Periodismo y literatura o lo real inverosímil
José Ángel Leyva
Ahora, cuando vivimos mucho más tiempo en los espacios de la simulación, la realidad nos muerde con más rabia y determinación. Los Mass Media, la Internet, las redes sociales, los juegos interactivos y el cine, nos atrapan con sus pegajosas esporas. Mientras, somos víctimas de la violencia local e internacional, las ideologías, que se suponían muertas, resucitan desde la ultraderecha con ánimos caníbales. Nunca como antes la impunidad es ama y señora de sociedades regidas por la corrupción y el engaño. Cada ley y cada regla conllevan la trampa. La muerte se enseñorea y es difícil comprender y diferenciar la realidad de la ficción. Creo que como nunca, el periodismo busca en la literatura las herramientas que acerquen al lector a la dimensión inverosímil, bestial o demencial, de la realidad, y como nunca la literatura camina por las fronteras del periodismo para hacernos sentir los bordes noticiosos de una ficción que casi no lo es.
La visibilidad y el periodismo cultural
El periodismo cultural, y el periodismo en general, como el arte y la literatura, como la ciencia misma, pretenden la visibilidad de la realidad desde sus perspectivas correspondientes. Pero hay una diferencia insalvable entre el periodista y el escritor de literatura, el primero no puede, por principio ético, alterar los hechos que le toca relatar o recrear, mientras que el literato está obligado a fundar su realidad sobre la base de la imaginación, del mito. Ambos, el periodista y el escritor emplean técnicas narrativas en beneficio de su escritura, pero sólo el literato puede y debe de urdir la trama de su relato con las hebras de la ficción. El periodismo no tiene licencia para mentir o inventar, está sujeto a la veracidad. No obstante, como afirmaba Edmundo Valadés: alguien puede contar un hecho extraordinario de manera ordinaria y puede resultar inverosímil o no creíble, mientras que otra persona puede narrar un suceso ordinario de manera extraordinaria y resultar asombroso y admirable.
A muchos literatos no les convence la concesión del Premio Nobel 2015 a Svetlana Alexevich, por considerarla más una gran periodista y no una gran escritora. Hay tan poco publicado en español de esta autora. Su caso me sugiere el de Elena Poniatowska con el Premio Cervantes. No fueron pocas las voces que manifestaron su inconformidad o su recelo por dicho reconocimiento a la autora de «La noche de Tlatelolco», como si las letras fueran territorio exclusivo de la literatura y de la poesía, en demérito del periodismo. Debemos recordar el importante desempeño y las aportaciones de Poniatowska al discurso periodístico mexicano, haciéndolo menos rígido y más libre. Me refiero por supuesto al periodismo de investigación, al reportaje, a la crónica. Muchos escritores mexicanos han practicado el periodismo desde la modalidad de la columna o como cronistas, pero son pocos los que como ella van directamente al trabajo de campo. Aún la recuerdo en el Museo de la Ciudad, ya Premio Cervantes, con su libreta de apuntes en primera fila durante la presentación del libro Trincheras, de Enrique González Rojo, en agosto de 2014, quien además cumplía 86 años de edad. Al día siguiente apareció puntual su nota sobre el poeta y coetáneo suyo. Tan discreta como llegó a la presentación, se fue.
Lo cierto es que el periodismo cultural mantiene su legitimidad en la escritura, en el periodismo impreso. Desde allí se aproxima cada vez más al fenómeno editorial y surgen representantes de un periodismo que se instala en las fronteras de la literatura, periodismo narrativo le llaman algunos, en donde también se afinca, pero del otro lado, una literatura que abreva en las fuentes de la realidad, de la acción, de la investigación. Periodistas que en otro momento nos sorprendieron con sus reportajes y sus escritos desde las trincheras de una realidad invisible u oculta han hallado o abierto brecha en el mercado editorial con sus libros extraídos del oficio periodístico. Casi novelas, por lo bien escritos, por la calidad de su prosa y su estructura, pero ese casi no rebasa el límite ni cede ante la tentación de la fábula, del mito. El periodismo permanece fiel a su ámbito de realidad.
La historia ha acelerado la velocidad de los cambios, y muchas cuestiones que antes eran propiedad de la ciencia ficción, tan despreciada por escritores y científicos, son parte del espectáculo de una realidad contradictoria e impredecible, desconcertante. Fenómenos sociales inéditos o más evidentes forman parte del amplio arco de interrogantes que nos hacemos en la orfandad de teorías, de corrientes de pensamiento y ante recursos tecnológicos que venden ficciones como realidades.
En La Cultura. Todo lo que hay que saber, Dietrich Schwanitz dedica algunas líneas a la relación del periodismo con las letras, los libros, los suplementos culturales de los periódicos y las revistas. Traza, obviamente, un horizonte intelectual. Sucede que los periodistas son intelectuales, que tradicionalmente han cumplido un papel crítico en la sociedad, personajes siempre en la cresta de la ola civilizatoria y en el caudal informativo de los sucesos culturales e históricos. A diferencia del escritor, el periodista suele ser un agente transversal de la cultura, pero es también víctima de la separación de las dos culturas, la humanista y la científica y tecnológica, y de algún modo de la malformación que padece la educación al considerar intelectuales sólo a los escritores y no a otros gremios que aportan conocimiento, información e ideas. Subyace, por supuesto, un claro antiintelectualismo. Asumirse intelectual en una sociedad mayoritariamente analfabeta es vista como un gesto de esnobismo y arrogancia. Preguntar, paradójicamente, es por un lado, de tontos, y por otro de individuos incómodos e insumisos.
¿Pero qué otra cosa es un periodista si no un trabajador del lenguaje y de la información? El problema entonces viene de más adentro, de lo más profundo de la idiosincrasia nacional, de la educación y de los grupos de poder. Un periodista informado, culto y sobre todo activo no se conforma con repetir el dictado, sino que en verdad pregunta, indaga, lee, le da visibilidad al hecho cultural. Es muy ilustrativo el recurso periodístico no solo en la literatura sino en obras de arte como lo hace Win Wenders en el cine documental o como lo han hecho proyectos menos ambiciosos en nuestro país como Presunto culpable, o en el teatro con magníficos resultados estéticos como lo hace Jorge A. Vargas en Durango 660, sobre el movimiento estudiantil de esa ciudad en 1966. ¿Quién no ha disfrutado las entrevistas del Paris Review como verdaderas piezas literarias? No se digan las crónicas de Juan Villoro o las de Magali Tercero, por citar ejemplos. Hacer visible al periodismo cultural es darle visibilidad al lado oculto de la civilización.
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