania, 1989; el International Grand Prize, Hokkaido, Japón, 1990; el premio Rencontres Internationales de la Photographie, Arles, 1991; el premio Hasselblad, 2008; el Premio Nacional de Ciencias y Artes, Ciudad de México, y en 2008, obtuvo el premio Hasselblad de Suecia.
Fotos de Graciela Iturbide
Wilfrido Espinoza Álvarez es licenciado en Comunicación Social, egresado de la Universidad Autónoma Metropolitana donde también realizó estudios de Maestría en Comunicación y Política. Se ha desempeñado como redactor, corrector de estilo, guionista, reportero y editor, tanto en la iniciativa privada como en el sector público. Ha trabajado en el Área Literaria de Argos Comunicación y fue Coordinador de Prensa de la Secretaría de Cultura del Gobierno del Distrito Federal. Ha impartido diversos talleres de radio y periodismo para el Faro de Oriente, el Club de Periodistas, la UNAM y diversas universidades privadas. Actualmente es promotor cultural independiente.