Una realidad de ficción
José Ángel Leyva
Creo que vamos perdiendo la conciencia histórica, sobre nosotros se impone el inmediatismo. Me persuado de ello sobre todo cuando pienso en la mentalidad de los chicos que en sociedades devastadas, desgarradas en su tejido social y cultural apuestan por un breve periodo de ganancias y de “lujos” ofrendan sus vidas a la violencia y la crueldad; consecuencia quizás de la ansiedad y la frustración de una larga cadena de negaciones del futuro, y al parecer también del pasado.
Las personas mudan de ideologías, de partidos, de amistades, de principios sin restos de sus orígenes. La apuesta es a la inmediatez, sin importar las consecuencias, y sin preguntarse por ellas, al límite de no sólo ignorar el destino de los demás, sino el propio. La sociedad de consumo marcha no sobre sino dentro de nuestras cabezas y nuestras emociones, amamos con fervor publicitario, deseamos la marca y lo que está de moda, lo que se vende en la TV. Entre la realidad y la ficción hay una casi invisible división. El filme de Luis Estrada “La dictadura perfecta”, que abreva en la realidad y la humorada nacional evidencia los sucesos crudos de un país imaginario: México. Allí ocurren las cosas más absurdas y podridas que uno pueda imaginarse, es de risa y es de llanto. Los personajes son títeres del poder, pero el poder cambia de manos y de titiriteros. Los que ahora asesinan, mañana serán asesinados, los que roban mañana serán despojados. Una historia sin ley o la ley de unos cuantos privilegiados, el resto es presa de la fatalidad y de la sumisión ¿Los juegos del hambre? No creo que tenga razón el político y empresario Donald Trump para culpar y detestar a los mexicanos y emigrantes de países pobres y en conflicto, sin duda se trata de un producto de las grandes taras de una nación que prohíja a una sociedad consumidora de drogas, defensora de las armas, machista, invasora, racista y clasista, pero no toda la sociedad estadounidense es parte de esas taras y es en muchos sentidos ejemplar y humanitaria. Trump no odia a la pobreza, odia a los pobres, a los inmigrantes, no odia tampoco a los mexicanos ricos ni a sus capitales, aborrece a las hordas de campesinos y obreros que huyen de su tragedia, no buscando el sueño americano, poniendo distancia de la pesadilla que es su patria, a la muerte que ha sembrado un Estado corrupto como es el nuestro, o de los lugares de origen donde campea más que motivos religiosos, intereses trasnacionales. Las preguntas son esenciales más que las respuestas ¿Por qué emigra la gente de manera tumultuosa, qué causas expulsan a millones de sus lugares de origen?
Las parodias y las caricaturas suelen ser directas y contundentes, una síntesis demoledora de una realidad específica. Cuando pienso en Donald Trump evoco con una sonrisa mi lectura de “La conjura de los necios” de John Kennedy Tool, cuando intento decir algo de esta sociedad mexicana pienso en filmes como “La dictadura perfecta”, “El infierno” o “La ley de Herodes”, ¿por qué no en la literatura? Quizás el humor de Élmer Mendoza es lo que más se aproxima a esa síntesis ficcional a la que me refiero, pero no logro situarme en una obra narrativa en particular que responda a la idea de estos ejemplos fílmicos o literarios. Quiero decir que entre la parodia de una realidad o su ficción hay una correspondencia periodística, histórica, que la historiografía dejará de lado, pero no el arte. Porque el chiste es justamente recrear el chiste. “El gran dictador”, dirigida y actuada por Charles Chaplin, ridiculiza al nazismo, nos hace reír ante una situación que es de suyo monstruosa, pero al mismo tiempo caricaturesca. Lo mismo hizo Cervantes con la España de su tiempo, y con la misma materia trabaja Mijail Bulgákov en su “Maestro y Margarita” parodiando al Estado Soviético.
La sociedad actual vive historias que parecen telenovelas o series de ficción. En “La dictadura perfecta” el político y criminal vive enamorado de la actriz de un teledrama y por ella está dispuesto a pagar la cantidad que sea para hacer realidad su fantasía. En la vida real, El Chapo Guzmán esperaba con gran expectativa a Kate del Castillo en su tierra natal, o quizás a la protagonista de una serie de televisión, mientras que Sean Penn viajaba ilusionado a entrevistar al capo más buscado por la “Inteligencia” de Estados Unidos, y la no menos ocurrente y temida “inteligencia” mexicana, al tiempo que se estrenaba el filme sobre la increíble segunda fuga del narcotraficante que figuró no hace mucho en las listas Forbes de los hombres más ricos e influyentes del mundo. Barak Obama, al mismo tiempo, derramaba unas lágrimas públicas por los jóvenes estadounidenses asesinados a causa de la venta indiscriminada de armas en su país, pero no por los cientos de miles de muertos que el tráfico de armas deja en México y en el mundo, que no se puede decir que son estadísticas, porque en México nadie puede confiar en las cifras que emiten sus instituciones. Una realidad de ficción que se antoja grotesca y banal, si no fuese porque en realidad nos resulta dolorosa, pero quizás la suerte y la imaginación nos dé la oportunidad de reírnos de ella, de sus protagonistas, de sus personajes. El humor es indispensable para derrumbar los monolitos de la política, los muros de la intolerancia, las fronteras de los nacionalismos, los patíbulos del dogmatismo. El humor en el arte nos hace menos ciegos.
http://www.youtube.com/watch?v=2ArfzKIBfw8
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