El versátil artista colombiano, antioqueño, Samuel Vásquez, es, entre todas sus habilidades y destrezas, entre todas sus pasiones, un poeta, por ello nos lanza esta advertencia sin contemplaciones.
La Poesía no es un género literario:
la Poesía es una conspiración contra la estupidez
para Lucía
Luis Arturo,
David y
Yenny
Ver es poner luz.
Ver es poner sombra.
Poner luz a lo que se nos esconde.
Poner sombra a lo que nos encandila, a lo que nos deslumbra.
Por naturaleza todo ser vivo quiere ver.
Quiere ver lo que pasa.
Por su naturaleza, que nunca se conforma sólo con lo que pasa, el ser humano quiere ver lo que pasará.
Para ver lo que pasa anhela tener buen sentido de la vista.
Para ver lo que pasará acude a la predicción, al augurio.
Muchos seres humanos quieren dejar registro de lo que pasa y de lo que creen que pasará. El 99.9% de ellos acude a la fotografía, al video, a la narración, a la prospectiva y a falsas brujas.
Sólo un minúsculo porcentaje acude a la poesía y a la imaginación.
Esta inmensa minoría transforma el sentido de la vista en visión.
Ya no se trata de la vista como función pasiva que recibe lo que le ponen delante.
Ahora su visión se proyecta sobre las cosas y no sólo acaricia su superficie, sino que esculca su interior, su relación con las otras cosas, su relación con el espacio que las niega o las sostiene, su manera de estar en el mundo, su sintaxis vital.
Tanto la fotografía como la narración son actitudes perceptivas, que reciben lo que ya está dado, lo que ya existe, y dejan testimonio reflejo de lo que sucede: son un espejo de la realidad.
La poesía, en cambio, es una acción creativa que proyecta su visión sobre esa realidad, que penetra esa realidad.
Pero hay una tensión entre lo visible y lo invisible, entre lo cotidiano y lo trascendente, y esta oposición no los escinde de manera tajante e irreconciliable, sino que mutuamente se alimentan, no de manera parasitaria sino de forma simbiótica, hasta llegar a una nueva situación en el arte hoy que es lo sagrado secularizado.
La materialidad del poema, su realidad verbal que se agrega a lo real, da sabor al saber del poema, y da concreción a su forma. Es decir, proyecta las sensaciones materiales, visuales, acústicas y táctiles del poema e invita a su goce carnal: La materialidad del poema es la encarnación del verbo.
Cuánta dosis de eternidad le pone el poeta al súbito instante de la escritura.
Cuánto de nueva luz pone a las cosas que nos hace verlas ahora.
Cuánto de visión pone, que nos lleva a ver lo que pasará.
No se trata de pintar, se trata de ver.
Se pinta para ver mejor.
Se escribe para oír mejor.
Pero se trata de ver no sólo lo que está, sino lo que no está.
Se trata de escribir no sólo lo que oímos, sino lo que no hemos escuchado todavía.
La poesía se pone de frente a sí misma y se hace visible en su esencia, a través de las palabras que la buscan, dice Maurice Blanchot.
Se hace arte y poesía para conocer, no para ser conocido.
Una de las funciones del arte y la poesía es atrapar más y más realidad cada vez. Realidad visible e invisible.
Cuando un pedazo de realidad es atrapado por la red del poeta y empieza a sentirse preso o a acomodarse, es liberado al instante para que vuele y enriquezca lo real con esta realidad-otra que el poeta ha creado, iluminado o transformado.
El gesto es la exclamación de un deseo.
El acto es la manifestación de aprobación de una continuidad, o de subversión de una realidad que no nos satisface.
En cada acto se da, voluntaria o inconscientemente, una aprobación o una conspiración de la realidad.
Una flor es un gesto.
Una manzana es un acto.
Un viento es un gesto.
Un rayo es un acto.
Una idea es un gesto.
Una bomba es un acto que respalda o dinamita esa idea.
Una bandera es un gesto.
Un campo de concentración es un acto infame y canalla.
Encontrar la armonía de los gestos es tan difícil como encontrar la armonía de los actos.
Una de las funciones del arte y la poesía es la de ampliar la visión del mundo, visible e invisible, y ampliar la sensibilidad y la conciencia de ese mundo.
De la visión objetiva se han apropiado la fotografía, el microscopio, la investigación judicial. Y de la descripción se han apropiado la geografía, la crónica y el periodismo.
Nunca la copia de lo visible es lo que llama a la poesía, sino lo que ella proyecta sobre lo visible: su visión.
La poesía no busca su afirmación en las pruebas, que pertenecen más a las ciencias forenses y a la cartografía que al arte. La poesía atiende a las huellas, a los indicios, a los vestigios, que nos invitan a soñar.
La poesía es la huella súbita del ahora mismo. Es el encuentro de una verdad desconocida que se opone a una verdad construida y establecida.
Figurar es darle visibilidad a lo desconocido cierto, de una certeza que autentican la intuición y el corazón.
Figurar es subvertir lo aprendido con la acción caótica del deseo por lo desconocido.
La poesía salva un recuerdo esencial en peligro.
Y el recordar del poeta -no distraído por las confituras y las alas de la vanidad-, es un ejercicio ético.
La poesía no transforma la realidad objetiva del ser humano, pero sí incide en su realidad subjetiva.
Realidad subjetiva que confronta la realidad histórica que redacta y difunde el poder. La poesía es resistencia espiritual y sedición contra el avasallamiento de esa otra realidad material inhumana.
La realidad subjetiva es más universal y duradera de lo que se cree. Lo objetivo es lo que el hombre trata de cambiar en todo momento.
Pero la poesía no es el templo de las creencias ni el palacio de las convicciones, sino el sitio de las dudas. No es el lugar de la exacerbación jubilosa del deseo de lo bello, sino la temerosa consumación de un acto de belleza.
Dice René Char, “yo no abogo por la torre de marfil… sino por el conocimiento exacto de los motivos. No se desconfía lo suficiente de la impropiedad, no sólo de los términos, sino de la farsa de los acontecimientos…”
El artista nos agrega una realidad poética que no estaba antes en el mundo. Esta capacidad de mirar lo que no ha visto es una potencia creadora, y hacerlo visible a los demás, mostrarlo, es un talento artístico.
Todo poema verdadero es una apertura. No se contenta con ponerse en nuestros zapatos, ni con conquistar el horizonte, sino que la alquimia del verbo funda un lugar-otro haciendo aparecer ante nosotros un espacio que tiene la extensión de nuestra respiración, y que al nombrarlo se hace habitable: un espacio imaginario, inefable, que sólo la poesía es capaz de designar.
Cada poeta verdadero es único en su especie. No tiene padres, no ha sido parido, es víctima del milagro.
Hay que reinventar el amor, urgía Rimbaud, pero antes hay que reinventar a los seres humanos que practicarán ese amor-otro.
Si el hombre del Paleolítico hubiese conocido la sonrisa de Marilyn Monroe, habría salido corriendo despavorido.
Quienes han propagado entre nosotros la buena idea de cambiar el mundo, se han negado a cambiar ellos mismos. El lenguaje que usan, que debiera ser liberador, es el mismo lenguaje del poder. Es decir, es subsidiario del lenguaje del opresor. Por eso se les hace tan fácil recibir parte del botín del poder, sin escrúpulo alguno. Por eso se les hace fácil participar de la sociedad del espectáculo sin el menor reparo. Sociedad del espectáculo que no sólo es permitida, sino que es diseñada y aupada por el poder mismo. Por eso tan dócilmente se someten a su normatividad y vigilancia.
Quien desea el cambio precisa encontrar un lenguaje-otro.
Que la poesía despierte la palabra, que la palabra despierte el lenguaje, que el lenguaje despierte al hombre.
Quien anhela la libertad debe liberarse a sí mismo emprendiendo su propia guerrilla interior contra su hipocresía, su ansia de poder, su conformidad, su autocomplacencia.
La publicitada civilización occidental está decida a avasallar todas las culturas, para imponer una sola: la cultura de los ganadores, de los listos, de los desplazadores. La dinámica civilizatoria no se para en consideraciones formales o sutilezas poéticas de las culturas locales, con tal de imponer sus prosas periodísticas o históricas, sumisas al orden hegemónico y globalizado.
La vertiginosa industria del entretenimiento sujeta a las leyes del espectáculo, ha sido impuesta como el posmoderno remplazo de la lenta y evolucionada cultura moderna. Toda experiencia del arte hoy está sometida a la lógica de divulgación de los mass media, y a las leyes del populismo estético.
La velocidad del proceso civilizatorio, con su producción, su distribución y su consumo atentan contra el tiempo biológico del proceso poético. La velocidad del cambio de imágenes no permite la evolución natural de la imagen en mito. El vértigo de las prácticas sociales, que remplazan unos modelos por otros, ha determinado la desaparición de los ritos. Las modas han aplastado las maneras, las costumbres, los estilos. La velocidad depredadora de las acciones políticas hace ver la ética como una inútil antigualla, que lo único que hace es estorbar y perturbar la distribución y consumo de los nuevos modelos ideológicos globalizados, envasados con etiquetas ligth. Al fin, lo único que verdaderamente les importa es el mercado y su ganancia.
El poeta siembra una duda para que germine una flor que conspire contra la cizaña cultivada por el poder.
Porque la poesía no se construye sino que brota.
Brota con sus contradicciones inherentes, como la espina y la rosa que son una sola.
Cuando el poeta grita es el contenido del grito el que determina la calidad del poeta, y el sentido del grito.
La poesía nos da respuestas a preguntas que no nos formulamos.
Porque nadie me ha preguntado respondo:
Hay que poner fin a esta guerra del mundo contra el hombre y del hombre contra la Tierra.
El mundo se ha convertido en un monstruo para el hombre, y el hombre se ha transformado en un monstruo para la Tierra, a pesar de la belleza de la materia, a pesar de la belleza de la naturaleza, y a pesar de la belleza de eso que llamamos –no sin culpa- naturaleza humana, expresión que se ha vuelto contradictoria por la deserción de la naturaleza que ha perpetrado el ser humano… con una sonrisa siniestra. Sonrisa que es manifestación del taimado triunfo del hombre sobre la naturaleza y sobre el otro hombre.
Ya no es posible dar un paseo por el universo antes de regresar a nuestra casa. Todo viaje termina en la casa. Olvidamos que la casa se hizo, no tanto para protegernos de las inclemencias del clima, como para soñar.
Ya se nos ha hecho imposible besar las estrellas antes de llegar a casa a besar a la amada, a nuestros hijos.
Hemos perdido nuestra vida universal y nuestra vida íntima, que era lo que nos hacía humanos.
Sería preciso que todos los días, al salir de nuestra casa, besáramos la Tierra.
Sólo así, quizás, volvería a germinar esta Tierra baldía.
El hombre es la esquina donde el universo y la casa dialogan, donde Dios y la rosa ponen fin a sus celos mutuos.
La poesía es la encrucijada donde se abrazan el ojo y el pensamiento. Donde lo que se ve y lo que se piensa se amalgaman en el crisol de la belleza.
Toda idea da un salto de alegría cuando es manifestada en poesía.
Ante preguntas trascendentales el hombre contemporáneo se avestruza: sepulta la cabeza y expone el cuerpo. Se avestruza el músico. Se avestruza el teatrista. Se avestruza la bailarina. Se avestruzan casi todos. Y así, avestruzados, quieren simplificarlo todo. Es lo que hace el Pop globalizado. Simplifica la riqueza de las formas en un esquemático alto contraste, o en una dura y escueta línea de contorno. Aplana la sutileza de los colores de la imagen y del fondo. Y lo que era figura ahora es estereotipo, y lo que era fondo ahora es telón, y lo que era forma ahora es esquema. Esto lo padecen hasta las obras del famoso auto-marginado y globalizado Bansky. Parecida cosa podríamos decir de la poesía de circunstancia.
Es que profundizar es complicarse, preguntar es inquietarse, dudar es desacomodarse, y esto resulta poco democrático.
La democracia la hemos reducido a una altísima velocidad de comunicación, una gran vigilancia y una obediencia ciega.
Mientras el poeta abre una ventana, el político cierra dos puertas.
Pero todo sigue siendo posible.
El poeta no tiene una “misión” precisa. Lo misional recuerda a las comunidades religiosas o políticas. Como eterno y sonriente aprendiz el poeta tiene tareas: En vez de ambicionar tocar el clarín delante de la marcha de inconformes, debe empeñarse, con cada palabra suya, correrle el cerco a la estupidez. Debo rendir cuentas de cada palabra… Mi lenguaje es el arma con que defiendo la dignidad del hombre, dice Guimarâes Rosa.
Participar no es aceptar la realidad que nos han construido, ni tranquilizarse frente al hambre, los crímenes y la injusticia.
Participar no es ser capaces de identificarnos con la realidad, ni ser capaces de adaptarnos a las circunstancias.
Participar es ampliar la capacidad de nuestra sensibilidad,
es ampliar la capacidad de nuestra conciencia,
es ampliar nuestra capacidad para el sueño, para la imaginación,
es ampliar nuestra capacidad para el cambio y la transformación,
es ampliar nuestra capacidad para la intuición y la utopía.
La intuición no ha muerto en las manos enjabonadas de la razón.
Es una tonta falacia.
La intuición es un exceso de velocidad de la inteligencia, o un exceso de visión de la sensibilidad.
Las utopías no han muerto en las manos sucias de los políticos y los comerciantes.
Hay conformismo intelectual o trampa política en quienes proclaman la preclusión de las ideologías, certifican el fin de la historia, o decretan la muerte de toda utopía. Parece más una huera disculpa de quienes llegaron tarde para la creación, para la imaginación, para la poesía.
La utopía no es un error de verdad ni de dirección. Sí es por ella y sí es hacia allá.
La utopía es un error de magnitud: siempre está más allá de lo presupuestado.
La utopía es la belleza irrenunciable, nos dice María Zambrano.
La utopía es una forma desmesurada de la esperanza.
Lo que hace a América Latina una nación, es su peculiar sentido de la vida.
Este sentido de la vida origina, estimula y causa una particular y distinta poesía.
No es sólo la lengua lo que tenemos en común, es el lenguaje.
España usa la misma lengua, pero diferente lenguaje.
Por eso ellos consideran como poesía una cosa muy distinta a lo que nosotros creemos que es la poesía. Sólo grandes poetas como Antonio Gamoneda destapan las venas colapsadas de esta lengua común.
Hay un menosprecio social y personal por lo que se siente.
Hay un olvido reclamado y consentido por lo que se llega a sentir.
La razón tiene infinitas razones para privilegiar lo que se piensa sobre lo que se vive, sobre lo que se siente.
El alma, el corazón y los sentidos han sido menoscabados por la economía de la ganancia, la civilización de la razón productiva, la vida vigilada, el trabajo diseñado por otros y para otros.
En esta sociedad de la ganancia el que pierde no existe, está a la sombra.
Y sólo la belleza puede rescatar el negro de la sombra.
No hay que olvidar la historia del ser humano y de las cosas.
No hay que olvidar que el carpintero fue niño, que la mesa fue árbol, que el árbol fue bosque.
Después de tantos crímenes contra la Tierra se nos ha vuelto necesario y obligatorio reciclar.
Los desechos orgánicos, en abono para el plantío.
Las cajas de cartón usadas, en libros de poesía.
La ventana rota, en un vaso para el agua.
Y, sobre todo, se ha vuelto urgente reciclar al hombre en ser humano, y devolverlo, otro, a la naturaleza, a la vida en común, a la convivencia generosa, a la cultura.
La poesía no es un género literario.
La poesía es una manifestación necesaria e irrevocable de la fuerza espiritual de la naturaleza.
Los verdaderos poetas son de repente:
nacen y desnacen, dicen
misterio y son misterio, son niños
en crecimiento tenaz, entran
y salen intactos del abismo, ríen
con el descaro del abismo, […]… dan sus vidas
por otras vidas, van al frente
cantando, a cada uno
de los frentes, al abismo
por ejemplo, al de la intemperie anarca, […]
dice el querido Gonzalo Rojas.
La voz del poeta no se da como un coro.
La voz del poeta es un pueblo de voces.
San Lázaro decía a su madre que podía saber cuántos habitantes vivían en el pueblo porque podía oír el latido de sus corazones y distinguirlos.
Así el poeta.
La poesía no es una profesión.
Es una iniciación en los misterios del ser, de la existencia.
Es una iniciación en los abismos de la vida, de la locura, de la belleza.
Y toda belleza es una amenaza.
Toda belleza conspira contra la normalidad. (Lo normal es espantoso).
Todo acto de imaginación o de belleza es una subversión de la realidad.
Cuando un pájaro se posa en una rama se aquieta el cielo.
Pero persiste en sus alas cerradas el sosiego de una inmensidad azul.
Hay en su quietud una íntima excitación,
inquietud de la espera,
latencia del comienzo del cielo.
Así la poesía.
Villagrande, la casa de los amigos
octubre de 2015
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