Lina Alonso se pregunta y nos interroga, lectura de Hans Magnus Enzensberger de por medio, sobre los significados de las grandes movilizaciones de países azotados por la guerra, el fanatismo y los intereses político-económicos de las potencias mundiales.
Anotaciones a “La gran migración” de Hans Magnus Enzensberger
Lina Alonso Castillo
En la estatua de la Libertad encontramos la inscripción:
“En este país republicano todos los hombres han nacido libres e iguales.”
Pero debajo leemos en letra pequeñita:
“A excepción de la tribu de los hamo (los negros).”Lo cual echa por tierra
el aserto precedente. ¡Ay de vosotros, republicanos!
HERMAN MELVILLE
Mardi: and a Voyage thither, 1849
Aunque Ceguera es un palabra que se ha colmado de una lucidez tremenda, el caso de Europa frente a los refugiados e inmigrantes sólo puede compararse con una pesada venda de olvido que devuelve al viejo y enfermo continente a los años de barbarie y horror, a un tiempo cada vez más servicial con el poder y la muerte. Vale la pena entonces recordar un texto certero y audaz: “La gran migración” (Alfaguara, 1992) de Hans Magnus Enzensberger. Un texto que con más de veinte años recuerda en treinta y tres reflexiones una condición renegada al oprobio y el castigo para traspasar los límites invisibles de la tierra, hacerse acreedor de un pasaporte de vagabundo y portador de equipajes desprovistos de patria y propiedad. Habla del inmigrante como del ciudadano universal de la historia.
“Un bote salvavidas abarrotado de náufragos. Rodeados de fuerte oleaje, más náufragos manteniéndose a duras penas a flote ¿Cómo deben comportarse los ocupantes del bote? ¿Deben repeler o incluso cortar la mano del náufrago que se aferra desesperanzado a la borda? Cometerían homicidio ¿Izarlo a bordo? Provocarían el hundimiento del bote con toda su carga de supervivientes.” Así comienza la paradoja XII que abre el debate, de nuevo, ante los laberintos mediáticos y los cuestionamientos morales por la reciente crisis de refugiados que se extiende en toda Europa desde Oriente ¿Qué hacer? ¿Por qué el empeño en hablar de los inmigrantes como un problema? ¿Qué esconde la situación siria y europea de estos días? ¿Por qué los migrantes tienen que seguir pasando por tamaños peligros?
Antes de continuar con las respuestas que el autor propone para algunos de estos interrogantes, hay que recordar que hablamos de alguien que a sus 85 años sigue burlando los grandes nombres y las grandes instituciones desde una lúcida impostura. H. M. Enzensberger poeta alemán de nacimiento y universal en la escritura, recorre el mundo, lo cuestiona, lo arma y desarma desde una asombrosa anarquía intelectual que desmonta con difícil sencillez las doctrinas que busquen direccionar las energías y causas del mundo. Del autor se esperan respuestas como: “Mis dificultades con las religiones y los sistemas ideológicos estriban en que nunca puedo creer del todo que realmente van en serio”. No en vano como esa curiosa especie de poetas que aun se interesa de manera constante en el ensayo, la obra de Enzensberger oscila entre una prosa de un rigor increíblemente versátil y reflexivo donde sus imágenes y sus ideas retratan y consuman en breves líneas los aspectos posibles a tratar en la situación que sea. En sus libros de poemas: “El hundimiento del Titanic”, “Poesías para los que no leen poesía” entre otros, y para quienes quieran seguir leyéndolo como ensayista, se recomienda “El corto verano de la anarquía: vida y muerte de Buenaventura Durruti”, “El laberinto de la inteligencia: guía para idiotas” o “Perspectivas de Guerra civil”.
El capital derriba todas las fronteras nacionales
Volviendo al tema, este ensayo desbordado de brevedad y asertivo en ejemplos arremete contra los imaginarios que clausuran comportamientos del hombre, que a no ser por su justa naturaleza jamás hubieran pasado desapercibidos; el movimiento como necesidad y el nomadismo como variante antropológica justificada, parecen ser diana de ataques públicos en las últimas décadas. Por supuesto la paradoja no termina, los botes atestados de inmigrantes y refugiados aparecen desde Grecia, desde África, desde Turquía, desde el principio de todas las historias. Los medios babean detrás de sus cámaras y el presupuesto para seguridad portuaria (cámaras, policía fronteriza, marcación y nuevas leyes) se incrementa en tres cuartas partes de los productos internos brutos en muchos países de Europa. El acoso y la persecución a la errancia, tiene al parecer una importancia mayor que a la de sostener el equilibrio interno de los mismos o la de procurar el bienestar de los habitantes.
Ahora ¿Por qué castigar la inmigración? Dice HME que el hombre ha sido nómada desde su origen, el sedentarismo vino a aparecer cuando las tribus se hicieron agricultoras pero la noción de límite era nula o “una abstracción que trata de reflejar un proceso dinámico por medios estáticos” según sus palabras. Las fronteras no han sido más que heridas en la tierra, cicatrices para los migrantes. Observemos un mapamundi, sus líneas y demarcaciones no son nada más que el afán de encerrar el inconmensurable caos de la tierra, el vasto imperio del desorden. Demasiadas muestras nos da la historia para ver que las grandes migraciones han derribado murallas y alambrados enteros sin prever la presencia de dichas líneas y demarcaciones. Vuelven las palabras de Cervantes, siempre profético: “El andar en tierras y comunicar con diversas gentes hace a los hombres discretos. No hay ningún viaje malo, excepto el que conduce a la horca”.
El hombre es naturalmente nómada, que lo diga la literatura de viajes, que hable Baudelaire o Dickens o Rimbaud. Hay una pulsión humana en el movimiento y es reprochable el castigo a esta pulsión. El instinto por el territorio es de esos que interpolan el comportamiento del hombre frente a sus verdaderos deseos, como por ejemplo el deseo a la propiedad, al poder, a la falacia de pertenencia. Debería castigarse entonces el turismo, que a la larga es otra forma de migrar y en el fondo sigue representando beneficios económicos y estructurales al país de destino como sucede ahora con Serbia, Alemania o Grecia que si bien o mal reciben a sirios, libaneses y afganos para fortalecer sus acuerdos con la Unión Europea mientras obtienen mano de obra barata para su economía local. El caso es que millares de hombres y mujeres se mueven como hormigas en el interior de algunos países obsesionados con construir murallas para el pensamiento y la libertad, una propiedad privada global se expande en el ideario de los pueblos restringiendo libertades naturales por genética y definición.
¿Qué nación no ha formado su leyenda patriotera y su imaginario de unidad a no ser por la colaboración de manos foráneas? Cada época, con notables diferencias, ha sido merecedora de una dosis memorable de movilización mundial. Pueblos enteros han trasplantado sus raíces para conformar un nuevo imaginario en territorios ajenos y de igual manera las ideas de identidad y uniformidad han sido tomadas de manos prestadas no sobra recordar que entre conquistas, colonias, exilios y expulsiones se han permeado sólidos eufemismos capítulos enteros de xenofobia, racismo, genocidio y barbarie.
No podemos seguir hablando del “Problema de la migración” ¿Problema para quién? ¿Desde cuándo migrar o movilizarse es un problema? Evidentemente la molestia es para los gobiernos y es problema cuando se habla de refugiados. También recuerda H.M.E que todas las migraciones han movilizado las comunidades históricas, entendiendo por comunidades históricas conformaciones abstractas que generan cambios internos en los procesos de conformación física, ideológica y estructural de los países, naciones o economías mundiales. Un ejemplo: Estados Unidos, Japón o Alemania ¿Qué los une en principio? La ausencia legítima de una sola "raza", los une un mito nacional que parte del desplazamiento de sus comunidades originarias y de la acogida de extranjeros por millones.
Vigilar, permanecer con las puertas bien cerradas y los ojos bien abiertos. Así podría resumirse, con bastante riesgo, la actitud actual del mundo, actitud que ha permanecido ante las oleadas de hombres, mujeres, niños y ancianos por todas las costas orientales de La media luna roja. Recuerda el autor que lo que pasa es que “Europa parece proclive a hacer como las grandes empresas, que crecen hasta ser ingobernables” y cualquier fuerza foránea que se imponga en su crecimiento es un peligro, de ahí las imágenes tremebundas de los botes, las caminatas eternas entre fronteras con toda la vida a cuestas, los cadáveres en las orillas de los puertos y la represión imperante en cada esquina.
La ceguera de Europa no es la ceguera profética, no es la ceguera vesánica y lúcida de los primeros aedas, es una ceguera vergonzosa donde la luz enferma la conciencia de los dirigentes, una luz que expone a las administraciones aferrándose a la moral de turno. Alemania con su diatriba bufónica de Filisteísmo abre las fauces de sus fábricas para engullir una nueva mano de obra foránea, como lo ha hecho desde tiempo atrás. Su lógica de hierro se rehace en el horror, como no, ajeno. El autor recuerda no sin un poco de ironía que toda la Alemania nazi no fue construida por alemanes, que una gran parte de la población salió al exilio antes de presenciar el terrible baño de sangre que se avecinaba, que todo el arsenal de guerra era fabricado por turcos, polacos y los acogidos de una antigua Prusia, que en la soldadesca nazi se contaban más los extranjeros que los alemanes y que la gran “raza aria” era una quimera al servicio del poder. ¿No sucede lo mismo con “los exiliados internos” o desplazados en Colombia? ¿Acaso no son ellos la muestra de una economía central hecha desde la marginalidad?
Hay una pregunta sutil de Enzensberger: “La gran migración ¿Puede representar una solución? Y en caso afirmativo ¿A qué problema? Basta recordar a Siria olvidada de la Primavera Árabe que debate su represión y su rebeldía bajo etiquetas y alianzas las cuales no han dejado más que muerte, persecución, más refugiados o parias (al decir de Hannah Arent) mientras caminan en el falso asilo de algunas potencias que reconocen a medias la urgencia de su situación pero que aun así reconocen su partida como una forma de protesta. Por un lado Rusia apoyando la dictadura de Al Assad y por el otro Estados Unidos con las narices metidas, de nuevo, patentando la rebelión civil y bombardeando de nombres y culpas al EI (Estado Islámico) rasga la superficie de un conflicto que lleva más de 70 años recrudeciéndose . El panorama de nuevo se expone en antiguas esferas de pandilla. No habrá una verdadera rebelión hasta que no sean nuevas las formas, las voces y los portadores de esa rebelión.
Por el camino a la caza del hombre
El esqueleto moral de las civilizaciones se corroe conforme se castigan y reprochan como bárbaras las pulsiones que más humanizan el mundo. Moverse, alimentar el paisaje del cuadro aún no terminado de la tierra, caminar, ser camino de la historia y ser memoria conjunta de los malos pasos, ir, volver o no volver, caminar y desafiar la ruta que con trágica obstinación se le asigna al hombre, eso es lo que más nos acerca en lo mínimo de su impulso a todos los hombres y no se puede permitir que se siga subestimando desde el mismo monóculo de los medios y los poderes. Europa se mueve bajo una pátina de acciones que encubren su preocupación por el territorio, pero toda esta preocupación esconde el temor al inevitable mestizaje ideológico, económico, político y ya no solamente racial que se apodera de cada uno de sus rincones. Esta es una de las profecías del texto, la vuelta de tuerca del viejo continente bajo la influencia de sus colonias, bajo la influencia de sus antiguos pueblos subyugados, lo cual no estaría mal para sacudir el brote de amnesia que ocupa las páginas de la historial oficial.
Enzensberger vuelve ante nosotros con una actualidad propia de los autores consumados en su época, con las preguntas propias de un insatisfecho con su tiempo, en pocas palabras, el autor vuelve en este libro para desatar su palabra ante las pesadas cortinas que se empeñan por maquillar lógicas abarrotadas de un rechazo consumado en políticas carentes de humanidad. “La gran migración” es ante todo un alto en el camino de la falsa caridad y la sospechosa acogida de los países antes las crisis de refugiados y ante las oleadas de inmigrantes, es una mofa ante los tiempos de censura y la banalización del horror por parte de los gobiernos una risa fúnebre por las pequeñas libertades que mueren ante el gran ojo de los poderes.