«Un hombre, una mujer y un mirlo», es el título del libro con el que David Castañeda se hizo acreedor al premio convocado por la Universidad Autónoma de Zacatecas y la revista «Dos Filos». Aquí una muestra.
Un hombre, una mujer y un mirlo
David Castañeda Álvarez
Un hombre y una mujer
Son uno.
Un hombre y una mujer y un mirlo
Son uno.
WALLACE STEVENS
Un hombre
Afuera
En el jardín el gato asusta unos pájaros negros. Tú y yo pensamos que son los mirlos de Stevens, aunque en realidad nunca hemos visto mirlos más que en fotos de Wikipedia. Parecen cuervos pequeños. El pasto brilla. El aspersor baña las yerbas y brotan dientes de león en las esquinas. Los mirlos vuelan apenas unos metros lejos del gato. Buscarán lombrices ─nos decimos mientras pelamos ajo─. Afuera el jardín vive con todas sus fuerzas.
Un mirlo en la ventana
Aquí no hay montañas nevadas porque el sol es un perro con rabia la azotea. Cuando regreso del trabajo me gusta darte un beso antes de tomar agua e imagino que viajamos a los Alpes, que esquiamos por una ladera grande y blanca, como en las películas gringas, y usamos lentes especiales contra la nieve. Cuando abro los ojos me hincha la pupila un mirlo dorado en la ventana.
La casa griega
Decidí pintar la casa de azul aguamarina con blanco, o blanca con algunos detalles azules, como el pueblito que está a las orilla de una playa griega. Dicen que en Europa los mirlos son pájaros comunes, y que tienen el pico naranja. Hay algunos, cerca de Rusia, que son blancos con manchas grises. Si la casa fuera azul o blanca vendrían más pájaros, porque la sombra de una pared azul es fresca. A las cuatro de la tarde vendrán los mirlos a refugiarse del calor.
Tres deseos
Tuvimos tres deseos. Cuando buscamos un árbol para colocarlos había tres mirlos, un sol endemoniado pegado a los anteojos y mucho polvo regado en la casa. Nuestros deseos también vuelan y germinan en la tierra.
La ninfa y la sopa
Mientras pones orégano y sal a la sopa me dices que convendría copular. El calor de la estufa y el sol empañan los vidrios. Saco al gato. Sé que te molesta su mirada. Prendemos el ventilador y corremos desnudos por la sala como en los viejos mitos. La casa huele a sal y orégano.
Modernismo
Te confieso que la cebolla me hace llorar, al igual que los poemas modernistas. La cebolla pica el iris y la imaginación y es imprescindible en la mayoría de las salsas. El poema modernista pica el iris y la imaginación y es imprescindible en la mayoría del lenguaje amoroso. Lloro cuando paso el cuchillo por la cebolla como por los libros modernistas, pero lloro más cuando alguien no lee un poema modernista sin llorar, o prueba una salsa sin cebolla.
En el árbol también hay mirlos
Más allá del naranjo hay una barda. Los pájaros se calientan en la mezcla cuajada de cemento. Sus ojos reflejan el sol y las naranjas. Sobre el árbol también hay mirlos. Mueven su cabeza. Observan a los grillos en la barda. Desde la ventana los mirlos son hojas macilentas de naranjo. La luz del sol revela y confunde las formas del jardín.
La casa es fría
Debí salir al sol para calentarme los pulmones. Es difícil hablar en esténtores corpóreos. Debí encerrar al perro para que no le ladrara al motociclista, darte un empujoncito para que tu silla se destrabara de la piedra. Debí darme una limpia con hojas de pirúl, lanzar un vidrio al aire y esperar a que el mediodía se rompiera entre las nubes. Porque la casa es fría. Porque tú y yo nos paseamos en las palabras esdrújulas y no tenemos chimenea. Porque el gato se acostó en tu vientre y la tele, como siempre, sólo trasmite imágenes de cuerpos sin calor.
Perfume
La mañana huele a tierra remojada. En la radio un hombre con voz difunta habla del bache en la calle Hidalgo mientras tarareas no sé qué canción de cuna. El aire apenas cruza las cortinas que acarician la alacena. Por fin vivimos un poema neorromántico. A lo lejos pasa un tractor con un hombre de paja encorvado. Sonreímos porque todo esto sucede sin que los cuervos se espanten, o acaso serán los mirlos que vienen con la brisa de tierra y sol.
Con un poco de lluvia
Tal vez ambos seamos estériles como el desierto que nos rodea. Como a las tres de la tarde se forma un remolino de polvo que bien pudiera ser nuestro ombligo calcinado. Yo sin esperma, tú con estrías y el tiempo nos asedia con ventarrones enloquecidos. O tal vez exageramos y sólo hace falta esperar la lluvia inédita del verano para que la tierra se amacice y pueda salir un mirlo de las sábanas.
Oasis
Porque nuestro jardín es artificial y cuesta mucha agua mantenerlo. Lo único que lo salva es su condición de isla flotante para los mirlos, oasis de yerbas y brasas, o mejor dicho, pasto ardiente y amarillo. Aun así lo mantenemos, por mucha agua que echemos, porque la tierra bebe grandes charcos que apenas llegan a ser lodo, y se acercan los pájaros del amor y de la muerte, es decir, mirlos y colibríes, para tomar miel de los botes colgados del naranjo. Vivimos aquí, y quizá los pájaros y Dios vean que eso es bueno.