Grinor Rojo afirma que, además de ser coetáneos (1942) a Silva, chileno, y a Cisneros, peruano, los une una obra sólida aunque no desmesurada, un discurso poético desengolado, un afán si no antimetafórico sí contundente y sobre todo significativo. Ambos deudores de la poesía angloamericana, entre otras coincidencias.
Manuel Silva Acevedo y Antonio Cisneros
“EN LA LÍNEA DE FUEGO DE LA POESÍA LATINOAMERICANA”
Grinor Rojo
Un autor chileno y otro peruano, ambos nacidos en 1942,
comparten una experiencia de vida que incluye el retorno a la fe y el desengolamiento del lenguaje poético
Tengo dos libros de poesía sobre mi mesa de trabajo, diferentes pero asociados: uno es Campo de amarte, de nuestro Manuel Silva Acevedo; el otro: Como un carbón prendido entre la niebla, una antología del poeta peruano Antonio Cisneros, hecha (y ahí empiezan las asociaciones) por Manuel Silva Acevedo.
Comienzo por el primero: Campo de amarte contiene su poesía de amor. Del amor como guerra o de la guerra del amor, es lo que podría pensarse, si es que uno toma en serio el título del libro. Sin embargo, el espectro semántico es harto más extenso: es tentación en “Primeras armas”; es derrotado anhelo de comunicación en “Todo lo triste es bello” y “Anja”; es declaración insuperable en “A la manera de Apollinaire”; es aislamiento de la pareja, campana perfecta, en “En el fondo del mar”; es reconocimiento y apropiación del cuerpo femenino en “Cuerpo a cuerpo”; es posesión, muerte e inclusive deseo de resurrección en “Campo de amarte”; es sexo duro, con mucho de decadentismo, en casi todos los poemas de la segunda parte: “Piel con piel” y “Precipicio de labios”, por ejemplo,; y es nuevo amor, amor maduro y homenaje en “A la manera de Breton”( que responde a “A la manera de Apollinaire”). Esto por decir lo menos. Agréguese a ello una poética en la que el azote visual, repentino y vibrante es el rasgo característico, y en la que la ironía y el sarcasmo van de la mano con la ternura y hasta el sentimentalismo más hondos, y se tendrá una idea aproximada de lo que este libro contiene.
En otra parte, yo argumenté que Silva Acevedo es un poeta que viene de vuelta de la confianza en el poder renovador de un centro metafísico primigenio y de la relación con el oficio que, en la literatura chilena y latinoamericana, introdujeron los vates, los “videntes”, los “sacerdotes”, los “magos”, quienes todavía embrujados por el canto de la sirena simbolista se enfrentaron con las desdichas del mundo buscando una puerta de acceso a le Mystère, l’Inconnnu o L’Idée. Pero a eso yo le oponía ahí mismo una salvedad: que no es éste un sentimiento que reprima, en su escritura, el deseo de la significación. No lo obliga a caer como si ésa fuera su única alternativa, en la práctica “desmitificadora”, la de la antipoesía, poesía conversacional, poesía de lo cotidiano o cualquier otra de las mil y una jergas de la banalidad. El deseo de significar sigue vivo en su programa, aunque puesto en jaque por un contrapeso pesimista, dubitativo, irónico y autoirónico, que por lo menos en principio no difiere demasiado del que otros poetas chilenos favorecen sobre todo a partir de los años sesenta. Cualquiera puede ver que lo que yo subrayaba entonces, en el pensamiento poético de Silva Acevedo, era su resistencia a la sospecha contemporánea de la muerte de la poesía.
Lo de Cisneros, quien como Silva Acevedo nació en 1942 (segunda asociación), cuenta como el chileno con una producción que no es enorme, pero sí poderosa y cuyo nombre es, por lo tanto, una inclusión necesaria en cualquier muestra que se haga de la poesía actual de América Latina, es y no es distinto. De partida, ésta es una antología amplia, que recorre la obra entera o casi entera del autor, al menos diez libros, entre Destierro de 1961,Un crucero a las Islas Galápagos (Nuevos cantos marianos), de 2005. En segundo lugar, la antología recoge un trabajo de más de cuarenta años, lo que a nosotros nos permite perseguir continuidades y marcar diferencias: desde el desarraigo (y la pérdida) infantil de Destierro a la preocupación por la historia y la prehistoria de su país en Comentarios Reales, al entusiasmo revolucionario de Canto ceremonial contra un oso hormiguero, al amor fou y del otro en esa misma época, al entibiamiento político de Como higuera en un campo de golf y al catolicismo de los “cantos marianos” en los noventa y dos mil. Todo ello dentro del discurso de un poeta cosmopolita, viajero inteligente y culto como no hay muchos más en América Latina.
¿Qué permanece al cabo?, me pregunto. Una experiencia de vida, paradigmática en tanto es en buena medida la experiencia de una generación, y en la que el antologador chileno de Cisneros, Manuel Silva Acevedo, participa (tercera asociación). Además, una experiencia que después de avatares numerosos desemboca en un retorno a la fe (cuarta asociación). Pero también hay que mencionar el propósito compartido de desengolamiento del lenguage poético (quinta asociación), que a Silva Acevedo le llega desde Parra y Lihn, y a Cisneros desde una familiaridad de primera mano con la poesía angloamericana, de Donne a Pound, a Eliot a Lowell. El resultado es en el peruano una poesía desnuda, limpia, con importantes componentes narrativos, y que deja en descubierto su convicción de que existe en efecto una poética de la prosa, que el prosaísmo no es necesariamente un sinónimo de la trivialización. Valéry creía que el poema tenía su propio lenguaje. Jakobson, que el lenguaje del poema era el lenguaje de todos, pero al que el poeta era capaz de hallarle un potencial extra de significación. Con un verbo directo, sin aspavientos metafóricos, la poesía de Cisneros confirma el sabio dictamen de Jakobson.
Grandes poetas estos dos: uno chileno y uno peruano, ambos en la línea de fuego de la literatura de sus países respectivos y de América Latina en general.
El Mercurio, Revista de Libros, domingo 8 de julio, 2007.